» Introducción al Psicoanálisis

El amor en los tiempos del cólera: una lectura a tres tiempos del amor

03/07/2021- Por José Luis Cáceres Alvarado - Realizar Consulta

Imprimir Imprimir    Tamaño texto:

En 1986, el escritor colombiano Gabriel García Márquez publica su novela El amor en los tiempos del cólera. Ambientada en el caribe colombiano, durante el periodo de las guerras civiles que culminan con la Guerra de los mil días, en ella García Márquez habla de amores y cuenta historias de amor. La principal, por supuesto, es la del protagonista del libro: Florentino Ariza, con su eterna amada Fermina Daza. Podemos leer la historia de amor de Florentino y Fermina en tres tiempos: el de la adolescencia, el de la adultez y el de la vejez… pareciera que los tres tiempos del amor fueran la respuesta del realismo mágico de García Márquez al enigma de la muerte. El presente escrito los analiza.

 

               

 

                   Escena de El amor en los tiempos de cólera*

 

 

  En 1986, el escritor colombiano Gabriel García Márquez publica su novela El amor en los tiempos del cólera[1]. Ambientada en el caribe colombiano, durante el periodo de las guerras civiles que culminan con la Guerra de los mil días, en ella García Márquez habla de amores y cuenta historias de amor. La principal, por supuesto, es la del protagonista del libro: Florentino Ariza, con su eterna amada Fermina Daza.

 

  Podemos leer la historia de amor de Florentino y Fermina en tres tiempos: el de la adolescencia, el de la adultez y el de la vejez. Tres tiempos del amor que recuerdan al enigma de la esfinge de Tebas, aquella cuyo acertijo resolvió Edipo con las tres edades del hombre: infancia, adultez y vejez.

 

  ¿Estará acaso García Márquez jugando una metáfora al lector? Es que la esfinge de Tebas representaba la muerte para las gentes que se encontraban con ella y que no podían responder a su acertijo. Mataba estrangulando, cerrando el paso del aire a quienes erraban. La esfinge representaba la presencia constante de la muerte.

 

  Y la muerte es también una presencia constante en la novela de García Márquez. Inicia con el suicidio de Jeremiah de Saint-Amour y a lo largo del libro ocurren feminicidios, suicidios, muertes por la guerra que se confunden con las muertes por la enfermedad del cólera y accidentes mortales. Incluso la muerte por amor es una referencia frecuente. También la peste del cólera amenaza desde el comienzo hasta el final de la novela.

 

  Así, pareciera que los tres tiempos del amor fueran la respuesta del realismo mágico de García Márquez al enigma de la muerte. Revisemos entonces cada uno de ellos:

 

 

Primer tiempo: el amor de la adolescencia

 

«Al pasar frente al cuarto de coser vio por la ventana a una mujer mayor y a una niña, sentadas en dos sillas muy juntas, y ambas siguiendo la lectura en el mismo libro que la mujer mantenía abierto en el regazo. Le pareció una visión rara: la hija enseñando a leer a la madre. (…) La lección no se interrumpió, pero la niña levantó la vista para ver quién pasaba por la ventana, y esa mirada casual fue el origen de un cataclismo de amor que medio siglo después aún no había terminado»[2].

 

  El amor adolescente de Florentino hacia Fermina empieza con la visión rara de una hija enseñando a leer a su madre. Periodo de amor que durará aproximadamente 4 años y que terminará con el rechazo de Fermina, sin apelaciones. Amor largo y contrariado que inicia con este instante que Sonia Jones identifica con un rapto:

 

«Episodio considerado inicial (pero que puede ser construido después) en el curso del cual es el sujeto amoroso quien se encuentra “raptado” (capturado y encontrado) por la imagen del objeto amado»[3].

 

  De este modo, sorprendemos a Florentino Ariza en el instante en el que encuentra su Ágalma. Aquel objeto precioso que no sería tanto la propia Fermina Daza, sino más bien algo que estaría en su interior, como bien lo explica Lacan en el Seminario 8:

 

«Ágalma puede perfectamente significar ornamento o adorno, pero aquí es, ante todo, joya, objeto precioso –algo que está en el interior»[4].

 

  Objeto divino que –dice Lacan–, provoca una subversión y te hace caer bajo las órdenes de quien lo posee. El Ágalma hechiza, fascina por su brillo en cuanto objeto parcial.

 

  ¿Cuál será ese brillo, ese objeto parcial, del cual Florentino Ariza queda raptado al ver a la niña y a la tía siguiendo la lectura de un libro?

 

  Al respecto García Márquez insiste en la visión de la niña tomándole la lección a la tía (madre).

 

«El delirio aumentó la semana siguiente, a la hora de la siesta, cuando pasó sin esperanzas por la casa de Fermina Daza, y vio que ella y la tía estaban sentadas bajo los almendros del portal. Era una repetición a la intemperie del cuadro que había visto la primera tarde en la alcoba del costurero: la niña tomándole la lección de lectura a la tía. (…) No tuvo la impresión de ser visto, no advirtió ningún signo de interés o de repudio, pero en la indiferencia de ella había un resplandor distinto que lo animaba a persistir»[5].

 

  Ese mismo día Florentino se acerca y por vez primera le habla a su amada para pedirle que le reciba una carta, una letra de amor, un escrito, como un asunto «de vida o muerte»[6]. Le escribe una carta de setenta folios que podía recitar de memoria, como los libros de poesía en los que se había inspirado. Ella no le corresponde, no le escribe de vuelta. Pero ante el reproche de Florentino, ella finalmente le envía con su tía una carta como respuesta.

 

  Así empezó un «enamoramiento encarnizado»[7] y por correspondencia. Se escribían a diario, en ocasiones, hasta dos veces en el mismo día.

 

«Florentino Ariza escribía todas las noches sin piedad para consigo mismo, envenenándose letra por letra con el humo de las lámparas de aceite de corozo en la trastienda de la mercería, y sus cartas iban haciéndose más extensas y lunáticas cuanto más se esforzaba por imitar a sus poetas preferidos de la Biblioteca Popular (…) Ella, en cambio, sometida a la vigilancia del padre y a la acechanza viciosa de las monjas, apenas si lograba completar medio folio del cuaderno escolar encerrada en los baños o fingiendo tomar notas durante la clase. Pero no sólo por las prisas y sobresaltos, sino también por su carácter, las cartas de ella eludían cualquier escollo sentimental y se reducían a contar incidentes de su vida cotidiana con el estilo servicial de un diario de navegación»[8].

 

  Era un amor secreto, escondido, con la complicidad de la tía de Fermina y de la madre de Florentino. Las únicas que sabían. A los dos años de secreto noviazgo por correspondencia, se prometen en matrimonio, en un plazo de dos años más, cuando Fermina termine la escuela secundaria, acordando continuar el romance por cartas y con reserva absoluta. Ella aceptó, escribiendo su respuesta a lápiz en una hoja de su cuaderno de escuela:

 

  «Está bien, me caso con usted si me promete que no me hará comer berenjenas»[9]. Sin embargo, Lorenzo Daza, el padre de Fermina, se entera del noviazgo luego de que su hija fuera descubierta escribiendo una carta en el colegio. Inmediatamente interviene prohibiendo su amor y llevándose a la hija «al viaje del olvido»[10].

 

  Aun así, logran seguir escribiéndose. Manteniendo su amor en escondido y por carta por dos años más. Hasta que ella regresa de su viaje y al verlo lo rechaza, borrándolo con un gesto de la mano y una solicitud de olvido. Le envía una última carta con dos líneas que decían: «Hoy, al verlo, me di cuenta que lo nuestro no es más que una ilusión»[11].

 

  Este amor adolescente se sostiene durante cuatro años por cartas. La escritura viene a ser el soporte de la ilusión del amor, que nace de la mirada de Florentino a la lección de lectura entre la niña y su tía, y muere tras otra mirada que le revela a Fermina el espejismo de su amor.

 

  Lacan en el Seminario 8 explica la metáfora del amor a partir de la sustitución entre el erasts, el amante, y el ermenos, el que es amado. Lo que caracteriza al erasts es que algo le falta, pero aún más, que no sabe lo que le falta. Y por su parte el ermenos, el amado, no sabe tampoco lo que tiene.

 

«Lo que le falta a uno no es lo que está, escondido, en el otro. Ahí está todo el problema del amor»[12]. La metáfora del amor «se produce en la medida en que la función del erasts, del amante, como sujeto de la falta, se sustituye a la función del ermenos, el objeto amado –ocupa su lugar»[13].

 

  En este amor adolescente entre Florentino y Fermina no hay metáfora del amor, por cuanto no hay sustitución entre las funciones del erasts y del ermenos. Florentino claramente es el amante, ama a Fermina:

 

«Poco a poco fue idealizándola, atribuyéndole virtudes improbables, sentimientos imaginarios, y al cabo de dos semanas ya no pensaba más que en ella»[14]. Pero ella no abandona su posición de objeto amado, no le corresponde en el amor: «estaba todavía a salvo hasta de la simple curiosidad del amor, y lo único que le inspiraba Florentino Ariza era un poco de lástima, porque le pareció que estaba enfermo»[15].

 

  Para Sonia Jones, se trata de un amor imposible, a menos que sea escrito y no vivido[16]. Imposible, por una parte, porque ella en realidad no lo ama y se da cuenta de esto cuando del registro de la escritura pasa al encuentro real. Imposible, por otra parte, por la prohibición del padre de Fermina, quien pretende instalar no la ley simbólica de la interdicción del goce sino su propio imperativo de goce.

 

  Lorenzo Daza le impone a su hija la satisfacción de su deseo, que no es otro más que ascender de clase social. Ubicado en el lugar de padre imaginario, prohíbe el amor entre Fermina y Florentino por su diferencia de clase. Para Lorenzo Daza, su hija no es más que la moneda de oro que le permitirá comprar su acceso a la clase alta.

 

  De este modo, Lorenzo Daza se empeña en buscarle a su hija un marido que esté a la altura de su ambición. Cuando conoce al renombrado y joven médico Juvenal Urbino de la Calle, de familia prestante y educado en París, no duda en ofrecerle el permiso de visitar a su hija.

 

 

Segundo tiempo: el amor de la adultez

 

  Después de la ruptura, los caminos de Florentino y de Fermina se bifurcan. Ella se casa con el doctor Juvenal Urbino de la Calle. Un matrimonio sin amor que ella acepta para cumplir los deseos de su padre y al que Juvenal Urbino accede «porque le gustaba su altivez, su seriedad, su fuerza»[17].

 

  El amor de la adultez entre Fermina y Juvenal es un amor convencional, un acuerdo social, en el que Juvenal Urbino no es para Fermina más que el ideal que su padre desea:

 

«En todo caso, el factor principal contra el doctor Juvenal Urbino era su parecido más que sospechoso con el hombre ideal que Lorenzo Daza había deseado con tanta ansiedad para su hija»[18].

 

  Por su parte, ella es sólo un objeto de lujo, el más bello de todas las posesiones de su marido:

 

«Apenas doblado el cabo de la madurez, desprovista por fin de cualquier espejismo, empezó a vislumbrar el desencanto de no haber sido nunca lo que soñaba ser cuando era joven, en el parque de Los Evangelios, sino algo que nunca se atrevió a decirse ni siquiera a sí misma: una sirvienta de lujo. (…) Sabía que él la amaba más allá de todo, más que a nadie en el mundo, pero sólo para él: a su santo servicio»[19].

 

  Fermina se mantiene así fijada al lugar del ermenos y, como una metonimia de su posición subjetiva, llena la casa matrimonial de objetos lujosos y bellos:

 

«En los tantos viajes por el mundo, Fermina Daza compraba todo lo que le llamaba la atención por su novedad. Las deseaba por un impulso primario que su esposo se complacía en racionalizar, y eran cosas bellas y útiles mientras estaban en su medio de origen, en las vitrinas de Roma, de París, de Londres (…) dueña y señora de las últimas maravillas del mundo, que sin embargo no valían su precio en oro sino en el instante fugaz en que alguien de su mundo local las veía por una vez. Pues para eso habían sido compradas: para que los otros las vieran una vez»[20].

 

  Símbolos de una vida sin deseo y cuya pérdida intuye Fermina como salida necesaria de su propia posición de objeto: «Hay que salir de tantos chécheres que ya no dejan dónde vivir»[21].

 

  Por su parte, Florentino Ariza, como un reflejo en paralelo de su amada, se mantiene fijado al lugar del erasts y se dedica también a coleccionar no tanto objetos lujosos del extranjero como sí amores furtivos:

 

«Libró batallas históricas pero de un secreto absoluto, que fue registrando con un rigor de notario en un cuaderno cifrado, reconocible entre muchos con un título que lo decía todo: Ellas. (…) tenía unos veinticinco cuadernos con seiscientos veintidós registros de amores continuados, aparte de las incontables aventuras fugaces que no merecieron ni una nota de caridad»[22].

 

  Florentino sigue escribiendo de amores y del amor y no sólo de aquellos cuyos nombres colecciona en sus cuadernos: «Florentino Ariza escribía cualquier cosa con tanta pasión, que hasta los documentos oficiales parecían de amor»[23].

 

  Pero mientras el amor de la adultez de Fermina es una convención social, sin estar verdaderamente enamorada de su marido, por su parte, el amor de la adultez de Florentino es un amor desaforado y loco, un amor delirante:

 

«Permanecía en vela la mayor parte de la noche, creyendo oír la voz de Fermina Daza en la brisa fresca del río, pastoreando la soledad con su recuerdo, oyéndola cantar en la respiración del buque que avanzaba con pasos de animal grande en las tinieblas»[24].

 

  Su delirio de amor se construye sobre la certeza de la inminente muerte de Juvenal Urbino y la consecuente recuperación de su amada:

 

«El día que Florentino Ariza vio a Fermina Daza en el atrio de la catedral encinta de seis meses y con pleno dominio de su nueva condición de mujer de mundo, tomó la determinación feroz de ganar nombre y fortuna para merecerla. Ni siquiera se puso a pensar en el inconveniente de que fuera casada, porque al mismo tiempo decidió, como si dependiera de él, que el doctor Juvenal Urbino tenía que morir. No sabía ni cuándo ni cómo, pero se lo planteó como un acontecimiento ineluctable, que estaba resuelto a esperar sin prisas ni arrebatos, así fuera hasta el fin de los siglos»[25].

 

  ¿Por qué Florentino se mantiene fijado en la posición del erasts? Y más aún, ¿qué sostiene este delirio de eterno enamorado?

 

  Tránsito Ariza, la madre de Florentino, comparte el delirio de su hijo al punto de consentir en restaurar su casa para recibir a Fermina «en cualquier momento en que ocurriera el milagro»[26]. Y es que desde la época del amor de la adolescencia, ella «se complacía en los sufrimientos del hijo como si fueran suyos (…). Le hacía beber las infusiones cuando lo sentía delirar y lo arropaba con mantas de lana para engañar a los escalofríos, pero al mismo tiempo le daba ánimos para que se solazara en su postración»[27].

 

  De este modo, así como en la adultez Fermina Daza cumple los deseos de ascenso social de su padre, de forma similar Florentino Ariza satisface el goce materno de sufrir de amor. En cuanto erasts, Florentino se mantiene situado en el lugar de falo imaginario para su madre, camelándola. Como lo explica Lacan en el Seminario 4: «se presenta a la madre como si él mismo le ofreciera el falo, en posiciones y grados diversos»[28].

 

  Florentino no puede tolerar la pérdida. Ésta se le presenta como un enigma solamente representable por el amor: «No hay mayor gloria que morir por amor»[29]. De ahí que la muerte, en cuanto real de la falta, sea una presencia constante de la que nunca llega a temer. Lo que verdaderamente le angustia, al punto de hacerlo padecer de los mismos síntomas de la enfermedad del cólera, es la posibilidad de no ser para el gran Otro aquel objeto que lo colma, en su caso, identificado con el erasts, el amante, o más precisamente: el amante poeta escriba de su amor.

 

 

Tercer tiempo: el amor de la vejez

 

  El día que murió Juvenal Urbino de la Calle, esa misma noche, mientras Fermina velaba el cuerpo del marido en la casa matrimonial, Florentino se presenta ante ella «para repetirle una vez más el juramento de mi fidelidad eterna y mi amor para siempre»[30].

 

  No lo angustia la muerte de Juvenal Urbino, ni la cercanía de su propia muerte por efecto de la vejez. Tampoco le acongoja la pena de Fermina por su reciente luto. Lo que angustia a Florentino es la incertidumbre de que ella esté sin él:

 

«No volvió a dormir una noche completa en las dos semanas siguientes. Se preguntaba desesperado dónde estaría Fermina Daza sin él, qué estaría pensando, qué iba a hacer en los años que le quedaban por vivir con la carga de espanto que le había dejado en las manos»[31].

 

  Para ambos, fueron tres semanas de agonía desde que Florentino le reiterara a ella su juramento de amor. A Fermina, la rabia mortal de la profanación de su duelo la lleva a escribirle nuevamente, después de más de cincuenta años:

 

«Entonces se sentó en el escritorio del marido muerto, y le escribió a Florentino Ariza una carta de tres pliegos irracionales, tan cargados de injurias y de provocaciones infames, que le dejaron el alivio de haber cometido a conciencia el acto más indigno de su larga vida»[32].

 

  Florentino en su delirio la interpreta como una carta de amor y después de dos semanas le corresponde con otra carta de amor, esta vez escrita a máquina:

 

«Era una carta de seis pliegos que no tenía nada que ver con ninguna otra que hubiera escrito alguna vez. No tenía ni el tono, ni el estilo, ni el soplo retórico de los primeros años del amor, y su argumento era tan racional y bien medido, que el perfume de una gardenia hubiera sido un exabrupto»[33].

 

  De este modo Florentino reanuda la correspondencia dirigida a Fermina. Aunque ella, una vez más como en la adolescencia, no le responde. Pero esta vez la espera dura un año: «Para entonces, Florentino Ariza había mandado la carta número ciento treinta y dos sin haber recibido de vuelta ninguna señal»[34].

 

  Durante ese año Fermina lee las cartas que recibe cada tres o cuatro días «encontrando en ellas serios motivos de reflexión para seguir viviendo»[35]. Y mientras las cartas que recibe de Florentino apaciguan su rabia y la ayudan a recobrar la paz del espíritu, ella «quería ser otra vez ella misma, recuperar todo cuanto había tenido que ceder en medio siglo de una servidumbre que la había hecho feliz, sin duda pero que una vez muerto el esposo no le dejaba a ella ni los vestigios de su identidad»[36].

 

  Empieza entonces a deshacerse de los objetos acumulados:

 

«Una vez que quemó la ropa del marido, Fermina Daza se dio cuenta de que el pulso no le había temblado, y con el mismo impulso siguió prendiendo la hoguera cada cierto tiempo, echándolo todo, lo viejo y lo nuevo, sin pensar en la envidia de los ricos ni en la retaliación de los pobres que se morían de hambre»[37].

 

  Ante la falta de una respuesta escrita, nuevamente como en la adolescencia, él va a verla, pero esta vez en lugar de reprocharle pasa del discurso escrito a la palabra hablada. Así, Florentino inicia una serie de visitas a la casa de su viuda amada, en las cuales hablan de amor sin mencionarlo y evocan su amor adolescente sin decírselo, hablan de buques fluviales, de viajes, de aviones y de las cartas que él le había enviado.

Eran cartas de amor que no hablaban de amor:

 

«Era más bien una extensa meditación sobre la vida, con base en sus ideas y experiencias de las relaciones entre hombre y mujer (…). Sólo que entonces la envolvió en un estilo patriarcal, de memorias de viejo, para que no se le notara demasiado que en realidad era un documento de amor»[38].

 

  Las visitas se interrumpen por una caída de Florentino en las escaleras de sus oficinas y «en el momento en que caía tuvo bastante lucidez para pensar que no iba a morir de aquel tropiezo, porque no era posible en la lógica de la vida que dos hombres que habían amado tanto durante tantos años a la misma mujer, pudieran morir del mismo modo con sólo un año de diferencia»[39]. La muerte sigue acechando, pero ésta no parece representar ninguna amenaza subjetiva para él.

 

  Debe permanecer dos meses en cama, pero el intercambio con Fermina se sostiene, una vez más, por medio de cartas. Sólo entonces “empezó a pensar de un modo racional en la realidad de la muerte”[40]. En la vejez, así como se calma la furia del carácter de Fermina, igualmente se apacigua el amor delirante de Florentino.

En este punto ocurre el milagro:

 

«Sólo tres martes le bastaron a Fermina Daza para darse cuenta de la falta que le hacían las visitas de Florentino Ariza. (…) ninguna línea de sus cartas de antaño ni ningún momento de su propia juventud aborrecida le habían hecho sentir que las tardes de un martes pudieran ser tan dilatadas como en realidad lo eran sin él, tan solitarias e irrepetibles sin él»[41].

 

  La metáfora del amor finalmente se produce. Tras quemar aquellos objetos que reproducían su posición subjetiva y luego de dar lugar a su palabra, tanto en las nuevas cartas como en las conversaciones de los martes, Fermina sustituye el lugar del ermenos, el amado, por el del erasts, el amante. Sólo entonces, y por vez primera, ella ama. «Entonces él extendió los dedos helados en la oscuridad, buscó a tientas la otra mano en la oscuridad, y la encontró esperándolo»[42].

 

  Y como efecto de la metáfora del amor, también cambia la posición subjetiva de Florentino. Ella lo nota: «Le pareció distinto, no sólo porque ella lo veía entonces con otros ojos, sino porque en realidad había cambiado»[43].

 

  La última carta la escribe Florentino en el viaje que hacen juntos a bordo del buque Nueva Fidelidad. «Era una carta tranquila, que no trataba más que expresar el estado de ánimo que lo embargaba desde la noche anterior: tan lírica como las otras, tan retórica como todas, pero estaba sustentada por la realidad»[44].

 

  Recién entonces, algo de la falta parece registrarse en él. La primera noche que intentan hacer el amor Florentino está impotente: «Está muerto»[45] dice él. Queda en falta sin poder satisfacer el deseo del Otro y, por tanto, ya no puede hacer de Fermina un gran Otro sin tacha: una diosa coronada.

 

  No obstante, es durante ese viaje a bordo del Nueva Fidelidad que Florentino también logra hacer metáfora de la muerte, al costo de perder la vida real, haciendo de la muerte un viaje para toda la vida «con la bandera amarilla del cólera flotando de júbilo en el asta mayor»[46].

 

 

Nota: escrito presentado en el Congreso de la Asociación Análisis Freudiano

 

 

Arte*: (2007) película dirigida por Mike Newell y protagonizada por Giovanna MezzogiornoJavier Bardem y Benjamin Bratt. La película fue rodada principalmente en la ciudad de Cartagena de Indias en el año 2006 y está basada en la novela homónima del escritor colombiano Gabriel García Márquez (1927 – 2014), premio Novel de literatura en 1982.

 

 

 



[1] G. García: El amor en los tiempos del cólera. Norma, Bogotá D.C., 2014.

[2] Ibídem, p. 39.

[3] S. Jones: Reescritura del discurso amoroso occidental en El amor en los tiempos del cólera. En: Káñina, Rev. Artes y Letras, Univ. Costa Rica, Vol. XXX, N° 2, pp. 43-55, 2006, p. 47.

[4] J. Lacan: Seminario 8: La transferencia, 1960-1961, Paidós, Buenos Aires, 2019, p. 164.

[5] G. García: El amor en los tiempos del cólera, op. cit., p. 42.

[6] Ibídem.

[7] Ibídem, p. 47.

[8] Ibídem, p. 48.

[9] Ibídem.

[10] Ibídem, p. 56.

[11] Ibídem, p. 70.

[12] J. Lacan: Seminario 8: La transferencia, op. cit., p. 51.

[13] Ibídem.

[14] G. García: El amor en los tiempos del cólera, op. cit., p. 40.

[15] Ibídem, pp. 40-41.

[16] S. Jones: Reescritura del discurso amoroso occidental en El amor en los tiempos del cólera, op. cit.

[17] G. García: El amor en los tiempos del cólera, op. cit., p. 106.

[18] Ibídem, p. 135.

[19] Ibídem, p. 146.

[20] Ibídem, p. 197.

[21] Ibídem.

[22] Ibídem, pp. 101-102.

[23] Ibídem, p. 110.

[24] Ibídem, p. 93.

[25] Ibídem, p. 109.

[26] Ibídem, p. 114.

[27] Ibídem, p. 43.

[28] J. Lacan: Seminario 4: La relación de objeto, 1956-1957, Paidós, Buenos Aires, 2013, p. 226.

[29] G. García: El amor en los tiempos del cólera, op. cit., p. 56.

[30] Ibídem, p. 37.

[31] Ibídem, p. 183.

[32] Ibídem, p. 186.

[33] Ibídem, p. 192.

[34] Ibídem, p. 195.

[35] Ibídem, p. 196.

[36] Ibídem, p. 183.

[37] Ibídem, p. 198.

[38] Ibídem, p. 192.

[39] Ibídem, p. 206.

[40] Ibídem.

[41] Ibídem.

[42] Ibídem, p. 216.

[43] Ibídem, p. 217.

[44] Ibídem.

[45] Ibídem, p. 223.

[46] Ibídem, p. 225.

 


© elSigma.com - Todos los derechos reservados


Recibí los newsletters de elSigma

Completá este formulario

Actividades Destacadas

La Tercera: Asistencia y Docencia en Psicoanálisis

Programa de Formación Integral en Psicoanálisis
Leer más
Realizar consulta

Del mismo autor

» La dirección de la cura en sujetos con drogadicción
» Más allá del odio… ¿Violencias re-editadas?

Búsquedas relacionadas

» amor
» tiempos del amor
» Gabriel García Márquez
» adolescencia
» adultez
» vejez