07/08/2003- Por Enrique Guinsberg - Realizar Consulta

El aporte de los medios masivos de difusión a la construcción del aparato psíquico por supuesto no puede dejar de lado a la instancia del superyó. Las sociedades para mantenerse y perpetuarse necesitan de sujetos con un determinado tipo de yo y de superyó (...) Los medios se han convertido en la principal institución ideologizadora del mundo contemporáneo (...) El medio de comunicación es el dinamizador de un consenso internalizado frente al sistema y sus estrangulamientos, precisa A. Mattelart.
El aporte de
los medios masivos de difusión a la construcción del aparato psíquico por
supuesto no puede dejar de lado a la instancia del superyó.
Y en un sitio dirigido y leído fundamentalmente por analistas es innecesario y
superfluo resumir las características de este y su proceso formativo, pero sí
lo es reiterar su importancia para la conformación del hombre adaptado a las
necesidades del sistema en que vive: lo ya dicho de que las sociedades para
mantenerse y perpetuarse necesitan de sujetos con un determinado tipo de yo debe
complementarse ahora señalando que también necesitan sujetos con determinado
superyó, ambos como parte de determinado tipo
de personalidad.
Nuevamente es necesario decir
que ni en la obra de Freud ni en la de los clásicos
del psicoanálisis se hace referencia a los medios en tal proceso por lo
conocido de su menor importancia en las primeras décadas del siglo pasado, algo
que en las anteriores columnas se indicó como imposible desde su consolidación
posterior y su conversión en la principal institución ideologizadora
del mundo contemporáneo. Junto al sentido de realidad que se analizó en las
entregas precedentes debe agregarse una continua escala de valores de la que el
sujeto no debe escapar, salvo pagando el precio de los castigos que siempre son
mostrados.
"El medio de comunicación es el dinamizador de un
consenso internalizado frente al sistema y sus
estrangulamientos", precisa A. Mattelart[1][1]. Una persona triunfadora y aceptada
será aquella que cumple con lo que la moral indica, consume aquello que “todos”
entienden que es bueno, tiene lo que “hay” que tener. Los personajes de los
medios que deben ser imitados son modelos por sus perfecciones como, en otros
casos, porque se salieron de lo “bueno” y “correcto” pero supieron volver al
redil mediante su arrepentimiento o guiados por eficientes guardianes de las
normas establecidas. "En nuestra sociedad se nos enseña que hay ciertas
cosas que podemos hacer y otras que no podemos hacer; de este modo se nos
introduce a los valores y a las normas. El proceso de socialización, que es
continuo y se ubica en las personas y las instituciones -y puede no sólo ser
deliberado sino además inadvertido- consiste en parte en la internalización
de múltiples 'haz esto' y 'no hagas aquello', de 'bien' y de 'mal', de
'verdadero' y 'falso', propios de la sociedad de que se trate. Ni el contenido
ni los métodos de socialización son inmunes a la influencia de los medios de
comunicación de masas; la
manipulación y el cambio pueden tener lugar y de hecho lo tienen. Los medios de
masas -se puede admitir- constituyen sólo un aspecto del proceso, pero sería
muy sorprendente, en verdad, si no desempeñaran un cierto papel en la
modelación de nuestras actitudes respecto de la vida, de nosotros mismos y de
los demás"[2][2].
En prácticamente todos los contenidos de los medios se encuentran
"enseñanzas" acerca de lo que debe y de lo que no debe
hacerse. Si niños o un adultos toman modelos de identificación del “Hombre
Nuclear” o de “Superman”, podrían intentar alcanzar la omnipotencia o
fantasear acerca de un padre perfecto que puede darlo todo.
Pero paralelamente introyectan categorías de
bondad y de maldad, las primeras, siempre del héroe, las segundas de sus
enemigos que inevitablemente serán derrotados. Otro tanto ocurre con respecto a
la ley: escapar de ella y de las buenas costumbres conlleva el castigo
correspondiente, tanto a los individuos como a los grupos que intenten cambiar
las condiciones de vida. ¿Es acaso pura casualidad que la gran mayoría de los
héroes televisivos actuales (maravillosos, biónicos, nucleares o comunes) sean
administradores de justicia, agentes de los poderes estatuidos de una potencia
imperial?[3][3]
Es que, como en todo lo visto hasta ahora, los medios también son
“escuela”. Pero a diferencia de ésta y de las religiones, donde las normas
éticas son presentadas de manera manifiesta, lo mismo que los castigos a los
que las infrigen -con toda claridad se califica a las
acciones y comportamientos de “correctos” e “incorrectos”, “buenos” y “malos”,
“adecuados” e “inadecuados”, y se indican las penalidades-, en los contenidos
de los medios no siempre es así. Por supuesto que puede serlo e infinidad de
veces es así, con terminaciones tipo moraleja de los cuentos para niños o
señalamientos explícitos al respecto, como ocurre de forma clásica en las
caricaturas infantiles, en las historietas más simples o en las telenovelas
tradicionales. En todos esos casos es dominante y prácticamente sin excepciones
que los personajes que respetan las normas terminan como triunfadores, aunque
al precio de grandes dificultades para lograrlo, y los que las violan serán
derrotados en un final donde la justicia, la moral y la ética vencen a las
“fuerzas del mal” individuales o representativas de determinados intereses.
Siempre es así, y la incógnita nunca es cual será el final sino cómo y de qué
manera se llegará a él, es decir a través de que incidentes, riesgos, peligros
y consecuencias.
Asimismo en muchos otros casos, seguramente la mayoría, tales
señalamientos no son tan abiertos y claros sino menos concientes pero
igualmente categóricos. Se expresan a través de múltiples formas, entre ellos
indicando formas de vida cuyo incumplimiento acarrea problemas, fracasos,
derrotas, devaluaciones personales, etc., por lo que se asocia con la necesidad
de hacer lo que el marco social indica, es decir que se internaliza
la ideología presentada pero sin ser vista como una premisa moral al estilo de
las enseñanzas escolares, religiosas o de algunas tendencias políticas
fundamentalistas.
Es cierto que en los últimos tiempos han desaparecido o se han reducido
aquellos contenidos claramente moralistas de no hace tantas décadas y, salvo
excepciones que existen en marcos sociales más atrasados, ya no se niega ni la
sexualidad ni su ejercicio, por lo que si bien no siempre se muestran escenas
explícitas al respecto, sí se insinúan o se reconocen, algo antes impensable,
aunque muchísimas veces en el contexto del respeto a las normas establecidas
como es el matrimonio por ejemplo (así el adulterio o la infidelidad pagarán
algún precio, salvo que el pleno amor los redima o haya algún personaje
culpable por tal acción). Una de las causas de la crítica de las iglesias a los
medios en general y a la televisión en particular, y producto de los cambios en
las relaciones sociales en general y en la aceptación de cierta diversidad
(sobre todo la sexual) que los medios no pueden negar ni dejar de reconocer si
quieren mantener su peso, poder y su creciente audiencia. ¿Qué credibilidad
podrían tener si se evita o critica lo que hacen y aceptan cada vez más amplios
sectores sociales?
Mas no ocurre lo mismo respecto al no cumplimiento o rechazo a las
formas de vida hegemónicas de un momento social determinado, lo que es
estigmatizado de manera constante tanto de manera abierta, o burlona e
irónicamente, mostrando a los que lo hacen como marginados, opositores e
incluso como “anormales” o “locos”. Los medios occidentales siempre dijeron que
esto ocurría (o sigue ocurriendo) respecto a la política en tal sentido de los
países del ex “socialismo real”, regímenes despóticos o
religiosos-fundamentalistas -lo que sin duda era y es cierto-, pero no
aceptan que hacen lo mismo aunque muchas veces de manera encubierta y no
directa, o sea de forma generalmente más sutil (aunque por supuesto no
siempre), en sus propias emisiones.
En este sentido el manejo de los medios en Estados Unidos durante la
reciente invasión a Irak fue contundente, no permitiendo críticas a tal postura
como se mostró en dos entregas anteriores de esta columna, aunque más que en
términos de “locura” con acusaciones de “antipatriotismo”,
complicidad con el “terrorismo”, etc..
También aquí rige lo que Ignacio Ramonet conceptualizó como “pensamiento único” (que tal vez podría
verse como casi único) aunque -y es una más de las sutilezas de la
dominación occidental capitalista- presentada en múltiples variaciones de lo
mismo pero en formas distintas aunque con similar contenido. Por tanto hoy
pueden aceptarse comportamientos sexuales, y algunos otros, antes prohibidos y
criticados, pero muy difícilmente de oposición frontal a los requerimientos del
sistema de dominación (salvo en medios minoritarios -cierta TV cultural por
ejemplo- o en noticieros que no pueden ocultar algunas manifestaciones de
protesta de relieve mundial).
Proyectando esto al actual modelo neoliberal significa la crítica
sistemática tanto a comportamientos políticos o formas de vida que se le
opongan, de la misma manera (o en múltiples variantes) al indicado modelo superyoico de los dibujos animados para niños donde se
muestran los castigos que sufren y sufrirán quienes son “incorrectos” y
“malos”.
Claro que puede decirse que en los últimos tiempos aparecen cada vez con
mayor frecuencia comportamientos y posturas menos rígidas desde una perspectiva
ética, e incluso violaciones a la ley o actitudes más o menos psicopatológicas
que son aceptadas, algo sin duda cierto, que puede verse que lo es cuando tales
acciones se hacen “en nombre” de la ley (caso, por ejemplo, de la antigua serie
“Los intocables”, que podían violar las normas legales pero para el triunfo de
la “justicia”). También como expresión del cambio de valores que, en los hechos
aunque no formulados explícitamente, se perciben de manera clara en las
prácticas políticas y mercantiles (sobre todo aunque no exclusivamente), donde
lo importante siempre es ganar, no importando demasiado cómo. La utilización de
claras mentiras -ahora incluso reconocidas- para la invasión a Irak, o el
cúmulo de violaciones legales de empresas como Enron,
Wordcom y muchas otras, son sólo expresiones mayores
y sobresalientes de un universo mucho más amplio y generalizado que producen
inevitables secuelas en el imaginario social que los medios no pueden dejar de
expresar y representar.
No hace falta decir cómo todo esto se vincula de manera muy clara con
las nociones de “salud mental” y de “normalidad” vigentes en cada marco social
y momento histórico. Como esto se verá en una entrega futura no se hace ahora
un desarrollo mayor al respecto, señalándose sólo que es evidente que múltiples
veces lo que se critica es catalogado como “anormal” e incluso como “insano”, es
decir como “loco”, aunque no siempre se utilicen, pero sí se denoten, esas
ideas.
Y, como de costumbre -en personajes tipo héroes, comunes o en la misma
publicidad- se busca hacer aparecer esos valores no como de los sectores
dominantes, sino con características universales y permanentes: "Televisa
[la empresa de TV más importante de México y la segunda de América Latina
luego de la brasileña TV Globo] -dice uno de sus jefes- no maneja
ninguna tendencia. Expresa la superación personal, la integración familiar y
la superación nacional que yo creo que son valores eternos. Mire, quiero que
quede muy claro el concepto. No es que la manejemos [la ideología]
porque de ninguna manera pretendemos manejarla. Si de alguna forma, algún
ejemplo que pudiéramos pasar a través de la televisión, no concreto sino
genérico, ayuda a la gente a tratar de superarse, creo que es válido en
cualquier ideología, en cualquier sociedad y en cualquier época de la vida”[4][4].
"Así
aprenderá" y "Cumpliste con tu deber" son las frases
finales de uno de los protagonistas de una antigua serie, "Mi oso y
yo", que continúa en todas las emisiones actuales como señalamiento
categórico y explícito de un rol que los medios asumen cotidianamente en nombre
del mantenimiento de las ideologías de la dominación.
Desde México Enrique
Guinsberg
Universidad Autónoma Metropolitana-Xochimilco
Revista Subjetividad y Cultura
[1] Armand Mattelart,
La comunicación masiva en el proceso de liberación, Siglo XXI. Buenos Aires, p. 39
[2] J. D. Halloran,
“Examen de los efectos de la comunicación de masas con especial referencia a la
televisión”, en el libro de varios autores, Los efectos de las
comunicaciones de masas, Jorge Alvarez, Buenos
Aires, 1969.
[3] La
mención a agentes del poder o de una potencia imperial no es un juicio
tremendista: si siempre -de manera implícita o explícita- esos agentes sirven
a las fuerzas del orden vigente, en algunos casos es manifiesta la vinculación
con el dominio capitalista e imperialista. Desde Tarzán
a James Bond, sin olvidar a un Superman que, en la
serie televisiva que se transmitía en México, tenía un final con la bandera
estadounidense flameando y una cita categórica al respecto.
[4]
Entrevista a
Eduardo Ricalde, jefe de Control y Normas de
Televisa, en revista Alternativa, publicación de alumnos de comunicación
de la Universidad Autónoma Metropolitana-Xochimilco,
México, Nº 1, 1979, p. 8.
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