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“La esencia del objeto es fallar”. Comentario de un recorte de texto

04/07/2021- Por John James Gómez Gallego - Realizar Consulta

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¿Hablamos para comunicarnos? Tomando como punto de partida el hablar como acontecimiento en sí, sin otro propósito más que el mismo hablar, el autor abre la puerta de lo que implica el lenguaje en psicoanálisis para ofrecer un recorrido en el que sitúa los operadores negación, goce y falta a partir de las cuatro lógicas modales ‒lo necesario, lo posible, lo contingente y lo imposible‒, distinguiendo impotencia de imposibilidad.

                   

                       

                                                                Gráfico de Pía Doldan

 

 

  Comienzo por señalar una cuestión de método que me parece indicativa acerca del propósito de un trabajo como el que realizamos en el psicoanálisis. Tomamos un texto y recortamos algo de él intentando producir algún saber que ponga límites a los espejismos de la verdad y al parloteo del sentido, al goce del bla, bla, bla. Dicho de otra manera, recortar ese texto permite apuntar a un saber que sirva para recortar algo en torno al objeto, me refiero al objeto a, por supuesto.

 

  Hacemos esto en un análisis cuando estamos en posición de analizantes, y lo incitamos, si me permiten esta abusiva palabra, haciendo semblante de objeto cuando escuchamos a otros procurando la aparición de esa función a la que llamamos analista.

 

  En cierto sentido es lo que hago aquí. Pero el recorte del texto ya no es el del inconsciente que se juega bajo el efecto de la transferencia analítica, sino de una elaboración de la que esperamos una cierta rigurosidad lógica, dialogando en el marco de una transferencia de trabajo que nos orienta hacia preguntas como: ¿qué es el psicoanálisis?, y ¿qué es un psicoanalista?

 

  Preguntas centrales si de lo que se trata de es dar lugar a otra necesaria: ¿qué es una escuela de psicoanálisis? Saben que son algunos de los cuestionamientos que interpelaban a Lacan y que, a mi juicio, vale la pena que nos interpelen a cada uno de nosotros de manera permanente.

 

 

  Ahora sí, vamos al texto. Les presento primero el recorte del texto, tomado del Seminario Aun, y que, valga como homenaje, fue traducido en cabeza de Diana Rabinovich quien falleció hace poco dejándonos un legado valioso en lo que a la implantación y extensión del psicoanálisis en Latinoamérica se refiere. El fragmento es este:

 

“El utilitarismo no quiere decir otra cosa: las viejas palabras, las que ya sirven, hay que pensar para qué sirven. Nada más. Y no asombrarse del resultado cuando sirven. Se sabe para qué sirven: para que haya el goce que falta. Sólo que –y aquí juega el equívoco­– el goce que falta debe traducirse el goce que hace falta que no haya.

Sí, con esto enseño algo positivo, aunque se expresa con una negación. ¿Y por

qué no habría de ser tan positivo como cualquiera otra cosa?

Lo necesario –lo que les propongo acentuar con ese modo– es lo que no cesa, –¿de qué?–, de escribirse. Es una magnífica manera de distribuir al menos cuatro categorías modales. Se los explicaré en otra ocasión, pero les adelanto algo más por esta vez. Lo de no cesa de no escribirse es una categoría modal que no es lo que hubieran esperado oponer a lo necesario, que hubiera sido más bien lo contingente. Imaginen que lo necesario está conjugado con lo imposible, y que ese no cesa de no escribirse es su articulación. Se produce el goce que haría falta que no fuese. Es el correlato de que no haya relación sexual, y es lo sustancial de la función fálica.”[1]


 

  Es un recorte extenso que apunta a una precisión con respecto del uso de la lógica en el psicoanálisis, que será de lo que intentaré ocuparme. Huelga decir que Lacan trabajó arduamente para hacer pasar el psicoanálisis del mito al logos. El seminario Aun es un punto clímax en ese trabajo, antes de sumar un nuevo paso con las cadenas borromeas, para lo cual fue necesario interrogar ciertos problemas de la lógica aristotélica que, en su tiempo, y hasta hoy, reinan entre las cortes científicas. Propongo pues, a continuación, mi comentario que es, al mismo tiempo, un punto de vista abierto a discusión.

 

  Este recorte tiene como punto de partida lo que Lacan denomina una vieja palabra: esencia. Se ha interrogado un poco antes si acaso su postura es la de Aristóteles al hablar de la esencia, pero rápidamente aclara que su interés tiene un punto central que lo diferencia del punto de vista aristotélico; Lacan sostiene que la esencia del objeto es fallar[2].

 

  Si bien esta tesis aparece varios párrafos antes del recorte propuesto, no sería posible dar a este último su justo lugar si olvidamos ese punto de sostén. Y es por esto que el utilitarismo de Bentham resulta más que anecdótico, ya que supone valor al lenguaje en tanto herramienta que permite comunicar cosas. Este punto de vista sobre el lenguaje es común en Aristóteles, en Bentham e incluso en Saussure.

 

  Hay una idea de lo diáfano, de lo esférico claramente orientado en su diferencia entre adentro y afuera. Será Lacan quien se ocupe de la a-esfera y de la continuidad entre adentro y afuera; pero no es lo que nos interesa ahora, así que dejémoslo de lado.

 

  La cuestión del utilitarismo del lenguaje podría parecer un asunto menor. No obstante, en términos lógicos plantea una dificultad mayor, a saber, que lleva a un tropiezo, al error de Aristóteles que es también el de la ciencia:

 

“El error de la ciencia que califico de tradicional por ser la que proviene del pensamiento de Aristóteles, está en dar por sentado que lo pensado está hecho a imagen del pensamiento, es decir, que el ser piensa[3].”

 

  Hay ahí una ficción, una teoría de la ficción, podríamos decir incluso de la fixión (to fix), pues, por un lado ser y pensar coincidirán, cuestión que como saben Lacan objetó, y, por otro, que el objeto podría ser percibido y representado de manera fiel gracias al lenguaje. En buena medida, esos supuestos dan sostén el principio de no contradicción, fundamento clave de la lógica clásica aristotélica.

 

  Pero recuerden que, como supo identificarlo muy bien Freud, el principio de no contradicción no aplica en lo inconsciente; para constatar este hallazgo freudiano pueden remitirse al apartado V de “Lo inconsciente”[4], intitulado: “Las propiedades particulares del sistema inconsciente”.

 

  Es debido a ese error, por ejemplo, que solemos cometer otro más, como hablar de “leyes de la naturaleza”. No existe tal cosa. Las leyes son fórmulas simbólicas, matemas que expresan un modo de leer algo de la naturaleza, mas la naturaleza nada sabe sobre eso. En ella hay movimiento, pero que hagamos de esos movimientos una escritura que deriva en leyes, constituye un intento de hacer entrar en lo simbólico algo imposible.

 

  Basta con revisar en detalle el impacto que los grandes descubrimientos de la física tienen, pues lo que muestran es que ahí donde se busca el origen algo se desplaza a otro lugar. La causa se revela como perdida en el mismo momento en que se cree haberla encontrado.

 

  Entonces, por ese utilitarismo, el campo del lenguaje que desde Freud ha brindado al psicoanálisis una materialidad diferente a la de la física, queda reducido a una herramienta que siendo correctamente usada comunicaría lo que debe y sería idéntica a lo que nombra. De allí la afirmación de Lacan sobre esas viejas palabras:

 

“Se sabe para qué sirven: para que haya el goce que falta. Sólo que –y aquí juega el equívoco– el goce que falta debe traducirse el goce que hace falta que no haya”.

 

  Esa falta es tanto lo que busca colmarse como lo que se presenta bajo la forma de lo imposible. Lo enfatizo: el goce que falta implica, pues, que lo que hay cuando se busca el goce es el encuentro con la falta de ese goce, con algo que no llega a ser logrado. Allí la falta es causa (perdida) y, al mismo tiempo, destino (imposibilidad).

 

  Esto tiene que ver además con una concepción lógica del movimiento que Lacan tomó del estoicismo y que no coincide con la concepción mecánica heredada de Aristóteles, la cual pervive aún en buena parte de la ciencia y sobre todo en nuestra intuición.

 

  Entonces, de lo que se trata es de indicar el modo en que la lógica de Aristóteles supone, por un lado, el desconocimiento de la falta como causa, es decir, desconocimiento de la Evicción del origen, título de un maravilloso libro de Guy Le Gaufey; por otro, el punto en el cual las premisas mayores en los silogismos aristotélicos, que aspiran a lo que más adelante en la lógica moderna se escribe bajo la forma “Para todo X”, quedan interrogadas; devienen proton pseudos.

 

  En ese sentido, no hay significante que pueda definir la esencia de lo que algo es. Por eso la esencia para Lacan difiere del modo en que esa vieja palabra es usada por Aristóteles, ya que para el primero la esencia hace un límite infinito que condiciona el goce pues lo que ella expresa es la falla: el encuentro con la falta de objeto.

 

  Recordemos que lo aportado por el pensamiento de Aristóteles a lo que hoy llamamos ciencia moderna no es el acceso a lo verdadero, sino la exigencia de definir y establecer lo general. Y lo que se opone a eso general no es lo particular, tampoco lo individual, sino lo contingente, es decir, aquello que resulta accidental, que no entraría en el cálculo podríamos decirlo también actualizando su lógica al modo en cómo se ha aplicado en las ciencias, sobre todo en aquellas que se sustentan en el positivismo lógico que aún pervive, y curiosamente con mayor ahínco en la psicología.

 

  Es por eso que, toda vez que lo particular no se opone a lo general, sino que hace parte de ello, el caso sirve a los fines de probar la generalidad y establecer una ley que dé cuenta de una causalidad. Ese es el propósito primordial del experimento científico: sumar casos particulares que den prueba de la ley general.

 

  A partir de ahí vemos que, por un lado, Lacan propone introducir la negación en relación con el todo, que no es lo mismo que decir nada, pues todo y nada, ambos, implican universales. Negar el todo es enunciar el todo negado (perdonen la obviedad); algo así: Para no-todo X. No hay ahí esencia en tanto subsiste algo que no se inscribe en el enunciado. De haberla tendría que estar presente en todos los elementos, es decir, ser universal, aplicar como ley general.

 

  Un efecto de este modo en que Lacan introduce la negación es que la verdad lógica queda condicionada. Ya no será: algo es verdadero para todo X (noten que lo clave aquí no es cuál es el dato verdadero, sino que sea cual fuere ese dato se cumpla en todos los casos, aquí está lo general), sino que la condición limita lo que es verdadero para X, pues lo es, sí y solo sí, es verdadero para X. Nos encontramos allí con la tautología, y recordarán que quien supo expresar esto con total precisión fue Tarski.

 

  Pero Lacan lleva las cosas un poco más lejos, puesto que en la tautología, tal como la propone Tarski, se confirma que hay verdad aunque sea por la repetición de la presencia. Entonces esto no soluciona el problema lógico que interesa a Lacan quien, por su parte, siguiendo a Freud, indica que la presencia se confirma solo a condición de que haya ausencia, con lo cual no hay más que verdad como paradoja, como imposibilidad lógica.

 

  Podemos formularlo así: Hay goce sí y solo sí el goce falta. Vemos entonces que no hay El goce esencial, sino que la esencia del goce es estar condicionado por su falta, la cual está determinada por la falla estructural: el no-encuentro con el objeto.

 

  Son esos avances los que exigen el paso de la lógica clásica, que plantea categorías universales, a las categorías que se incorporan con la lógica modal, que si bien también son de cosecha aristotélica, Lacan reescribió para sus propios fines; las fórmulas de la sexuación son un ejemplo. Entonces, lo que Lacan propone es redefinir esas categorías modales a la luz de la experiencia psicoanalítica.

 

  En el recorte que estamos abordando se señala que hay cuatro categorías modales, aunque solo se abordan dos: lo necesario y lo imposible. Las otras dos son: lo posible y lo contingente. Como les decía, estas categorías existen desde Aristóteles, pero fue David Lewis en el siglo XX quien las puso al corriente en relación con el lenguaje, es decir, a la luz de la lingüística moderna. Veamos en términos generales de qué se tratan y cómo se relacionan entre sí:

 

Todo lo que es contingente es posible (puede ser o no ser)

No todo lo posible es contingente (Lo posible puede ser necesario)

Lo necesario es posible

Lo necesario no es contingente (Lo necesario tiene que ser, no puede no ser)

No todo lo posible es necesario (Lo posible no necesariamente será)

 

  Las presento en sus articulaciones con las demás tratando de hacerles percibir que en el paso de la una a la otra siempre hay algo no-todo. Ninguna es absoluta, es decir, independiente de los otros modos. Por supuesto, Lacan las replanteará en sus propios términos y en relación con sus elaboraciones lógicas para el psicoanálisis:

 

• Lo necesario: no cesa de escribirse (utilitarismo… goce del bla, bla, bla… y “aparente referencia al falo”, p. 114)

• Lo imposible: no cesa de no escribirse (la relación sexual)

• Lo contingente: cesa de no escribirse (“la aparente necesidad de la función fálica se descubre no ser más que contingencia”, p. 114)

• Lo posible: lo que resulta susceptible de ser afirmado como verdad cuando las cosas externas que acontecen en conjunción con ello no lo impiden (Axioma-Fantasma)

 

  Por cierto, en cuanto a lo posible, el losange usado por Lacan en su fórmula del fantasma es precisamente el símbolo que se usa para expresar las relaciones de posibilidad en la lógica modal. Pero volvamos al punto final del recorte para terminar con este comentario:

 

Lo necesario, lo que les propongo acentuar con ese modo, es lo que no cesa, –¿de qué?– de escribirse. Es una magnífica manera de distribuir al menos cuatro categorías modales. Se los explicaré en otra ocasión, pero les adelanto algo más por esta vez. Lo de no cesa de no escribirse es una categoría modal que no es lo que hubieran esperado oponer a lo necesario, que hubiera sido más bien lo contingente. Imaginen que lo necesario está conjugado con lo imposible, y que ese no cesa de no escribirse es su articulación. Se produce el goce que haría falta que no fuese. Es el correlato de que no haya relación sexual, y es lo sustancial de la función fálica.

 

  Entonces, lo necesario no cesa de escribirse. Es lo que el sentido conlleva y que da apariencia, ilusión de consistencia al Uno. Ubiquen ahí desde Freud, si quieren, la ilusión del cuerpo como un yo, objeto unificado en el narcisismo, y también la imagen unificada en el estadio del espejo en Lacan. Pero recuerden, no es más que ilusión que busca obturar la falta. Eso necesario está ahí para insistir a través de lo que se escribe que no es otra cosa que el goce del sentido, pero que no hace más que velo.

Ubiquen también allí el amor, pues como Lacan lo indica en este mismo seminario:

 

“El amor es impotente, aunque sea recíproco, pues no es más que el deseo de ser Uno, lo cual nos conduce a la imposibilidad de establecer la relación de ellos. ¿La relación de ellos, quiénes? – dos (deux, d’eux: ellos) sexos”[5].

 

  Entonces el amor es impotente, pero no es imposible. La impotencia no es una categoría lógica, pero se ubica del lado de una: lo contingente, que tiene apariencia de necesario; pero recuerden, lo contingente puede ser, mientras lo necesario tiene que ser. Dicho sea de paso, buena parte de los efectos del análisis residen en hacer posible el paso de la impotencia a la imposibilidad; no es poca cosa.

 

  Por tanto, no debemos confundir la impotencia con la imposibilidad. Esa impotencia, que es la de la función fálica, intenta velar la imposibilidad, que es la de la relación sexual. Por eso la función fálica parece necesaria aunque sea contingente, pero, en realidad, lo necesario es producir un goce del sentido con el cual se escribe una y otra vez, ¿qué cosa? El hecho de que es hablando como se hace el amor, para traer un célebre aforismo lacaniano; o también, que no hay más ser que el de ser dicho en alguna parte, para traer otro.

 

  Entonces, ¿qué sería, en ese sentido, lo necesario?: el significante. Es lo que no cesa de escribirse. Pero, dado que su soporte material es la letra, lo que se opone a eso necesario es lo imposible. Dicho de otro modo, allí donde el significante escribe algo del goce, la letra, objeto a, revela la imposibilidad del goce pleno, por tanto, de la relación sexual.

 

  De ese modo: “Se produce el goce que haría falta que no fuese. Es el correlato de que no haya relación sexual, y es lo sustancial de la función fálica”. El goce es expresado así por su condición paradójica. Se produce el goce que haría falta que no fuese: el goce del Uno que no cesa de escribirse, que es el correlato del goce ligado a la imposibilidad, al no cesa de no escribirse, que lo articula por estar sujeto a la esencia del objeto como falta y, por lo cual, el goce que suma por vía de lo necesario, al mismo tiempo resta por su correlato en lo imposible, es decir, porque no hay relación sexual.

 

 

Nota: Comentario presentado en el marco de la actividad Amor, goce, satisfacción… aun. Foros del Campo Lacaniano de Medellín y de Pereira (Colombia). Actividad coordinada por Ricardo Rojas y Jorge Jaramillo miembros de la EPFCL.

 

 

 



[1] Lacan, J. (1981). Aun. El Seminario, Libro 20. Buenos Aires: Paidós, p. 74.

[2] Ibídem, p. 73.

[3] Ibídem, p. 128.

[4] Freud, S. (1986). “Lo inconsciente” [1915]. En: Obras Completas, vol. XIV. Buenos Aires: Amorrortu Editores. 

[5] Op. cit. Aun. (1981), p. 14.

 

 

          


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