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En busca del objeto perdido

20/05/2005- Por María Graciela Trione -

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En busca del tiempo perdido, en busca de lo inatrapable, en busca de lo imposible de decir. Una búsqueda desesperada y dolorosa de algo, un irreductible que Marcel Proust intenta reducir a través de sus magníficos escritos y que, para suerte de sus lectores, no logra.
Así, Proust seguirá adelante con su tarea tratando de escribir lo que no tiene posibilidad de inscripción.
Intentaré, en este trabajo, bordear ese resto no simbolizable que es causa de su obra.

) Título: “En busca del objeto perdido”

 

 

La vida de Proust, sin interés, sin aventuras ni

viajes llega a resultar sin embargo apasionante: se

convierte en una novela, gracias a la suya.

Matthieu Galey [1]

 

 

En busca del tiempo perdido, en busca de lo inatrapable, en busca de lo imposible de decir. Una búsqueda desesperada y dolorosa de algo, un irreductible que Marcel Proust intenta reducir a través de sus magníficos escritos y que, para suerte de sus lectores, no logra.

Así, Proust seguirá adelante con su tarea tratando de escribir lo que no tiene posibilidad de inscripción.

Intentaré, en este trabajo, bordear ese resto no simbolizable que es causa de su obra.

Proust cela. El despliegue de escenas celosas es la columna vertebral de su novela. Cela y duda. Nunca está seguro. Nada garantiza su saber. No hay certeza. Esto nos permite situarlo por fuera de los celos delirantes, de la psicosis paranoica.

Freud nos enseñó, a través del caso Schreber, el funcionamiento de los celos paranoicos. Allí él traduce la posición del celoso delirante en la fórmula: “No soy yo el que ama al hombre (rival), es ella” y en el caso de la mujer celosa: “No soy yo la que ama a las mujeres, es él”.

Este es un recorte que hace Freud para explicar el delirio celoso en la psicosis paranoica.

Lacan posteriormente, nos invita a reformular la función de la homosexualidad en la paranoia. Su posición está del lado de entender la homosexualidad como un efecto y no como causa del delirio.

Marcel Proust, como sabemos, era homosexual.

En “Albertine desaparecida” aparece, desplazado en el personaje de Robert de Saint-Loup, el profundo amor homosexual.

“Él me acariciaba suavemente la frente, con ánimo de consolarme. Me emocionaba la pena que le causaba el dolor que adivinaba en mí [...]. Sentía además tanto afecto por mí que el pensar en mis sufrimientos le resultaba insoportable. Tan es así que la que me los causaba le inspiraba una mezcla de rencor y admiración. Me tenía por un ser tan superior que pensaba que, para verme sometido a otra criatura, ésta había de ser absolutamente extraordinaria”.

Tan absoluta y extraordinaria como su propia madre.

“Así Proust y su madre vivieron casi dos años juntos, en el sueño recíproco de una absoluta y casi monstruosa identificación edípica. Como decía el hijo, se habían vuelto un sólo corazón, una sóla persona. Ella era la Custodia, la reina del Silencio y de la Quietud que alejaba cualquier ruido de los sueños y las pesadillas del hijo; era la sierva amorosa, que hacía todas la diligencias pedidas, incluso las más fatigosas, en el caluroso julio de París; y cada mañana, cuando su hijo se dormía, iba a darle el beso de las buenas noches, para que llevase a cabo sin terror el viaje subterráneo en los reinos oscuros. El vivía ´acurrucado´ en su corazón. Le aseguraba que no quería ver a nadie más: los demás no le gustaban, si se encontraba con ellos, era solamente para hablar de ellos con ella. No importaba que a veces estuviese lejos. ¿Qué importan los lugares y los espacios? Incluso cuando estaba lejos, estaba siempre cerca de su pensamiento, en la imaginación le dirigía la palabra mil veces por minuto y estaba ligado a ella por la más rápida telegrafía sin cable”. [2]

Al referirse a la génesis de la homosexualidad masculina Freud afirma que, en todos los homosexuales en análisis, descubre un intensísimo enlace infantil de carácter erótico a un sujeto femenino, generalmente a la madre.

El sujeto ha reprimido, en este caso, el amor a su madre, sustituyéndose por ella.

En esta identificación con su madre toma como modelo a su propia persona, a cuya semejanza elegirá sus objetos eróticos.

“De este modo, se transforma en homosexual o, mejor dicho, pasa al autoerotismo, dado que los niños objeto de su amor no son sino personas sustitutivas y reproducciones de su propia persona infantil, a las que ama como su madre le amó a él en sus primero años. Decimos, entonces que encuentra sus objetos eróticos por el camino del narcisismo…”[3].

El niño Proust está vinculado con una madre que, a su vez, se encuentra vinculada en el plano imaginario con el falo como falta. En esta estructura original –niño madre fálica- se centra toda la problemática que nos ocupa.

“(...) el hecho de que el niño, aislado en la confrontación dual con la mujer, se encuentra al mismo tiempo enfrentado al problema del falo en cuanto falta para su partenaire femenino, es decir, en este caso el partenaire materno –alrededor de esto gira todo lo que Freud elucubra...” [4] Suscribo estas palabras de Lacan, en este caso, en relación a Marcel Proust.

El libro Correspondencia con su madre[5] es muy esclarecedor de este vínculo. El hijo suele empezar sus cartas con un “Mi querida mamá” y concluirlas con “Tu pequeño Marcel”, “Te beso infinitamente” o “Mil besos tiernos”.

La madre, por su parte, suele iniciar su correspondencia con un “Pobre lobito mío” o “Querido mío”. Al concluir sus cartas no las firma o lo hace como J(eanne) P(roust). Esto genera un equívoco respecto de quién escribe y a quién se escribe. Evidencia un claro malentendido respecto de los lugares. En realidad, se trata de lugares que se reflejan en un plano de inversión especular.

La correspondencia se juega entre a–a’, en el plano imaginario, en la etapa inicial del Edipo.

La angustia de Proust no tiene límites o más exactamente los tendrá, como veremos, en virtud de su condición de escritor.

La presencia sin intervalos de la madre impide la instauración de la falta en la estructura y donde ésto ocurre, la angustia adviene.

La madre es, para Proust, una figura absoluta. En cuanto al padre, éste no aparece o se lo encuentra como una figura débil y desdibujada, tanto en sus escritos como en el decir de sus biógrafos.

“Cuando su padre murió, Proust realizó el sueño que había acariciado en el Jean Santuil, de vivir solo ‘con la esposa del padre’ [...]. El hijo estaba lleno de melancolía y remordimientos hacia el padre bondadoso, gentil e indulgente, que no había comprendido y al que a veces había odiado y despreciado. Sentía aquel 24 de noviembre en que su padre cayó al piso perdiendo ‘la dulzura de vivir’ terriblemente cerca: la mente y el tiempo no conseguían alejar aquel día. El domingo antes de la muerte había discutido con él: la excesiva certeza de sus afirmaciones políticas lo habían herido, había dicho ‘cosas que no hubiera debido decir’. ‘No puedo expresar qué pena me da ahora esto. Me parece que es como si hubiese sido duro con alguien que ya no podía defenderse’” [6]

Si bien Proust es homosexual y sufre de una celotipia, no por ello podemos pensarlo como un psicótico.

No es la crítica del Otro, su partenaire[7]. ¿Acaso lo es su pensamiento tortuoso y obsesivamente celoso?

Dice Proust: “Mis celos se originaban en imágenes para un sufrimiento, y no de acuerdo a una probabilidad [...] En cuanto salía con Albertine, a poco que estuviese  un instante sin mí, me inquietaba, me imaginaba que quizás hablaba con alguien o sólo lo mirase [...] Mejor es no saber y pensar lo menos posible; no proporcionarle a los celos el menor detalle concreto” [8]

En su artículo “Sobre algunos mecanismos neuróticos en los celos, la paranoia y la homosexualidad”, Freud distingue tres tipos posibles de celos: los celos normales, los celos de proyección y los celos paranoicos.

En este último caso, la tercera forma de celos –los celos delirantes– Freud ubica en el centro del conflicto psicótico, o sea como causa, el rechazo de la homosexualidad.

En la psicosis paranoica hay certeza. Al paranoico le basta apenas un signo y ya “sabe”. El objeto del saber le es fácilmente accesible, y ésta es su particularidad, más que la homosexualidad que aparece como un efecto secundario. Lo contrario ocurre en las neurosis. El celoso neurótico nunca está seguro: vacila, duda, no tiene jamás certeza. Hay en él una compleja relación con el saber.

Me interesa investigar, aquí, qué le ocurre a Proust. En la siguiente cita lo escucharemos desde su personaje, llamado Marcel.

“Pero en todas partes era idéntica la incertidumbre de lo que hacía; numerosas las posibilidades de que fuera el mal; la vigilancia aún más difícil a tal punto que volví con ella a París [...] En realidad, al dejar Balbec creí abandonar Gomorra y arrancarle a Albertine; ¡Ay de mí! Gomorra estaba dispersa a los cuatro vientos. Y mitad por celos, mitad por ignorancia de esas alegrías (caso muy raro) había regulado a mis expensas ese juego de escondite en que Albertine se me escapaba siempre  [...] Había estado a punto de ser sorprendida con Andrea y se tomó algún tiempo, apagándolo todo, yendo a mi cuarto para no dejar ver su cama en desorden y aparentando que escribía. Pero ya se verá más tarde todo ello; todo lo que nunca supe si fue de verdad”. [9]

Retomaré, ahora, a Freud en el artículo anteriormente mencionado. La primera forma de celos son los celos normales. Estos se originan en el complejo de Edipo y en el complejo paterno de la primera infancia. Están dirigidos al rival o sea al niño que fue preferido por los padres. Suponen, en parte, una herida narcisista y, en parte, un duelo a realizar.

“Es también singular que muchas personas los experimenten de un modo bisexual [...] sé también de un individuo que sufría extraordinariamente en sus ataques de celos y que confesaba deber sus mayores tormentos a su identificación conciente con la mujer infiel [...] Prometeo encadenado y entregado a los buitres [...] eran referidos por el sujeto mismo a la impresión de varios ataques homosexuales de los que había sido objeto en su infancia” [10]

Freud aquí no habla de homosexualidad reprimida como causa de celos. La homosexualidad aparece sólo como efecto, a través de la identificación del celoso con la mujer que lo engaña. Los celos de proyección serían, entonces, los celos de un sujeto que ha reprimido sus anhelos de infidelidad.

La segunda forma de celos son los celos de proyección.

“Los celos surgidos de tal proyección tienen, desde luego, un carácter casi delirante; pero no resisten a la labor analítica, que descubre las fantasías subyacentes cuyo contenido es la propia infidelidad “.[11]

Sin embargo, hay múltiples pruebas en la clínica y, específicamente, en la autobiográfica obra de Proust, de que el ser infiel no es una condición de los celos.

En Un amor de Swann vemos al personaje torturado por los celos hacia Odette y, sin embargo, tenazmente infiel.

“Y además, como prefería infinitamente a la belleza de Odette, la de una joven obrera fresca y rolliza como una rosa, de la que se había enamorado, le gustaba más pasar con ella la primera parte de la noche, porque estaba seguro de que luego vería a Odette”. [12]

En el segundo tipo de celos, Freud ubica lo esencial en la proyección.

Los invito a ir más allá de esta formulación freudiana y a cambiar el eje de la misma, al tiempo que el eje del espejo en que se sostiene su teoría de los celos proyectados.

La proyección existe, pero no es allí donde ubicaré el centro. Este está ahí, donde, en la especularidad imaginaria algo se mueve de su eje, algo no coincide en el juego de los espejos, algo queda por fuera de la posibilidad de ser reflejado Y es allí, donde no hay imagen reflejada y, merced a un déficit de simbolización –fracaso de la metáfora paterna mediante-, donde surgen los celos.

Es en ese lugar donde falta la falta como nombre, o sea, falta el nombre del objeto faltante –lugar mismo del deseo-, digo que en ese lugar virtual es donde se produce el punto de angustia, que queda recubierto por la fantasmática particular del sujeto celoso.

Los celos designan aquí, exactamente, lo que escapa a la proyección simétrica.

“Aquella sencilla descripción trastornaba a Swann, porque revelaba de golpe que Odette tenía una vida que no le pertenecía completamente, quería saber a quién había querido agradar con aquel atuendo que no le conocía; se prometía preguntarle adónde se dirigía en ese atuendo, como si en toda la vida incolora – casi inexistente porque para él era invisible – de su amante no hubiera más que una sóla cosa fuera de aquellas sonrisas dirigidas a él: aquel fresco de Odette con su sombrero a lo Rembrandt, con su ramito de violetas en el corpiño”. [13]

El celoso no puede captar el deseo del Otro por una analogía con su propio deseo. El interrogante que se le plantea es: ¿qué quiere el Otro? Pero no hay respuesta. Esto ocasiona el sufrimiento, el tormento o, al menos, la incertidumbre del celoso.

Los celos de proyección buscan atrapar lo inatrapable en su partenaire, sin éxito.

La homosexualidad de Proust aparece articulada a sus celos. La razón es que la esencia del deseo homosexual es un intento de satisfacerse capturando en forma absoluta el deseo del Otro.

Algunos testimonios nos permiten conocer aspectos de la vida real de Marcel Proust.

El escritor frecuentaba un prostíbulo masculino, que además financiaba en favor de Albert Le Cuziat, uno de sus mayordomos. Aquí, el relato de uno de sus ocasionales compañeros: “Marcel miraba por un cristal hacia una sala en que se jugaba a las cartas. Señalaba a su partenaire y subía. Al cabo de un cuarto de hora [...] yo llamaba a la puerta, entraba y encontraba a Marcel ya acostado con una sábana cubriéndolo hasta el mentón. El me sonreía. Mi consigna era, después de haberme desvestido completamente, quedarme de pie junto a la puerta cerrada, donde me satisfacía solo bajo la mirada ansiosa de Marcel, quien también se servía él mismo. Alcanzados sus propósitos yo salía después de sonreírle y sin haber visto de él otra cosa que su cara y sin haberlo tocado. Si no lograba el fin perseguido, me hacía señas para que me retirara y Albert (le Cuziat) traía dos ratoneras. En cada una había una rata que estaba sin comer desde hacía tres días. Empalmaban las ratoneras, levantando las trampillas que habían dispuesto sobre la cama. De inmediato, las dos bestias se arrojaban una sobre la otra lanzando gritos desgarradores y destrozándose con sus uñas y dientes. En ese momento, el placer el Marcel Proust estallaba”. [14]

Este es un esclarecedor testimonio de aspectos que en Proust se articulan con la agresividad especular, la posición de actor y/o espectador y con la homosexualidad.

“La fórmula lacaniana del fantasma, $  a, encuentra aquí su aplicación. Por un lado, el sujeto se suprime en el dolor, en el que se reduce al punto de visión, mientras que por el otro surge, horrorosamente desgajado de él, un goce incomparable”. [15]

Proust vive su drama en una división del goce que lo ubica del lado de la angustia  y/o del goce, del espectador y/o del actor, mirando y/o haciéndose mirar por otro.

En esta estructura, las identificaciones posibles son múltiples y el sujeto oscila de la una a la otra. Puede ubicarse en el lugar del hombre o de la mujer, identificarse con el rival o con su compañera.

Vive sus celos “bisexualmente”, según la expresión freudiana.

“Sin llegar a las oscilaciones entre los dos polos de identificación –con la compañera o con el rival- la posición fantasmática del celoso es fundamentalmente la de un entre–dos, la de un guión que une o que desune, que provoca o impide”. [16]

El sujeto celoso se ubica imaginariamente entre la posición hombre y la posición mujer. Entre la posición del rival y la posición de la compañera. En el mencionado testimonio, entre una rata y la otra.

Su función en el triángulo pre-edípico es prohibir el goce mismo, cuya esencia querría captar.

Pero ¿cuál es el goce que intenta captar y que, ubicado en el entre–dos, él imaginariamente prohíbe?

Se trata del goce femenino. El celoso quiere ver ese goce Otro, lo fantasea en relación a su compañera o su rival. Quiere verlo para apropiarse de él y vivenciarlo personalmente, en el lugar de la mujer, cuya existencia supone.

Se evidencia así, en Proust, la relación entre celos y homosexualidad.

Sabemos, con Freud, que uno de los destinos de la pulsión es la sublimación.

Proust escribe: “Quería saber quién era. Se deslizó a lo largo de la pared hasta la ventana, pero no podía ver nada entre las maderas oblicuas de los postigos; en el silencio de la noche sólo oía el murmullo de una conversación. Claro que sufría al ver esa luz en cuya atmósfera se movía tras los postigos, la odiada e invisible pareja, al oír aquel murmullo que revelaba la presencia de la persona, que había venido después de su marcha, la falsedad de Odette, y la felicidad que estaban disfrutando juntos”.[17]

La presencia tercera del personaje de Swann como rival –pre edípico- está claramente indicada en la mencionada cita. Swann –el niño Proust- está ubicado entre Odette y su compañero supuesto, en un intento de interceptar el goce. En este aspecto, la problemática de los celos está nítidamente anudada al registro fálico.

Debemos remontarnos, entonces, al triángulo edípico inicial en que el sujeto cela de lo que atrae el deseo de la madre hacia otro lugar y no hacia él, o de lo que le procura un goce Otro.

Por tal motivo, el rival originario de Proust es más bien el falo como tal, y no el padre. La esencia de la rivalidad se sitúa en la lucha a muerte por la posesión del instrumento de goce. La rivalidad con el tercero es, entonces, un efecto de los celos y no su esencia.

Finalizando este recorrido se me plantea la pregunta: ¿Son los celos el síntoma de Proust?

En su seminario “El partenaire – síntoma”, J. A. Miller retoma el concepto de pulsión, a partir de los desarrollos de Freud en “Inhibición, síntoma y angustia” y de Lacan en el Seminario 11.

Si bien un curso de la pulsión es el fantasma, en este caso actuado –al menos parcialmente- el verdadero curso de la pulsión va a la producción sintomática. Y es por esa razón que Lacan propone a partir de lo que comporta una “fatalidad del síntoma”, sólo un cierto saber hacer con él.

Proust dio pruebas –toda su obra– de su saber hacer.

En el mencionado seminario, Miller define al fantasma a partir del síntoma: “Podemos definir el fantasma como aquello que impide saber hacer con el síntoma”.[18]

Los celos en Proust constituirían el síntoma que en su lucha primaria daría cuenta de la exigencia pulsional misma.

“Así pues, el síntoma revelado por los celos parece fundado, más allá de la impotencia para captar la verdad, en una imposibilidad de decir lo real”. [19]

Su obra describe, maravillosamente, el enorme sufrimiento de Proust, el padecimiento cotidiano proyectado en el dolor de sus personajes.

Pero, también, su síntoma da cuenta -como dijimos- de su saber hacer con ese resto irreductible que, de no ser escritura, sería puro goce.

Marcel Proust va en busca de un saber. Desea saber, bajo la particularidad de ver “todo”, de verificar la infidelidad en una escena fantaseada, en la que él quedaría ineluctablemente excluido.

Las formas que dibuja esta escena son tan múltiples y ricas como sus escritos.

Relata magistralmente en su Recherche las fantasías celosas, como lo que es, además de un brillante escritor, un “maestro” en celos.

Siendo su obra una autobiografía novelada, Proust describe su relación a un goce que es su partenaire inseparable. Pero es –también- a partir del síntoma de los celos, donde lo real se presentifica en la ausencia de inscripción, que Proust escribe su memorable obra.

 

 

 

 

                                                                          María Graciela Trione

 

           La dirección de correo electrónico de la autora es: mariagtrione@yahoo.com.ar

 

 

 

 

Bibliografía:

 

- André, S. y Otros, Perversión y vida amorosa. Fundación del Campo Freudiano. Ediciones Manantial. Buenos Aires. 1990.

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- de Diesbach, Guislain,  Marcel Proust. Editorial Anagrama. Barcelona. 1996.

- Freud, S., “Análisis de la fobia de un niño de cinco años” (el pequeño Hans) en O.C. Tomo X. Amorrortu Editores. Buenos Aires. 1980.

- Freud, S., “A propósito de un caso de neurosis obsesiva” (caso del “Hombre de las ratas”) en O.C. Tomo X. Amorrortu Editores. Buenos Aires. 1976.

- Freud, S. “De la historia de una neurosis infantil” (caso del “Hombre de los lobos”) en O.C. Tomo XVII Amorrortu Editores. Buenos Aires. 1976.

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- Freud, S. “Inhibición, síntoma y angustia” en O.C. Tomo XX, Amorrortu Editores. Buenos Aires, 1976.

- Freud, S., “La escisión del yo en el proceso defensivo” en O.C. Tomo XXI. Amorrortu Editores. Buenos Aires. 1994.

- Freud, S., “Psicología de las masas y análisis del yo” en O.C. Tomo XVIII. Amorrortu Editores. Buenos Aires. 1994.

- Freud, S., “Sobre algunos mecanismos neuróticos en los celos, la paranoia y la homosexualidad”. en O.C. Tomo XVIII. Amorrortu Editores. Buenos Aires. 1993

-Freud, S., “Sobre la más generalizada degradación de la vida amorosa”. (Contribución a la psicología del amor I) en O.C. Tomo XI. Amorrortu Editores. Buenos Aires. 1994.

- Freud, S., “Sobre un caso de paranoia descripto autobiográficamente” (caso Schreber) en O.C. Tomo XII. Amorrortu Editores. Buenos Aires. 1993.

- Freud, S., “Sobre un tipo particular de elección de objeto en el hombre” (Contribución a la psicología del amor II) en O.C. Tomo XI. Amorrortu Editores. Buenos Aires. 1994.

- Freud, S., “Un recuerdo infantil de Leonardo da Vinci” en O.C. Tomo XI. Amorrortu Editores. Buenos Aires. 1994.

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- Lacan, J, El Seminario. Libro 3. Editorial Paidós. Buenos Aires. 1990.

- Lacan, J, El Seminario. Libro 4. Editorial Paidós. Buenos Aires. 1999.

- Lacan, J, El Seminario. Libro 5. Editorial Paidós. Buenos Aires. 1999.

- Lacan, J, Seminario 10. Inédito.

- Lacan, J, El Seminario. Libro 11. Editorial Paidós. Buenos Aires. 1986

- Lacan, J, El Seminario. Libro 17. Editorial Paidós. Buenos Aires. 1992.

- Lacan, J, El Seminario. Libro 20. Editorial Paidós. Buenos Aires. 1989.

- Lacan, J, Seminario 21. Inédito.

- Miller, J. A, y Laurent, E., “Del otro que no existe y sus comités de Ética”. Inédito.

- Miller, J. A., “El partenaire – síntoma”. Inédito.

- Miller, J. A., Lógicas de la vida amorosa. Ediciones Manantial. Buenos Aires. 1991

- Proust, M., Cartas a André Gide. Perfil Libros. Buenos Aires. 1999

- Proust, M., Correspondencia con su madre.  Perfil Libros. Buenos Aires. 1998.

- Proust, M.,  “Albertine desaparecida”en  En busca del tiempo perdido. Editorial Anagrama. Barcelona. 1998.

- Proust, M. “La prisionera” en En busca del tiempo perdido. Pluma y papel Ediciones. Buenos Aires. 1999.

- Proust, M. “Sodoma y Gomorra” en En busca del tiempo perdido. Alianza Editorial. Salamanca 1999

- Proust, M., “Un amor de Swann” en En busca del tiempo perdido. Ediciones Cátedra. Madrid, 1988.

 

 

 

 

 

 



[1] de Diescbach, Ghislain, Marcel Proust. Editorial Anagrama. Barcelona. España. 1996.

[2] Citati, Pietro, La paloma apuñalada. Proust y la Recherche. Editorial Norma. Bogotá. 1998.

[3] Freud, S., “Un recuerdo infantil de Leonardo da Vinci.” ” en  O.C. Tomo XI. Amorrortu Editores. Buenos Aires. 1994.

4 Lacan, J,. “Libro 4” en El Seminario. Editorial Paidós. Buenos Aires, 1999.

5 Proust, M., Correspondencia con su madre. Perfil Libros. Buenos Aires. 1998.

 

 

[6] Citait, Pietro, La paloma apuñalada. Proust y la Recherche Editorial Norma. Bogotá. 1998.

[7] Miller, J. A., “El partenaire – síntoma” Inédito

[8] Proust, Marcel, “La prisionera” en En busca del tiempo perdido,. Pluma y papel Ediciones. Buenos Aires, 1999.

[9] Proust, Marcel, op. cit.

[10] Freud, Sigmund, “Sobre algunos mecanismos neuróticos en los celos, la paranoia y la homosexualidad” en O.C. Tomo XVIII. Amorrortu Editores. Buenos Aires. 1993

[11] Freud, Sigmund, “Sobre algunos mecanismos neuróticos en los celos, la paranoia y la homosexualidad” en O.C. Tomo XVIII. Amorrortu Editores. Buenos Aires. 1993

[12] Proust, M,, “Un amor de Swann” en  En busca del tiempo perdido Ediciones Cátedra. Madrid. 1988.

[13] Proust, M, op.cit.

[14] André, S. Clínica de los celos en Marcel Proust. Fundación del Campo Freudiano. Ediciones Manantial. Buenos Aires. 1990.

[15] André, S., op.cit.

[16] André, S., op.cit.

[17] Proust, M. “Un amor de Swann”

[18] Miller, J. A., “El partenaire – síntoma”. Inédito.

[19] André, S. y Otros, “Clínica de los celos en Marcel Proust” en Perversión y vida amorosa. Fundación del Campo Freudiano. Ediciones Manantial. Buenos Aires. 1990.


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