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Cuando falla la ley inscripta en el inconsciente: la Ley como generadora de un corte.

06/03/2018- Por Daniela Kaplan - Realizar Consulta

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Ante el abuso y el maltrato a los niños que llegan a la institución hospitalaria, se ha constituido el “Comité de Niños en riesgo” en el Hospital Ricardo Gutiérrez. Es interdisciplinario, incluye pediatras, clínicos y especialistas, profesionales de salud mental (psicoanalistas) y de trabajo social. Ante la sospecha o detección de un niño en riesgo, este es evaluado por un médico, un profesional del área de salud mental y un trabajador social… Intervienen como articuladores de la ley cuando esta peligra.

 

 

 

        

 

 

 

  Ante el abuso y el maltrato a los niños que llegan a la institución hospitalaria, se nos impone pensar en el lugar del Hospital y del Comité de niños en riesgo como articuladores de la ley o terceridad que interviene cuando esta peligra.

 

  Para que un sujeto se constituya ha de haber un coto a lo pulsional, una renuncia al puro goce que debe pasar a través de la palabra permitiendo que la cosidad misma desaparezca. Cuando este límite no funciona desde las instituciones -la familia es una institución- las consecuencias en los sujetos pueden ser devastadoras.

 

  En el año 2000, debido a la creciente problemática de abandono de los sujetos como consecuencia de políticas neoliberales con su secuela de pobreza extrema y exclusión social, el “Comité de Maltrato” dependiente del Servicio de Salud Mental del Hospital de Niños R. Gutiérrez cambió su denominación a “Comité de Niños en Riesgo”.

 

  La caída subjetiva de quienes habrían de erigirse en sostén de los niños deja a los mismos sumidos en el desamparo. El desplome de los adultos efecto de la crisis económico-social se corporiza en depresiones, pasajes al acto, adicciones, etc. No son pocos los padres que, excluidos del sistema y de las instituciones por la falta de trabajo y por  la indiferencia del Estado, tambalean en sus posibilidades de amparo y protección de su descendencia.

 

  Este cambio de paradigma condujo a ampliar el marco de intervención del Comité. Circunscripto, hasta ese momento, al maltrato físico y al abuso sexual, se vio compelido a ocuparse en adelante también de situaciones de negligencia y abandono de los niños por parte de sus padres. Incrementaron así los casos de jóvenes sujetos en situación de calle, con consumo problemático de sustancias, hijos de padres con patologías psiquiátricas o de adictos cuyo estado genera descuido de los pequeños.

 

  Los “niños enloquecidos” comenzaron a ser otro motivo de consulta. Niños, generalmente en la primera infancia, al cuidado de adultos con serias dificultades en su psiquismo y sin un sostén efectivo desde otros familiares o instituciones que acompañen la crianza.

 

  Pequeños no constituidos subjetivamente que permanecen alienados al Otro y forman parte de los llamados “niños graves”: autistas, desconectados o con dificultades en el manejo de las impulsiones. Niños invisibilizados, criados por un adulto incapaz de protegerlos, atenderlos y mirarlos, lo que los sume en un estado de indefensión y riesgo creciente.

 

  El Comité de Niños en riesgo es interdisciplinario, incluye pediatras, clínicos y especialistas, profesionales de salud mental (psicoanalistas) y de trabajo social. Ante la sospecha o detección de un niño en riesgo, este es evaluado por un médico, un profesional del área de salud mental y un trabajador social quienes articularán con instancias administrativas de protección de derechos o Judiciales en los casos que se considere correspondiente y/o necesario.

 

  La presentación al Comité se decide para discutir las acciones y plantear nuevas estrategias y para dirimir diferencias de opiniones entre los profesionales representantes de saberes disímiles o, aún sosteniendo las mismas, acordar una conducta.

 

  El profesional de Salud Mental evalúa al niño y a su familia. Escucha a los padres y al niño: lo que estos, en su hablar, dicen. El discurso dará cuenta de la posición de los padres y del lugar que el niño ocupa en la estructura. No es lo mismo un niño concebido como agálma (joya, ornamento) que escuchar el lugar de desecho que le fue destinado.

 

  A su vez, la posibilidad de intervención, cualquiera sea la estructura que preceda al niño, varía caso por caso. En algunos, se apuesta a un trabajo vía la palabra, primero durante la internación y luego derivando al niño y a su familia a la continuidad del tratamiento en forma ambulatoria. En otros, es necesario dar lugar a una instancia externa reguladora. En estos casos un acto es necesario para acotar el desborde, lo que no puede ser simbolizado, lo que insiste gozosamente y derrama en el niño.

 

  Apelar a la ley, a la intervención de los organismos que la representan -Consejo de Niños, Niñas y Adolescentes en el ámbito de CABA u Organismos zonales de protección de derechos en Provincia de Buenos Aires- es el recurso con el que contamos. Organismos que habrán de instrumentar estrategias de protección, pero que en un primer momento funcionan como un coto al exceso, un tope al goce que puede llevar a la aniquilación, real o subjetiva de un niño.

 

  La inserción del discurso del psicoanálisis atraviesa la intervención: desde el profesional de salud mental que participa directamente en la atención del niño y su familia, hasta la inclusión de un psicoanalista en el Comité, como escriba de lo que se oye en las múltiples intervenciones de los que allí participan. Consideramos que la presencia de los psicoanalistas en el Comité tiene como función sostener la inclusión de la subjetividad del paciente, de ese resto que escapa a la representación de las fórmulas de la ciencia.

 

  Favorecer el despliegue de lo dilemático, el desenmascaramiento de las inconsistencias lógicas y muchas veces irresolubles del discurso es, desde nuestro lugar de analistas, la posición ética a sostener.

 

 

El caso clínico

 

  Ingresa al Hospital de Niños un bebé de cuatro meses con múltiples fracturas costales. Una radiografía de tórax da cuenta de diferentes estados de evolución de las mismas, pero el tipo de fracturas no coincide con ninguna enfermedad ósea.

 

  Se conforma un equipo de trabajo. Además de los médicos clínicos de la sala donde se interna al bebé, se convoca al profesional de Salud Mental, quien mantiene entrevistas con los diferentes miembros de la familia.

 

  En las entrevistas, la madre del niño refiere que este nunca lloró manifestando dolor ni apareció con marcas. Dice que el niño no se cayó, el psicoanalista escucha allí el equívoco: “No sé calló”. El padre relata los hechos de manera desafectivizada, no parece preocuparle demasiado lo que le pasa a su hijo y dice que es un “misterio”. Piensa que se trata de “algo de nacimiento”, aunque dice que con su esposa se están planteando qué medidas tomar para proteger al niño.

 

  Manifiestan no poder imaginar lo que sucede. Se inclinan por la hipótesis de una patología orgánica. No se muestran angustiados. Están molestos por el interrogatorio que se les hizo al ingreso, “como si los médicos sospecharan de un maltrato”, dicen.

 

  El padre dice, con un tono monocorde y como si en realidad repitiera palabras de otro, que si él no se hubiese preocupado por su hijo no lo hubiera traído y que todo lo que hace es para el bienestar del pequeño. La madre llora y el papá se describe como nervioso mientras dice que la madre es más tranquila y “se traga todo”.

 

  Se presenta el caso en el comité de niños en riesgo y se da intervención al Consejo de Niñas, Niños y Adolescentes, organismo correspondiente a la Ciudad de Buenos Aires. Los profesionales comunican a los padres que se dio intervención al Consejo, informando sobre el estado del bebé a su ingreso al hospital.

 

  La madre no se muestra angustiada ni preocupada. El padre de no parece tomar conciencia de la gravedad de la situación y de la responsabilidad que tiene, aunque más no sea por desconocer lo sucedido. Se muestra muy apurado por volver a su casa y a su trabajo. Por el momento el Consejo resuelve continuar con las entrevistas del equipo de Salud Mental a los padres.

 

  El analista nota un interés en el padre cuando se le solicita que hable de su trabajo. Detalla cuidadosamente su labor en un criadero de pollos. Cuando se le pregunta por el puesto que prefiere ocupar, se detiene en una detallada descripción de su función en la evisceración de pollos. El modo en que habla de esto, relatando minuciosamente y con deleite su quehacer, denota un Goce que muestra por primera vez en las entrevistas y orienta al profesional en su escucha.

 

  El abuelo paterno del bebé internado le dice a su hijo: “el nene está lesionado y hay una denuncia, ahora cualquier cosa que le pase va a ser peor, así que: ¡a cuidarse!”. Frente a la limitación que impone la intervención al Consejo por parte de los profesionales, el abuelo, hasta este momento des implicado, interviene y se interesa por las consecuencias si alguien confiesa un hecho. Pareciera que la ley cojea desde generaciones anteriores.

 

  Posteriormente el padre del bebé se acerca al Consejo de Niños, Niñas y Adolescentes y refiere haber sido el autor del maltrato.

  En el Hospital, pide hablar con el psicoanalista y repite lo ya dicho en el Consejo. Habla de esto con mucha tranquilidad, sin angustiarse, y relata haber sentido unos impulsos irrefrenables de violencia sobre su hijo por ser éste incapaz de defenderse. “Un flash” lo movió a apretarlo y sacudirlo. Relata esto sin manifestar arrepentimiento ni culpa.

 

  La salud física del niño está fuera de peligro y el Consejo autoriza que el niño se retire con su madre y se da intervención al organismo zonal correspondiente al lugar de residencia de la familia.

 

  La resolución no indica la separación del bebé de su padre y tanto el equipo tratante como el Comité de Niños en Riesgo considera que el niño está en situación de peligro. El Comité sugiere comunicarse con el organismo zonal para articular el trabajo y contactar con el pediatra de cabecera, quien continuará con el seguimiento pediátrico del niño.

 

  Se resuelve citar a la madre al Hospital a los quince días de la externación. Viene con su hijo, acompañada por su propia madre. Se la escucha angustiada y decepcionada, y en los sucesivos encuentros comienza a preguntarse acerca de su responsabilidad en lo sucedido.

 

  Decide no convivir más con su marido y no permitir que este permanezca a solas con su hijo. Inicia los trámites de divorcio y denuncia personalmente lo sucedido, inculpando a su esposo, en el ámbito penal correspondiente. Está atenta a su hijo y observa cómo éste reacciona cuando se le acerca un adulto y se interroga por las secuelas que pueden quedar en su hijo. Atendiendo a esta inquietud, su pediatra de cabecera le sugiere llevar al pequeño a estimulación temprana. La madre inicia un tratamiento psicológico en su ciudad de residencia.

 

  No preguntamos si el goce mortífero del padre da cuenta de la falla en la inscripción de la ley en él. Pregunta cuya respuesta se esboza y nos guía en nuestro modo de intervenir. El recurso a la ley externa es necesario para proteger al niño de los efectos de esta ausencia. Ley externa que acote al padre de un supuesto goce mortífero que lo lleva a alucinar a su hijo en el lugar de un pollo.

 

  Apelamos a diferentes instancias para la protección del niño, tanto en lo más inmediato como en el plano de la constitución subjetiva, donde la terceridad también debe operar. La precocidad de la intervención y la respuesta de la madre, aunque auspiciosas, no garantizan la ausencia de secuelas en el psiquismo del niño.

 

  Recurrir a instancias reguladoras como el Consejo de Niñas, Niños y Adolescentes o los Consejos Zonales son llamados a la terceridad, a la ley. Se invoca al Otro para que regule el exceso, aquello que Freud llamó el quantum de energía inasimilable, aquello que escapa a los avances de la ciencia y a las conceptualizaciones respecto de la infancia.

 

  Situaciones imposibles de cercarse con palabras, en las cuales lo Real, lo que está más allá de los límites, irrumpe para confrontarnos con lo imposible y por ende con la propia castración.

 

 

Bibliografía:

 

Hartmann A. y otros autores (2014). El malentendido de la estructura. Buenos Aires: Editorial Letra Viva.

Lacan J. (1988) Intervenciones y textos II. “Conferencia de Ginebra sobre el síntoma” (1975). Buenos Aires: Editorial Manantial.

Lacan J. (1988) Intervenciones y textos II. “Dos notas sobre el niño”. (1969) Buenos Aires: Editorial Manantial.

Brieva, J; Bisio Lía; Coglianese; C; García, P; González, A; Parral, J; Pereyra, M; Piantino, G, Ravizzoli, G y Contreras, M; El Comité de Maltarto y Riesgo del “Hospital de niños R. Gutierrez”: Una ideología de trabajo. (2007). Revista del hospital de niños de Buenos Aires, Volumen 49. Número 221, Pág 40-50

 

 

 


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