» Lecturas
Freud y la Ilustración: la perspectiva adecuada16/02/2010- Por Manuel Cruz - Realizar Consulta

Vivimos todavía inmersos en las coordenadas que, en su momento, dibujara Sigmund Freud. Es cierto que los contornos de ese dibujo están en buena medida muy difuminados, pero la figura que conforman todavía resulta perfectamente identificable. Acaso ello explique en gran medida el hecho de que las ideas del psicoanálisis se hayan incorporado al acerbo de tópicos del hombre contempo¬ráneo. Así, muchas categorías de inspiración inequívocamente psicoanalítica se han integrado en esa especie de magma indiferen¬ciado que es el sentido común de las gentes de hoy (que hablan, con apabullante normalidad, de traumas infantiles, motivaciones subcons¬cientes, lapsus del lenguaje, etc.). No es éste el momento de valorar esta aparente omnipresencia de lo psicoanalítico en nuestro imaginario colectivo, aunque dejar constancia de la misma constituye un eficaz indicador del valor teórico y terapéutico de las propuestas de Sigmund Freud.
Manuel Pombo Sánchez, El legado de Sigmund Freud. Una relectura de
Vivimos todavía inmersos en las coordenadas que, en su momento, dibujara Sigmund Freud. Es cierto que los contornos de ese dibujo están en buena medida muy difuminados, pero la figura que conforman todavía resulta perfectamente identificable. Acaso ello explique en gran medida el hecho de que las ideas del psicoanálisis se hayan incorporado al acerbo de tópicos del hombre contemporáneo. Así, muchas categorías de inspiración inequívocamente psicoanalítica se han integrado en esa especie de magma indiferenciado que es el sentido común de las gentes de hoy (que hablan, con apabullante normalidad, de traumas infantiles, motivaciones subconscientes, lapsus del lenguaje, etc.). No es éste el momento de valorar esta aparente omnipresencia de lo psicoanalítico en nuestro imaginario colectivo, aunque dejar constancia de la misma constituye un eficaz indicador del valor teórico y terapéutico de las propuestas de Sigmund Freud.
Sirvan estas iniciales palabras para señalar el interés del propósito general del libro de Manuel Pombo El legado de Sigmund Freud. Un libro que, me apresuro a señalar, además de los aciertos nada menores observados por el prestigioso psicoanalista argentino José E. Milmaniene en su prólogo, presenta para mí uno de orden estratégico-filosófico (si se me permite tan insólita expresión), particularmente relevante.
Y es que, en efecto, incrustar el legado de Sigmund Freud en el contexto de una relectura del proyecto ilustrado constituye una manera especialmente adecuada de mostrar el auténtico motivo –o el motivo de más valor- por el que sus propuestas nos interpelan de manera directa. El padre del psicoanálisis es el cronista, notario y testigo privilegiado al mismo tiempo del violento estallido de la imagen que el hombre moderno tenía de sí mismo, estallido en cuya onda expansiva no resultaría demasiado aventurado afirmar, como empezamos señalando, que todavía permanecemos. Las premisas de tamaña convulsión en cierto modo estaban prefiguradas, como sabemos, en Nietzsche, quien en Más allá del bien y del mal hablaba de un "ello" como un reemplazo de "aquel antiguo yo", para explicar la "superstición de los lógicos" quienes situaban al "yo" como condición del predicado "pienso". Freud parece recoger esta inspiración cuando define el yo como el núcleo de palabras en torno al pronombre yo que el paciente enuncia al hablar de sí mismo, pero extrae de la coincidencia unas conclusiones que Nietzsche no parecía en condiciones de plantear.
En la valoración que Pombo emprende de la obra de Freud la condición inequívocamente ilustrada del proyecto psicoanalítico no sólo aparece en primer plano, sino que es valorada de la manera adecuada. El psicoanálisis sólo es posible -y pensable- como resultado de la eficacia de la lógica de
Dicho discurso, extremadamente poderoso, le permite a Freud adentrarse en el territorio -el alma humana- que Nietzsche había abandonado a las puertas. Alineado con éste y con Marx[1] (maestros de la sospecha los tres, por utilizar la feliz expresión de Paul Ricoeur) en la crítica a la conciencia como punto de partida, su denuncia de la inexistencia de una metaduda en Descartes (esto es, de un lugar desde el que poder criticar la propia conciencia) le aboca a una crítica teórica radical de la sociedad burguesa, optimista y bienpensante, del siglo XIX. El descubrimiento del inconsciente constituye, qué duda cabe, una herida en el amor propio del hombre sólo comparable a las infligidas por Copérnico y Darwin, esto es, una herida de incalculables consecuencias.
Porque el problema no es el propósito del que viene animado su pesquisa, sino el resultado de la misma, esto es, aquello con lo que Freud termina encontrándose o, tal vez mejor, la situación en la que deja a quien accede a su propia oscuridad. Sabemos que Freud emprendía su tarea con tanta energía teórica como delicadeza moral, preocupado por los sufrimientos que la sociedad, hipócrita y mercantilizada, de su época infligía a las personas. Sólo que su invento, de una potencialidad hermenéutica inimaginada, acaba colocando a su inventor en el lugar del aprendiz de brujo que desencadena fuerzas que luego no se ve en condiciones de controlar. Probablemente por eso Louis Althusser, en su trabajo sobre el psicoanálisis[2], se ha referido a éste como un hijo natural, ilegítimo, no querido de
Pero tal vez eso no sea lo más importante porque, como el propio Althusser señala[3], tras años de desconocimiento, desprecio e injurias, esa misma Razón Occidental concluyó un pacto de coexistencia pacífica con el psicoanálisis sobre la base de anexionarlo a sus propias ciencias o a sus propios mitos (y aquí el filósofo francés –genio y figura- aprovecha para lanzar sendas puyas contra Merleau Ponty y Sartre). Efectivamente, resultaría ridículo a estas alturas pretender presentar a Freud como un maldito o un iconoclasta que todavía hoy sigue provocando horrorizado escándalo entre burgueses bienpensantes. Es evidente que el psicoanálisis, como señalamos al principio de esta nota, se ha incorporado al sentido común de las gentes de hoy. La pregunta es: ¿a qué precio? No hay respuesta concluyente, pero si quieren ustedes encontrar buenas razones que les ayuden, tentativamente, a elaborar una, no dejen de leer este magnífico libro de Manuel Pombo. Me agradecerán el consejo.
© elSigma.com - Todos los derechos reservados