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Presentación del libro “Música y Psicoanálisis ¿Una articulación posible?” de Susana Arazi

22/06/2017- Por Osvaldo M. Couso - Realizar Consulta

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El libro de Susana es sobre música y también sobre psicoanálisis, es un verdadero tratado de ambos y, además, procura teorizar las intersecciones entre ellos. Intersecciones sobre las que los analistas han escrito muy poco, y en las que la autora despliega originales desarrollos. La música, nos dice la autora, es “tan maravillosa como engañosa”, ya que por un lado “toca” la falta esencial y por otro lado da la esperanza de reencontrar lo perdido. Por un lado promete un goce absoluto y por otro lado, tiene el poder de exponer abiertamente lo que dis-suena…

 

 

     

                 

 

                           Editorial Letra Viva. Buenos Aires. 2017

 

 

Agradezco a Susana Arazi por su invitación a escribir (junto con Sergio Staude) el Prólogo de su libro y a esta presentación, que comienzo con una frase de Herman Hesse, del libro El lobo estepario, que Susana cita en la Introducción del texto: “Nosotros, las personas espirituales… (…) soñamos todos con un lenguaje sin palabras, que diga lo inexpresable, que refleje lo irrepresentable.”

La frase connota una de las afirmaciones “fuertes” propuestas por Susana en el libro: la música es un discurso sin palabras, que apunta a ese real que el lenguaje en su transcurrir constituye  como excluido, deja fuera como un núcleo real inapresable.

Núcleo que el lenguaje no sólo constituye sino que, además, se esfuerza por hacer olvidar permanentemente, como si las palabras, en su funcionamiento mismo, intentaran (aunque en vano) llenar el hueco que antes, ellas mismas, han cavado.

En relación a esos huecos, a esos intersticios, a esas grietas, se despliega la importancia de la música, no sólo en todas las culturas conocidas, sino para el psicoanálisis mismo.

Por mi parte, me permito agregar, al texto de Hesse, otro de J. M. Coetzee (51 poetas. Antología íntima. Ed. El Hilo de Ariadna, Bs. As, 2015, pág. 6): “Desde nuestros primeros días, antes de aprender a hablar, antes de tener la más mínima noción de qué es una palabra –cómo un sonido puede portar un sentido que es igual para todos los hablantes–, nuestra mente infantil comienza a configurarse gracias a la música y la poesía, a partir de los ritmos del habla de nuestras madres y el parloteo sin sentido de las canciones y rimas infantiles. Llevamos esos ritmos, esos fragmentos de melodías, esos ecos del habla a través del viaje de nuestra vida, enterrados profundamente dentro de nosotros, junto con otros pedazos de canciones y versos que recogimos en la infancia. Configuran nuestra sensibilidad; tomados en su conjunto, constituyen el sustrato más arcaico de la cultura dentro de la cual nacemos”.

El libro de Susana es sobre música y también sobre psicoanálisis, es un verdadero tratado de ambos y, además, procura teorizar las intersecciones entre ellos. Intersecciones sobre las que los analistas han escrito muy poco, y en las que la autora despliega originales desarrollos.

Los interesados en la música van a encontrar desde la importancia de la música en diferentes culturas, pasando por varios textos filosóficos, así como la definición de la misma y el estudio de los diferentes tipos musicales, además del estudio de las propiedades musicales (como melodía, armonía, tonalidad), de las letras básicas de la escritura musical, hasta las cualidades como tiempo, síncopa, intervalos, consonancias, disonancias, etc., etc. 

Vale destacar lo que dice del ritmo, especialmente  a propósito del papel que juega la música en la clínica psicoanalítica. El ritmo es una estructura, es el organizador del sentido del discurso, no se descifra ni interpreta, pero presenta una cara real y otra simbólica. El ritmo se articula con las síncopas del Inconsciente, apunta a lo real y sus pulsaciones introducen en la repetición (que es significante) un elemento nuevo, inédito.

Los interesados en el psicoanálisis podrán recorrer prácticamente todo lo dicho por Freud y Lacan sobre la música. Es imperdible el capítulo sobre música y lenguaje. También el que articula la relación con las matemáticas y la topología, esenciales en ambas disciplinas.

También es muy interesante el capítulo dedicado a la poesía y la música. “En lo poético se revela la musicalidad de las palabras”, nos dice Susana tomando a Alain Didier-Weil. Y también estudia las relaciones de música y texto en las obras de grandes creadores como Mendelssohn, Brahms, Schumann, Schönberg, Vivaldi, Ravel… la lista es muy extensa.

En una palabra: Susana “no se privó de nada”…

En los sucesivos capítulos son presentados los instrumentos conceptuales de los que se vale la música para armar, para articular y transmitir ese complejo artefacto que es una composición musical. Composición, arte que tramita algo cuyo sentido y significación es imposible de circunscribir con palabras. O de agotar en su sentido. Algo posible de transmitir, de producir efectos, pero sin que ningún sentido o significación lo agote. Tal es lo que la autora  despliega y busca acotar como “el enigma de la música”.

Y este “enigma” es de importancia esencial para Susana, ya que por este sesgo ella encuentra un punto de intersección, de encuentro entre la música y lo que el psicoanálisis explora: ese enigma de lo imposible de decir en lo dicho, esa presencia de lo Real que la música revela y vela a la vez.

Habitualmente, para presentar un libro, hago una reseña de los temas y cuestiones que el libro aborda. Para ello presento, lo más brevemente posible, lo tratado en cada capítulo.

En este caso me he limitado a relatar algunas líneas generales, ya que la extensión, profundidad y densidad de cada apartado hace imposible ese modo de  presentación.  Voy a tomar sólo un capítulo para, a modo de muestra, presentarlo con un poco más de detalle.

He elegido el capítulo 10, que se llama “La discontinuidad como expresión del traumatismo y de la falla estructural”.

Una frase del primer párrafo ya da una idea de lo que se trata. Dice: “Así como el inconsciente plantea una discontinuidad al romper la continuidad de un discurso que se ve sorprendido por un instante inesperado, también hay discontinuidad en el discurso musical. Esta discontinuidad, a través de elementos musicales, denuncia la falla estructural que hace de una línea continua un espejismo imaginario de consistencia.”

La dis-continuidad es un tema caro a los analistas. Se relaciona con el lenguaje y Lacan define (en “Subversión del sujeto…”) la estructura del sujeto como “discontinuidad en lo real”. Pero es interesante como Susana la articula con la teoría cuántica, como toma la dialéctica continuidad-discontinuidad en Bataille, el que la liga al erotismo (“nostalgia por la continuidad perdida”) y a la muerte (como sentido último del erotismo).

El hombre es un ser radicalmente determinado por el lenguaje. El encuentro de los significantes con el cuerpo que será humano tiene, entre otras muchas consecuencias, una esencial, que condiciona el futuro: la falta en ser. El hombre es un ser en falta, un ser de ansias y apetitos insatisfechos, de deseos irrealizables, de objetos inalcanzables. Un ser de paraísos perdidos, de vacíos y nostalgias, que padece una insalvable incompletud y fracasa ineludiblemente en sus intentos de recuperar lo que supone haber poseído y perdido.

Como dice una poetisa en una copla popular: “Soy una herida, un cuerpo pulsante, sufriendo ser” (Björk: “Black Lake”).

Y la música, nos dice Susana, es “tan maravillosa como engañosa”, ya que por un lado “toca” la falta esencial y por otro lado da la esperanza de reencontrar lo perdido. Por un lado promete un goce absoluto (como el “desenfreno orgiástico del sátiro con sus ninfas del bosque en estado dionisíaco”) y por otro lado, tiene el poder de “exponer abiertamente lo que dis-suena, el traumagujero, al que los padres de la iglesia cristiana medieval pretendían obturar con las armonías consonantes del canto gregoriano y con el acorde perfecto”.

Hay características de la música que “constituyen discontinuidades que escenifican lo des-acordado”: el intervalo, la síncopa, el contratiempo, las disonancias, la atonalidad, el dodecafonismo, la microtonalidad.

En el capítulo se estudian todos ellos. No es posible resumirlo, pero sí decir mínimamente que ellos son modos de generar emociones y sentimientos que penetran en las “zonas oscuras” del hombre, en el malestar, en la angustia y el vacío existencial del hombre… tal vez la vida misma no es sino una “inmensa disonancia”, como decía Franz Liszt.

Dos diferentes y contrapuestos aspectos de la música, entonces.

Para finalizar, un poema de Roberto Juarroz, de su “Novena Poesía Vertical”:

“Desde todas las cosas se levantan cantos. // Algunos se duermen en el aire // y caen enseguida como semillas huecas. // Otros tropiezan con las otras cosas // y se pierden en ellas. // Y otros encuentran las palabras que vagan // y se funden así con el canto del hombre. // De ese agreste montaje, // de esa insólita mezcla // híbrida como el mundo, // impura como el mundo, //  empieza un nuevo canto, // más libre, // más suelto que la vida: // nace el canto del mundo. // Y ese canto reemplaza, // casi en un rito clandestino, // la prolongada ausencia // del canto de los dioses. // De los dioses, // que nunca se entendieron del todo con las cosas.”

 

 

                 

                 Presentación de la obra en el Museo del Libro y de la Lengua,

                 Panel coordinado por Mónica Morales:

                 Nicolás Cerruti, Osvaldo Couso, Sergio Staude y Susana Arazi

 


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