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Caperucita, el cazador y el analista

29/07/2018- Por Verónica Guastella - Realizar Consulta

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Todos llevamos adentro una Caperucita Roja. Todos los seres hablantes en algún punto tenemos un resto de esa obediencia al Otro, que llevó a caperucita hasta las fauces del lobo. El niño necesariamente en su movimiento constitucional, debe arrojarse a la demanda del Otro, pero a veces como una caperucita se encuentra con “una abuelita ferocizada”… El nudo en la clínica psicoanalítica nos permite pensar estrategias de operatoria, aún ahí donde no hay cazador, pero puede haber un analista advertido para producir ese efecto de corte subjetivante, de rescate de caperucita del lado del analista…

 

 

 

                               

                               “Caperucita y el lobo”, obra de Juan Pablo Ropa, (2011)

 

 

 

Apuntes sobre las intervenciones del analista

 

  Todos llevamos adentro una Caperucita Roja. Todos los seres hablantes en algún punto tenemos un resto de esa obediencia al Otro, que llevó a caperucita hasta las fauces del lobo.

 

  Caperucita Roja es el cuento de esa niña que, tal como su mamá le indica, se dirige a la casa de su abuelita y nos advierte que a veces ese Otro primordial se puede desdoblar en un Otro feroz y que la ferocidad está en la demanda que le dirige al niño.

 

  El niño necesariamente en su movimiento constitucional, debe arrojarse a la demanda del Otro, pero a veces como una caperucita se encuentra con una abuelita ferocizada:

 

-          abuelita qué orejas tan grandes tienes.

-          para escucharte mejor.

-          Abuelita que ojos tan grandes que tienes,

-          para mirarte mejor.

-          Abuelita, que boca tan grandes que tienes,

-          para comerte mejor.

 

  El “mejor” es la marca del goce del Otro, en la demanda del Otro. Lacan escribe con el apilamiento de los 2 círculos, de lo simbólico y lo imaginario, el punto de encuentro entre el sujeto y el Otro, poniendo en la lúnula de intersección, el goce sentido.

 

  Una madre tiene que creer que es la que mejor escucha, mira, atiende y descifra la demanda de su hijo. Puede haber un exceso ahí, Caperucita produce su grito como demanda en el límite del engullimiento. “Para comerte mejor”.

 

  En las cercanías, el cazador escucha y viene auxilio de la niña. Allí donde la niña chilla el cazador queda convocado a rescatarla de ese exceso, es el falo simbólico que como letra de lo real agujerea tejiendo por arriba del de arriba, por abajo del de abajo, anudando borromeicamente, operatoria que implica también un agujereamiento del sentido.

 

  Este primer sentido del Otro sobre el cachorro humano marca como perdido al soma, operando un vaciamiento de lo que a partir de allí será cuerpo para el sujeto que, al estar atravesado por el falo simbólico, ya nada de lo que porte en su código genético le servirá para su sostenimiento. Ese sostenimiento sólo será posible por lo que vale el niño en la significación que le da el Otro. Primera alienación al lenguaje, al puro símbolo.

 

  El falo simbólico implica que allí donde se desea un hijo hay un hueco para alojarlo, pero también que hay algo que cae y no se llega a significar con el lenguaje, eso que resta es el a, que hace descompleto al Otro. El Otro, es una matriz de doble entrada dice Lacan en RSI, por un lado está lo que es del orden del 1, de los ideales, pero también, comporta el objeto que lo raya, el objeto que lo hace enigmatizable, “¡Abuelita! ¡Qué orejas tan grandes!”.

 

  El cuento de Caperucita Roja relata también que lo que es del orden del Otro primordial puede descubrirse como lobo feroz. El lobo feroz disfrazado de abuelita es una figura del goce del Otro, quién si está atravesado por el falo simbólico está regulado por la función paterna operando en la madre por el atravesamiento de su propio complejo de Edipo. Pero también comporta un goce que cuenta en el advenimiento de un niño como aquello que no se aviene a ser puesto bajo la égida de la función del padre.

 

  Feroz exigencia de obediencia que objetaliza al niño. Caperucita grita y hay un cazador en los alrededores que escucha y acude al rescate. A veces el grito encuentra un destinatario que lo hace llamado, otras es pedido de socorro y puede hacer falta que un analista escuche y abra la puerta a esa posibilidad.

 

  Estamos en tiempo pre edípico para el niño, de la identificación primaria, pre especular, a una imagen real que alberga un vacío, que destapa los agujeros del cuerpo liberando sus rotantes pulsionales. Es la primera imagen del Estadío del Espejo que desarrolla Lacan en su décimo Seminario, la imagen real que se refracta el espejo cóncavo.

 

  Todavía no es la imagen que se refleja en el espejo plano que representa el Otro, es el tiempo de la primera identificación al padre muerto, al padre puro símbolo que pone al niño a merced de la demanda de la madre que es quién significará lo que acontezca en torno a los agujeros pulsionales. El chico no tiene en ese momento noción de ser el falo de la madre pero la madre si es fálica. Ese momento es de completad, de sutura.

 

  Me traen a consulta a una mujer apenas después de haber parido a su bebé, en una crisis de angustia de la que no entiende razones. Le sobreviene tal ansiedad al momento de amamantar a su hija que no la puede sostener, ni bien podía se la largaba a la madre (me decía con un gesto de arrojar algo con los brazos) para no quedar ella succionada por la beba.

 

  Luego de un tiempo de trabajo en el que se pudieron situar algunas coordenadas de su historia como hija de una pareja de anarquistas militantes que se separan al poco tiempo de su nacimiento, el lesbianismo de la madre a partir de su adolescencia y la dudosa posición fálica de su padre, puede decir “estoy enamorada de mi hija”. Eso es la madre fálica, con su falta suturada por su hija pero que ahora sabe que no toda la colma porque ya no tiene la sensación de que se la va a tragar.

 

  En este tiempo en que la madre fálicamente acude al llamado y empieza a significar las demandas del bebe, éste si puede se identificará a lo que colma a su mamá.

 

  Reconocemos ese efecto en la angustia del octavo mes cuando el bebe sólo sonríe o se calma frente a la presencia de su madre, es porque identificó que esa es su mamá y él se identificó a ser su falo. Jubiloso encuentro con esa imagen de la identificación secundaria, i (a’) la escribe Lacan, imagen virtual de una imagen real. Pero también esa imagen comporta una falta, guarda algo real para el chico mismo, como un juego de muñecas rusas alberga el a.

 

  No todo se completa en el espejo, una parte resta como mancha, como reserva operatoria para el sujeto. Lacan lo anota menos phi, castración en lo imaginario que abre la cuerda de lo imaginario agujereando el goce fálico y que inscribe el borde imaginario con que se ciñe el objeto a. Entonces ese vacío producto de la mortificación del soma para el advenimiento de un cuerpo erógeno debe anotarse como agujero, a través de esas letras que escrituran sus bordes.

 

  De las demandas que le llegan de la madre el niño empieza a identificar un rasgo común que se repite, a través del cuál lee qué es para el Otro, qué falta viene a colmar. Proceso de extracción del S1 del rasgo unario a cuenta del sujeto porque la madre no puede imponer al niño su unario, podríamos decir que lo recorta armado con la traza de su propio padre edípico, cazador en los alrededores, que rescata al niño el campo del Otro.

 

  Nada se puede agujerear, inscribir, hacerse falta, si eso no tiene una superficie de inscripción. Tiene que haber dónde producir la falta.

 

  Para que el padre tenga eficacia, es necesaria metáfora del nombre del padre, que es la que regula el deseo de la madre y habilita a la extracción del S1, pero esa regulación todavía no da cuenta de la diferencia sexual. Lacan introduce en RSI que el padre que cuenta para sacar al chico del espejo materno, de ese goce incestuoso que significa el hijo para la madre, el padre con potencia que cuenta es el padre real.

 

  Es el que hace de su mujer la causa de su deseo, es decir que toma como objeto a de su deseo a su vez para hacerle sus propios a con los que ella se entretiene. Se trata de la eficacia del goce sexual del padre sobre su mujer, es decir que no la tenga toda idealizada como LA mujer, ni como toda LA madre.

 

  El avance que nos propone Lacan en RSI implica una diferencia con respecto al análisis freudiano, Freud descubre el inconsciente, pone sexualidad y muerte en su núcleo pero no deja de hacer consistir al padre como su agente ordenador, padre imaginario, del amor, del que se espera que venga el falo. El fin del análisis con Freud no deja de tener en el horizonte al falo. Lacan formaliza como necesaria la función del padre de la excepción.

 

  El padre real, que dice que NO y que hace su mujer la causa de su deseo y que se dirige al lado femenino de su mujer, al lado objeto. Contar con el padre real libera el sentido para que cada uno, sea varón o mujer, pueda producir su propio significante de la falta, pueda producir sublimatoriamente un objeto inventando una letra allí donde el lenguaje falla.

 

  El nudo en la clínica psicoanalítica nos permite pensar estrategias de operatoria, aún ahí donde no hay cazador, pero puede haber un analista advertido para producir ese efecto de corte subjetivante, de rescate de caperucita del lado del analista.

 

  El analista no va a quedar en el lugar del padre real que ejerce un goce sexual, porque no se espera que el analista goce, sino que pueda operar liberando las cuerdas para inscribir los bordes que permiten hacer del vacío un agujero, produciendo efecto liberador para el sujeto.

 

  La interpretación dice Lacan en la clase 5 del Seminario RSI, produce, porte en francés, y puerta también se dice así. O sea que, volvemos a la metáfora del cazador, sólo la interpretación vía transferencia abre esa puerta que tiene encerrado al sujeto con el Otro.

 

  Por eso Lacan dice que el analista no tiene que cerrar tanto la boca: “como se dice abro la boca pero me atrevo a creer que su silencio, el del analista, no está hecho solamente de mala costumbre”.

 

  No es que el analista no tiene que hablar porque hay que callar, no tiene que hablar para salvaguardar el momento de producir, de abrir puertas, cuando Caperucita esté encerrada con el lobo.

 

 

Bibliografía:

 

Jacques Lacan: Seminario 4. “La Relación de Objeto”.

                     Seminario 10. “La Angustia”

                     Seminario 22. “R.S.I.”

 

  

Nota: el material desarrollado, respeta la lógica del caso, pero porta las transformaciones necesarias para sostener la discrecionalidad y reserva correspondientes a cada abordaje clínico.

 

 

 


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