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Huellas de una transición

15/06/2021- Por Tanya Vázquez - Realizar Consulta

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A partir de este relato biográfico, la autora pone a andar sus dudas, nostalgias, preguntas, a las cuales nos podríamos identificar, atravesando este momento pandémico. Motivos suficientes para transitar la escritura. Y encontrarnos a la distancia, con formas posibles de la esperanza.

 

                 

 

                     Arte mural en el DF, México. (Foto Xinhua Español)*

 

 

  Por años me pensé caminante, más allá de cualquier oficio o profesión. En algunas ocasiones he considerado secundario el efecto del traslado, porque si elijo caminar es para sentir mis pies en contacto con el suelo. Recuerdo haber caminado a casa después de varias sesiones de análisis, la resonancia de palabras proferidas minutos antes era una instigación al movimiento. Ahora creo que mi andar se parecía al trazo de quien se pone en escena para hacer cuerpo la palabra. Es la experiencia del cuerpo la que singulariza, porque permite la variación en la trayectoria de sentido, pues éste no es unívoco.

 

  Camino poco desde que empezó el confinamiento por la pandemia, añoro los largos recorridos, aunque a veces me desplazara entre banquetas maltrechas, gases contaminantes emitidos por transportes y fábricas, escasez de árboles, basura acumulada en alcantarillas y el calor de cuarenta grados. Extraño la posibilidad de circular sin preocuparme por “la distancia social” como medida preventiva frente a un posible contagio.

 

  La burbuja antiséptica no es garantía de bienestar, el aislamiento tiene sus efectos. Me hace falta el sabor de lo que fue cotidiano, la imperfección y la austeridad de un pasado relativamente reciente. Habrá quien cuestione si yo quisiera volver a esa “vieja normalidad” que nos condujo a este funesto presente.[1] Para empezar, diré que algo persiste de esa normalidad degradante, sin embargo, el encierro dificulta visibilizarla.  

 

  Entonces, ¿qué es lo que añoramos?, ¿cuál es la bonanza que quisiéramos recuperar?, ¿acaso la nostalgia es más intensa que la esperanza de un porvenir? Supongo que el encierro nos ha enfrentado a esa disyuntiva. Quedarse en casa ha sido una pausa impuesta, un intermedio extendido que nos ha empujado a idealizar el recuerdo y, preferirlo por encima de un futuro que se considera distante.

 

  Si el encierro se instaló como estrategia precautoria ante el riesgo de muerte biológica por pandemia, aun así la muerte se cuela para manifestarse de otra forma, debido a que ha desdibujado expectativas hasta difuminar proyectos.

 

  Diversos planes se truncaron por la contingencia, algunos podrían retomarse en un momento posterior, mientras tanto aguardamos por condiciones propicias para concretarlos. ¿Y qué pasa con los anhelos perdidos? ¿Dónde quedan las aspiraciones que no podrán alcanzarse porque el contexto para efectuarlas ya pasó? ¿Por qué el confinamiento ha resultado desgastante si permanecer en casa durante una larga temporada podría haber parecido una estancia de placentero descanso? ¿Por qué queremos volver aunque no sepamos muy bien a dónde ni cuándo?

 

  Hay una estrecha relación entre espacio y tiempo. Registramos la vivencia de la temporalidad a través de la transformación del cuerpo que habitamos desde una dimensión espacial. Nos aloja un cuerpo que funciona como vehículo de un pasado que lanza un guiño desde el dolor de viejas heridas para testificar el tiempo transcurrido. Un cuerpo que madura con historias, pero se refresca en la aspiración de un futuro.

 

  Supongo que si queremos volver a determinado espacio y tiempo, probablemente sea a un entorno que nos permita reunirnos presencialmente con otras personas. Sin embargo, me arriesgo a decir que en la época del teletrabajo y la educación a distancia, la virtualidad computarizada no es necesariamente opuesta a lo presencial, me parece posible jugarnos en la presencia a pesar de la separación física, porque el diálogo viabilizado por la valoración de la voz y la escucha, se asemeja a la ilusión del encuentro que se suscita cuando asistimos al mismo espacio. Siempre podemos contar con la polisemia, la digresión y el malentendido; conviene apreciar esos movimientos del lenguaje para no pretender el envío de una versión definitiva a quien nos escucha.

 

  La presencia se manifiesta en el reconocimiento de la diferencia frente al otro y, por supuesto, implica advertir una cierta distancia que no termina aunque coincidamos en el sitio. Por otro lado, me pregunto si consigo la presencia cuando escribo, no tengo una respuesta contundente ante eso. Pienso que aspiro a la presencia porque converso con voces interiores que me cuestionan lo que intento transmitir a interlocutores venideros. Entonces, la presencia también podría distinguirse a posteriori.

 

  Varias formas de convivencia se extrañan, el retorno se antoja como promesa cuando nos aferramos a la nostalgia. Si volvemos a vernos, no hallaremos exactamente lo que fuimos, algo habremos dejado a nuestro paso. Caminar puede ser una forma de llegar a un punto anhelado, pero también una manera de alejarse.

 

  Hay diferencia entre abandonar y renunciar. La primera es una forma de huida, es decir, desbarrancarse desde el vértigo ante un compromiso. Duele quedarse hasta el final de un episodio, probablemente por eso algunos prefieran interrumpirlo que enfrentarse al morir de a poco. Tampoco se trata de permanecer invariablemente en un espacio, corresponde a nuestra propia mano abrir la puerta.

 

  A veces postergamos la retirada por la culpa que despierta la posibilidad de abandonar al otro, sin embargo, marcharse no implica forzosamente un abandono. La decisión de irse no tiene que volverse una condena, al contrario, puede ser la antesala para transitar a inéditas opciones de vida, pues la renuncia es el recurso de quien reconoce la importancia de la pérdida, porque se es capaz de ceder cuando lo imposible hace sentir su efecto, tal experiencia convoca a un viraje en un momento particular, quizá para explorar otras vías a partir del deseo y, por supuesto, sentir amor más allá de una idealización.

 

  Hace tiempo dije: “Tal vez el psicoanálisis sea el arte de perder”,[2] lo sigo creyendo, porque crear es una manera de afirmarse en la vida, pero se requiere desprenderse de algo que se fue, incluso de lo que nunca se tuvo. Se trata de aceptar el tiempo ido, mientras pulimos con el cincel para reconocernos en otra forma.[3]

 

  Quiero caminar un poco más y desplegar nuevos trayectos. El presente no es como lo anhelé en la niñez, no tiene que serlo, porque los sueños cambian y nosotros con ellos. Admito que espero, porque la esperanza entraña confiar en que algo distinto habrá de producirse y, para ello, hay que implicarse desde la apertura al movimiento, procurar el sostenimiento de los pasos, quizá dar un salto a ese carrusel que es la vida, tomar el riesgo de tropezar y caer. Un triunfo no es total ni eterno, las historias también se trazan a partir del dolor de las caídas. Asumir eso me permite la escritura.

 

 

Foto*: mural artístico en el ingreso a una estación del Sistema de Transporte Colectivo Metro, en el DF.



[1] La versión más recurrente sobre la propagación del SARS-CoV-2 se asocia a una transmisión zoonótica estrechamente vinculada al cambio climático, tal crisis global tiene como principal responsable a la actividad humana, a partir de la economía basada en combustibles fósiles. Al respecto, puede verse: O’Callaghan, Cristina. «Salud planetaria y COVID-19: la degradación ambiental como el origen de la pandemia actual». Blog, Instituto de Salud Global de Barcelona, [en línea], 2020. Recuperado desde: https://www.isglobal.org/healthisglobal/-/custom-blog-portlet/salud-planetaria-y-covid-19-la-degradacion-ambiental-como-el-origen-de-la-pandemia-actual/6112996/0 [Consulta: 09-05-2021].

 

[2] La frase “Tal vez el psicoanálisis sea el arte de perder” es el fragmento final de un comentario que hice el 29 de febrero de 2020 en el evento “Muerte, Pérdida y Separación: Posturas Psicoanalíticas”, organizado por Vía Regia al Psicoanálisis (Monterrey, Nuevo León, México). Durante la última parte de mi intervención, asocié la experiencia psicoanalítica con el poema “Un arte”, cuya autora es Elizabeth Bishop. 

[3] Freud (1905 [1904]: 2003: 250) comparó el proceso analítico con una fórmula identificada por Leonardo da Vinci para referirse a la escultura: “per via di levare”, porque algo se retira o remueve para que pueda conseguirse una posición distinta. Véase Freud, S. (1905 [1904]) “Sobre psicoterapia”, en Obras Completas, Volumen VII (1901-1905), Buenos Aires: Amorrortu, 2003, pp. 243-257.

 


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