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Concierto para silbido y medianoche

03/12/2019- Por Juan Trepiana - Realizar Consulta

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Nos preguntamos si el tema de aquella música a la que el infans es arrojado, pudiera quedar resuelto con otro comodín maravillosamente lacaniano, “pulsión invocante”. La nota azul de Didier Weill, la música perdida. Metonimia de metonimias, metáfora de metáforas, un músico diría: tal vez, versiones de un mismo tema, un tema con variaciones. Siempre escribimos el mismo poema. Tal vez escribimos la misma canción, damos la misma clase, vivimos variaciones del mismo amor, del mismo odio, del mismo hastío, del mismo llanto por el hecho de la existencia misma.

 

 

              

 

                                 Ulises y las sirenas (1909)*

 

 

                  “... y el misterio de adiós que siembra el tren.”

                                                 

                                              Barrio de tango, H. Manzi y A. Troilo

 

 

 

Primer movimiento: Obstinatocantábile

 

  Una canción se agregó a nuestro día, “se pegó” y allí está, canta y canta entre pensamientos, palabras y cotidianeidades. No hace falta la neurosis obsesiva –como lógica de pensamiento– para que esto suceda, no es necesaria ninguna estructura, si es que alguna estructurapudiera ir más allá de una instrumental simplificación ontológica.

 

  El caso es que de pronto estamos acompañados por una música, re-conocida o no, propia o ajena, deseada o aborrecida. Allí está, a veces “mucho rato”, a veces vigil y, otras veces, que suelen conocer muy bien los músicos, tras los velos oníricos o crepusculares.

 

-       No sé. Simplemente se me pegó esta melodía, creo que es una canción de… no sé, no puedo recordarlo.

-       Una canción que se pega.¿Qué se te pegó?

-       Sí. ¿Nunca se te pegó una canción y no podés sacártela de encima?

-       ¡Ah!, encima eso.

 

  El barco moebiano del dispositivo zarpa destinalmente de la canción a la “escansión”. La primera vez que, estudiosos, nos encallamos en la palabra “significante”, se “pegan” muletillas instrumentales: “valor acústico”, “huella acústica”, y otras supersticiones sonoras.

 

  Un rato después de sobrevivir al posible naufragio de la “lingüistería lacaniana”(a veces hay víctimas fatales o cambios tempranos de carreras o marcos teóricos), aparecerán: “polisemia”, “inversión del signo lingüístico”, “afecto ligado”, “deconstrucción de relaciones biunívocas” y todo un mundo, una “derrota” –por seguir en clave náutica– sin retorno, como el supuesto retorno a Freud o como el retorno de Odiseo.

El Significante aparece entonces como un puerto seguro.

 

  Seguramente Odiseo haya creído que el palo del barco que lo amarraba bastaría para soportar el canto de las sirenas, la falta, la pérdida, la angustia, el objeto lejano que insiste en invocar haciendo semblante de lo inasible. Pero la melodía es capaz de hacer vacilar a fantasmas corajudos con su contorno serpentino y su vocación de espacio atravesando la atadura biunívoca más extrema. Todo es inútil, la melodía de las sirenas “no cesa de no inscribirse”.

 

  Nos preguntamos si el tema de aquella música a la que el infans es arrojado, pudiera quedar resuelto con otro comodín maravillosamente lacaniano, “pulsión invocante”. La nota azul de Didier Weill, la música perdida.

Metonimia de metonimias, metáfora de metáforas, un músico diría: tal vez, versiones de un mismo tema, un tema con variaciones.

 

  Recuerdo a la poeta argentina Norma Piñeiro en una charla informal: Siempre escribimos el mismo poema. Me permito sumar: tal vez escribimos la misma canción, damos la misma clase, vivimos variaciones del mismo amor, del mismo odio, del mismo hastío, del mismo llanto por el hecho de la existencia misma.

 

 

(Lento súbito)

 

  Me detengo aquí, justo en el momento en que la “poética del psicoanálisis” vacila, como el fantasma del neurótico, entre la cursilería y el puerto de la “ciencia”, las dos amarras posibles del Odiseo contemporáneo. Barrado y varado, diríamos, entre los fetiches de la poética y la epistemología.

 

  El espejo se ha inclinado demasiado, habría que recurrir a un manojo de apotegmas que encubran respuestas y nos alejen del horror de lo real, pero, si se permite, preferimos quedarnos amarrados a preguntas mientras las sirenas cantan y cantan.

 

  No hay poética confiable basada en respuestas, ni tampoco pedagogía (al decir de Paulo Freire) o ciencia conjetural que nos proteja de la melodía subjetivante. Aquella canción es fundante y devoradora, destruye y construye, siempre a tempo, siempre actual.

 

  Arrojados al lenguaje, “versionamos”, retornamos –ritornelo– en la imposibilidad de ir más allá de lo que ni siquiera supone el espejismo de una existencia.

 

  Algunos inventan o terminarán inventando o adhiriendo a encuadres teóricos que tendrán luego que venir a sostener los fármacos, a mejor decir: la industria farmacológica, otra forma más directa que lo poético, más capitalista ydefinitivamente canalla.

 

  La cera que Odiseo puso en las orejas de sus navegantes, remar y no escuchar recuerdan algunos recursos de alguna posmodernidad psiquiátrica.

 

  Volviendo un poco al tema, musicalmente hablando, cedo esta cita a Joël Dor:

“El deseo, obligado a convertirse en palabra dentro del molde que le impone la demanda, se ve prisionero del proceso del lenguaje.” A partir de allí, justo donde termina lo que en forma musical llamaríamos “exposición del tema”, algo se ha perdido para siempre. Ese axioma repetido, “arrojados al lenguaje” también será, más tenue o más esquivo, más sutil o, en apariencia, menos intelegible: “arrojados a la melodía”, sujetos de la tonalidad.

 

 

Segundo movimiento: Adagio fantasmático

 

  Una pequeña digresión técnico/musical y tan discutible y provisional como el eje cursilería/ciencia. Falsedades axiales, en fin, a las que nos condena la pérdida original, la sanción del lenguaje.

 

  Quisiéramos ajustar el concepto de “melodía”. Supongamos una escena nocturna, para colorearla y por ciertas deformaciones profesionales y estilísticas, dibujemos un guapo, personaje tanguero pura sombra, puro recorte, de principio del novecientos silbando un tango en una esquina nocturna de Barracas al sur.

 

  El caso es que sólo es posible silbar a “una voz” una sola línea melódica. Los libros llamarán a esto “monofonía” y, anclados al sesgo del significante, ¡mienten! La monofonía siempre es acompañada, al menos por una “sonósfera”, un ambiente que suena, ladra un perro, pasa un tren, la escena misma es una orquesta que toca sutil un concierto para silbido y medianoche.

 

  El eje de esta obra musical, de esta esfera de sonido, es el oyente, versionando, tal vez, aquella díada simbiótico/narcisística, si se me permite esta concesión de escuela inglesa sin que se “escuche” el rasgar de las vestiduras de nadie.

 

  Tal vez anterior, nirvánico y oceánico a un tiempo, protofantástico y sonoro, descubre el juego imaginario un yo ideal, aprèscoup y definitivamente, musical: Es la sonósfera del oyente el punto donde el devenir estético, pretendiendo navegar dos aguas “al unísono”, perfora un lado de la banda de Moebius para salir por el mismo lado: Una subjetividad artística, una ficción de completud, una experiencia unaria y espiritual.

 

-       Entonces, vos dirías que la melodía irá desapareciendo, caerá para dar paso a otra cosa, mientras tanto “juguemos en el bosque”, o algo así.

-       ¿Lobo está?

-       ¿Lobo está? interrumpe la canción, ¿Te acordás? Todo era melodía para “juguemos en el bosque” pero “¿lobo está?” apenas se decía, como en un lenguaje tonal.

-       Tal vez el lobo esté cantando también.

 

Tercer movimiento: ¿Finale, ma non troppo?

 

  Debiera terminar este atolondradicho con otro comodín, esta vez popular y de historieta: “continuará”, pero no estoy tan seguro, afortunadamente. No estoy seguro de su continuidad, quiero decir.

 

  Es posible que el lector desprevenido pudiera verse“atormentado”, al menos por un rato, con la vieja canción infantil mencionada más arriba. A no preocuparse, una melodía que se pega es como un resfrío, en general se cura sin intervención de ningún profesional. Pero ¿y si continúa? Si el lobo vuelve a sus siestas reiteradas de ronquidos y silbidos monofónicos. ¿El lobo será el guapo de Barracas? ¿Será el lobo del hombre,que enseñaba Hobbes? ¿Será el hombre de los lobos?

 

  Gran parte de las canciones infantiles al modo de las leyendas suelen referir a rituales de pasaje, mientras el lobo no está la infancia tendrá vía libre. Luego el lobo se va despertando, se peina, se va vistiendo y finalmente aparece para susto general de la infancia entera. Devorador, cronológico, “adolescentizador” (siempre un neologismo conjura algunos espíritus dogmáticos y escandaliza a otros), condensador y desplazante. Igual la música, el arte en general, los sueños.

 

  El viejo Cronos, su tema original, su melodía: nunca es devorado/castrado del todo –y a la vez lo es siempre– en su totalidad. Siempre está sucediendo. Reaparece y juega; canta y juega, cantando.

 

  ¿Será Cronos el viejo Freud imponiendo retornos incluso a los más guapos? ¿Existirá un arquetipo musical, aunque ni el ilustre Carl Jung le haya dado a la música el rango arquetipal?

No, no y no.

 

  Una señora decía una vez: el eclecticismo es superficialidad. ¡Debe imponerse el retorno! La señora se llamaba sentido común, pero el cuento siguió, como suelen hacer los cuentos, disparatados, polisémicos, polifémicos, cantábiles, en bucle, inefables.

 

  Mientras tanto: ¿Lobo está?

 

 

Imagen*: Ulises y las sirenas (1909) de Herbert James Draper. Pintor inglés (1863-1920). En… https://elpais.com/diario/2004/07/17/babelia/1090019829_740215.html

 

 

 

 


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