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Dar voz al pueblo. La escritura como acto de vida

28/06/2021- Por Abraham Martínez González - Realizar Consulta

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Sirviéndose de la novela de Coeetze, "Elizabeth Costello", el autor de este artículo muestra cómo el escritor encontró un modo de ficcionalizar, no sólo su decir, sino el del pueblo. El escritor, como un secretario de lo invisible. Para dar voz a quienes no la tienen. Como en los pueblos latinoamericanos. Como en los “pueblos originarios”. Para que la vida cuente.

 

                         

 

                             J. M. Coeetze - Ilustración de Joe Ciardiello* 

 

 

  En la obra titulada Elizabeth Costello (Coeetze, 2003) el autor abre una brecha a través de su personaje. La novela lleva el nombre de su personaje. Más que una novela se trata de una serie de “conferencias” que ofrece Costello, que no es otra cosa que las palabras que el mismo escritor desea transmitir.

 

  Discursos que nos remiten a cuestionar nuestras creencias, los mitos, los dioses, pero también a poner en un entredicho a la propia literatura como el momento en que se refiere a Kafka como “el más inseguro de los hombres”, dice. Y no sólo eso, sino que se pregunta si es “ésta”, refiriéndose a Kafka, la imagen misma de Dios. ¿Divagación? ¿Genialidad?

 

  Lo que resulta de mayor importancia en la lectura, creemos, en esos discursos de Elizabeth Costello cargados de belleza y poder, es la ficción e impostura del propio Coeetze para decir lo que tiene que decir: el escritor está al servicio de su cultura, de su pueblo. Ni siquiera escritor. En su impostura, Coeetze a través de su personaje se coloca de la siguiente forma:

 

“Soy escritora y lo que escribo es lo que oigo. Soy una secretaria de lo invisible, una de las muchas que ha habido en la historia. Esa es mi vocación: secretaria al dictado” (Coeetze, 2003, p. 203).

 

  Lo que vemos es cómo el escritor, o todo acto que implique la escritura diríamos, se ve trascendido por el discurso que lo constituye. En ese sentido, quien escribe suscribe precisamente algo que va más allá de sí mismo, escribe lo que ya está en algún lado, lo que es necesario escribirse para ser leído u oído[1]. De ahí la radicalidad que leemos en Coeetze al señalar la posición del escritor (pero también del que escribe no únicamente un texto literario), como secretaria o secretario de lo invisible, es decir, aquel o aquella que se coloca en ese lugar de espera, de escucha para tomar dictado de algo que va más allá de sí.

 

  Por tanto, se puede afirmar que no hay nada original, nada nuevo en lo que se escribe puesto que de alguna forma ya está en algún lado para ser oído o captado.

 

  Al retomar la obra a la cual nos remitimos ahora, en relación a lo que se transmite por parte del autor-secretario, uno da cuenta de que existe cierto aliento o motivación para prestar sus ojos y oídos (del que lee, por supuesto), para empezar a ver y escuchar las voces, los gritos acaso de aquellos sin voz. De quienes pasan desapercibidos, de quienes son excluidos de los grandes escenarios, y claro, porque de eso parece tratar la novela y las “conferencias” de Costello, se le da voz al sufrimiento de los animales donde a tono de denuncia se exponen los horrores de los que son objeto ante los hombres, todo por una necesidad primordial llamada hambre. Hemos depredado el planeta para crear campos de exterminio animal, todo por una simple necesidad: comer.

 

  De eso habla Costello, eso es lo que Coeetze desea denunciar con su impostura. Pero en la lectura suena evidente aún con mayor fuerza la posibilidad de dar voz a quienes no la tienen, los más indefensos de todos los seres que habitamos este planeta: los animales. De ahí su repetición, su insistencia en Kafka, quien en su propia impostura como escritor da voz, da cuerpo a las animalescas transformaciones, a las que nadie está dispuesto a librar, lo peor de lo peor, lo minúsculo, lo despreciable: el insecto.

 

  Pero no queda ahí lo que leemos como propuesta de escritura. Hace falta dar voz y cuerpo a la vida en África, dice Coeetze, como pasa en uno de los capítulos. Estar dispuesto a la espera como hace la “secretaria”, de que llegue lo que haya que escribirse con la única y gran diferencia de que acá no hay jefe, se trata como hemos dicho de otra cosa, de algo que está más allá del escritor, algo que lo trasciende: la historia que no se ha contado.

 

  Y esto remite a nuestros pueblos latinoamericanos, a los que no tienen voz o peor, a los que fueron callados. Porque la voz siempre ha estado ahí sólo que nadie escuchó, después vino el grito que supuso no significar nada cuando lo que hacía era tratar de expresar un tipo de dolor. Pueblos callados, reprimidos no por ellos mismos sino por ahora sí, quien se dice jefe, quien se nombra como amo.

 

  Es importante mencionar algunas obras literarias mexicanas que tratan el tema. La novela Los de abajo (Azuela, 1958) es un claro ejemplo. Otro es la colección de cuentos El diosero (Rojas González, 1952/2016), también la obra titulada Juan Pérez Jolote (Pozas, 1952) resulta interesante. Pero además encontramos ese mismo aliento por dar voz a los pueblos, en este caso a los “pueblos originarios” de Mesoamérica en una investigación que nos parece imprescindible en estos momentos, se trata de la investigación Más allá de la psicología indígena (Pavón-Cuellar, 2021), con la cual como dice el propio autor, intenta “abrir un camino aún inexistente”, es decir, el camino de una posible “psicología indígena”.

 

  Hacer de “secretaria” es estar dispuestos a escuchar, tal vez no las voces que cada vez aparecen menos, sino los gritos de los que hasta se han cansado de la voz porque no hay quien escuche. De los que han roto sus cuerdas bucales en la desesperación que trae consigo un tipo de política de Estado que no sabe más que repetir: reprimir y violentar.

 

  Hacer de secretaria o de secretario es disponerse a escribir con humildad y con la mayor fidelidad posible las cosas que pueden ser contadas por quienes las viven, sin prejuicios ni ambiciones moralistas. Y luego, una vez que comienza la escritura (insistimos, no sólo como obra literaria porque también cabe por supuesto como mencionamos, la investigación de tipo social o psicológica, etnográfica, etc.), saber lo siguiente:

 

“Sus libros no enseñan nada ni tampoco predicen nada. Simplemente describen, intentando ser claros por encima de todo, cómo vivía la gente en cierto lugar y cierta época. Para decirlo de forma más modesta, describen cómo vivía una persona, entre miles de millones...” (Coeetze, 2003, p. 211)

 

  Si eso es posible, hacer que una vida cuente, entonces algo habremos hecho bien. Escribir sobre una vida, sobre un pueblo, dar voz al pueblo, eso es lo que cuenta. Escribir sobre una voz que de no ser escuchada poco a poco se va apagando.

 

  Hacer que cuente lo que una vida tiene por contar, y en ese contar y en ese escribir, hacer acto de comunidad, hacer rescate de los pueblos, de nuestros pueblos, porque sin ellos, sin lo invisibilizado y despreciado, ¿en qué nos convertimos?

 

 

Bibliografía

 

Azuela, M. (1958/2013). Los de abajo. México: FCE.

Coeetze, J. M. (2003). Elizabeth Costello. México: DeBolsillo.

Lacan, J. (1983/2008). El Seminario. Libro 2. El yo en la teoría de Freud y en la técnica psicoanalítica. Buenos Aires: Paidós.

Pavón-Cuellar, D. (2021). Más allá de la psicología indigena. Concepciones mesoamericanas de la subjetividad. México: Porrúa.

Pozas, R. (1952/2013). Juan Pérez Jolote. México: FCE.

Rojas González, F. (1952/2016). El diosero. México: FCE.

 

 

Imagen*: https://www.nytimes.com/es/2018/06/04/espanol/cultura/coetzee-sudafrica-espanol.html

 



[1] Esto nos recuerda al llamado “universo simbólico”, el cual es definido así: “el orden humano se caracteriza por la circunstancia de que la función simbólica interviene en todos los momentos y en todos los grados de su existencia” (Lacan, 1983/2008). En suma, que lo simbólico, y en ello cabe el discurso, sobrepasa al sujeto del habla, también sujeto al lenguaje y por tanto de la cultura.

 


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