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En busca del objeto perdido20/05/2005- Por María Graciela Trione -

En busca del tiempo perdido, en busca de lo inatrapable, en busca de lo imposible de decir. Una búsqueda desesperada y dolorosa de algo, un irreductible que Marcel Proust intenta reducir a través de sus magníficos escritos y que, para suerte de sus lectores, no logra.
Así, Proust seguirá adelante con su tarea tratando de escribir lo que no tiene posibilidad de inscripción.
Intentaré, en este trabajo, bordear ese resto no simbolizable que es causa de su obra.
La vida de Proust, sin interés,
sin aventuras ni
viajes llega a resultar sin
embargo apasionante: se
convierte en una novela, gracias a
la suya.
Matthieu Galey [1]
En busca del tiempo perdido, en busca de lo
inatrapable, en busca de lo imposible de decir. Una búsqueda desesperada y
dolorosa de algo, un irreductible que Marcel Proust intenta reducir a través de
sus magníficos escritos y que, para suerte de sus lectores, no logra.
Así, Proust seguirá adelante con su tarea tratando
de escribir lo que no tiene posibilidad de inscripción.
Intentaré, en este trabajo, bordear ese resto no
simbolizable que es causa de su obra.
Proust cela. El despliegue de escenas celosas es la
columna vertebral de su novela. Cela y duda. Nunca está seguro. Nada garantiza
su saber. No hay certeza. Esto nos permite situarlo por fuera de los celos
delirantes, de la psicosis paranoica.
Freud nos enseñó, a través del caso Schreber, el
funcionamiento de los celos paranoicos. Allí él traduce la posición del celoso
delirante en la fórmula: “No soy yo el que ama al hombre (rival), es ella” y en
el caso de la mujer celosa: “No soy yo la que ama a las mujeres, es él”.
Este es un recorte que hace Freud para explicar el
delirio celoso en la psicosis paranoica.
Lacan posteriormente, nos invita a reformular la
función de la homosexualidad en la paranoia. Su posición está del lado de
entender la homosexualidad como un efecto y no como causa del delirio.
Marcel Proust, como sabemos, era homosexual.
En “Albertine desaparecida” aparece, desplazado en
el personaje de Robert de Saint-Loup, el profundo amor homosexual.
“Él me acariciaba suavemente la frente, con ánimo
de consolarme. Me emocionaba la pena que le causaba el dolor que adivinaba en
mí [...]. Sentía además tanto afecto por mí que el pensar en mis sufrimientos
le resultaba insoportable. Tan es así que la que me los causaba le inspiraba
una mezcla de rencor y admiración. Me tenía por un ser tan superior que pensaba
que, para verme sometido a otra criatura, ésta había de ser absolutamente
extraordinaria”.
Tan absoluta y extraordinaria como su propia madre.
“Así Proust y su madre vivieron casi dos años
juntos, en el sueño recíproco de una absoluta y casi monstruosa identificación
edípica. Como decía el hijo, se habían vuelto un sólo corazón, una sóla
persona. Ella era la Custodia, la reina del Silencio y de la Quietud que
alejaba cualquier ruido de los sueños y las pesadillas del hijo; era la sierva
amorosa, que hacía todas la diligencias pedidas, incluso las más fatigosas, en
el caluroso julio de París; y cada mañana, cuando su hijo se dormía, iba a
darle el beso de las buenas noches, para que llevase a cabo sin terror el viaje
subterráneo en los reinos oscuros. El vivía ´acurrucado´ en su corazón. Le
aseguraba que no quería ver a nadie más: los demás no le gustaban, si se
encontraba con ellos, era solamente para hablar de ellos con ella. No importaba
que a veces estuviese lejos. ¿Qué importan los lugares y los espacios? Incluso
cuando estaba lejos, estaba siempre cerca de su pensamiento, en la imaginación
le dirigía la palabra mil veces por minuto y estaba ligado a ella por la más
rápida telegrafía sin cable”. [2]
Al referirse a la génesis de la homosexualidad
masculina Freud afirma que, en todos los homosexuales en análisis, descubre un
intensísimo enlace infantil de carácter erótico a un sujeto femenino,
generalmente a la madre.
El sujeto ha reprimido, en este caso, el amor a su
madre, sustituyéndose por ella.
En esta identificación con su madre toma como
modelo a su propia persona, a cuya semejanza elegirá sus objetos eróticos.
“De este modo, se transforma en homosexual o, mejor
dicho, pasa al autoerotismo, dado que los niños objeto de su amor no son sino
personas sustitutivas y reproducciones de su propia persona infantil, a las que
ama como su madre le amó a él en sus primero años. Decimos, entonces que
encuentra sus objetos eróticos por el camino del narcisismo…”[3].
El niño Proust está vinculado con una madre que, a
su vez, se encuentra vinculada en el plano imaginario con el falo como falta.
En esta estructura original –niño madre fálica- se centra toda la problemática
que nos ocupa.
“(...) el hecho de que el niño, aislado en la
confrontación dual con la mujer, se encuentra al mismo tiempo enfrentado al
problema del falo en cuanto falta para su partenaire femenino, es decir, en
este caso el partenaire materno –alrededor de esto gira todo lo que Freud
elucubra...” [4]
Suscribo estas palabras de Lacan, en este caso, en relación a Marcel Proust.
El libro Correspondencia con su madre[5]
es muy esclarecedor de este vínculo. El hijo suele empezar sus cartas con un
“Mi querida mamá” y concluirlas con “Tu pequeño Marcel”, “Te beso infinitamente”
o “Mil besos tiernos”.
La madre, por su parte, suele iniciar su
correspondencia con un “Pobre lobito mío” o “Querido mío”. Al concluir sus
cartas no las firma o lo hace como J(eanne) P(roust).
Esto genera un equívoco respecto de quién escribe y a quién se escribe.
Evidencia un claro malentendido respecto de los lugares. En realidad, se trata
de lugares que se reflejan en un plano de inversión especular.
La correspondencia se juega entre a–a’, en
el plano imaginario, en la etapa inicial del Edipo.
La angustia de Proust no tiene límites o más
exactamente los tendrá, como veremos, en virtud de su condición de escritor.
La presencia sin intervalos de la madre impide la
instauración de la falta en la estructura y donde ésto ocurre, la angustia
adviene.
La madre es, para Proust, una figura absoluta. En
cuanto al padre, éste no aparece o se lo encuentra como una figura débil y
desdibujada, tanto en sus escritos como en el decir de sus biógrafos.
“Cuando su padre murió, Proust realizó el sueño que
había acariciado en el Jean Santuil, de vivir solo ‘con la esposa del
padre’ [...]. El hijo estaba lleno de melancolía y remordimientos hacia el
padre bondadoso, gentil e indulgente, que no había comprendido y al que a veces
había odiado y despreciado. Sentía aquel 24 de noviembre en que su padre cayó
al piso perdiendo ‘la dulzura de vivir’ terriblemente cerca: la mente y el
tiempo no conseguían alejar aquel día. El domingo antes de la muerte había
discutido con él: la excesiva certeza de sus afirmaciones políticas lo habían
herido, había dicho ‘cosas que no hubiera debido decir’. ‘No puedo expresar qué
pena me da ahora esto. Me parece que es como si hubiese sido duro con alguien
que ya no podía defenderse’” [6]
Si bien Proust es homosexual y sufre de una
celotipia, no por ello podemos pensarlo como un psicótico.
No es la crítica del Otro, su partenaire[7].
¿Acaso lo es su pensamiento tortuoso y obsesivamente celoso?
Dice Proust: “Mis celos se originaban en imágenes
para un sufrimiento, y no de acuerdo a una probabilidad [...] En cuanto salía
con Albertine, a poco que estuviese un
instante sin mí, me inquietaba, me imaginaba que quizás hablaba con alguien o
sólo lo mirase [...] Mejor es no saber y pensar lo menos posible; no proporcionarle
a los celos el menor detalle concreto” [8]
En su artículo “Sobre algunos mecanismos neuróticos
en los celos, la paranoia y la homosexualidad”, Freud distingue tres tipos
posibles de celos: los celos normales, los celos de proyección y los celos
paranoicos.
En este último caso, la tercera forma de celos –los
celos delirantes– Freud ubica en el centro del conflicto psicótico, o sea como
causa, el rechazo de la homosexualidad.
En la psicosis paranoica hay certeza. Al paranoico
le basta apenas un signo y ya “sabe”. El objeto del saber le es fácilmente
accesible, y ésta es su particularidad, más que la homosexualidad que aparece
como un efecto secundario. Lo contrario ocurre en las neurosis. El celoso
neurótico nunca está seguro: vacila, duda, no tiene jamás certeza. Hay en él
una compleja relación con el saber.
Me interesa investigar, aquí, qué le ocurre a
Proust. En la siguiente cita lo escucharemos desde su personaje, llamado
Marcel.
“Pero en todas partes era idéntica la incertidumbre
de lo que hacía; numerosas las posibilidades de que fuera el mal; la vigilancia
aún más difícil a tal punto que volví con ella a París [...] En realidad, al
dejar Balbec creí abandonar Gomorra y arrancarle a Albertine; ¡Ay de mí!
Gomorra estaba dispersa a los cuatro vientos. Y mitad por celos, mitad por
ignorancia de esas alegrías (caso muy raro) había regulado a mis expensas ese
juego de escondite en que Albertine se me escapaba siempre [...] Había estado a punto de ser sorprendida
con Andrea y se tomó algún tiempo, apagándolo todo, yendo a mi cuarto para no
dejar ver su cama en desorden y aparentando que escribía. Pero ya se verá más
tarde todo ello; todo lo que nunca supe si fue de verdad”. [9]
Retomaré, ahora, a Freud en el artículo
anteriormente mencionado. La primera forma de celos son los celos normales. Estos
se originan en el complejo de Edipo y en el complejo paterno de la primera
infancia. Están dirigidos al rival o sea al niño que fue preferido por los
padres. Suponen, en parte, una herida narcisista y, en parte, un duelo a
realizar.
“Es también singular que muchas personas los
experimenten de un modo bisexual [...] sé también de un individuo que sufría
extraordinariamente en sus ataques de celos y que confesaba deber sus mayores
tormentos a su identificación conciente con la mujer infiel [...] Prometeo encadenado
y entregado a los buitres [...] eran referidos por el sujeto mismo a la
impresión de varios ataques homosexuales de los que había sido objeto en su
infancia” [10]
Freud aquí no habla de homosexualidad reprimida
como causa de celos. La homosexualidad aparece sólo como efecto, a través de la
identificación del celoso con la mujer que lo engaña. Los celos de proyección
serían, entonces, los celos de un sujeto que ha reprimido sus anhelos de
infidelidad.
La segunda forma de celos son los celos de proyección.
“Los celos surgidos de tal proyección tienen, desde
luego, un carácter casi delirante; pero no resisten a la labor analítica, que
descubre las fantasías subyacentes cuyo contenido es la propia infidelidad “.[11]
Sin embargo, hay múltiples pruebas en la clínica y,
específicamente, en la autobiográfica obra de Proust, de que el ser infiel no
es una condición de los celos.
En Un amor de Swann vemos al personaje
torturado por los celos hacia Odette y, sin embargo, tenazmente infiel.
“Y además, como prefería infinitamente a la belleza
de Odette, la de una joven obrera fresca y rolliza como una rosa, de la que se
había enamorado, le gustaba más pasar con ella la primera parte de la noche,
porque estaba seguro de que luego vería a Odette”. [12]
En el segundo tipo de celos, Freud ubica lo
esencial en la proyección.
Los invito a ir más allá de esta formulación
freudiana y a cambiar el eje de la misma, al tiempo que el eje del espejo en
que se sostiene su teoría de los celos proyectados.
La proyección existe, pero no es allí donde ubicaré
el centro. Este está ahí, donde, en la especularidad imaginaria algo se mueve
de su eje, algo no coincide en el juego de los espejos, algo queda por fuera de
la posibilidad de ser reflejado Y es allí, donde no hay imagen reflejada y, merced
a un déficit de simbolización –fracaso de la metáfora paterna mediante-, donde
surgen los celos.
Es en ese lugar donde falta la falta como nombre, o
sea, falta el nombre del objeto faltante –lugar mismo del deseo-, digo que en
ese lugar virtual es donde se produce el punto de angustia, que queda
recubierto por la fantasmática particular del sujeto celoso.
Los celos designan aquí, exactamente, lo que escapa
a la proyección simétrica.
“Aquella sencilla descripción trastornaba a Swann,
porque revelaba de golpe que Odette tenía una vida que no le pertenecía
completamente, quería saber a quién había querido agradar con aquel atuendo que
no le conocía; se prometía preguntarle adónde se dirigía en ese atuendo, como
si en toda la vida incolora – casi inexistente porque para él era invisible –
de su amante no hubiera más que una sóla cosa fuera de aquellas sonrisas
dirigidas a él: aquel fresco de Odette con su sombrero a lo Rembrandt, con su
ramito de violetas en el corpiño”. [13]
El celoso no puede captar el deseo del Otro por una
analogía con su propio deseo. El interrogante que se le plantea es: ¿qué quiere
el Otro? Pero no hay respuesta. Esto ocasiona el sufrimiento, el tormento o, al
menos, la incertidumbre del celoso.
Los celos de proyección buscan atrapar lo
inatrapable en su partenaire, sin éxito.
La homosexualidad de Proust aparece articulada a
sus celos. La razón es que la esencia del deseo homosexual es un intento de
satisfacerse capturando en forma absoluta el deseo del Otro.
Algunos testimonios nos permiten conocer aspectos
de la vida real de Marcel Proust.
El escritor frecuentaba un prostíbulo masculino,
que además financiaba en favor de Albert Le Cuziat, uno de sus mayordomos.
Aquí, el relato de uno de sus ocasionales compañeros: “Marcel miraba por un
cristal hacia una sala en que se jugaba a las cartas. Señalaba a su partenaire
y subía. Al cabo de un cuarto de hora [...] yo llamaba a la puerta, entraba y
encontraba a Marcel ya acostado con una sábana cubriéndolo hasta el mentón. El
me sonreía. Mi consigna era, después de haberme desvestido completamente,
quedarme de pie junto a la puerta cerrada, donde me satisfacía solo bajo la
mirada ansiosa de Marcel, quien también se servía él mismo. Alcanzados sus
propósitos yo salía después de sonreírle y sin haber visto de él otra cosa que
su cara y sin haberlo tocado. Si no lograba el fin perseguido, me hacía señas
para que me retirara y Albert (le Cuziat) traía dos ratoneras. En cada una
había una rata que estaba sin comer desde hacía tres días. Empalmaban las
ratoneras, levantando las trampillas que habían dispuesto sobre la cama. De
inmediato, las dos bestias se arrojaban una sobre la otra lanzando gritos
desgarradores y destrozándose con sus uñas y dientes. En ese momento, el placer
el Marcel Proust estallaba”. [14]
Este es un esclarecedor testimonio de aspectos que
en Proust se articulan con la agresividad especular, la posición de actor y/o
espectador y con la homosexualidad.
“La fórmula lacaniana del fantasma, $ a, encuentra aquí su aplicación. Por un lado,
el sujeto se suprime en el dolor, en el que se reduce al punto de visión,
mientras que por el otro surge, horrorosamente desgajado de él, un goce
incomparable”. [15]
Proust vive su drama en una división del goce que
lo ubica del lado de la angustia y/o del
goce, del espectador y/o del actor, mirando y/o haciéndose mirar por otro.
En esta estructura, las identificaciones posibles
son múltiples y el sujeto oscila de la una a la otra. Puede ubicarse en el
lugar del hombre o de la mujer, identificarse con el rival o con su compañera.
Vive sus celos “bisexualmente”, según la expresión
freudiana.
“Sin llegar a las oscilaciones entre los dos polos
de identificación –con la compañera o con el rival- la posición fantasmática
del celoso es fundamentalmente la de un entre–dos, la de un guión que une o que
desune, que provoca o impide”. [16]
El sujeto celoso se ubica imaginariamente entre la
posición hombre y la posición mujer. Entre la posición del rival y la posición
de la compañera. En el mencionado testimonio, entre una rata y la otra.
Su función en el triángulo pre-edípico es prohibir
el goce mismo, cuya esencia querría captar.
Pero ¿cuál es el goce que intenta captar y que,
ubicado en el entre–dos, él imaginariamente prohíbe?
Se trata del goce femenino. El celoso quiere ver
ese goce Otro, lo fantasea en relación a su compañera o su rival. Quiere verlo
para apropiarse de él y vivenciarlo personalmente, en el lugar de la
mujer, cuya existencia supone.
Se evidencia así, en Proust, la relación entre
celos y homosexualidad.
Sabemos, con Freud, que uno de los destinos de la
pulsión es la sublimación.
Proust escribe: “Quería saber quién era. Se deslizó
a lo largo de la pared hasta la ventana, pero no podía ver nada entre las
maderas oblicuas de los postigos; en el silencio de la noche sólo oía el
murmullo de una conversación. Claro que sufría al ver esa luz en cuya atmósfera
se movía tras los postigos, la odiada e invisible pareja, al oír aquel murmullo
que revelaba la presencia de la persona, que había venido después de su marcha,
la falsedad de Odette, y la felicidad que estaban disfrutando juntos”.[17]
La presencia tercera del personaje de Swann como
rival –pre edípico- está claramente indicada en la mencionada cita. Swann –el
niño Proust- está ubicado entre Odette y su compañero supuesto, en un intento
de interceptar el goce. En este aspecto, la problemática de los celos está
nítidamente anudada al registro fálico.
Debemos remontarnos, entonces, al triángulo edípico
inicial en que el sujeto cela de lo que atrae el deseo de la madre hacia otro
lugar y no hacia él, o de lo que le procura un goce Otro.
Por tal motivo, el rival originario de Proust es
más bien el falo como tal, y no el padre. La esencia de la rivalidad se sitúa
en la lucha a muerte por la posesión del instrumento de goce. La rivalidad con
el tercero es, entonces, un efecto de los celos y no su esencia.
Finalizando este recorrido se me plantea la
pregunta: ¿Son los celos el síntoma de Proust?
En su seminario “El partenaire – síntoma”, J. A.
Miller retoma el concepto de pulsión, a partir de los desarrollos de Freud en
“Inhibición, síntoma y angustia” y de Lacan en el Seminario 11.
Si bien un curso de la pulsión es el fantasma, en
este caso actuado –al menos parcialmente- el verdadero curso de la pulsión va a
la producción sintomática. Y es por esa razón que Lacan propone a partir de lo
que comporta una “fatalidad del síntoma”, sólo un cierto saber hacer con él.
Proust dio pruebas –toda su obra– de su saber
hacer.
En el mencionado seminario, Miller define al
fantasma a partir del síntoma: “Podemos definir el fantasma como aquello que
impide saber hacer con el síntoma”.[18]
Los celos en Proust constituirían el síntoma que en
su lucha primaria daría cuenta de la exigencia pulsional misma.
“Así pues, el síntoma revelado por los celos parece
fundado, más allá de la impotencia para captar la verdad, en una imposibilidad
de decir lo real”. [19]
Su obra describe, maravillosamente, el enorme
sufrimiento de Proust, el padecimiento cotidiano proyectado en el dolor de sus
personajes.
Pero, también, su síntoma da cuenta -como dijimos-
de su saber hacer con ese resto irreductible que, de no ser escritura, sería
puro goce.
Marcel Proust va en busca de un saber. Desea saber,
bajo la particularidad de ver “todo”, de verificar la infidelidad en una escena
fantaseada, en la que él quedaría ineluctablemente excluido.
Las formas que dibuja esta escena son tan múltiples
y ricas como sus escritos.
Relata magistralmente en su Recherche las
fantasías celosas, como lo que es, además de un brillante escritor, un
“maestro” en celos.
Siendo su obra una autobiografía novelada, Proust
describe su relación a un goce que es su partenaire inseparable. Pero es
–también- a partir del síntoma de los celos, donde lo real se presentifica en
la ausencia de inscripción, que Proust escribe su memorable obra.
María Graciela Trione
La
dirección de correo electrónico de la autora es: mariagtrione@yahoo.com.ar
Bibliografía:
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Campo Freudiano. Ediciones Manantial. Buenos Aires. 1990.
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- Freud, S., “Psicología de las masas y análisis del yo” en O.C.
Tomo XVIII. Amorrortu Editores. Buenos Aires. 1994.
- Freud, S., “Sobre algunos mecanismos neuróticos en los celos, la
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XVIII. Amorrortu Editores. Buenos Aires. 1993
-Freud, S., “Sobre la más generalizada degradación de la vida amorosa”.
(Contribución a la psicología del amor I) en O.C. Tomo XI. Amorrortu
Editores. Buenos Aires. 1994.
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- Freud, S., “Sobre un tipo particular de elección de objeto en el
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Amorrortu Editores. Buenos Aires. 1994.
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Tomo XI. Amorrortu Editores. Buenos Aires. 1994.
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EOL. Transcripción: Alicia Alonso. Buenos Aires, Argentina. 1999.
- Lacan, J, El Seminario. Libro 3. Editorial Paidós. Buenos
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- Lacan, J, Seminario 10. Inédito.
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- Miller, J. A, y Laurent, E., “Del otro que no existe y sus comités de
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- Miller, J. A., “El partenaire – síntoma”. Inédito.
- Miller, J. A., Lógicas de la vida amorosa. Ediciones
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- Proust, M., Cartas a André Gide. Perfil Libros. Buenos Aires.
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- Proust, M. “Sodoma y Gomorra” en En busca del tiempo perdido.
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- Proust, M., “Un amor de Swann” en En busca del tiempo perdido.
Ediciones Cátedra. Madrid, 1988.
[1] de Diescbach, Ghislain, Marcel Proust. Editorial Anagrama.
Barcelona. España. 1996.
[2] Citati, Pietro, La paloma apuñalada.
Proust y la Recherche. Editorial Norma. Bogotá. 1998.
[3] Freud, S., “Un recuerdo infantil de Leonardo
da Vinci.” ” en O.C. Tomo XI.
Amorrortu Editores. Buenos Aires. 1994.
4 Lacan, J,. “Libro 4” en El
Seminario. Editorial Paidós. Buenos Aires, 1999.
5 Proust, M., Correspondencia con su madre. Perfil Libros. Buenos
Aires. 1998.
[6] Citait, Pietro, La paloma apuñalada. Proust y la Recherche
Editorial Norma. Bogotá. 1998.
[7] Miller, J. A., “El partenaire – síntoma” Inédito
[8] Proust, Marcel, “La prisionera” en En
busca del tiempo perdido,. Pluma y papel
Ediciones. Buenos Aires, 1999.
[9] Proust, Marcel, op. cit.
[10] Freud, Sigmund, “Sobre algunos mecanismos
neuróticos en los celos, la paranoia y la homosexualidad” en O.C. Tomo
XVIII. Amorrortu Editores. Buenos Aires. 1993
[11] Freud, Sigmund, “Sobre algunos mecanismos
neuróticos en los celos, la paranoia y la homosexualidad” en O.C. Tomo
XVIII. Amorrortu Editores. Buenos Aires. 1993
[12] Proust, M,, “Un amor de Swann” en En busca del tiempo perdido Ediciones
Cátedra. Madrid. 1988.
[13] Proust, M, op.cit.
[14] André, S. Clínica de
los celos en Marcel Proust. Fundación del Campo Freudiano. Ediciones
Manantial. Buenos Aires. 1990.
[15] André, S., op.cit.
[16] André, S., op.cit.
[17] Proust, M. “Un amor de Swann”
[18] Miller, J. A., “El partenaire – síntoma”. Inédito.
[19] André, S. y Otros, “Clínica de los celos en
Marcel Proust” en Perversión y vida amorosa. Fundación del Campo
Freudiano. Ediciones Manantial. Buenos Aires. 1990.
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