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Comentario del libro “Escenas Freudianas” de Elina Wechsler (poesías) y Elena Kaplan (pinturas)

19/04/2017- Por Walter Romero -

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Este poemario ilustrado de Elena Kaplan y Elina Wechsler quiebra la voluntad de catalogar pacientes o casos, en pos de una premisa que postula: Freud se deja soñar. De esta forma, este es un libro a dos manos, este es libro trasatlántico, de una amistad que se sella en un oficio, el de dos psicoanalistas, pero se funda en un métier artística: la escritura y la plástica...

 

 

 

      Wolkowicz Editores. Buenos Aires. 2017. ISBN: 978-987411703-8

     

 

 

“Freud se deja soñar…”

 

1. La poesía trastorna el catálogo. Este poemario ilustrado de Elena Kaplan y Elina Wechsler quiebra la voluntad de catalogar pacientes o casos, en pos de una premisa que postula: Freud se deja soñar. De esta forma, este es un libro a dos manos, este es libro trasatlántico, de una amistad que se sella en un oficio, el de dos psicoanalistas, pero se funda en un métier artística: la escritura y la plástica. Ambas desgarran lo que podríamos llamar mitologemas (de esos casos de neuróticos e histéricas freudianas para −con gemas desgarradas en la mano− hacer que la palabra construya nuevos caminos y que el dibujo estampe también, a su suerte, su visivo correlato. Es un contrato imaginario el que funda esa escritura y esa pintura a dos manos −y ese pacto subjetivísimo, como siempre− desata otros abordajes de la letra poética como un modo de dejar la marca de los casos o bien manchar, a través  de las gouaches de Elena, imagos que, en principio y como siempre, son presentificaciones sin dejar de ser una imago de ausencia, imago de lo que la palabra nombra o elude y la imagen recorta o esfuma o fija en siluetas, en detalles, en los bordes difusos del agua que, como una forma del sueño, hace reverberar el color y lo que allí se “poetiza”.

 

2. Si esta dupla patronímica tiene como variante sólo un fonema de singularidad; estoy pensando en la dupla Elena/Elina o Elina/Elena: ahí donde el grafema las difiere las demás letras las mancomunan en una fantasmagoría, donde este pacto de amigas emprende la casuística también de lo femenino en los títulos de esos poemas que casi no pueden eludir la tentación, el fetichismo del nombre Irma, Dora, Ema: El quiebre léxico de una a la otra y la cadena de casos hace precipitado en las manchas de Elena y en las letras de Elina. El carácter dual también es un orden de lectura; el ojo no sabe si mirar o leer o entablar así una estereofonía visiva donde texto e imagen abarcan el enlace del poema y de la mancha. Me gusta la palabra mancha. Abrir el libro es abrir entonces esa escena, esa cadena teatral donde Freud se deja soñar y donde el teatro −como para esa otra Emma que fue Emma Bovary− es del orden más que del sueño de la ensoñación. Más que escenas estos poemas −o este libro− y sus personajes y dibujos arman una contraescena, una suerte de basckstage de lo más transitado y trasegado ya de la casuística freudiana, son como un precipitado, fruto de severas elisiones donde el caso o sus problemas, las histerias, las neurosis se reformulan. Pensé mucho en la palabra escena y en la palabra teatro que rigen la tapa de este libro, ya sea por aquello que decía Freud que el sueño la otra escena o también por aquello del íntimo teatro psicoanalítico: la clínica que encarna en los misterios de una voz parlante. A veces habla un yo lírico en estos poemas, a veces las propias protagonistas. Les ha sido dada una escueta voz, abigarrada, elíptica, densa, opaca y condensada como la materia poética y en los dibujos acaso cierto marco (el cuadro es siempre el marco que lo recorta) y que las renueva. Ahora tendremos que pensar entonces que detrás de la bella carnicera esta siempre la res (la cosa, pero es la res cognitas o la res extensa de Descartes la que allí asoma y la enmarca) o, por ejemplo, esa imagen sorprendente ya no de un Edipo ciego sino desdibujado y una Yocasta que arman juntos no ya el destino de víctimas o victimarios de la raza labdácida sino sus nuevas formas modernas: dos conyugues burgueses… y ella mira, mira e interpela al desdibujado.

 

3. Hay motivos también de un lado y del otro de la página, de la mise en page de estos poemas y estas guaches: el diván es uno. Un diván vuelto objeto insubordinado que no detenta a nadie o a casi a nadie, solo, vacío, recamado por el acopio de telas de orientales que el doctor Freud subsumía y coleccionaba, y que es objeto ya de una sedimentación como ese único que se le recuesta en los dibujos: Hamlet, el otro sedimentado; otro motivo es el busto, el cara, to prosopo dicen los griegos, la prosopopeya del doctor, como un icono itinerante. Hamlet también se apoya o se analiza y Freud se fantasmiza, se pasea, observa y nos observa: es el mismo parte del teatro. El recamado de la colcha freudiana parece el concentrado de los colores de la paleta que se esparcirá: “Freud dejó la marca y nosotros nos inscribimos en su corriente…”. El análisis se vuelve un réquiem donde el príncipe se recuesta para sostener, a modo de esfera cognoscente, su descarnada y testamentaria osamenta.

 

4. Podremos fijarnos así en una imagen o en una palabra, ambas pelean, pujan también, hacen de ese pólemos su propio e interior teatro; nosotros también podemos ser el hombre de los lobos, en ese sueño irreal que incrusta de los lobos blancos de colas fálicas en el árbol, ¿cómo se sostienen? O bien volvernos niños en el caballito que asciende por el trapecio de Hans, o preguntarnos también si es Dora o la Otra, es decir Dora en un sueño o en otro, si es ella la que se pasea por el lago volviendo de un eterno regreso o si vemos a la Otra, en su segundo sueño, después de aquel instante en que abofetea de lleno al Sr. K. No lo sabemos. Acaso como en el teatro la mirada circula de uno a otro, armando los dípticos que uno quiera o desea, haciendo de Elizabeth y Gradiva, un díptico dueto ambulatorio de la que “no quiere dar el paso” (sabemos que ahí cerca está su cuñado) o en Gradiva, la que espléndidamente avanza, ¿quién la nombra?

 

5. Este teatro de poesía e imagen es una de las formas de decir que el inconsciente, ese alfa y ese omega freudiano, acaso es la fuga de un arte hecho de a trazos, de a manchas, de palabras evocadoras, de discursos elididos y concentrados. En este libro lo comprobamos: “Freud se deja soñar…”


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