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La reclusión de Soledad o la soledad de la reclusión

17/01/2019- Por Amelia Haydée Imbriano - Realizar Consulta

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La crisis de orden jurídico que se vive a nivel global constituye la ocasión del cultivo para que las sociedades se congreguen en reacciones colectivas alrededor del delito, se organicen para consumarlo y construyan modos de vida que le otorgan vigencia y lo legitiman… Las instituciones propuestas en ocasiones por diversas políticas públicas generan una violencia que tiene una particularidad, la de ser adoptada como pauta cultural… La palabra implica en su historia a quién la dice, o sea, en tanto el otro escuche, le permite construir una vida como propia –deja de ser esclavo–, llevando adelante un llamado al Otro de la Ley.

 

 

 

             

 

                         Afiche del film hispano-francés Deprisa, deprisa*

 

 

“Te quitan el derecho de decidir por vos misma… Todo está decidido: las horas de acostarse y levantarse, de bañarse, de comer, de trabajar… Cuando uno sale y tiene que tomar decisiones no sabe hacerlo, al final es más cómodo ajustarse a la rutina que te proponen y no pensar”.[1]

 

 

 

  Esas son las palabras de Soledad, una adolescente de 14 años que estuvo en un hogar asilar en los años 70’, en la búsqueda del “hogar perdido”. Su madre se había suicidado hacía dos años y su padre había contraído nuevo matrimonio. Ella no pudo tolerar la presencia de la mujer del padre y cometió unos delitos menores con el propósito de que “la policía se encargara de darle un hogar”.

 

  Es posible que algo del aroma al mismo haya encontrado, pues hay algunas referencias en su discurso que se cruzan: “mi mamá se suicidó con una dosis muy alta de raticida”[2] / “en el hogar te tratan como si fueras una rata”[3] y “en la nueva casa de mi padre sentía como si no perteneciese a nadie”[4] / “en el hogar sos nadie”[5] .

 

  No nos ocuparemos, en este artículo, de los motivos de Soledad por los cuales no tolera a la mujer de su padre, posiblemente un dicho de ella sea muy revelador: “Dos mujeres no pueden vivir en la misma casa queriendo al mismo hombre, así que tengo que irme”.[6] Tampoco nos ocuparemos de otras dimensiones subjetivas que se pueden suponer de su decir.

 

  Nos ocuparemos de pensar el costo que ha tenido para Soledad el hogar judicial: de hija a rata. ¿Des-humanización? ¿Humanización? ¿Cómo decidir de qué se trata cuando el humano es lobo? ¿Soledad se ha des-institucionalizado o ha buscado/encontrado otra institución?

Sostenemos que ha encontrado la institución del delito organizado, y nos preguntamos si, luego de casi 50 años, la situación ha cambiado.

 

  La última cifra de jóvenes incluidos en un sistema de cuidado institucional asciende a 9.200, menor a 2014 que eran 15.000, según informa Infobae, que explicita: “lo que pasa es que el sistema está tan colapsado, hay miles de pibes que están hechos mierda en sus casas pero nadie los va a ver, los va a buscar y no hay detección del problema.[7]

 

  Entonces, ¿Soledad ha tenido algún saber-hacer? Al menos ella ha promocionado ser vista, no se ha convertido en “invisible”.

 

  La crisis de orden jurídico que se vive a nivel global constituye la ocasión del cultivo para que las sociedades se congreguen en reacciones colectivas alrededor del delito, se organicen para consumarlo y construyan modos de vida que le otorgan vigencia y lo legitiman.

 

  Y, entre esas sociedades, abundan diversos hogares con disímiles denominaciones, ya sea “hogares para niñas, niños y adolescentes”, “hogares para menores en riesgo de exclusión social”, “hogares de protección de niños y adolescentes en situación de vulnerabilidad social”, “programa de cuidado institucional”, etc.

 

  Tenemos presente que muchos cuentan con personal que pone un alto nivel de voluntarismo y también de profesionalismo, los conocemos y felicitamos a todos sus intervinientes. Tales, por ejemplo, como el P.E.F. –Punto de Encuentro Familiar– dirigido por Mercedes Minnicelli en la ciudad de Mar del Plata, Argentina, o en Rosario, dirigido por Silvia Lampugnani.[8]

 

  Nuestra consideración es relativa a la política social, pues luego de 80 años de preocupación por los derechos humanos, pareciera que nada cambia. Pero es sólo un parecer que no debe distraer. Cambia y cada vez hay mayor violencia organizada a través de “ideologías y sistemas legislativos, que so pretexto de protección, niegan a los sectores de adolescencia y juventud su oportunidad legítima de participación social, en condiciones que impidan abusos”.[9]

 

  Se trata de la organización de la segregación en donde los jóvenes construyen una vida como “desplazados” (un delito organizado con difícil retorno, que sostiene generaciones “esclavas”).

 

  Por un lado, nótese que esta es una categoría inventada por un aparato social, legislativo y jurídico. Por otro, Soledad nos advierte: Te quitan el derecho de decidir”. Y de este modo, las instituciones propuestas por diversas políticas públicas generan una violencia que tiene una particularidad, la de ser adoptada como pauta cultural.

 

  Es la máxima violencia que se puede realizar al pueblo, considerándolo como colectivo y como uno por uno. Por eso, en mi consideración, se trata de “delito organizado”.

Consideramos que ese es el punto de máxima perversión del sistema.

 

  Ha pasado mucho tiempo desde 1810. La frase: “El pueblo quiere saber de qué se trata”, se acuño por entonces, convirtiéndose en la frase emblemática, que dicen surgió anónimamente durante una manifestación en la Revolución de Mayo, y que en adelante se utiliza en forma icónica para representar los contextos en que la población reclama transparencia a los actos de gobierno.[10] Ha pasado más de un siglo, y consideramos que ¡ya es tiempo de ejercer el derecho a saber!

 

  Que se construyan, no solo con la intervención de pocas instituciones, sino como disposición de políticas públicas, en donde haya dispositivos para todos los que lo requieran para convertirse en “reos”, es decir, tener la posibilidad de “decir” y construir la figura del “reo”, categorizándose la función de la “declaración”. Este acto implica la invención de un sujeto –ha dejado de ser esclavo–.

 

  La palabra da cuenta del acto e implica en su historia a quién la dice, o sea, en tanto el otro escuche, le permite construir una vida como propia –deja de ser esclavo–, llevando adelante un llamado al Otro de la Ley.

 

  Solo llamando al Otro de la Ley, en tanto tachado, como Themis, la diosa del “buen consejo” que encarnaba el orden, las leyes y las costumbres. Ella llevaba una balanza, simbolizando la consideración objetiva de los argumentos de las partes enfrentadas, la venda en los ojos como símbolo de la imparcialidad al resolver una controversia y la espada que indica autoridad.

 

  Si bien los psicoanalistas, generalmente nos ocupamos de la clínica del sujeto trabajando “uno por uno”, también ha de ser posible un psicoanalista que se ocupe de la ciudadanía, clínica de la cultura que trabaje para que haya ciudadanos (que conozcan sus derechos y deberes).

 

  Para terminar no podemos dejar de recordar una de los últimos dichos de Soledad: “Hay que ayudar a la gente a encontrarse a sí misma y espero que encuentren mejores formas de lograrlo que recluir... Espero que otros crezcan sin tener que recorrer un camino tan difícil”[11]

 

 

Imagen*: un gran filme de Carlos Saura ganador del Oso de Oro en Berlín (1980). Intérpretes: José Antonio Valdelomar, Berta Socuéllamos. Este film retrata el desamparo de los protagonistas volcados al delito y a la droga, en un marco social expulsivo. 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 



[1] David, Pedro. El mundo del delincuente: cinco casos criminológicos. Zavalía. Buenos Aires. 2000. “Caso Soledad”, Págs. 153-177. Cita de pág. 168.

[2] Ibid. Pág. 155..

[3] Ibid. Pág. 172.

[4] Ibid. Pág. 157.

[5] Ibid. Pág. 167.

[6] Ibid. Pág. 160.

[7] Cavanna, Joaquin. Infobae. Sección “Sociedad” Sábado 12 de enero de 2019.

[8] Es el caso del PEF (Punto de Encuentro Familiar) sostenido por Mercedes Minnicelli y Silvia Lampugnani y su equipo de trabajo. Experiencia editada en Fraternidades y parentalidades malheridas. Noveduc. Buenos Aires. 2019.

[9] David, Pedro. Criminología y Sociedad. Instituto Nacional de Ciencias Penales. México. 2005. Pág. 53

[10] Pigna, Felipe, Los mitos de la historia argentina. La construcción de un pasado como justificación del presente, Editorial Norma, Buenos Aires, 2004

[11] David, Pedro. El mundo del delincuente: cinco casos criminológicos. Pág. 177.

 


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