El tapiz de Penélope: las resistencias al psicoanálisis en el mundo digital

30/01/2018- Por Adrián Liberman - Realizar Consulta

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Nuevos fenómenos de distinto orden, coinciden en la generación de resistencias al psicoanálisis. Algunos de ellos provienen de otros discursos científicos, otros de los límites actuales de nuestro propio campo, y de las enormes transformaciones culturales y su incidencia en los procesos de subjetivación. La práctica virtual usando Skype ya no constituye una modalidad marginal. Aspirantes a analizandos investigan acerca de su posible analista en internet y redes sociales, con consecuencias transferenciales…

 

 

 

                 

 

 

“Dancing with myself” (Bailando conmigo mismo)

                                 Billy Idol

 

 

  Según relata Homero, Penélope, esposa de Odiseo, tejía un tapiz durante el día que destejía por las noches. Esta imagen, la de un tejido que se enlaza y se desata ha arquetipalizado el viaje que se emprende en una cura analítica. Una travesía de construcción y deconstrucción que demanda paciencia y tolerancia por parte de sus protagonistas. Viaje que muchos abandonan apenas comenzado y que otros ni siquiera emprenden.

 

  En un artículo canónico, Sigmund Freud afronta con valentía y honestidad intelectual las resistencias que emergen frente al psicoanálisis (1924). El fundador de nuestra ciencia aborda el tema desde diversos ángulos, tanto desde lo externo, es decir desde fuentes de la cultura, como de la singular tarea que el emprendimiento de una cura analítica plantea.

 

  Con singular lucidez, sostiene que lo novedoso, dentro y fuera de la ciencia genera sentimientos de rechazo, que los saberes establecidos tienden a considerarse a sí mismos completos y que las nuevas ideas generan oposición.

 

  Hoy en día, nuevos fenómenos de distinto orden, coinciden en la generación de resistencias al psicoanálisis. Algunos de ellos provienen de otros discursos científicos. Otros tienen su origen en las transformaciones culturales y su incidencia en los procesos de subjetivación.

En todo caso, el peso específico del psicoanálisis y de sus practicantes en la cultura del siglo XXI dista de ser masivo.

 

  Y asuntos como la demanda de curas analíticas y las condiciones que impone forman parte de debates espinosos entre analistas y sus asociaciones. Especialmente en lo que refiere a la distancia entre ser un procedimiento de transformación psíquica asequible para unos pocos y el estar a disposición de cantidades crecientes de gente.

 

  Lo que me propongo es poner la mirada sobre algunos aspectos, tanto provenientes de la vorágine de cambios sociales y tecnológicos como en algunas de las características distintivas de la cura que entran en fricción. Me pregunto si toda travesía no lleva aparejada en sí algún grado de freno...

 

  Trato de partir de la pregunta acerca de si existen resistencias al psicoanálisis que no provienen del “status quo” de las parcelas del saber humano, como en el artículo de Freud, sino de otras con fuentes en la cultura. Y también si existen algunas más intrínsecas al psicoanálisis en tanto discurso y forma de agremiación, que puedan tener este efecto.

Es decir, voy a transitar un terreno roturado antes por diversos autores, especialmente por aquellos que han tratado de elaborar las consecuencias que el ritmo exponencial de los cambios culturales tienen sobre el psicoanálisis.

 

  Inicialmente creí que era posible hacer una distinción limpia entre los fenómenos de la cultura y los inherentes al procedimiento analítico. Sin embargo encuentro que estos se interpenetran, en tanto el ejercicio del psicoanálisis está necesariamente inscrito en el de la cultura donde tiene lugar. Aspectos tales como la práctica virtual usando Skype u otro servicio de mensajería ya no constituyen modalidades marginales sino que se han vuelto moneda corriente.

 

  También lo es que los aspirantes a analizandos realicen investigaciones acerca de su posible analista en internet y redes sociales. La opacidad personal, tan necesaria para servir de estímulo a aspectos imaginarios de la transferencia se ve imposibilitada de surgir gracias a toda la información pública disponible.

 

  Esto plantea una de las marcas del ejercicio actual, que tiene que ver con el difuso estatuto que lo privado y lo público, lo íntimo y lo que no lo es, tienen en nuestros días. Mientras que el vínculo entre analista y analizando requiere de la construcción de una atmósfera afectiva particular, de máxima empatía y atención concernida acerca del decir y hacer, mucho de nuestra vida transcurre en un ámbito donde deliberadamente o no, la “data” personal es de dominio general.

 

  Somos vistos o nos hacemos ver en una cantidad creciente de ámbitos simultáneos, con lo cual parte del sentido revelador y transformador del análisis queda en entredicho.

El “adentro” y el “afuera” tienden a volverse espacios intercambiables, mutuamente interferidos. El diseño original del dispositivo analítico no contemplaba ni un discurso ni una estructura subjetiva en constante conexión a mensajerías instantáneas, redes sociales o teléfonos celulares.

 

  Mientras que hasta final del siglo XX se podía pensar en una subjetividad de compartimientos estancos, el siglo XXI plantea una topología de “toro” de puntos que pueden existir simultáneamente en espacios diversos.

 

  La atención está fragmentada, pero también lo está la noción de historia individual.

La tendencia actual es a vivir en un presente constante, en el cual el tiempo de latencia entre emisión del mensaje y la percepción del mismo tiende a desaparecer.

 

  En la etapa analógica del siglo XX, la historia colectiva y personal era un asunto de edición particular, de lazos construidos entre olvidos. Hoy el derecho al olvido, a la posibilidad de reprimir, está contradicho por el almacenamiento infinito de eventos en forma de posts, fotos, videos y mensajes de voz disponibles para su recuperación casi inmediatamente.

Esto ofrece un obstáculo a uno de los principios rectores de la cura analítica que consiste en la elaboración personal de una historia conformada por recuerdos difícilmente recuperados y destinados a olvidarse nuevamente…

 

  Pero también el psicoanálisis es una experiencia de soledad. Diferente al aislamiento, la travesía analítica supone que el analizando pueda estar consigo mismo y los significantes que lo marcan. Es una experiencia que está en las antípodas de las redes sociales, construidas y alimentadas del miedo a estar solos. Pero que brindan un sucedáneo del vincularse. Sucedáneo que es buscado con la compulsividad de las adicciones. Y que prometen la potestad de administrar el grado de soledad o compañía que se quiera.

 

  Pudiera decirse que nunca hemos tenido tantos dispositivos para comunicarnos y aún así nunca hemos estado tan solos. Mientras más aparatos tenemos para comunicarnos más fácil resulta envolvernos en burbujas que esperamos sean autosuficientes. Hoy en día ver parejas o familias enteras sentadas juntas con cada quien ensimismado en su teléfono inteligente, tableta o computadora personal es parte de la cotidianeidad.

 

  El encuadre analítico, la frecuencia y duración de las sesiones, entre otros aspectos se ofrece como algo muy distinto. Y quizás por ello tampoco es buscado masivamente.

Otro punto de fricción lo constituye la dimensión vincular del proceso analítico. Con ello me refiero al necesario desarrollo de un lazo social de libertad de palabra, intimidad y tolerancia a lo que no se sabe tenga lugar.

 

  En proporción creciente, los seres humanos han ido derivando de vincularse entre personas a hacerlo entre consumidores. Las relaciones se dan “C2C” (consumer to consumer), relaciones especulares donde un actor ofrece y el otro toma en talante utilitario y evanescente. Esto tiene incidencias en las manifestaciones del deseo, de las inecuaciones del rapport sexual y en el valor de enigma que éste puede tener.

 

  La vida discurre entre una avalancha de aplicaciones para cualquier necesidad, páginas web con respuestas certeras y tutoriales para suplir cualquier déficit. Las relaciones son evanescentes difusas. El valor de la autoexploración como proceso de descubrimiento que requiere del diferimiento de las respuestas y de las modificaciones significantes luce poco atractivo en un marco así.

 

  El conocimiento de sí que puede sobrevenir durante el análisis es uno que la estadística no logra predecir. La sesión de hoy no sirve para saber como será la siguiente. El “time line” del análisis no tiene aún un algoritmo que reduzca las incógnitas de una travesía siempre incierta.

El paso de lo cualitativo, de lo que emerge en análisis a lo cuantitativo, las verdades sometidas a las dictaduras de las masas, de la estadística puede ser una brecha que muchos no pueden salvar.

 

  Las redes, por otra parte ofrecen la promesa de obtener algún juicio externo, en forma de “seguidores” o “likes” que brindan la ilusión de ser tomado en cuenta.

El goce pierde su cualidad de creación personal en tanto en la web existen grupos de todos y para todos, evitando la apropiación del mismo y haciéndolo objeto de intercambio.

Piénsese por un momento tan solo la diferencia entre esto y un proceso donde el interlocutor puede permanecer en silencio, a veces por largo tiempo…

 

  Un ámbito completamente distinto proviene desde dentro del psicoanálisis. Confieso mis propias resistencias a tocar el tema, en el temor de herir susceptibilidades, pero de todas maneras persistiré…

 

  Existe una dificultad en el psicoanálisis proveniente de su propio posicionamiento dentro del orden de la ciencia. Esto es producto de muchos años y de muchas personas distintas. En tanto se ha cuidado celosamente de los peligros de devenir en ideología, moral o de deslastrarse de restos sugestivos, el psicoanálisis se ha transformado en un “discurso sin poder”. Esto último alude al rechazo a que criterios como el de eficiencia o de evidencia replicable le sean aplicados. Las múltiples acepciones de su objeto y su método impiden una crítica popperiana, de contrastación y falseamiento de sus postulados. Es esta peculiaridad la que lo amenaza con asimilarse a la filosofía o a la lingüística.

 

  El otro polo es el de la necesidad de explicarse a sí mismo, tal como lo hacen otras ciencias, en cuanto a sus principios rectores y sus mecanismos de acción. Hay cierto grado de opacidad en su ejercicio como en su institucionalidad que opone a los divulgadores con los que se denominan “elegidos” para su praxis y enseñanza.

 

  Sin caer en simplismos, lo intrínseco y distintivo del psicoanálisis aún conserva un halo de misterio y de “parroquialismo” en su manera de agruparse los practicantes del análisis entre ellos.

Esto en una sociedad donde sus miembros se encuentran siempre a un “click” de las respuestas que demandan.

 

  En su artículo, Freud (ob, cit.) alude a su judaísmo como característica que ayudó a sobrellevar el rechazo inicial y el aislamiento de los primeros años del psicoanálisis.

Casi noventa años después yo me pregunto si esta alusión a la travesía heroica y solitaria sigue vigente. Si realmente es virtud o inercia. O si es necesario atender a las resistencias actuales en su valor sintomático, esas que señalan que es mucho lo que reclama ser pensado y modificado, en aras de continuar vigentes….

 

 

Bibliografía:

 

 

Freud, Sigmund (1924) “Las resistencias al psicoanálisis”, Amorrortu, Buenos Aires.

 


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