» Introducción al Psicoanálisis

“Fobia, tormenta de afecto”

30/11/2017- Por Graciela Ana Pérez - Realizar Consulta

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El presente escrito hace referencia a la articulación entre fobia y duelo. La fobia es la pantalla que ampara ante la abrumadora angustia por la pérdida traumática del objeto amado El miedo en su anclaje con la angustia abre al síntoma fóbico, preferencia por un objeto extraño a la confrontación con la angustia indeterminada.

 

 

 

                

 

 

“El miedo, que hasta el hombre más valiente puede sentirlo, es una sensación espantosa, como una descomposición del alma, una contracción del corazón, cuyo solo recuerdo provoca estremecimientos de angustia”[1]

                                                   Guy de Maupassant

 

  “Tengo miedo a las tormentas. Cuando hay tormenta, no puedo salir. Tengo temor que pase algo catastrófico y se lleve todo… Necesito que alguien esté al lado mío. Es un temor inocente, de nene, de un chiquito… que me avergüenza”.

  Es el modo en que Camila, de 29 años, confiesa su padecimiento con el trasfondo de un estado afectivo angustioso y de sus subrogados: taquicardia, falta de aire, ataques de ansiedad, como afección de angustia en su propio cuerpo. Ubica como desencadenante la caída de un rayo en las sierras ocurrido pocos años atrás, lo cual ocasionó la muerte de una mujer. Desde entonces padece este “miedo a las tormentas”, temor que le dificulta planificar a futuro una familia; como también expresa desorientación respecto a sus proyectos laborales, profesionales.

  La angustia no engaña, es señal de alerta; es la reacción del yo frente a un peligro que la conmueve. La tormenta, cual situación de peligro externo, subroga un peligro interno: el aumento de tensión, de energía no ligada. Lo realmente angustioso es la fuerza pulsional que deviene “tormenta de afecto”; la pulsión, drang, cual tormenta, de la que no es fácil sustraerse.

  El miedo se articula con la angustia y abre al síntoma fóbico, la angustia se acota con el miedo. El sujeto prefiere forjarse un objeto extraño a confrontarse con la angustia indeterminada. La transferencia de angustia en miedo tranquiliza, guarda el umbral de tolerancia subjetiva.

  El miedo especializa la referencia hacia un objeto y espacializa el territorio. La señalización de alarma baliza el mundo del sujeto. Dicha demarcación del espacio es limitante para la paciente, reteniéndola y deteniéndola en su imposibilidad, pero a la vez le propone la posibilidad de un franqueamiento; ambigua articulación entre lo temido y deseado, deseo en tanto prevenido.

  El sujeto puede ahorrarse alguna emergencia de angustia, a costa de protecciones. Las medidas preventivas parecieran exageradas, las evitaciones cada vez más acentuadas. La lucha defensiva contra la moción pulsional se continúa en la lucha contra el síntoma; la lucha contra la angustia es el epílogo de la lucha contra la formación fóbica.

  Extrañada, la paciente se pregunta: “No sé por qué mi miedo a las tormentas”. La transmudación de libido hacia un objeto, en tanto la angustia no es sin objeto, experimenta un desplazamiento de “caprichosa rareza”, para el caso la tormenta. Introduce la función de la falta; más precisamente, la falta de la falta, señal de la presencia real del objeto a, nombrado por el significante fobígeno. Dicho significante no tiene un sentido único, ni unívoco; en su valor de cifra, se metonimiza en suspenso y se articula metafóricamente, cual blasón fóbico. Es un término nuevo, cuya propiedad consiste en ser un significante oscuro; como detalla Lacan: “juega el papel de una reja de arado, con la función de refundir nuevamente lo Real”.[2]

  Sus asociaciones libres se detienen ante el enigma de estos temores, enigma que la conduce al relato traumático de la muerte de sus padres, resaltando los duelos sucesivos que no pudo terminar de elaborar. Su madre fallece como consecuencia de una complicación post operatoria, cuando la paciente tenía 13 años. Años más tarde fallece su padre quien había atravesado un profundo estado depresivo, por la pérdida de su esposa. Al poco tiempo, fallece su abuela paterna, “de viejita” aclara Camila, “a quien amaba” y con quien convivía luego de la muerte de sus padres, junto a sus hermanos.

  La caída de un rayo precipita el encuentro azaroso con la muerte. La omnipotencia de una fuerza natural reactualiza a cielo abierto duelos no elaborados, reeditando el duelo instituyente. El miedo es la pantalla que ampara ante la abrumadora angustia por la pérdida traumática del objeto amado. Para la paciente este miedo particular es el disfraz de pérdidas, duelos; “miedo a las tormentas” es la realidad ficcional que recubre otra realidad. Le anuncia a la paciente lo indefinidamente diferido, lo aún no duelado.

  Miedo que nomina lo innombrable de un trauma, ligando el afecto traumatizante de la pulsión. El efecto negativo del trauma concluye, en algunos casos, en reacciones defensivas, con parapetos de inhibiciones, fobias, nos dirá Freud.

  El significante fóbico en sus filigranas gramaticales parte de un imposible para arribar a otro imposible. Con esperanzas de solución, el sujeto se confronta ante una encrucijada, un “impasse”. El miedo intenta huir de la angustia, y escapando de un peligro, desemboca en otro peligro atormentador. El deslizamiento huidizo del significante, la remite indefinidamente a opacos significantes; pasaje de una escena a otra que por defecto mismo de su anclaje, obstaculiza dicho franqueamiento.

  El síntoma fóbico deviene figura ilustrada del miedo, cual placa giratoria podría advenir como preámbulo frente a momentos de crisis para un sujeto, propiciando como plataforma una estabilidad relativa, una seguridad desfalleciente.

  Al momento de la consulta Camila vivía con su hermano menor en la casa parental. Después de un tiempo de tratamiento, la paciente concreta la idea de mudarse a la casa de su novio para iniciar la convivencia, luego de dos años de relación.

  En un momento dado del transcurrir de las sesiones, decide aceptar la propuesta de un retiro voluntario con una indemnización tentadora por parte de la empresa gráfica donde trabaja en el sector de Diseño. Era manifiesto su inconformismo por “sus limitadas perspectivas de progreso”. Inició y dejó varias carreras: “Diseño de Indumentaria”, “Ciencias Económicas”. Cursando en la actualidad “Escenografía” y a la vez iniciando un curso de “Maquillaje Social”. Asocia sus dificultades en la orientación profesional con el modo de manejarse su padre con los negocios, con el trabajo, ya que él nunca ha tenido un trabajo estable.

  Por efecto de transformaciones varias, el síntoma fóbico opera como suplencia del Nombre del Padre, por carencia en su intervención de un Padre Real. Un padre que pareciera haber estado desfalleciente en su función, “deprimido” como sostén. Como el padre de Juanito, “no está dispuesto a encarnar al dios del trueno”.[3]

  Con el correr de las sesiones, la angustia va increscendo, con intensidad abrumadora. Dice Camila: “Creo que es angustia y se me convierte en miedo… Deposito todos mis miedos en las tormentas. Mi miedo se vistió de tormenta, y no lo puedo manejar”.

  El miedo se viste de tormenta velando y develando la escena edípica temida: quedar a merced de un goce incestuoso, edípico, goce que “atrapa y atormenta”. La debilidad simbólica de la función paterna, función de la que se espera sostén y corte, la deja ante las inclemencias de lo catastrófico, a la pura deriva pulsional, sujeta a la tormenta de afecto, de angustia, el afecto por excelencia.

  Lo amenazador es la preeminencia de un goce incestuoso, goce materno que devela la condición de objeto del sujeto en la estructura. Lo tormentoso es la inminencia de un goce Otro, “un goce que le es ajeno”[4], extrañamente familiar, al cual se lo nomina fóbico.

  Lo velado entre temido y deseado, aparece al descubierto en el síntoma fóbico. Dejar de ser el objeto goce del Otro, dejar de “ser el falo” en un pasaje a “tener el falo”, duelo estructural en la constitución subjetiva. Duelos no elaborados reactualizan el duelo instituyente, que el parlêtre tramita por el lugar que se ocupaba para el Otro.

  La percepción del objeto fobígeno aparece en primer plano, siendo paradójicamente tranquilizador; no se puede ver, pero a la vez, no se puede dejar de mirar. Camila está atenta al pronóstico meteorológico, el cual alerta en tanto señal, la emergencia de angustia. En varias oportunidades cubría los ventanales de su nuevo departamento, con grandes telas, evitando quedar expuesta a las inclemencias climáticas.

  Cito a Lacan: “Para ver lo que no puede ser visto, es preciso verlo detrás de un velo, es decir, que se ha de poner un velo delante de la inexistencia de lo que se trata de ver. Detrás del tema del velo, de las bragas del vestido, se disimula el fantasma esencial de las relaciones entre la madre y el niño – el fantasma de la madre fálica”.[5] 

  La función del velo pone en juego la dialéctica del mostrar y no ver, de suscitar la mirada. Juego de ver y no ver, para ver lo que no puede ser visto… eso es precisamente verlo detrás de un velo. “Para Juanito, la madre está a la vez desnuda y en camisón”[6]. El velo al igual que el falo en su función, recubre el lugar de la falta. El velo al igual que la función paterna puede caer, poniendo al descubierto la castración en el Otro. El síntoma fóbico es el modo de vestir la castración materna, allí donde la función paterna no fue eficaz.

 

 

Salida de la escena analítica

 

  Transcurrido un año de tratamiento, no tardan en surgir las resistencias al análisis. La paciente aduce con enojoso reproche y tono demandante, no experimentar cambios. Durante la ausencia por vacaciones de la analista, la paciente refiere haber atravesado episodios angustiosos al no poder asistir a eventos sociales por causa de fuertes tormentas. Reconoce como efectos favorables del tratamiento: su renuncia a un trabajo monótono, la mudanza de su casa paterna, la convivencia con su novio, los planes de conformar juntos una familia, la planificación de un embarazo. No obstante, decide la interrupción del mismo, y la salida de la escena analítica.

  La interrupción del análisis por parte de la paciente, confronta a la analista ante la dificultad en la intervención y la dirección de la cura, en lo atinente a dosificar la angustia y a desmontar las armaduras fóbicas de esta figura clínica.

  Algo del goce incestuoso no alcanzó a ser conmovido, lo relativo a quedar amurallada en el goce de la escena parental, en los posibles tormentos de una vivencia infantil no desplegada, apegada a ese “temor inocente, de chiquita”. Un temor actual, que avergüenza, difícil de confesar, linda con lo sexual infantil, reactualizando la neurosis infantil.  

  La paciente vislumbra que es posible salir: salir de un ámbito laboral, salir de la casa paterna, salir de la escena analítica -agregaría-. Algo del miedo cede, debilitando la fortaleza fóbica de la angustia. El miedo a las tormentas funciona como punto de capitón de otros miedos, concentra otros temores. Al desanudarse algunos enlaces, la angustia emerge, y se desmontan los miedos.

  Lo tormentoso se desplaza a otra escena de la cual es preferible evadirse. La paciente se confronta ante momentos de crisis, de franqueamientos, los cuales prefiere evitar: el enigma de la sexualidad, la inminencia de la maternidad, duelos no tramitados. Puntos de tensión de angustia ante la castración, el velo se corre poniendo al descubierto muerte y sexo. La “secreta significatividad femenina -de las fobias- se aproxima al masoquismo”[7], referirá Freud; mientras que Camila aduce seguir padeciendo lo atormentador de sus miedos y angustia.

  Desde su clásico historial de una fobia infantil, Freud nos enseña “que es imposible y aún peligroso procurar la curación de la fobia de manera violenta… en tanto sustraída de su cobertura el sujeto queda expuesto al apronte angustioso”[8]. En “Nuevos caminos de la terapia psicoanalítica”, nos advierte que el paciente “nunca aportará al análisis el material indispensable para la solución convincente de la fobia… Primero hay que mitigar la fobia hasta ese punto (de lucha con la angustia),… y sólo después de conseguido esto a instancias del médico, el enfermo dispondrá de aquellas ocurrencias que posibilitan la solución de la fobia”[9].

  La cobertura fóbica, la dificultad en la asociación libre resisten y a la vez posibilitan el avance de la cura. Lo real sin velamen resultaría imposible de soportar. Los ropajes tormentosos de sus miedos visten la escena analítica.

 

 

Apólogo final

 

  En una competencia por sus obras de arte, Parrhasios vence a Zeuxis por la verosimilitud del velo que pinta. El cuadro es el velo mismo. Velo que cubre y descubre la verdad ficcional. La maestría del artista consiste en velar y develar con sus pinceladas el engaño de una obra de arte.

  El miedo atormentador enmarca la angustia en el cuadro psicoanalítico. Dosificar la angustia, atemperar la tormenta de afecto es función del deseo del analista, convocado a velar con su acto la dirección de una cura.

 

 

Nota: el material desarrollado, respeta la lógica del caso, pero porta las transformaciones necesarias para sostener la discrecionalidad y reserva correspondientes a cada abordaje clínico.

 

 

Citas

 

*Sigmund Freud. “34 Conferencia. Esclarecimientos, aplicaciones, orientaciones” En “Nuevas Conferencias de introducción al Psicoanálisis” (1932-1933). O. C. Vol.XXII. Amorrortu editores. Buenos Aires. 1986. Pág. 136.

 

 

 

Bibliografía consultada

 

Ø  Sigmund Freud. “Análisis de la fobia de un niño de cinco años (el pequeño Hans)” (1909). O. C. Vol. X. Amorrortu editores. Buenos Aires. 1986.

Ø   Sigmund Freud. “25´Conferencia. La Angustia”. (1916-1917). O. C. Vol. XVI. Amorrortu editores. Buenos Aires. 1984. Pág. 357.

Ø  Sigmund Freud. “Nuevos caminos de la terapia psicoanalítica”. (1918-1919). O. C. Vol. XVII. Amorrortu editores. Buenos Aires. 1986. Pág. 151.

Ø  Sigmund Freud. “Inhibición, síntoma y angustia”, (1925-1926). O. C. Vol. XX. Amorrortu editores. Buenos Aires. 1986. Pág. 71.

Ø  Sigmund Freud. “32´Conferencia. Angustia y vida pulsional” en “Nuevas conferencias de introducción al Psicoanálisis” (1932-1936). O. C. Vol.XXII. Amorrortu editores. Buenos Aires. 1986. Pág. 75.

Ø  Jacques Lacan. Seminario 4, “La relación de objeto”. Edit. Paidós. Buenos Aires. 1994.

Ø  Jacques Lacan. Clase 9. 23 de Enero de 1963. Seminario 10, “La Angustia”. Versión crítica, Ricardo Rodríguez Ponte. EFBA.

Ø  Jacques Lacan. Clase 10. 30 de Enero de 1963. Seminario 10, “La Angustia”. Versión crítica, Ricardo Rodríguez Ponte. EFBA.

Ø  Jacques Lacan. Clase VIII: “La línea y la luz”, Punto 3. Clase 4 de Marzo de 1964. Seminario 11, “El Reverso del Psicoanálisis”. Ediciones. Paidós. Buenos Aires. 1990. Pág. 107.

Ø  Jacques Lacan. Clase XIX: “Saber poder”. Clase 7 de Mayo de 1969. Seminario 16, “De un otro al otro”. Edit. Paidós. Buenos Aires. 2006. Pág. 269.

Ø  Jacques Lacan. Intervenciones y Textos 2. “Conferencia en Ginebra sobre el síntoma”. Ediciones Manantial. Buenos Aires. 1988. Pág. 115.

Ø  Liliana Donzis. “Un noble potrillo”, en “Fobias en la niñez”. Revista Imago Agenda. Editorial Letra Viva. Verano 2015

Ø  Liliana Donzis. Seminario EFBA 2013: “Clinica con niños y púberes. Lo traumático y los duelos. Lo Real en la cura”.

Ø  Pura H. Cancina: “Escritura y Femineidad. Ensayo sobre la obra de Marguerite Duras”. Ediciones Nueva Visión. 1990.

Ø  Anne-Marie Ringenbach. “Algunas dificultades de la introducción de lo vivo en la imágen”, en “El niño y el psicoanalista”. Revista Litoral N´13. E.P.E.L. Buenos Aires. 1991. Pág.63.

Ø  AAVV. “Blasones de la fobia”, Revista Litoral. Editorial la torre abolida. Buenos Aires. 1987.

Ø Mario Levin. “El espacio del objeto del Psicoanálisis” em Conjetural N´17. ediciones sitio. Buenos Aires. Noviembre 1988.

Ø  AAVV. “Miedo al miedo” Conjetural N´37. Grupo Editor Nuevo Hacer Buenos Aires. Noviembre 2001.

Ø  Mirtha Benítez Ariel Pernicone. “Fobias en la infancia”. Letra Viva. Buenos Aires. Segunda edición. Marzo 2011.

Ø  Ariel Pernicone: “La tormenta del joven Freud: despertar y escribir”. 1´Coloquio Clínico. Mayo de 2015.

Ø  AAVV. “Las Fobias” en Contexto en Psicoanálisis. Edit. Lazos. Buenos Aires. 2006.

Ø  Material Clínico extraído del caso mencionado.

                     

 

 



[1] Guy de Maupassant. “El Miedo”. Cuentos Fantásticos. Editorial Longseller. Buenos Aires. 2005. Pág. 67.

 

[2] Jacques Lacan. Cap. XVIII: “Circuitos”, punto 1. Clase 8 de Mayo de 1957. Seminario 4, “La relación de objeto”. Edit. Paidós. Buenos Aires. 1994. Pág.307.

 

[3] Jacques Lacan. Cap. XV: “¿Para qué sirve el mito?”, punto 3. Clase 27 de Marzo de 1957. Seminario 4, “La relación de objeto”. Edit. Paidós. Buenos Aires. 1994. Pág.264.

 

[4] Jacques Lacan. Intervenciones y Textos 2. “Conferencia en Ginebra sobre el síntoma”. Ediciones Manantial. Buenos Aires. 1988. Pág. 128.

 

[5] Jacques Lacan. Cap. XXI: “Las bragas de la madre y la carencia del padre”, punto 1. Clase 5 de Junio de 1957. Seminario 4, “La relación de objeto”. Edit. Paidós. Buenos Aires. 1994. Pág.358.

 

[6] Jacques Lacan. Cap. XVI: “Cómo se analiza el mito”, punto 3. Clase 3 de Abril de 1957. Seminario 4, “La relación de objeto”. Edit. Paidós. Buenos Aires. 1994. Pág.280’.

 

[7] Sigmund Freud. “Inhibición, síntoma y angustia”, (1925-1926). O. C. Vol. XX. Amorrortu editores. Buenos Aires. 1986. Pág. 157.

 

[8] Sigmund Freud. “Análisis de la fobia de un niño de cinco años (el pequeño Hans)” (1909). O. C. Vol. X. Amorrortu editores. Buenos Aires. 1986. Pág.96.

 

[9] Sigmund Freud. “Nuevos caminos de la terapia psicoanalítica”. (1918-1919). O. C. Vol. XVII. Amorrortu editores. Buenos Aires. 1986. Pág. 161.

 


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