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Cuando una mamá lo puede todo13/03/2010- Por Peichi Su - Realizar Consulta

A través de un recorte clínico se abordará el eje de los efectos y marcas que puede dejar una mamá en su niño cuando se muestra todopoderosa. Muy por el contrario de lo que reza el saber popular, la omnipotencia no siempre es un aspecto deseable en el campo de la subjetividad. Cuando una mamá lo puede todo, no se espera un desenlace demasiado feliz. Mediante la presentación del caso de un niño encoprético, se irá recorriendo las marcas que va inscribiendo el Otro primordial sobre el sujeto en vías de constitución cuando este Otro pretende abarcarlo todo.
A través de un recorte clínico se abordará el eje de los efectos y marcas que puede dejar una mamá en su niño cuando se muestra todopoderosa. Muy por el contrario de lo que reza el saber popular, la omnipotencia no siempre es un aspecto deseable en el campo de la subjetividad. Cuando una mamá lo puede todo, no se espera un desenlace demasiado feliz. Mediante la presentación del caso de un niño encoprético, se irá recorriendo las marcas que va inscribiendo el Otro primordial sobre el sujeto en vías de constitución cuando este Otro pretende abarcarlo todo.
Claudia consulta por su hijo de 6 años (Marcos) quien está teniendo dificultades para ir al baño: “No quiere hacer caca en el baño…ya no sé qué hacer, se aguanta tanto que se retuerce de dolor debajo de la cama hasta que se le forman bolos fecales”- comenta preocupada esta mamá.
Claudia cuenta que el padre de Marcos estaba casado y tenía familia cuando ella lo conoció. Al poco tiempo, él tuvo unos problemas financieros que hicieron quebrar su negocio, lo cual lo sumergió en una crisis depresiva. En el medio de esa crisis ella se quedó embarazada de Marcos... Cuando le dio la noticia, él se negó a tener ese hijo, le dijo que abortara. Sin embargo, a pesar del rechazo, ella decidió seguir con el embarazo. “Yo no quise presionarlo, así que decidí tenerlo yo sola”, comenta ella.
Marcos no conoció nunca a su padre en persona, la mamá le había contado que el padre se encontraba viviendo en otro país y que por eso no estaba con ellos. Ella le puso su propio apellido a Marcos por temor a que el padre se lo llevara.
Cuando el niño entró a sala de 3 del jardín ella comenzó a mostrarle fotos de su padre. Actualmente, hace dos años que Marcos y su papá se comunican por teléfono: “Los fui acercando de a poco... porque no quiero que Marcos sea como el padre...”. “Me molesta que se parezca tanto al padre... incluso hasta la forma de comer es igual a él. ¡Y eso que nunca se conocieron!”, comenta perpleja Claudia.
Según esta mamá, el padre de Marcos es un hombre “depresivo”, “tímido” y “sin iniciativa”. “Todo se lo tengo que decir yo. Cada tanto me llama por teléfono para contarme que se siente mal, que está deprimido, que no sabe qué hacer con su trabajo”.
Claudia no volvió a tener pareja desde que se quedó embarazada de Marcos: “Yo siempre me manejé muy bien sola, en realidad no necesito ni tengo tiempo para estar con alguien”.
Que haya lugar para Otro
En el Seminario “Las Formaciones del Inconsciente” Lacan afirma lo siguiente: “la dimensión del Otro, al ser el lugar del depósito, el tesoro del significante, supone, para que pueda ejercer plenamente su función de Otro, que también tenga el significante del Otro en cuanto Otro. El Otro tiene, él también, más allá de él, a este Otro capaz de dar fundamento a la ley”[1] [el resaltado es mío]. Es necesario que este Otro primordial, encarnado en la persona de la madre, esté también atravesado por Otro, un más allá de ella. Que no todo parta de ella.
En el mismo párrafo Lacan continúa: “Es una dimensión que, por supuesto, pertenece igualmente al orden del significante y se encarna en personas que soportarán esta autoridad. Que, dado el caso, esas personas falten, que haya por ejemplo carencia paterna en el sentido de que el padre es demasiado tonto, eso no es lo esencial. Lo esencial es que el sujeto, por el procedimiento que sea, haya adquirido la dimensión del Nombre del Padre”[2]. En la clínica con niños el despliegue discursivo a partir de las palabras, los dibujos y los juegos, va dando lugar a la lectura del deseo de la madre que subyace en el síntoma que trae el niño. La mamá de Marcos lo puede y lo quiere todo, tapona la dimensión deseante reduciéndola a demandas que ella pueda colmar y satisfacer. Se siente completa, todo lo logra y lo consigue, no comprende y permanece perpleja cuando las cosas se escapan de sus manos.
Ella cuenta:“Todo lo hice yo sola. Nadie me ayudó en nada. El padre de Marcos siempre está deprimido, no tiene iniciativa y no sabe qué hacer con su vida. Antes se negaba a conocer a Marcos, y ahora me dice que quiere conocerlo. Pero yo no quiero que mi hijo conozca a un padre depresivo, por eso no los dejo conocerse personalmente. Ellos solo se comunican por teléfono”. No hay lugar para un padre en esta fusión madre-hijo, Claudia controla todo intentando que nada se le escape. Pero -afortunadamente- las cosas se le escapan a pesar de todo. No sabe qué hacer con las heces de su hijo. Este “des-control” la lleva a consultar y a pedir ayuda a otros, por fuera de ella. Algo de esta completud comienza a tambalear.
No se trata de la presencia real del padre, sino del padre a nivel simbólico que interviene y frustra la fusión madre-niño. En el mismo seminario, Lacan señala: “El padre frustra claramente al niño de su madre. (…) El padre interviene como provisto de un derecho, no como un personaje real. Aunque no esté ahí, aunque llame a la madre por teléfono, por ejemplo, el resultado es el mismo. Aquí es el padre en cuanto simbólico el que interviene en una frustración…”[3]. Casualmente, en el caso que estamos analizando, el padre del niño le habla por teléfono, pero se trata de una llamada “habilitada” por la madre. El papá sostiene una conversación vacía con Marcos, no hay intervención posible a través de sus palabras, sostiene una conversación que no logra acotar este goce materno. Es en tanto que la madre esté habitada por el significante del Nombre-del-Padre que se podrá trasmitir la legalidad que ordena y prohíbe. Prohibiciones que a su vez habilitan y abren posibilidades.
En su artículo “Escuchar a un niño” Cristina Calcagnini señala que “la prematuración, la indefensión originaria con la que el sujeto nace, implica ser mecido en los brazos del Otro primordial, ahí donde lo que acuna es el deseo del Otro. El sujeto adviene a la escena de la vida en tanto el objeto preciado, o denigrado del deseo del Otro. En la dimensión simbólica la condición de parletre, implica que el sujeto no tiene más remedio que acceder al significante que está en el campo del Otro. Se trata de la enajenación a los significantes del Otro primordial”[4]. Claudia intenta que Marcos no se parezca al padre. Le coloca su propio apellido. Lo “nombra” a su modo. Realiza un cálculo minucioso del grado de acercamiento entre Marcos y su padre a fin de moldear su objeto preciado (y a la vez denigrado), “por ahora solo fotos y por teléfono”- aclara ella. Sin embargo, el entramado simbólico muestra su revés. Mientras más lo aleja del padre más retornan sobre Marcos aquellos signos expulsados. Lejos de lo previamente calculado por Claudia, día a día su hijo se va pareciendo más a su padre. Se va inscribiendo mudamente en su cuerpo lo silenciado y lo rechazado en el campo del Otro.
Cuando una madre está habitada por estructura por el Nombre-del-Padre, amoneda en su voz ese nombre y lo trasmite en el decir no de ciertas prohibiciones.
En el Seminario 21 Lacan resalta: "La madre por la cual la palabra se trasmite, es reducida a trasmitir ese nombre (nom) por un no (non), justo el no que dice el padre, lo que nos introduce en el terreno de la negación (...) El desfiladero del significante por el que pasa al ejercicio de ese algo que es el amor, es precisamente ese nombre del padre, que sólo es no a nivel del decir y que se amoneda por la voz de la madre, en el decir no de cierto número de prohibiciones"[5]. En una de las entrevistas Claudia comenta nerviosa que no sabe qué hacer para que Marcos escuche un “no” de ella. Cuenta que una vez él intentó cruzar solo la calle mientras ella le gritaba “NO CRUCES”, él cruzó igual y casi lo choca un auto. “Tuve un ataque de nervios... lo agarré y le pegué... Es que yo no sabía qué hacer para que me entendiera que un “no” es un “no”, por eso tuve que pegarle...” A esta mamá se le imposibilita pronunciar un no que porte la prohibición. Es el cuerpo que vino a funcionar de límite.
El Nombre del Padre
En su artículo “Modos de intervención del analista en la clínica con niños” Aurora Favre sostiene que “el Nombre del Padre opera impidiendo la producción del signo al mantener abierto el lugar de la significancia”. No se trata de la presencia o de la ausencia del padre sino “del lugar que la madre reserva a la función simbólica, cuyo soporte es el padre”. La mamá de Marcos lo puede todo, los hombres son inútiles e innecesarios para ella. “Todo lo hice yo sola, nadie me ayudó en nada. Es más, la gente siempre me necesita, soy yo quien tiene que andar ayudando a los demás”- comenta Claudia en un tono orgulloso.
El Nombre-del-Padre al nominar produce una distancia que le posibilita al niño sustraerse del Ideal que el Otro le propone estableciéndose una diferencia entre el Yo ideal y el Ideal del yo. Marcos queda capturado en el Ideal que ha forjado su madre, permanece entregado a la demanda caprichosa del Otro que tapona su propia castración.
En “Avatares de la dirección de la cura” C. Calcagnini sostiene que cuando el síntoma del niño compete a la subjetividad de la madre las intervenciones analíticas suelen complicarse. El cuerpo de Marcos, como correlato del fantasma materno, queda atrapado en el lugar de objeto del deseo de falo de la madre. El cuerpo del niño queda hipotecado para satisfacer esta exigencia materna, es decir, en tanto no cuenta con la garantía de la metáfora paterna el niño ofrece su cuerpo como modo de hacer barrera al arrasamiento del goce materno. Los síntomas somáticos dan cuenta de esta posición, como es el caso de la encopresis.
En “Dos notas sobre el niño” encontramos la siguiente afirmación de Lacan:“cuando la distancia entre la identificación con el ideal del yo y la parte tomada del deseo de la madre no tiene mediación (la que asegura normalmente la función del padre), el niño queda expuesto a todas las capturas fantasmáticas. Se convierte en el “objeto” de la madre y su única función es entonces revelar la verdad de este objeto”[6]. El cuerpo de Marcos queda capturado en la historia silenciada por la madre. No hay circulación posible para las palabras. Solo está presente la mudez y el testimonio de un cuerpo sufriente.
Un lugar para las palabras
Si bien Claudia consultó por su hijo, el tratamiento se centró en el trabajo con ella. El espacio de la terapia le brindó un lugar en donde su historia pudo ser escuchada.
Transcurridas unas semanas, Claudia comenta muy sorprendida, que “mágicamente” Marcos dejó de ensuciarse los pantalones y de tener dificultades para ir al baño. De nuestra parte afirmamos que no fue la magia ni el milagro lo que produjo el viraje sino que el efecto se produjo desde la construcción de un lugar para las palabras de esta mamá. De a poco ella pudo ir desplegando su propia historia y pudo ponerles palabras a varias escenas dolorosas difíciles de recordar y de nombrar, las cuales se encontraban encriptadas y enquistadas. El encuentro con la analista produjo la terceridad que permitió introducir una distancia entre el yo ideal del niño y los deseos de la madre. Esta distancia posibilitó que Claudia comenzara a interrogarse acerca de su lugar como mujer, su lugar en la constelación familiar y el deseo que la habita, abriéndose así el juego de sustitución de un significante por otro que habilita el advenimiento de una nueva significación.
A lo largo del tratamiento las escenas dolorosas fueron enhebrándose en la historia de Claudia, de a poco se pudo tejer una historia singular que le pertenecía y la nombraba. Será entonces en un tiempo posterior que advendrá el momento para producir una nueva escritura.
BIBLIOGRAFÍA:
Calcagnini, Cristina: “La función materna”, biblioteca E.F.B.A, 2003.
Calcagnini, Cristina: “Avatares de la dirección de la cura en la clínica con niños”, biblioteca E.F.B.A., 2003.
Favre, Aurora: “Modos de intervención del analista en la clínica con niños”, biblioteca E.F.B.A., 2000.
Lacan, J. (1999): Las Formaciones del Inconsciente, Seminario 5, Paidós, Buenos Aires, 2004.
Lacan, J.(1988): “Dos notas sobre el niño”, en Intervenciones y Textos II, Ed. Manantial, Bs. As., 2006.
Lacan J.: Seminario 21, inédito, versión E.F.B.A., clase del 19-3-74.
[1] J. Lacan: Seminario 5, Editorial Paidós, Buenos Aires, pág. 159.
[2] Idem.
[3] Idem, pág. 177.
[4] C. Calcagnini: “Escuchar a un niño”, biblioteca E.F.B.A.
[5] Lacan J.: Seminario 21, inédito, versión E.F.B.A., clase del 19-3-74.
[6] Lacan, J.: “Dos notas sobre el niño”, en Intervenciones y Textos I, Ed. Manantial, Bs. As., 1985.
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