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Notas sobre el uso de la ficción en el Seminario 10, La Angustia, de Lacan

10/09/2011- Por Nicolás Cerruti - Realizar Consulta

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Siguiendo con la idea de cierta continuidad, en esta entrega se intenta abrir a la posibilidad de pensar la ficción como un concepto válido tanto para el psicoanálisis, como ya lo es para la literatura. Centrados en este exquisito seminario de Lacan, La Angustia, motivo de grandes quiebres, indagamos nuevamente sobre la relación entre psicoanálisis y literatura. Al parecer es necesario recurrir a los inventos de los otros para palear algo que, desde el nacimiento hasta la muerte, se nos impone: la angustia. Qué mejor que este seminario para interrogar estos vínculos entonces, o por lo menos para inventarlos.

  Ya en el texto Literatura y psicoanálisis: un relato de carmín, su autora, Flor Codagnone, nos propone una serie de sospechas en el vínculo entre la literatura y el psicoanálisis de las que rescato para esta ocasión una, la ficción; pero de la ficción me centraré en lo enseñado por Lacan en su Seminario 10, La angustia.

 

  Abonando un poco más a ese argumento de sospecha sabemos que desde cierta mirada antropológica existen los que se llamaron los autores de la sospecha, entre ellos Nietzsche, Marx y Freud. Es con la particular visión de lo ficcional en Freud con lo que tendremos que lidear también.

 

  Por lo pronto me hago eco de otro texto, La teoría de las ficciones o la ficción en el sentido más verídico, de Alfredo Eidelsztein, como un procedimiento que compartimos tanto literatos como analistas, que sería este hacer con la resonancia, esta intertextualidad. Como mera introducción me posiciono en lo que Alfredo afirma en su texto: que Lacan desarrolla su concepción de las ficciones desde el comienzo, pudiendo situarla (esto lo afirmo junto a otros) en el texto La carta robada, hasta el seminario 24, siendo además un concepto que extrae de Jeremy Bentham.

 

  Como ya creo haberlos abrumado con estas referencias, ahora me libero. La ficción es un tema en Lacan casi político, pues nombra lo que para este es un más allá de Freud (más allá de lo que Freud proponía como fin de análisis). Es que la ficción no solo rehuye a una gran simbolización, un destino de sentido, o la contundencia de una realidad, sino que nos da un modo de tratarla. La ficción tiene un inequívoco vínculo con la verdad, ya que son muchos los que al escuchar esta palabra la asocian con lo engañoso, lo falso. Aunque quizás lo interesante aquí sea afirmar casi lo contrario, con la ficción se trata la verdad, como nos indicara Flor, esa verdad del relato, esa que dice “hablo”.

 

  En el seminario 10 Lacan nombra la ficción, y a su vez incursiona en textos que crean ficciones. Preñado el seminario de obras literarias Lacan parece mandarnos a leer, entre ellos: Los elixires del diablo, El hombre de arena, Hamlet, cuentos de Chejov, etc.

 

  La última referencia de Lacan sobre la ficción toma a Freud en su pasión: un punto donde Freud se negaría a ver en la verdad la estructura de ficción que está en su origen [1]. Dos pasos da Lacan cuando propone esta estructura de ficción, uno es ir más allá del padre, del nombre del padre (propone los nombres del padre), más allá del destino representado en la égida Freudiana de la roca viva de la castración; y otro coincide con el cambio que se genera en el concepto de Real. Siento que sigo abrumándolos, pero ahora con el léxico analítico, entonces me libero más.

 

  Lacan habla de las historias, las que nos contamos, las que nos cuentan, como una inmensa ficción[2]. Habla del mundo, como un registro anterior a la escena. El mundo, cuando nacemos, ese todo sin totalidad, que merece ser reducido por el lenguaje. En el mundo está lo real, y en la escena es donde nos constituimos, tanto el Otro, como el hombre como sujeto, como portador de la palabra. “Pero no puede ser su portador sino en una estructura que, por más verídica que se presente, es estructura de ficción.”[3] Para acercarse a este real nos habla de lo siniestro, y toma de la literatura la posibilidad de demostrarla mejor, de articularla mejor[4]. Ese real es fugitivo, aunque irreductible. Además Lacan no deja de insistir en la articulación de lo real, y por eso nos habla de orígenes, de fines. Es que desde que tenemos a la religión judeo-cristiana como exclusiva frazada para el frío espiritual, el drama de los orígenes y los finales nos persigue (para todo Génesis su Apocalipsis). No me animo a nombrar el texto bíblico como del terreno de lo ficcional, pero Lacan nos despabila con uno de ellos, el Eclesiastés, para nombrar fuertemente lo que deberíamos atender del goce. En ese fabuloso texto el goce ya aparece, no lo inventó Lacan lamentablemente. Lo que nos va indicando que el goce logra, de alguna manera, ser tratado en la ficción, y nos lleva a afirmar que hay goce en la verdad, hay goce en lo real, hay goce en la ficción. Una pregunta nos inoportuna, ¿cómo podremos verificarlo?

 

  En parte es como afirma Juan José Saer en El concepto de ficción, “Al dar un salto hacia lo inverificable, la ficción multiplica al infinito las posibilidades de tratamiento.”[5] De esto tenemos vivas muestras en otro autor que toma Lacan, quizás el principal junto con Freud para este seminario: Kierkegaard. Es notable el tratamiento que este hace de la verdad, cómo ficcionaliza el relato bíblico, y de este procedimiento extrae la riqueza de lo que no se puede decir diciéndolo.

 

  Como fueron viendo, las referencias se multiplican, de literatos, analistas hasta religión y filosofía. Parece que hablar de lo ficcional nos va incluyendo (¿todos en una misma bolsa de gatos?), nos hace dialogar (si eso existe), inventar. El terreno de lo ficcional también es el de la invención, y no dudo en expresar que el vínculo (hablemos de vínculos y no de relaciones) entre literatura y psicoanálisis toca el de la invención. Vivimos en una época que no tolera la rumeación del trauma, casi ni acepta la necesidad del relato del pasado, y quiere, como los toros de las famosas corridas, seguir una senda de furia viva hacia el sacrificio de algún humano, que represente la especie toda. En esta época la invención parece ser aceptada solo si se la ubica en la estrecha senda donde se realiza la corrida.

 

  Pero la invención que nombramos en la literatura y en el análisis necesariamente rebasa el vallado de los costados. Lo real está por fuera de lo que el individuo y la sociedad quisieran ordenar, y a lo ficcional se le permite expandir las barreras, los límites. Esto es suceptible de ser vivenciado en la experiencia analítica, como construido por la literatura. Por eso todas nuestras afirmaciones no se proponen desde una verdad una, sino que tocan ese terreno de lo ficcional que trae una hipótesis a la vida sin pedir permiso o perdón por ello.

 

  En este terreno de la literatura y el psicoanálisis somos como los niños que desarrollamos teorías para explicarnos, para incluirnos en algo que tenga sentido; estas teorías, meras afirmaciones (como expresamos más arriba), aunque provistas de impresiciones tratan de apresar un real, lo logramos cuando gozamos en su invención. Atrapamos algo de lo real en el goce de la invención, ese es un lugar donde la literatura y el psicoanálisis nombran un elemento: la ficción. Desde que hay analistas, como desde que hay escritores, algo de esto puede ser vivenciado. Es esa la palabra: vivenciado. Quizás en otra entrega podremos hablar de ese fabuloso texto de Barthes “El placer del texto”, e indagar lo que de goce hay en la lectura. Por lo pronto coincidimos en otro punto, una de las operaciones del análisis es la lectura, así como de la literatura. La ficción, lejos de ser un elemento más de la creación literaria, es casi un modo de intervención analítico, porque desde siempre es así como el hombre se dió un lugar en el mundo. La cuestión es ver qué hay luego de eso, de las “simples palabras”. No despreciemos tampoco que el hombre necesita límites al respecto; aunque con la ficción el hombre parece jugar un poco más allá. ¿Para qué tendremos la necesidad del más allá? ¿Es una necesidad? Escenas, fantasmas, novelas familiares, delirios, ¿por qué los sostenemos? Lacan nos hace vivir un poco de lo siniestro cuando en su texto “Acerca de la causalidad psíquica” nos dice que la locura del hombre, en definitiva, propiciada por las primeras identificaciones, es esta por la cual “el hombre se cree un hombre”[6]. Y en definitiva que su ilusión fundamental, su pasión, es la de ser un hombre: “...diré, que es la pasión del alma por excelencia, el narcisismo...”[7] Necesitamos siempre un más allá para preservar el narcisismo, uno que asociamos al ser. Pero con la ficción, aunque sea un poco, observamos el espejo que nos refleja y no el reflejo que nos espeja; intentamos el marco; dejamos definitivamente de afirmar todas nuestras defensas. Necesitamos un más allá en definitiva porque de ahí venimos, de ese real, y esto que digo es también una ficción.

 

 

Referencias


[1]Lacan, Jacques, Seminario 10, La angustia, Editorial Paidós, página 143.

[2]Idem, página 56.

[3]Idem, página 129.

[4]Idem, página 59.

[5]Saer, Juan José, El concepto de ficción, Editorial Seix Barral, página 11.

[6]Lacan, Jacques, Escritos 1, Acerca de la causalidad psíquica, siglo veintiuno editores, página 177.


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