Google y el refugio del olvido

08/06/2014- Por Sergio Zabalza - Realizar Consulta

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En el marco preparatorio del I Congreso Mundial virtual/presencial de elSigma “El estadio del screen. Incidencias de la virtualidad en la constitución del lazo social”, el autor nos dice: “Nunca se corrió tanto peligro de quedar petrificado en una significación como ahora, en que el mundo digital se asemeja a una memoria absoluta e incapaz de preservar la sensibilidad de un ser humano… Hoy apenas estamos entreviendo los efectos que el ciberespacio ejerce en la subjetividad del ser hablante. Si la alternativa es quedar tomados por un amo insensato y cruel o servirnos de una maravillosa herramienta, es bueno recordar entonces que el ciberespacio debe respetar el refugio del olvido”.

 

 

 

Una modelo, cuyo nombre apareció relacionado con sitios virtuales de prostitución, inició una demanda contra los motores de búsqueda que reinan en la web.  El juicio, que adquiere ribetes de inusitada trascendencia en virtud del precedente que sienta para futuros conflictos similares, transcurre en momentos en que el Tribunal de Justicia de la Unión Europea acaba de emitir un dictamen favorable al denominado “derecho al olvido”, a saber: la posibilidad de solicitar, a través de un formulario, que Google borre enlaces “inadecuados, no pertinentes o excesivos desde el punto de vista de los fines para los que fueron tratados”.

Es que nunca se corrió tanto peligro de quedar petrificado en una significación como ahora, en que el mundo digital se asemeja a una memoria absoluta e incapaz de preservar la sensibilidad de un ser humano. Vivir aplastado por un recuerdo, un dato o una imagen es lo más parecido al infierno. Imaginen una biblioteca virtual que presenta a cada instante y lugar datos que, sin ser materia de necesidad pública, afectan sin embargo el derecho a elegir qué mostrar o decir acerca de nuestra  propia persona.

No se trata de una mera especulación, por ejemplo: en la actualidad están disponibles al público los denominados Google Glass, lentes que brindan la data que guarda la web acerca de la persona que estamos mirando[1]. El aserto lacaniano, según el cual lo más íntimo está en el exterior, hoy cobra una sustancia digital: la intimidad está expuesta ante el ojo omnisciente del ciberespacio. En este escenario, cuesta imaginar qué chance resta para el asombro, la sorpresa o el azoro cuando la memoria se reduce a un galpón de referencias al servicio del cálculo y la anticipación.

En la imprevisible alteridad que encarna el semejante habita la expectativa de vivir el instante que sigue. No en vano, la depresión es el mal de las sociedades cooptadas por la vigilancia generalizada. Es cierto que el derecho al olvido puede acarrear numerosas decepciones en el campo de las relaciones, pero también que el mero hecho de hablar impone dejar a un lado datos o recuerdos. No se puede dialogar sin ocultar algo. El olvido es la condición para el lazo social. Es más, no hay posibilidad de conformar una historia sin desestimar ciertos contenidos. Para decirlo todo: sin olvido ‒sin pérdida‒ no hay vida anímica ‒ni de relación, que es lo mismo‒.

En efecto, según Freud, el aparato psíquico se funda a partir de poner a un lado una escena primordial, reserva  que a su vez da lugar a la fantasía, la imaginación y el mundo de ilusiones que, para bien o mal, conforman la realidad de una persona. Este olvido inolvidable que funda el trabajo psíquico le hizo decir a Lacan que “El olvido freudiano es una forma de la memoria, su forma misma, la más precisa”[2]. Esto es: los contenidos puestos a un lado –inconscientes– retornan enriquecidos bajo el ropaje que la metáfora y la metonimia imprimen de acuerdo a la singularidad de cada sujeto. Desde este punto de vista, tenía razón Borges cuando decía que “Solo una cosa no hay. Es el olvido”[3], aunque sí bien puede imperar el derecho que le asiste a una persona de acomodar su vida psíquica de acuerdo “a las barreras éticas y estéticas de la personalidad”[4], como decía Freud.

De hecho, el valor reparatorio que la justicia cumple dentro de una comunidad consiste, entre otras cosas, en la posibilidad de que las víctimas puedan poner cierta distancia subjetiva respecto a un hecho vejatorio del cual han sido objeto. Así, el valor ejemplificador de la sanción o el castigo sirve tanto de marca para la comunidad como de alivio para el sujeto. Por otra parte, la vida en común es imposible sin el olvido, nada menos aconsejable en una pareja que la práctica de recordarle todo el tiempo al partenaire sus supuestos errores, fracasos o defecciones.

Borges ilustró en “Funes el memorioso” esa memoria incapaz de olvidar. Decía el narrador: “Funes no sólo recordaba cada  hoja de cada árbol de cada monte, sino cada una de las veces que la había percibido o imaginado”[5]. Pero advertía: “Sospecho sin embargo que no era muy capaz de pensar. Pensar es olvidar diferencias, es generalizar, abstraer, en el abarrotado mundo de Funes no había sino detalles”. 

Hoy apenas estamos entreviendo los efectos que el ciberespacio ejerce en la subjetividad del ser hablante. Si la alternativa es quedar  tomados por un amo insensato y cruel o servirnos de una maravillosa herramienta, es bueno recordar entonces que el ciberespacio debe respetar el refugio del olvido.

 

 



 



[1] Diario La Nación del 7 de junio de 2014, “Las tecnologías que están cambiando la percepción”

http://www.lanacion.com.ar/1698952-otra-realidad-las-tecnologias-que-estan-cambiando-la-percepcion

[2] Jacques Lacan, El Seminario: Libro 12, clase 4 del 6 de enero de 1965. Inédito.

[3] Jorge Luis Borges, “Everness”, en Obras Completas, Tomo II, Barcelona, Emecé, 1989, p. 305. Puede ubicarse una excelente versión recitada por el propio autor en https://www.youtube.com/watch?v=V6VjKoMHZLU

[4] Sigmund Freud, “Cinco conferencias sobre psicoanálisis” en Obras Completas, A. E. tomo XI, p. 21.

[5] Jorge Luis Borges, “Funes el memorioso”, Obras Completas, Barcelona, Emecé, 1989, Tomo I, pp 489 y 490. 


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