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La escena judicial: las paradojas del sistema

03/04/2019- Por Bettina Calvi - Realizar Consulta

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A veces la violencia de género se presenta en lugares donde las mismas mujeres acuden pidiendo ayuda… El mismo sistema produce una encerrona trágica donde realmente no hay tercero de apelación y donde en cada intervención se desgastan aún más las pocas reservas defensivas de las víctimas… La perspectiva familiarista y patriarcal se impone a todo raciocinio más aún a toda empatía con el sufrimiento de las víctimas… Diferentes discursos brindan suelo fértil a la hora de desmentir el ASI.

 

 

              

 

 

 

  A veces la violencia de género se presenta en lugares donde las mismas mujeres acuden pidiendo ayuda. Es decir que, si bien se promueve la denuncia y las acciones tendientes a proteger a la mujer, historias como las que narro a continuación nos muestran que la protección en ocasiones es una falacia, que la violencia de género también se vuelve violencia institucional y la perspectiva patriarcal se impone victoriosa frente a la defensa de los derechos de las víctimas.

 

 

La historia de “S”

 

  Veamos a modo de ejemplo la historia de S. Por ser una historia muy extensa en cuanto a los vericuetos judiciales, sólo veremos aquí un episodio de la misma.

 

  S se separa de su pareja tras graves episodios de violencia de género, en uno de los cuales él intentó arrojarla por la ventana del departamento que habitaban. La golpeaba, insultaba y humillaba reiteradamente llegando a dejarla encerrada durante todo el día.

Este sujeto la ha golpeado estando embarazada en numerosas oportunidades.

 

  Luego de haberse separado él comienza un hostigamiento hacia ella valiéndose del hijo para presionarla. Ella pierde su trabajo. En algunas oportunidades el niño regresa de las visitas con moretones y marcas, el padre lo niega, pero el niño se muestra atemorizado y presenta períodos de encopresis y enuresis. Sufre pesadillas que le resultan sumamente perturbadoras.

 

  Dado que el hostigamiento ejercido por el padre no cesa, S. decide irse a vivir al pueblo donde vive su familia, a pesar de que por ello pierda oportunidades laborales, contactos, etc. Comienza una batalla donde desfilan abogados diversos, con costas muy onerosas que no resuelven la situación, pero la sumen en grandes deudas.

 

  El padre del niño pretende quedarse con el departamento que ella había comprado, tampoco pasa la cuota establecida y dificulta de diversas maneras los múltiples tratamientos que la discapacidad del niño requiere.

 

  S. presenta todos los indicadores de un cuadro de violencia de género crónica, ha sufrido múltiples traumatismos que han minado su sistema defensivo, sin embargo, es una mujer inteligente, con pensamiento crítico, que ha visto su vida detenida por las situaciones extremas que la afectaron. Es una madre que cuida en extremo al niño, lo subjetiva aún en la sobreprotección en la que por momentos recala.

 

  Se realiza una audiencia a fin de decidir si se retoma la comunicación entre un padre y su hijo, ya de 13 años. El niño padece una discapacidad grave, casi no habla y tiene retraso mental severo. En la audiencia fuimos citadas la psicóloga del niño, la psicóloga del padre y yo como psicóloga de la madre. También estaba presente la abogada del padre la jueza y el trabajador social del juzgado.

 

  La jueza de muy mal tono interroga a la psicóloga del niño, quién fundamenta los efectos que sobre el niño tuvo la visita supervisada con el padre, realizada poco tiempo atrás. La jueza, a pesar de lo informado por la profesional, sostiene que todo niño debe tener un padre, el que sea, porque ese es el padre que la madre eligió.

 

  Intervengo como psicóloga de la madre enunciando que un niño para vivir necesita un adulto que lo aloje, lo respete y lo cuide, sin vulnerar sus derechos y no necesariamente un padre, más aún si ese padre lo ha violentado y ha ejercido violencia sobre la madre delante del niño.

 

  La psicóloga que dice atender al padre sostiene que éste es muy impulsivo. Interrogada respecto a cuál es su diagnóstico de este hombre que ha protagonizado innumerables episodios de violencia sobre la mujer y el niño, la psicóloga responde que ha llevado el caso a supervisión y han concluido “que perro que ladra no muerde”. Refiere que ve al paciente una vez por mes e ignora que el hombre haya protagonizado fuertes episodios de violencia.

 

  Cabe aclarar que este sujeto ha golpeado a su ex mujer durante mucho tiempo incluso estando la misma embarazada. La ha encerrado en la casa y ha intentado arrojarla por la ventana. La jueza reacciona muy violentamente cuando se menciona la violencia de género, dice “no me vengan con esas cosas…”.

 

  ¿Qué quiere decir con este enunciado la señora jueza? Parece advertir que no le vengan con nada que intente conmocionar las ideas patriarcales de las cuales su posición se nutre. Parece decir, no me vengan con nada que me interrogue, que interrogue la certeza que mi narcisismo me provee, es decir ¿Cómo podría crecer bien un niño sin padre por más abusador y violento que este sea?

 

  La perspectiva familiarista y patriarcal se impone a todo raciocinio más aún a toda empatía con el sufrimiento de las víctimas: madre y niño.

 

  Una reflexión aparte merece la praxis de la colega que atiende al padre. Su intervención no sólo carece de sustento clínico, sino que consiste en opiniones y juicios de valor, en lugar de una evaluación profesional que incluya un diagnóstico y las perspectivas del tratamiento que conduce.

 

  Parece necesario recordar nuevamente la importancia crucial de nuestras intervenciones profesionales más aún cuando se trata de intervenciones en situaciones de violencia de género y de maltrato y/o abuso infanto juvenil. Existe una gran diferencia en relación a trabajar en el marco de la protección integral de las víctimas o trabajar para un cliente.

 

  En un caso como éste la revictimización de madre e hijo ha sido permanente en todo el tránsito por el sistema judicial. El mismo sistema produce una encerrona trágica donde realmente no hay tercero de apelación y donde en cada intervención se desgastan aún más las pocas reservas defensivas de las víctimas.

 

  La madre ya no dispone de capital para seguir pagando las costas de un abogado y el acoso del padre hacia ella y hacia el niño no cesa. Sus mecanismos defensivos han sido arrasados por tantos años de violencia sostenida. Violencia de género y violencia institucional. El laberinto de las prácticas judiciales ha logrado agotarla absolutamente además de dejarla en una situación económica crítica.

 

  En casos como el antes citado vemos cómo el agresor dedica gran parte de su vida a militar contra esta mujer. El objetivo es quitarle al hijo que se transforma para él, en un botín de guerra. Por ahora la justicia no ha podido intervenir en defensa de los derechos vulnerados por la violencia de género es más podría decirse que ni siquiera la ha visto.

 

 

Otro episodio: esta vez en el mundo del espectáculo

 

  La Colectiva de Actrices acompaña la denuncia de una violación sufrida por una adolescente de 16 años, perpetrada por un actor protagónico de 45 años en el marco de una gira laboral. La joven lo denuncia luego de años de doloroso silencio. Puede denunciarlo porque se siente sostenida y acompañada por la colectiva.

 

  El agresor reacciona como todos los agresores es decir para no responsabilizarse, culpa a la víctima. Sostiene que la niña lo abordó, acosándolo mientras él intentaba echarla diciéndole: “Thelma vos tenes novio…”. Este discurso reproduce la lógica de los abusadores quienes no registran la asimetría ni la prohibición de intercambios sexuales intergeneracionales.

 

  Él le dice “vos tenés novio” como si ese fuera el argumento que prohíbe el abuso. El abuso es un delito, situación que el abusador no registra. El abuso arrasa el cuerpo de la víctima, situación que el abusador tampoco registra. El abuso daña el cuerpo y la subjetividad de la víctima situación que al abusador no le importa.

 

  Algunas personas minimizan el abuso, porque ocurrió sólo una vez, porque el abusador ante la resistencia de la víctima decidió no proseguir, eso es banalizar el delito y justificarlo. No importa si ocurrió una o mil veces, no importa si el abusador se retiró ante los gritos de la víctima para que no o descubrieran, el abuso es abuso y el abusador es un abusador.

 

  Cabe señalar que resulta lamentable que algunas mujeres no sientan empatía frente al sufrimiento de la joven, resulta lamentable que algunos varones ironicen haciendo chistes respecto a que para tener un encuentro sexual con alguien hay que firmar un documento.

 

  No se trata de firmar un documento señores, pero sí se trata de respetar las necesidades del otro, se trata de no avasallar, de disfrutar conjuntamente y no de someter, se trata de cuidarse y usar preservativos, por ejemplo.

 

  Por momentos me pregunto por qué genera tanta agresividad la lucha en algunos sectores, y rápidamente me respondo que son años y años de ideología patriarcal formateando subjetividades esencialmente violentas destinadas a someter a las mujeres de distintos modos.

 

  Volviendo al caso antes citado, la defensa del actor mostró claramente la estrategia de defensa común a los abusadores: la descalificación de la víctima, el tornarla sospechosa para que su relato pierda credibilidad. Cuesta creer que una maniobra tan remanida siga logrando tamaña credibilidad. No olvidemos que la corporación patriarcal ostenta la fuerza de siglos de impunidad.

 

  Respecto al trabajo con las víctimas es preciso señalar que tiene un alto costo. No sólo por la desmentida automática que el ASI suscita sino por la tibieza en la toma de posición, de los operadores judiciales que en numerosas ocasiones termina beneficiando a los abusadores y revictimizando a las niñas y niños víctimas.

 

  Al mismo tiempo como parte del Backlash se producen ataques sobre los profesionales que creen en el relato de las niñas, aceptan tomarlas en tratamiento y presentar sus informes que generalmente validan la sospecha de ASI. Allí generalmente comienzan distintos tipos de amedrentamientos que llegan a intimaciones judiciales, denuncias por mala praxis como forma de restarle validez a la evaluación realizada y desprestigiar a la profesional que lo realizó.

 

 

Los informes de Cámara Gesell. Algunas situaciones problemáticas

 

  Quisiera comenzar este apartado con una pregunta que no deja de repetirse para mí. ¿Por qué existe tanta resistencia a visibilizar el abuso en los mismos profesionales de la Justicia? Pareciera que, a pesar de las numerosas manifestaciones públicas respecto a la lucha por los derechos de las víctimas, las pruebas nunca alcanzan.

 

  Diferentes discursos brindan suelo fértil a la hora de desmentir el ASI. Se lo desmiente desde una perspectiva biológica, desde una perspectiva psi, en fin, no deja de desmentirse. Las profesionales realizan cursos de capacitación donde se muestra la falacia de teorías como la de la alienación parental y sin embargo siguen aludiendo directa o indirectamente a las mismas.

 

  Siempre existe la sospecha previa respecto a la madre (si es ella la que realiza la denuncia) los prejuicios de género se ponen en evidencia, aunque en formas a veces más sutiles.

 

  Por otra parte, una particular idea acerca del niño/a se impone en las profesionales, si este se manifiesta muy activo y manifiesta querer contar lo que le pasó prontamente infieren que está manipulado por la madre. Parecen desconocer que a las niñas y niños cuyo testimonio debe ser escuchado se les brinda información acerca de qué es la Cámara Gesell previamente porque de lo contrario se la sometería a una nueva forma de violencia.

 

  Estos particulares informes utilizan conceptos provenientes de referentes teóricos muy diversos dejándonos el interrogante acerca de si es posible articularlos en un texto sólido que permita al juez una idea clara respecto al hecho real acontecido sufrido por la víctima.

 

  Si bien la Cámara Gesell instaurada por la ley N 25852. que reformó el Código Penal en Argentina para regular la declaración de niñas y niños abusadas y abusados en sede policial y judicial cuyo autor es el Dr. Carlos Rozanski, es un maravilloso dispositivo para no revictimizar a las niñas y niños, no siempre logra su cometido.

 

  En ocasiones la falta de formación específica con perspectiva de género empaña la mirada de las psicólogas que realizan la entrevista y los prejuicios están a la orden del día.

 

  Ocurren cosas tales como que en el inicio de la entrevista se interrogue a las niñas y niños acerca de si conocen la diferencia entre verdad y mentira ahora bien resulta obvio que esto hace suponer a la niña que la psicóloga piensa que ella podría estar mintiendo.

 

  Si la niña relata el episodio de ASI con mucha inhibición suelen valorar que no es prueba suficiente y si lo hace con mayor determinación y muestra su indignación frente a lo sucedido dirán que está “alienada”. Hay informes que argumentan que si el abuso ocurrió una sola vez eso amerita consignar que no hay indicadores de ASI. Afirmación absolutamente bizarra dado que ignoran el indicador establecido como principal indicador de ASI, que es el relato de la víctima.

 

  Existen informes que sostienen afirmaciones tales como:

“No aparecen otros indicadores conjugados en la alocución que den cuenta de una situación que haya sido vivenciada como abusiva en el momento”. A su vez, describen una interacción en la cual “cuando la niña le dijo a su abuelo que no la tocara en sus partes íntimas, éste retiró la mano con la que estaba manoseándola por debajo de su bombacha”. Es decir que, si el abusador deja de manosearla, no es tan grave el abuso.

 

  El desempeño de estas profesionales es revictimizante para las niñas y niños víctimas de ASI. Son prácticas que no responden a la ley de protección integral.

Hay quienes afirman en sus informes cosas tales como: “si no aparece el secreto en ocasiones ligado a la amenaza, la reiteración, la progresión, el desconcierto emocional ante la presunta conducta abusiva entonces no hubo ASI”.

 

  Quienes realizan estos informes demuestran un desconocimiento fundamental del trabajo con niñas y niños víctimas de abuso y responden a un protocolo vacío de perspectiva clínica que ignora la subjetividad infantil y sus padecimientos. Son informes que intentan ser políticamente correctos, pero no constituyen “buenas prácticas” en el campo de la protección integral de niños, niñas y adolescentes.

 

 

Nota: el material desarrollado, respeta la lógica del caso, pero porta las transformaciones necesarias para sostener la discrecionalidad y reserva correspondientes a cada abordaje clínico.

 

 

 

 


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