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12/10/2018- Por Gustavo Geirola - Realizar Consulta

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Es devastadora la situación de la humanidad. El Padre atroz (mercado, narcotráfico, terrorismo, consumismo) ofrece una alternativa letal al individualismo promovido por el neoliberalismo. A las fallas de la ley y el simulacro del sujeto, a la precariedad cada vez más acentuada de los lazos sociales basados en la solidaridad, y mediante la corrupción del sistema judicial, el Padre atroz ofrece una alternativa fatal: simulacros de agrupación (pandillas, cruzadas fanáticas, mafias) con los que captura a los desechos humanos, los usa, y los tira como mejor le convenga…

 

 

 

      

                                                  Imagen del film Brazil *

 

 

 

  ¡Brasil, no llores por mí, llora por ti, y si no lloras ahora, llorarás para siempre¡ Ayer intenté no ver noticieros y desentenderme de Brasil. Ya preveía el resultado. No hay caso: hay que convencerse de que el goce del pueblo es el fascismo o, mejor, que el goce del fascismo ha capturado al pueblo y –medios de comunicación medianteha convertido su desesperación por la sobrevivencia en su mejor aliado.

 

  Y la (ultra)derecha avanza, porque lo sabe. Si, como dice Jorge Alemán, el neoliberalismo arrasa con el sujeto, el sujeto del inconsciente, el sujeto marcado por la ley, el sujeto del deseo, pues al desaparecer el deseo, solo queda un goce superyoico, el del Padre obsceno y atroz del que habla Lacan, guiado por la pulsión de muerte.

 

  Y si, como dice también Alemán, el sistema produce in-empleados estructurales, gente que se cae para siempre del sistema (el desempleado, dice Alemán, todavía puede ser empleado nuevamente), si, por otro lado, Agamben habla de la producción de nuda vida, de gente que ya ha dejado de ser sujeto y es objeto total, matable e insacrificable, es decir, a los que se puede matar sin culpa y sin castigo, anónimos que ni siquiera merecen un rito funerario, pues entonces el pueblo solo aspira en su angustia a volver a lo inorgánico, tal como Freud lo vio lúcidamente para la pulsión de muerte.

 

  De la biopolítica de Foucault vamos pasando, como bien lo planteó Achille Mbembe, a la necropolítica. En ese estado de desecho total, solo les queda a los excluidos, como dice Alemán, convertirse en objeto, insertarse en regímenes fascistas que los manipulen, comandados por padres terribles que imponen su goce a la fuerza.

 

  Ya no se trata –como lo planteó Freud de líderes de la masa frente a los cuales el pueblo puede identificarse cancelando su yo. Ahora el problema en esta época neoliberal es el arrasamiento del sujeto, que va más allá de la alienación del yo a los mandatos de un líder populista de turno.

 

  Por eso, el pueblo imagina recomponer el panorama original de “Tótem y tabú”, hordas comandadas por padres terribles, que imponen la ley de su goce exclusivo: es que éstos ofrecen verticalidad, amparo, simulacro de familia y de orden, a costa y a cambio de obediencia ciega y de autosacrificio de la vida de cada cual.

 

  Es verdaderamente devastadora la situación de la humanidad. El Padre atroz (mercado, narcotráfico, terrorismo, consumismo) ofrece una alternativa letal al individualismo promovido por el neoliberalismo. A las fallas de la ley y el simulacro del sujeto, a la precariedad cada vez más acentuada de los lazos sociales basados en la solidaridad, y mediante la corrupción del sistema judicial, el Padre atroz ofrece una alternativa fatal: simulacros de agrupación (pandillas, cruzadas fanáticas, mafias) con los que captura a los desechos humanos (narcotráfico, terrorismo, consumismo compulsivo, en fin, fascismo), los usa y los tira como mejor le convenga, porque son matables y sacrificables.

 

  Nunca como ahora puede decirse con tanta propiedad que el pueblo es Vox Dei; el pueblo ha dejado de ser el soberano, como pretendía la Modernidad, para convertirse en hordas animalizadas comandadas por ese Padre siniestro que, al imponerles controles y disciplinas inapelables, les brinda al menos un marco simbólico en el que falazmente pretenderían salvarse, sobrevivir, experimentar quizá el último fulgor de su deseo.

 

  De todos modos, a lo mejor no hay que acongojarse tanto: si el pueblo “elige” –¿pasaje al acto?ser objeto, ser cosa, será porque imagina que el objeto no sufre, y si lo hace, sufre de un goce, de ser instrumento del goce del Otro, al que, como quería Sade, solo le cabe hacer el mayor mal posible sin culpa.

 

  Queda, sin embargo, una pizca de esperanza: es en los movimientos colectivos donde todavía parece ser posible –como Ernesto Laclau lo sugiere en La razón populista– la emergencia de significantes vacíos o flotantes que, revitalizando los lazos comunitarios y haciendo ejercicio de la democracia, logren confrontar a los sectores del poder y las instituciones esclerotizadas, reformulando las leyes y registrando la inconsistencia del Otro.

 

  Hay aún entre los grupos oprimidos, ciudadanos que resisten la captura y la objetalización a la que los condena el sistema. Resisten a ser nuda vida, a ser in-empleados estructurales y quedar éxtimos en el sistema. Alemán sostiene, por un lado, que no hay un exterior al sistema capitalista desde el cual oponerse y, por otro, parece contradecirse cuando afirma que estos individuos no tienen lugar en el Otro.

 

  Creo que el concepto de extimidad puede ayudar aquí, porque es elaborando críticamente ese lugar éxtimo desde el que todavía es factible construir hegemonía y apuntar a la emancipación, visto que los grandes discursos revolucionarios ya han demostrado su ineficacia histórica.

 

  Hay sectores sociales que no obstante siguen insistiendo en sus reclamos, articulan sus demandas insatisfechas frente a los residuos de un Otro sobre el que, en parte, ya saben que no pueden contar, que no da garantías, y esto no deja de ser un buen rédito analítico.

 

  Fueron, son y serán ellos el objetivo más vulnerable a la violencia del Estado porque, como lo planteaba Walter Benjamin, desvelan la violencia constitutiva del derecho y del Estado; al resistir al goce de la venganza, todavía recurren a los marcos jurídicos de protesta y reclamo en su lucha cotidiana.

 

  Ellos todavía importan porque –como lo plantea Benjamin– amenazan con fundar un nuevo derecho y no habría que olvidar, como nos lo recuerda el filósofo alemán, que “el estado teme a esta violencia en su carácter de creadora del derecho” (Para una crítica de la violencia). El fascismo tiene sus mayores aliados en los sectores medios ilustrados y los fanatismos religiosos que sostienen y propenden a la medievalización del mundo.

 

  Se viene hablando mucho desde los sectores ilustrados progresistas de la ignorancia de los oprimidos, como si su voto por el fascismo fuera lo único incomprensible y condenable; pero esos sectores medios educados también votan por programas fascistas, y lo hacen en la ilusión de ser aliados de los poderosos.

 

  Se alienan –como en el estadio del espejo– y a su manera celebran el entusiasmo fútil de una falsa mímesis con ese 1% de ricos del mundo; creen que participan de ese poder, se sienten incluidos y, por esa complicidad, imaginan evitar la exclusión generalizada que promueve sin tregua el neoliberalismo.

 

  Deniegan aquello que no obstante ya saben: que esa mímesis y ese júbilo que les viene de lo especular son fugaces, efímeros. Y esta tramposa sensación no está lejos de la nuda vida: es otra versión de lo letal, un estar muertos-vivos, zombies del poder, que los descartará cuando ya no los pueda reciclar en sus proyectos siniestros.

 

  Estos sectores medios ilustrados viven todavía la creencia de sentirse representados por los gobernantes elegidos “democráticamente” para mantener los valores de la decencia, los valores religiosos, los valores de la tradición. En este mundo en el que el goce parece retomar su primitiva versión de soberanía, también hay sectores medios ilustrados concientes de este momento crepuscular del mundo.

 

  ¿Cuáles serán las estrategias que implementaremos –evitando las repeticiones de fórmulas ya probadamente ineficaces– para defender y reinventar los marcos democráticos que puedan ser capaces de lograr –como plantea Laclau– la equivalencia de las demandas diversas para construir hegemonía frente el avance del fascismo?

 

  Como minoría con restos de lucidez, corremos el riesgo –como ya aprendimos en la historia más reciente del siglo XX– de convertirnos o que nos conviertan en estados de excepción o, todavía peor, de inmolarnos en autosacrificios que ya no importarán a nadie.

 

 

Nota*: el film Brazil (1985), del Director Terry Gilliam, no alude necesariamente al país que nos convoca, pero sí a un mundo distópico, a un sistema totalitario. Supone un guiño a la novela 1984 de George Orwell.

 

 

 

 


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