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La muerte de un hijo. Acerca del libro “Tienes que mirar”, de Anna Starobinets

28/05/2021- Por Sabrina S. Morelli - Realizar Consulta

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En esta reseña del libro de Anna, nos encontramos con la pérdida y la inhumanidad del sistema de salud para abordar la interrupción de un embarazo por razones médicas. Sabrina va dialogando con la autora y con el libro, a la vez que lo hace con un sistema de salud que, aunque habilita la práctica del aborto terapéutico, parece burocratizarlo con consecuencias nefastas. Como dice Morelli, nos acercamos a una literatura que hace política. Una forma de cambiar el mundo.

 

                           *

 

 

  Durante el control ecográfico de las 16 semanas de gestación, Anna le pregunta al médico qué le pasa a su bebé. Él responde que el feto posiblemente tenga una enfermedad poliquística renal, malformación genética por la cual “los fetos no sobreviven”. Esta estructura dialógica se repite en todo el recorrido que Anna inicia en el sistema de salud de su país: cuando ella dice bebé ‒y espera tratamientos acordes‒, le responden feto.

 

  Si no se trata de un bebé, tampoco se trata de una madre, y es así como la expulsan del circuito de salud del que participan las madres que sí esperan bebés sanos, a las que en las consultas médicas les regalan pañales. Las que no, tienen que hablar por lo bajo, sentir vergüenza, pagar fortunas por especialistas y tener un solo sitio posible a donde dirigirse: la clínica ginecológica local, institución para locas, pobres y delincuentes, en silencio y sin compañía familiar, porque “aquí no se hacen estas cosas”.

 

  Si bien en Rusia el aborto es legal desde principios del siglo pasado (excepto durante el estalinismo), en el relato de Anna, acceder a un aborto terapéutico parece ser parte de un sistema fabril de producción de deshechos, sobre el que no se puede hablar ni decidir, y que es todo menos terapéutico.

 

  En el prefacio de su libro, la autora nos dice que dudó mucho sobre si valía la pena escribirlo, que “es demasiado personal, no es literatura”. También nos dice que no es sólo un libro sobre su pérdida personal, sino sobre la inhumanidad del sistema de salud para abordar la interrupción de un embarazo por razones médicas. Anna sabe que no puede recuperar lo que perdió, y también sabe que su “única habilidad para cambiar el mundo” es escribiendo. Y escribe con los nombres propios de personas e instituciones: apuesta a visibilizar y denunciar el funcionamiento del sistema de salud para que cambie.

 

  Anna es escritora de ciencia ficción. Sabe que la escritura autobiográfica participa de la misma estructura de ficción que sus escritos previos. Sin embargo, “reconocerse como protagonista de una historia de terror, es diferente que inventar cuentos de miedo”, nos dice.

 

  Sí, es demasiado personal, es el recorrido de una escritura del duelo. Y no es (sólo) literatura, es literatura que hace política. Nos invita a cambiar el mundo. Nos invita a mirar ahí donde nos quieren ciegas: nos muestra el engranaje de la burocratización del dolor en el sistema de salud, la violencia y el gobierno patriarcal hacia los cuerpos femeninos y gestantes, el silenciamiento de lo que duele bajo el imperio de la moral, la psiquiatrización del duelo, la degradación de aquello que bajo el rótulo de “asuntos femeninos” se eyecta del campo de los derechos y de la salud.

 

  Anna decide: no interrumpe el desarrollo de un feto, pierde a un hijo, antes de tenerlo. Encuentra en una clínica en Alemania un abordaje respetuoso con el derecho a la interrupción legal del embarazo y con el derecho a la autonomía de la voluntad, y es allí donde decide llevar a cabo un parto a las 20 semanas, del que no nacerá un bebé vivo. Lo que en Rusia hubiera sido un embrión silenciado, puede ser allí un niño al que “hay que mirar”.

 

  Esa es la invitación que le hace una enfermera, prometiendo que será mejor que lo mire, para que no la persiga la ausencia como fantasma en los años posteriores. Le promete que la malformación que ella esperaba ver, sería peor en su imaginación que en lo que iba a mirar. La invita a corporizar aquello que, si se mantenía como ausencia de cuerpo, corría el riesgo de volverse un espectro.

 

  De todas maneras, como invitación “protocolar”, es arriesgada. Si bien parece sustentarse en el saber de la diferencia entre visión y mirada, no sabe a qué mirada puede convocar. Ni parece saber que aquello que vemos, también puede mirarnos (aunque se trate de un niño muerto). Todo el circuito de asistencial allí tenía esa línea directriz: tener que mirar. Frase que muchas veces se usa en relación a la muerte y al dolor, como si se pudiera mirar “de frente” una abstracción, como si hubiera una mirada que pudiera captarlo todo, sin resto, sin sesgo. Como si se pudiera mirar por fuera de una ficción.

 

  Los modos de mirar son una construcción sociocultural y tienen emplazamientos históricos y políticos particulares. Con la progresiva secularización del mundo, se ha acentuado un proceso de interiorización de las relaciones con los muertos que, en el peor de los casos, redunda en un sentido psicopatológico. Y es en este punto donde el “tienes que mirar” podría ser un imperativo individualizante, que invite al repliegue melancólico en una contemporaneidad social que busca por todos los medios anestesiar al dolor, acallarlo y reducirlo a un síntoma medicable.

 

  En el caso de Anna, aquello que puede mirar es a un niño aún sin nombre, arropado en el terror de la muerte prematura, pero arrancado de su estatuto de embrión. Anna sostiene esa decisión y cuando lo mira, lo reconoce parecido al padre. En ese momento dice “nuestro hijo”, lo entrama a la filiación. Tienes que mirar se vuelve para ella un tienes que nombrar. Y finalmente será un tienes que escribir.

 

  Luego de este breve recorrido, me interesaría detenerme en el tratamiento del duelo por parte de los profesionales de salud mental que asistieron a Anna. Resultaría interesante dejarnos interpelar por esas formas de asistencia, que podrían resultar más o menos cercanas a la heterogénea realidad del campo de la salud mental en nuestro sur.

 

  La “psicóloga del espacio interestelar” es la vocera del “procedimiento estándar” en la clínica alemana. Se encarga de una suerte de psicoprofilaxis del duelo y actúa mecánicamente los pasos: explica el procedimiento por el cual se dará muerte al bebé antes del parto, la necesidad de la autopsia, la necesidad del entierro y las ceremonias fúnebres. También explica la necesidad de construir recuerdos (aunque no vaya a haber un hijo vivo) y la necesidad de hacer partícipe a la otra hija de la pareja (de 8 años de edad) de la verdad, sin mentir sobre la muerte del hermano y respondiendo a todas sus preguntas.

  También le indica a Ana la necesidad de participar de grupos de duelo cuando termine el proceso. Con prolijidad quirúrgica, esta psi dice todo lo protocolarmente correcto. Pero no aclara que, a veces, los niños no pueden preguntar, y que esta falta de pregunta es funcional a la estructura del ocultamiento familiar, el cual sólo protege a los adultos de su propia angustia, y no al niño o niña, como se suele proclamar. Todo esto es mucho para poder ser escuchado en un único encuentro, en medio del impacto emocional y en la despojada fórmula de “instrucciones” para el duelo.

 

  Hay un abismo galáctico entre la falta de acompañamiento en el sistema de salud ruso y en el orden alemán. Es decir, entre el hermetismo de una institución que actúa el protocolo de la mudez, y del otro lado, la psicoprofilaxis que actúa el protocolo de las mismas buenas palabras ante la muerte y el duelo para todas las parejas.

 

  Anna se queda con lo único que la psi intergaláctica dice por fuera de su libreto, el único comentario al pasar: que quizás los niños del cementerio del hospital no se sientan solos, todos juntos allí, quizás jueguen. Luego, la profesional desecha el comentario, por no ser afín al agnosticismo. Sin embargo, tiene que ver con el deseo. Y es desde allí que resuena en Anna y habilita el camino posterior del poder mirar.

 

  Cuando la pareja retorna a las tierras del “conjuro de silencio”, donde se espera que el duelo sea un asunto silente, que responda a la cultura de la privatización del malestar, al repliegue melancolizado que no se aloja en el lazo social. Anna desespera. La primera psi a la que acude, en lugar de escuchar su relato, le entrega varios formularios sobre ansiedad y depresión para completar en su casa. Las opciones ante distintos tópicos son cuatro: sí, por supuesto; sí, pero no tanto; un poco preocupado; no me preocupa en absoluto. Anna blasfema. Pero insiste en encontrar ayuda.

 

  En la clínica de trastornos neurológicos, describe sus problemas para tragar y respirar, los ataques de pánico, las palpitaciones y el insomnio. A continuación, nos vemos arrastrados en una película de terror donde no hay escape posible a la manicomialización: las puertas se cierran, la arquitectura es carcelaria y con la psiquiatra no hay más que una conversación de locura autocumplida. La mujer que perdió a un hijo en un aborto ya no existe. Su dolor es psicopatología sin ciudadanía ni historia.

 

  Me adelanto al final, porque Anna persiste. No está desvalida en la sumisión, asume que necesita una ayuda que no es la que se le otorga (o impone). Encuentra a un señor que no tiene consulta, que atiende en su casa. Desconoce “si es un buen profesional o un charlatán”, pero él la invita a hablar, le ofrece su escucha sensible y no le impone ningún protocolo, porque no sabe por anticipado lo mejor para ella. La autora lo compara con “un rabino sagaz que orienta con paradojas a un judío triste”. En adelante, comienza la escritura del duelo. La ruptura del conjuro de silencio.

 

 

Nota*: Editorial Impedimenta; 1er edición Marzo 2021

 

 

Referencias bibliográficas

 

Aberastury, Arminda. (1976). La muerte de un hermano. Buenos Aires: EDIGRAF.

Didi-Huberman, Georges. (2021 [1992]). Lo que vemos, lo que nos mira. Buenos Aires: Manantial.

Han, Byung-Chul. (2021 [2020]). La sociedad paliativa. Buenos Aires: Herder.

Raimbault, Ginette. (2008 [2004]). Hablemos del duelo. Buenos Aires: Nueva Visión.

Raimbault, Ginette. (1997 [1996]). La muerte de un hijo. Buenos Aires: Nueva Visión.

Starobinets, Anna. (2021 [2017]). Tienes que mirar. Buenos Aires: Impedimenta, 2021.

Despret, Vinciane. (2015). “Acabando con el duelo: pensar con los muertos”. En: Cuerpos, emociones, experimentación y psicología. Madrid: Universidad Nacional de Educación a Distancia.

 

 

 


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