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La dirección de la cura en sujetos con drogadicción

26/04/2019- Por José Luis Cáceres Alvarado - Realizar Consulta

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La función de la adicción a las drogas no sería la de hacer síntoma del malestar del sujeto, sino, por el contrario, la de silenciar su dolor. Viene a ser una suerte de remedio anestésico del dolor subjetivo. Se trata de sujetos de un goce que se ha desatado del orden fálico, desanudándose de la elaboración propia de lo simbólico. El desafío para el trabajo analítico en cuanto a esta problemática es la orientación de la cura hacia una posible simbolización de este goce desregulado. Un intento por registrar en lo simbólico algo de lo real que retorna en el consumo compulsivo, de poner en palabras aquello que ha pretendido olvidar, borrar o anestesiar.

 

 

     

                    Escena del film “Baldío” de Inés de Oliveira Cézar*

 

 

  La adicción al consumo de drogas y de alcohol parece un problema que cada vez afecta a más personas. Con mayor frecuencia llegan a la consulta particular de psicólogos y psiquiatras, así como a los servicios de salud pública, numerosas personas que consultan por experimentar un consumo desregulado de alguna droga en particular o de varias de ellas.

 

  La queja que se escucha de forma repetitiva se dirige a señalar un acto que parece haber cobrado vida propia, que se ha salido de las manos y el cual ya no puede parar. Todos estos, señalamientos que hacen los sujetos de un goce que se ha desatado del orden fálico, desanudándose de la elaboración propia de lo simbólico. El desafío para el trabajo analítico es entonces la orientación de la cura hacia una posible simbolización de este goce desregulado. Un intento por registrar en lo simbólico algo de lo real que retorna en el consumo compulsivo.

 

 

De la demanda de cura a la emergencia de lo inconsciente

 

  Las personas que acuden a un analista por un consumo problemático de drogas y alcohol, rara vez demandan un análisis como tal. Más bien, esperan encontrar una persona con la experiencia y el conocimiento suficientes para curarlos, de una vez por todas, de su falla, de su angustia o de sus molestias.

 

  Cada sujeto concibe de forma muy particular su propia cura. Para algunos consiste en volver a recuperar el control sobre el consumo de la sustancia sin tener que renunciar a ella. Otros quieren abandonar solamente el consumo de aquella sustancia que les genera problema, sin tener que interrumpir el consumo de otras sustancias.

 

  También hay quienes quieren dejar todo consumo y llevar una vida de abstinencia total. Y, no faltan, quienes en realidad sólo buscan calmar la angustia de su pareja o familia para continuar su consumo sin ninguna perturbación externa.

 

  No obstante, como toda demanda en análisis, estas demandas también hay que cuestionarlas. ¿Se trata sólo de un problema conductual por corregir? ¿Qué papel juega el inconsciente en el acto compulsivo del consumo?

 

  Al indagar en la sustancia y lo que ésta representa para el sujeto, rápidamente solemos encontramos con un vació de significación. Palabras como droga, cocaína, alcohol o pasta base no emergen como significantes que remitan a otros en la cadena simbólica del sujeto. Tampoco emergen otras formas más coloquiales de llamar a la droga como falopa, mono o copete.

 

  La adicción a las drogas no tiene estructura de significante. Su característica aparenta ser justamente una ausencia radical de soporte simbólico en el sujeto. En este sentido, la adicción a las drogas no responde al análisis como cualquier síntoma neurótico o cualquier formación del inconsciente. Ni la adicción, ni el acto del consumo, ni siquiera el síndrome de abstinencia son referidos por los analizantes neuróticos como símbolos susceptibles de ser interpretados.

 

  ¿Cuál es entonces la función psíquica del consumo adictivo de drogas y alcohol? La función de la adicción a las drogas no sería la de hacer síntoma del malestar del sujeto, sino, por el contrario, la de silenciar su dolor. Viene a ser una suerte de remedio anestésico del dolor subjetivo. En este sentido, la apuesta que se juega en el análisis de personas con adicción a las drogas pasa por ofrecerle al sujeto la oportunidad de hablar de su sufrimiento y de poner en palabras aquello que ha pretendido olvidar, borrar o anestesiar.

 

 

La adicción y los dos tiempos del funcionamiento psíquico

 

  En los trabajos sobre metapsicología Freud hace referencia a los dos tiempos del funcionamiento psíquico, que ya anteriormente había utilizado para distinguir dos momentos traumáticos, uno que origina el síntoma y lo reprimido, y otro momento posterior que refuerza al síntoma y engrosa lo reprimido.

 

  Freud también explica que hay dos tiempos en el narcisismo y en la represión. Hay así un narcisismo primario y otro secundario ulterior que se da por un exceso de libido a niveles que generan displacer. También habla de una represión originaria y una secundaria propiamente tal[1].

 

  De manera similar, es posible distinguir dos tiempos en el consumo adictivo de sustancias. Un primer momento en el que el sujeto inicia el consumo de drogas y/o alcohol, lo que en términos freudianos podríamos denominar como el primer consumo o el consumo originario. Y un segundo momento, en el que un particular consumo se hace compulsivo, es decir, en el que el sujeto pierde el control sobre el acto del consumo, no puede dejar de hacerlo y es la sustancia la que toma el dominio sobre su voluntad.

 

  Durante el primer tiempo, el consumo de la sustancia representa algo. Es para pasar tiempo con los amigos, para divertirse, para desinhibirse, en fin, el consumo de sustancias se realiza esencialmente en el lazo social. Allí encontramos el uso típico del alcohol dentro de lo que podría denominarse como facilitador de la socialización y muy especialmente del encuentro con el otro sexo. El alcohol y las drogas cumplen aquí la función de facilitar el lazo con el otro en el ritual de la socialización.

 

  Luego, en un segundo tiempo, el consumo pasa a constituirse como adictivo para el sujeto. Esto ocurre la mayoría de veces debido al advenimiento de una vivencia traumática, tal como la muerte de un ser querido, la separación de la pareja, un aborto, un abuso sexual o un abandono. Algo que es importante destacar es que se trata de un suceso en el cual se rompe el lazo con un otro.

 

  En esta ocasión, el sujeto hace uso de la sustancia para olvidar, para borrar el daño, para no seguir sufriendo. Podríamos incluso decir que usa la sustancia para reprimir su dolor.

 

  En el transcurso de un análisis, el sujeto devela las características de la pérdida traumática, no de cualquier objeto, sino la de un otro fundamental, un otro primordial. Ese otro con quien se experimenta una pérdida cuyo dolor es tan intolerable, no se trata por supuesto de cualquier persona. No es un pariente lejano o un anónimo compañero de trabajo. Para el sujeto neurótico es aquella persona en torno a quien ha organizado su propio lugar en lo social. La esposa que lo hace a él un esposo, el hijo que lo define como padre o madre, la madre que cuidaba de él como hijo.

 

  Parece tratarse de aquella persona que justamente encarnaba la función ordenadora de su subjetividad, la función de soporte simbólico, en otras palabras, aquella quien representaba para el sujeto al gran Otro. Lo traumático se constituye así en la experiencia de ruptura con aquel que encarnaba el significante del gran Otro para el sujeto.

 

  Ahora bien, en la reconstrucción del trauma se trata de aquel padre o madre que muere; o de un padre que abandona a su hijo; o de aquel otro que renuncia a su función y abusa sexualmente de su hija; o del hijo que al morir deja al sujeto como padre de un vacío, como un no padre; o inclusive de la pérdida de aquella esposa-madre que ordenaba y daba sentido a la vida familiar. Siempre aquel cuya función concedía un lugar al sujeto en el lazo social.

 

  Sólo luego de un periodo de tiempo en el que el análisis ha avanzado lo suficiente como para simbolizar la pérdida traumática que se asocia al momento del inicio de la adicción, sólo entonces aparece el tóxico, en algunos sujetos, como significante. Así emergen significantes como trago, tomar, perderse o abandonarse, que dan cuenta de la posición del sujeto en el drama edípico: ser un trago difícil de tragar, un perdido hijo de padres perdidos, un abandonado. En últimas, un sujeto fijado en la constatación de no ser el falo imaginario para el gran Otro.

 

 

Psicosis: ¿el tóxico como sinthome?

 

¿Opera de la misma forma la adicción en la psicosis como en la neurosis? Carolina Zaffore[2] recuerda que la interpretación de un síntoma neurótico supone la estructura edípica, la cual no se verifica en la psicosis. Y en este sentido, en los casos de adicción en sujetos psicóticos tampoco se verifica la ruptura con el gran Otro, sino su contrario.

 

  Al parecer, los psicóticos consumirían drogas como un modo de enlazarse al Otro y evitar romper con él. En este caso sólo operaría el primer tiempo del consumo observado en los neuróticos, es decir, el uso del tóxico como facilitador del lazo con el otro en el orden social; esto dado que en el sujeto psicótico la ruptura está dada de antemano y la droga vendría más bien a intentar restituir la ligazón con lo simbólico.

 

  Freud en su texto sobre la pérdida de la realidad, señala dos momentos en la estructuración de la psicosis. En el primero se da la ruptura entre el sujeto y la realidad, mientras que en el segundo el sujeto intenta restablecer este vínculo a través de la creación de una nueva realidad[3]. ¿Se trata, entonces, en las psicosis de un uso del tóxico a la manera de un delirio que intenta reparar la relación del sujeto con la realidad?

 

  Sylvie Le Poulichet explica que en las psicosis la toxicomanía opera como una suplencia narcisista que da cuenta de la claudicación de la instancia simbólica, de la forclusión del Nombre del Padre. La toxicomanía, como suplencia, vendría a “prestar algo del cuerpo a ciertos sujetos psicóticos”[4], es decir, podría otorgar algo de consistencia al cuerpo fragmentado o producir un cuerpo nuevo allí donde la imagen de un cuerpo unificado no se ha elaborado.

 

  Igualmente, Mario Elkin Ramírez coincide en que “(…) la droga puede convertirse en la psicosis en una forma de suplencia, mediante el recurso a la identidad de un yo: «soy drogadicto»”[5]. No se trataría, como en la neurosis, de un esfuerzo por tapar la estructura y silenciar el síntoma, sino que en la psicosis consistiría en un intento por tapar los agujeros a través de los cuales invade el gran Otro no castrado.

 

  Tanto en la neurosis como en la psicosis, la drogadicción conlleva una operación psíquica en la relación del sujeto con un Otro primordial. Mientras que en la neurosis parece tratarse de la caída de este gran Otro y de la imposibilidad del sujeto para sostenerse como objeto-falo para éste, en la psicosis figura un esfuerzo del sujeto por sustraerse del goce de ese Otro primordial no castrado, para restablecer un posible cuerpo que pueda poner en juego en el intercambio simbólico del lazo social.

 

 

Viñetas clínicas

 

Caso 1:

  “Matías” es un niño de 10 años que hace tres días fue hospitalizado de urgencia por una grave intoxicación por policonsumo de drogas. Los exámenes de sangre revelaron presencia de sustancias como cocaína, marihuana, alcohol y benzodiacepinas, sin embargo, se sospecha que también pudo haber consumido pasta base de coca e inhalantes.

 

  Permaneció dormido por 2 días seguidos, despertando recién al tercer día de hospitalización. Ya despierto se solicita evaluación por una posible adicción a drogas y por sospecha de intento suicida.

 

  En la entrevista, Matías comenta que empezó a consumir drogas hace un año aproximadamente con amigos de mayor edad que conoció en la calle. Al preguntarle qué sustancia probó primero, explica que todas. En un breve periodo de tiempo exploró y desarrolló un policonsumo habitual, según él, “de lo que hubiera tío”, lo que incluía alcohol, tabaco, marihuana, cocaína, pasta base, pastillas e inhalantes.

 

  Al preguntarle qué pasó hace un año atrás, cuenta que él vivía con su madre, su padrastro y sus hermanos menores, pero su madre murió debido a una enfermedad, quedando Matías al cuidado de su padrastro. De los 4 hijos de su madre, Matías es el mayor y el único niño que no es hijo de su padrastro. Luego de la muerte de su madre su padrastro empezó a maltratarlo y a exigirle que ayudara a mantener a sus hermanos.

 

  Su padrastro le decía que él no tenía ninguna responsabilidad con Matías porque no era su padre. A diario le recordaba a Matías que ya no tenía ni padre, ni madre, y que ahora tenía que valerse por sí mismo.

Matías entonces empezó a faltar en el colegio y a permanecer en la calle con jóvenes de mayor edad.

 

  Frecuentemente robaba para llevar dinero a la casa y empezó a “carretiar” con sus amigos por varios días seguidos, durante lo cual consumían diversas drogas. Luego de estos “carretes”, Matías permanecía en casa enfermo, con temblores, dolores en todo el cuerpo, ansiedad, sudoración, debilidad y nauseas. En ocasiones sentía opresión en el pecho y taquicardia.

 

  Lleva casi un año tolerando el maltrato de su padrastro, socializando en calle con jóvenes mayores, cometiendo delitos y con un grave policonsumo de drogas, sin embargo, ésta parece ser su primera hospitalización. Le pregunto entonces qué pasó la última vez para que terminara hospitalizado. Llora y cuenta que hace una semana se cumplió el primer aniversario de la muerte de su madre.

 

Caso 2:

  “Cristiano” es un hombre de 36 años que trabaja como chofer de colectivo. Quiere ingresar a tratamiento porque desde hace 4 meses ha estado consumiendo pasta base de coca todas las noches después de su jornada de trabajo.

 

  Explica que si bien ocasionalmente tomaba vino o cerveza en reuniones familiares, nunca había consumido drogas porque viene de una familia religiosa y actualmente él, junto con su esposa y sus hijos, pertenecen a una iglesia cristiana. Se siente muy mal porque piensa que está pecando y engañando a su familia y a su iglesia.

 

  Cuenta que probó la pasta base hace 4 años cuando trabaja como trasportista entre Santiago y Valparaíso. En ésa época tenía algunas deudas y empezó a hacer largos turnos de trabajo para ganar más dinero. Para poder rendir en su trabajo y no sentir sueño, un compañero le sugirió que fumara pasta base y desde entonces comenzó a consumirla regularmente, especialmente en las noches.

 

  El año pasado terminó de pagar sus deudas y se retiró del trabajo como trasportista. Compró un colectivo y empezó a trabajar en éste haciendo recorridos durante las tardes y las noches. Durante 6 meses estuvo trabajando sin problemas, sin consumir pasta base. Sin embargo, desde que inició unos trabajos de modificación y ampliación de la casa, se empezó a sentir cada vez más agotado y retomó el consumo de pasta base durante sus turnos nocturnos en el colectivo.

 

  Desde entonces no ha podido parar de consumir. Apenas logra ganar algo de dinero en el colectivo, lo utiliza para comprar droga y se va a consumir solo, encerrado en el auto o en el baño de su casa. Llega a consumir hasta 12 papelillos por noche y ha empezado a sentirse paranoico, ve sombras y cree que lo espían mientras consume, aunque después se da cuenta que estas sensaciones son producto de la droga.

 

Caso 3:

  “Manuel” es un joven de 26 años que consulta porque se siente desmotivado, sin ganas y no puede llorar. Dice que quiere llorar y conseguir una polola.

Viene con un informe psiquiátrico, en el cual se indica que presenta trastorno por dependencia a pasta base, a cocaína y a marihuana. Además de una esquizofrenia compensada. Le pregunto por ello y dice que no le gusta hablar de eso porque a la gente le da pena.

 

  Cuenta que a los 14 años un marciano se apoderó de su cuerpo y sus amigos lo golpeaban para sacarlo. En esa ápoca, no entendía lo que le sucedía. Tony Kamo le enviaba mensajes cifrados a través de la televisión y él mismo podía ayudar a las personas a lograr sus propósitos a través del televisor.

 

  A los 20 años conoció a una mujer que se aprovechó de él porque sólo lo quería para tener sexo. Manuel dice que con ella no se le paraba. Esta mujer lo inició en el consumo de cocaína y él sólo podía mantener relaciones sexuales si consumía droga.

 

  Ella también le explicó lo que a él le sucedía y le entregó un libro de metafísica con el cual Manuel lo entendió todo. Entonces cuenta que Dios le reveló el diseño del universo y que en el centro está Jesucristo, que es él mismo. Éste es su gran secreto, que no puede contar porque la gente se sentiría mal.

 

  Para esa misma época Manuel ingresa a la universidad. Estudia historia y en una ocasión un profesor se burla de él en plena clase, delante de sus demás compañeros. Allí sufre su primera descompensación psiquiátrica, por la cual debe ser hospitalizado.

Dice que tuvo profesores y médicos que pudieron ayudarlo pero que no lo hicieron. La mujer con quien salía lo dejó y al salir del hospital empieza a consumir pasta base.

 

  Durante su análisis habla de su esquizofrenia, de su deseo de conocer a alguna chiquilla, de su impotencia sexual y de su familia. En casa vive con su madre, un hermano mayor con diagnóstico de TOC y una hermana. Manuel es el menor de los tres hermanos.

 

  De su padre cuenta que era muy violento y que frecuentemente lo golpeaba y lo hacía llorar. Cuando Manuel era adolescente, su padre pagaba a prostitutas para que se acostaran con él, pero no lograba tener relaciones sexuales. El padre murió hace ya algunos años y fue su hermana quien tomó su lugar en la casa.

 

  Su hermana lo agrede verbalmente y los fines de semana lo invita a consumir alcohol, cocaína y marihuana junto a ella y su pololo. En la noche Manuel escucha a su hermana y a su pololo tener relaciones sexuales en el cuarto de ella, que está al lado del suyo. Entonces se masturba estando bajo los efectos de la cocaína.

 

  Con el tiempo empieza a hablar de la cocaína. Dice que es como una mujer y sólo con ella logra obtener satisfacción sexual. La Coca es ahora su polola, con ella no es impotente. Abandona el consumo de pasta base y de alcohol, pero mantiene el consumo de marihuana entre semana y de cocaína los fines de semana.

 

  Un día llora en sesión. Cuenta que el fin de semana discutió con su hermana porque ella lo acusó de robar su marihuana. Su hermana se enfureció como su padre y lo golpeó, entonces se encerró en su habitación para llorar.

Luego de esto me dice que ya no necesita ir más al psicólogo. Se siente mejor. Dice que quiere disminuir el número de cigarrillos que fuma al día. Con un número determinado, entre 3 y 5 por día, podrá conseguir que los marcianos vengan a buscarlo y evolucione. Finalmente, un día desaparece y no viene más a la consulta.

 

 

Conclusiones

 

  ¿Es la finalidad del análisis conseguir que el sujeto abandone el consumo de la sustancia que le genera problema? ¿Se trata de que el análisis permita la abstinencia?

 

  En ningún caso la finalidad de la clínica psicoanalítica se reduce a la eliminación de un determinado síntoma o queja. Más bien se orienta a generar las condiciones que posibiliten la emergencia de la palabra que permita bordear algo de lo real que se le presenta al sujeto en el consumo compulsivo, o no, de una droga en particular, o de varias de ellas.

 

  En este sentido, la sustancia y el goce que el sujeto obtiene de su consumo hacen las veces de pantalla, tras la cual se encuentran suspendidos los significantes que representan al sujeto.

 

  Una suerte de fantasma suplementario, como muy bien lo explica Le Poulichet, que opera en el sujeto ya sea como un esfuerzo para suprimir un determinado sufrimiento o como suplencia imaginaria que permite algo de consistencia corporal frente a lo imposible de la relación sexual.

 

  

Imagen*: el film participante del festival BAFICI, aún no estrenado en el circuito cinematográfico argentino, retrata magistralmente el drama del consumo de drogas, de la destrucción de los vínculos, encarnado centralmente en la relación madre (Mónica Galan)-hijo (Nicolás Mateo)… y con un notable elenco y la dirección de Inés de Oliveira Cézar.

 

Nota1: las viñetas desarrolladas respetan la lógica de los casos, pero portan las transformaciones necesarias para sostener la discrecionalidad y reserva correspondientes a cada abordaje clínico.

 

Nota2: este texto retoma las ideas expuestas en: Cáceres, José Luis (2018). “El sujeto como objeto de la toxicomanía: una aproximación desde la clínica psicoanalítica”. Revista AffectioSocietatis, Vol 15, N° 29, Julio-Diciembre 2018, p. 192-212. Medellín: Universidad de Antioquia.

 

 

 



[1] Cáceres, José Luis (2018). Metapsicología del trauma psíquico: concepto y evolución en la obra freudiana. Mauricio: Editorial Académica Española.

[2] Zaffore, Carolina (2008). Toxicomanía y psicosis I. En Naparstek, Fabián (2008). Introducción a la clínica con toxicomanías y alcoholismo (clase VIII, 91-107). Buenos Aires: Grama Ediciones.

[3] Freud, Sigmund. (1991/1924). “La pérdida de realidad en la neurosis y la psicosis”. En J. Strachey (Ed.), Obras completas (J. L. Etcheverry, Trad., vol. xix). Buenos Aires, Argentina: Amorrortu

[4] Le Poulichet, Sylvie. (1990). Toxicomanías y psicoanálisis. Las narcosis del deseo; p. 125. Buenos Aires, Argentina: Amorrortu.

[5] Ramírez, M. E. (2010). “La anorexia y la toxicomanía, síntomas de la hipermodernidad”. Revista AffectioSocietatis, 7(12); p. 7. Recuperado de:

http:// aprendeenlinea.udea.edu.co/revistas/index.php/affectiosocietatis/article/view/6324/6526.

   


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