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Amores, perros26/06/2006- Por Hugo Dvoskin - Realizar Consulta

Aunque la película se titula Amores perros, sin el uso de la coma que separaría los términos, corresponde colocarla. No hay amores que no lo sean, aquí todos los amores son perros y la coma suple el verbo son. No hay ningún amor que no lo sea y cualquier promesa está condenada al fracaso. Amores, perros entre amantes, entre parejas, entre hijos y padres, entre hermanos. Ese amor perro también toca a los animales que viven esa transformación por la cual Cofy, el perro de Octavio, se convertirá en un asesino de perros.
1.- Octavio, Susana y el Chivo, los protagonistas
Aunque la película se titula Amores perros, sin el uso de la coma que separaría los términos, corresponde colocarla. A diferencia de lo que había situado en el capítulo homónimo de El trabajo del analista[1] aquí no hay amores que no lo sean, aquí todos los amores son perros y la coma suple el verbo son. No hay ningún amor que no lo sea y cualquier promesa está, -como en Valeria y Daniel o en Octavio y Susana- condenada al fracaso. Amores, perros entre amantes, entre parejas, entre hijos y padres, entre hermanos. Ese amor perro también toca a los animales que viven esa transformación por la cual Cofy, el perro de Octavio, se convertirá en un asesino de perros. Ese perro -en algún sentido también Susana y luego el impune policía que consigue clientes para ejecutar- es quien más se encuentra a la altura del lugar que se le adjudica. Porque al conjunto de protagonistas no les da para las historias que se proponen o que las circunstancias les han impuesto. Y eso no significa que no les gusten las historias que vivirán, significa que “no se hallan” cómodos dentro de ellas, que las situaciones los superan, que no pueden apropiarse de las situaciones que se generan sin que eso no suponga un acting, una actuación o un fenómeno de despersonalización. Lo tiene Octavio al verse en el espejo; lo tiene Valeria al ver esa casa en la que no reconoce siquiera sus objetos y corre presurosa a comprar vino para intentar situar un objeto suyo en la escena; lo habrá tenido el Chivo cuando fue a salvar al mundo y dejó a su hija, todavía se arrepiente y no sabe qué hacer con eso más que nuevos actos de los que tendrá seguramente que volver a arrepentirse.
Octavio, solo en la terminal de micro, decide no continuar su inútil espera y sube al ómnibus. Valeria, sola frente a la ventana de su departamento, ve que la medianera del edificio en la que hasta hace poco brillaba su esbelta figura está disponible. El Chivo, también solo, camina y se pierde en la lozanía mexicana, en un camino sin árboles ni asfalto.
Valeria está apenas acompañada con su perro Richi que ha sido salvado de las ratas que habitan por debajo del parquet del departamento. Al Chivo lo acompaña el ahora bautizado Negro que en riña desigual ha matado a todos los otros perros que supieron acompañar al Chivo. Octavio ni siquiera tiene un perro. Valeria en silla de ruedas, Octavio en muletas, el Chivo camina por sus propios medios.
Octavio ha perdido todo su dinero, Valeria se ha quedado con un departamento pero no cuenta con trabajo posible en su futuro, el Chivo parte con la realización de los autos y los secuestros; le ha dejado una porción a su hija que aún no sabe cómo es posible que su padre biológico esté vivo.
Las diferencias y las similitudes no deberían producir falsas superposiciones. Algunos terminan aquí, otros empiezan. El Chivo comienza a transitar la vida luego de un duelo que le ha llevado veinte años. O mejor dicho, luego de haber comprendido que hace veinte años tomó decisiones e hizo elecciones para las que no estaba preparado. Eso le ha llevado todo ese tiempo, la cárcel, la humillación y la vergüenza. El Negro le ha enseñado. No lo ha moralizado como podría creer el público bajo el formato “no matarás”; por el contrario, le ha dicho que a los amores perros se responde con apropiarse del lugar, aunque haya que matar, pero para eso hay que estar a la altura. Octavio y Valeria nunca han estado a la altura. Octavio de lo que se propuso, Valeria de lo que le proponían. Eran proyectos de los que ahora sus cuerpos son metáforas, no caminaban. Para ellos el duelo está recién por comenzar, tendrán que recorrer un largo camino para poder entender cómo llegaron al lugar en que se encuentran.
Se han cruzado en una esquina. De esos encuentros nadie sale indemne. Se ve en los ojos de cada uno, se ve en los cuerpos, se ve en los futuros que se avecinan.
2.- Octavio y Susana
Octavio, el Chivo y Daniel -la pareja de Valeria- no dejan de estar atravesados por la fantasía de rescate[2]. Esa insistencia masculina, predominantemente obsesiva, de suponer e imponer el bien al otro. Martín –el Chivo-, a su tiempo, nos quiso rescatar a todos nosotros haciendo la revolución. Hombre de armas tomar ha abandonado a su hija con la promesa de bienes mayores. Daniel ofrece un mundo que la misma Valeria no termina de creerse; Octavio que “sabe” lo mal que la pasa Susana la quiere alejar de la violencia de su hermano. Todos imponen. La revolución del Chivo, el departamento de Daniel, el nombre para el hijo de Susana. Hay un mundo mejor con el que los hombres suponen, enamoran a sus mujeres. Algunas mujeres les creen. Octavio se mira al espejo pues tiene que reconocerse, él mismo no se cree.
Las historias del Chivo y Octavio estarán además atravesadas por la historia de Abel y Caín. ¿Acaso soy responsable por mi hermano? Si bien el interés de Octavio por Susana no proviene de ser un objeto de su hermano –su interés lo precede- el hecho de que sea la mujer de Ramiro no lo detiene y además se le transforma en un obstáculo. También lo es para el empresario que contrata al Chivo: paga para eliminar a su hermano quien obstaculiza su futuro. Por ahora, en el presente, ni siquiera es capaz de matarlo. En un mundo de familias que se deshilvanan, donde la familia es vivida como aquello que dificulta e inhibe, las conductas que se generan para adentro son violentas, delictivas y abandónicas. La familia es pensada como un lastre que impide la realización personal, que nada posibilita y que a la vez no implica normativas claras y suficientes.
Aunque Octavio esté interesado en Susana antes que ella sea la pareja de Ramiro, o propiedad de Ramiro, y en ese sentido no podría decirse que le interese por el sólo hecho de que sea la mujer del hermano, de todos modos cabe interrogarse sobre aquel fracaso, aquella imposibilidad de relacionarse antes con ella. Él ya no pudo. Si como se dice al final de la película, freudianamente, todos somos lo que hemos perdido -“la sombra del objeto cae sobre el yo”- la conclusión es que Octavio podría identificarse con Susana pero no la posee. Además de no tenerla ahora, la ha perdido antes. Ella lo mantiene excitado, viven bajo el mismo techo, lo calienta acercándose en la cama para ver la tele –la madre intenta prohibirlo-, lo seduce con sus dudas con relación a seguir con Ramiro, le dice “así no” como si hubiera alguna manera de “así sí”. Pero seducir a alguien está muy lejos de querer tener una vida juntos, de aceptar irse con el hermano de quien ya ha tenido un hijo y del que está nuevamente embarazada. La seducción por lo prohibido no convive necesariamente con la institucionalización. Ya se ha dicho que Octavio mismo no está preparado, por eso se mira en el espejo creyendo y descreyendo en esa imagen, la de estar teniendo sexo con Susana.
El accidente se ubica cronológicamente en forma diferente en cada uno de los relatos: la historia entre Octavio y Susana ya está definida, sólo resta un día para que concluya con la muerte de Ramiro[3]. La de Valeria y Daniel encuentra su punto de inflexión. Para el Chivo es un acontecimiento más, apenas necesario, en una trama que ya está jugada pero a la que le faltaban algunas piezas.
Octavio genera el accidente por crear situaciones que lo superan ampliamente. Ni siquiera advierte que el estado de confrontación en la pelea de perros ha llegado a tal punto que el Gordo se abre. A Octavio le daba hasta para secundar al Gordo, hacer negocios con él, ser un socio minorista. Pero lejos está de poder confrontar solo, en términos económicos y en términos de poder de fuego, con quien ha hecho de la riña de perros su vida, su banda y su negocio. Octavio no escucha que en el Gordo debería haber situado sus posibilidades y sus límites; si se prefiere expresarlo conceptualmente: ir más allá del Gordo, en tanto un nombre posible de su Ideal del Yo sería ubicarse fatuamente.
Octavio, en la lógica del “un poco más”, juega lo que tiene, ahorra en un pozo sin fondo, ataca sin poder defenderse, maneja hacia ningún lugar. Tampoco estaba preparado para poner en juego la vida de su perro, que es suyo y es de su hermano, pero que no se ha transformado plenamente en un instrumento para ganar dinero como para suponer que él tenga hecho el duelo como para poder perderlo en una de esas riñas. Cofy es más que dinero potencial: ya el tener nombre propio lo distingue del conjunto de perros. Por eso Octavio se excita y se angustia. No era así para Ramiro quien no tenía inconveniente en denominar a Cofy “cochinillo del ahorro”. La lógica violenta y desenfrenada de la riña de perros habilita a que, en el inicio de la película, quien será su rival le haya demandado dinero por el ataque de Cofy a un perro suyo. Perder un perro es perder dinero. Pero Cofy para Octavio es más que un “cochinillo de ahorro”. Cuando Cofy sea atacado la respuesta será un cuchillazo y no una demanda de dinero, una agresión para la que Octavio tampoco está preparado pues los otros cuentan con armas de fuego. En todo caso demuestra que no es del todo cierto que “el hábito haga al monje”, él se viste pero se le ve la hilacha.
La música insiste con la frase “dime qué se siente… si se presiente…”, quizás porque presentir, armar escenarios y prevenir está fuera de las coordenadas de esas vidas que superan a los protagonistas. Quizás sólo presienten con lo que sienten en el aquí y ahora, presienten con lo que pretenden. Octavio quiere apoderarse de la vida de su hermano, de su mujer, de sus hijos, ponerle su nombre a ese embarazo que finalmente se llamara Ramiro. Paradojalmente el “favorzote” que le pide al Gordo, a saber, que lo faje al hermano, unirá a la pareja de Ramiro y Susana, pareja perra de violencia y deslealtades, pero unida. Mostración de cuestiones sociológicas o elección del guionista, la mujer muestra las secuelas aún no resueltas y por ahora irresolubles del sometimiento, donde los hombres pretenden determinar los destinos y ellas irrumpen con caprichos que terminan siendo decisivos.
“No has entendido nada” le dirá Susana a Octavio, mensaje que es también para nosotros, el público, si no hemos entendido que entre ellos sólo había una alcancía que Susana pensaba robarse. El plan parecía de Octavio, pero era de Susana.
Susana le da a Octavio las suficientes claves para que pueda situar que entre ellos ninguna cercanía podrá salvar la distancia infinita, dicho de otro modo, los separa una imposibilidad y no una impotencia de recursos técnicos. Octavio, de poca capacidad metafórica, no entiende las sutilezas. Ni el robo del dinero, ni la nominación de Ramiro para el próximo hijo, ni la contundente frase “no entendiste nada” son suficientes para que él abandone las ilusiones de un encuentro en la terminal de ómnibus. Si el decir popular supone que el que calla otorga, Susana y un psicoanalista nos dicen que cuando alguien calla, simplemente calla. Esos silencios dan algún valor a sus palabras aunque no lo garanticen. Octavio no entiende, no escucha ni las palabras ni los silencios. Aparentemente quiere estar con Susana, su caprichosa posición nos hace sospechar que siempre está solo.
3.- Daniel y Valeria
Si a Octavio no le da, es notorio que Daniel llega con lo justo. Quizás se olvidó del vino, pero luego del accidente no le alcanza para pagar. En pocos días se dará cuenta de que tampoco le da para separarse de la que ahora es su ex-mujer. Ya antes se debe haber percatado de que los preparativos para la separación y la inmediata convivencia con Valeria han sido por demás escasos. Llegarán al estallido y al absurdo cuando ella acuse a sus hijos de malcriados; notoriamente no los conoce. Que haya habido trabajo de parte de él, en el sentido de haberle dado la sorpresa del departamento, no significa que hayan sido preparativos suficientes o adecuados. Él vive de la publicidad y esa casa es parte de la propaganda que se hace a sí mismo… “la vida que te voy a dar”. De hecho Valeria tampoco está preparada para la sorpresa y por ello no la absorbe. El vino que va a comprar es un intento de poner su nombre en un departamento que pese a las fotos no le es propio. En el auto intenta prepararse, pintarse. Mientras la cena se enfría va en auto en busca de una botella de vino.
La pretensión de los personajes de ir más allá, genera que ya no sólo sean amores perros, sino vidas perras: no tendrán resto para poder pagar los precios ni capacidad para sostener las exigencias. Octavio y Valeria empiezan y terminan solos. Quizás el dato que en la película no aparece pero sí en el guión, es que Valeria estuvo embarazada de Daniel y decidieron interrumpir. Parte quizás de esa modalidad que se muestra en la película donde no hay prácticas contraceptivas ni higiénicas. El aborto aquí hubiera sumado más elementos para situar lo que no podría ser, lo que no era posible. La decisión de sacarlo del guión es quizás una confirmación de que con lo que había ya era suficiente. Solos y cojos, tullidos y sin compañías.
Valeria, que inicialmente se presenta con su perro Richi, con Richi se quedará. Es lo único que subjetivamente ella pudo hacer propio. Ha hecho algunos movimientos: fue a comprar vino para poder apropiarse de la cena y tendrá el accidente en las piernas; ha ido a buscar a Richi debajo de ese piso de inimaginable mala calidad a riesgo de poner en juego esas piernas que le han dado un mundo inimaginablemente pretencioso; intenta suicidarse y por ello le amputarán la pierna para hacerla impensada partícipe de la caída definitiva del mundo del glamour. No llega al vino, no llega a Richi, no llega a suicidarse. En ámbitos socio-culturales de lo más diversos el refrán popular “quien vuela alto hace más ruido al caer”, se presenta amenazante y condena darwinianamente a aquellos que siguen las enseñanzas de Rocky Balboa. El Ideal del Yo se “superyoiquiza” y exige mayores implicancias, exige poder, acusa de cobardía en los momentos en que el sujeto encuentra sus límites. Las neurosis de guerra que abordaremos con Apocalipsis now[4], no son ajenas a esta cuestión. Allí donde el sujeto escucha haberse metido donde no debía, escucha otra vez que se le demanda haberse metido de menos, sin suficiente voluntad, sin suficiente decisión. Valeria cada vez se mete más, cada vez le va peor. No tendrá la humildad de darse cuenta de que algunos clientes ya no se interesarán en ella sin esas piernas; más adelante no se le ocurre la posibilidad de que haya futuro más allá de sus piernas.
Si Susana da indicios de que “eso no va a andar”, Daniel propone una salida maníaca para todo duelo, y todo avatar se minimiza. Su modo de separarse es consecuencia de esa posición y esa teoría. Hay “danieles” en otras películas del mismo director. En
Allí donde se dice que alguien traumatizado no quiere hablar, se puede afirmar que muy probablemente alguien que no ha estado ahí no haya querido escuchar.
Tres historias atravesadas por grandes fracasos en cuanto a hacerle el bien al otro y pretender ser su bien: sin embargo no habrá amores nuevos para Susana ni para Valeria, ni habrá hombre nuevo para Martín. Octavio y Daniel han fracasado en sus intentonas de proveer mejores vidas. Octavio paga duramente las consecuencias de su “plan”, Valeria paga las consecuencias del plan de Daniel. Tres historias que no son ajenas a la ideología del “tú puedes”, incluso para quien a su tiempo se propuso para derrocar al sistema capitalista. “Decisión y voluntad para llegar a tus objetivos”, un tendal en el camino por efecto del ideal de arrear con el otro.
La oposición al “tú puedes” no debe ir rápidamente hacia “la implicación subjetiva”, al menos en el caso de Valeria. La versión psicoanalítica de “siempre implicado” y “cuál es la parte que te corresponde en la escena”, conlleva el riesgo de deslizarse al “tú puedes americano” bajo la forma de si el resultado es efecto de mi implicación, la consecuencia lógica será la hipótesis de que modificando mi posición se modificarán los resultados. Si el psicoanálisis americano se caracterizó por la creencia mágica en la voluntad propia del cine hollywoodense, el psicoanálisis lacaniano corre el riesgo de la creencia mágica en la implicación y el deseo.
4.-El Chivo
En el momento del accidente la historia de Octavio está por cerrarse. Comienzo del fin de aquella historia. Es el punto de inflexión de la historia entre Valeria y Daniel. Cuando una concluya, la otra cambiará el rumbo. La del Chivo las incluye temporalmente, las delimita geográficamente ya que él recorre toda la ciudad y se cruza con todos los estamentos sociales. A su vez provee del marco histórico y político.
Martín ha cambiado. Se ha apropiado del final de la película de Saura, -Iriñaqui quizás le hace un homenaje- De prisa de prisa[6], en la que la protagonista mientras se escucha el estribillo de la canción que dice “si me das a elegir entre tú y la gloria, yo te juro mi amor que me quedo contigo”, se va por una calle de tierra de España, con todo el dinero producto del robo de un banco. Su novio queda desfalleciente. Del asalto no hay nadie que pueda atestiguar que una mujer ha participado. De prisa de prisa, Sueños de libertad[7] y ahora Amores perros, dicen con dureza que el sueño de nuevas vidas requiere de dineros bien o mal habidos, acumulados previamente. Un modo de decir que las vidas nunca son nuevas, son tan sólo un modo posible de continuarlas. Martín se ha cortado el pelo y las uñas, se ha puesto los anteojos, vuelve a ver y ha abandonado el destino de miope que Dios le había ofrecido. Deja la casa, ve las manchas de humedad, pone su foto en el lugar que la historia le dice que nunca debería haber abandonado. Con una vergüenza que seguirá haciendo daño, quizás no puede evitarlo como el escorpión, da por cumplida la sentencia que lo ha tenido preso dentro y fuera de la cárcel. Si las fotos de Valeria y Octavio han caído, la de Martín se instituye como destino, insisto, incierto y riesgoso. Los destinos de Valeria y Octavio están como se acostumbra a decir en “manos de Dios”; Martín ha recuperado las manos y ha dejado el revólver; ya no empuja ningún carro, y camina. Incluso el no confrontar por ahora con la hija - más allá de los daños que pueda suponer- es en términos de lo que se plantea en este trabajo la aceptación de su límite para abordar una situación, es reconocer que por ahora no le da. Quizás más adelante en la medida que el pacto de darse por muerto pierde cierta validez por el fallecimiento de la que fuera su esposa, y dado que la hija se encuentra frente a cierto desamparo, encuentre el intersticio para ocupar su lugar más allá de una foto carné. Él, justamente él, que creyó que le daba para hacer la revolución y mejorarnos la vida a todos, para hacer el hombre nuevo, para liberarnos de la alienación capitalista, él reconoce que no le da para confrontar con su hija. Podría decirse que aunque sea delicado tiene su mérito y es un paso. Recorrido de Martín que nos recuerda a otro personaje de Iriñaqui, el dueño de la camioneta en
El policía es quien acompaña el duelo del Chivo mientras le resulte útil. Le propone una forma de labor terapia. Propone como modo de atravesar su duelo serle útil a él: “aquello que haya de útil en vos para mí, mataremos algunos empresarios y haremos un duelo pragmático”. Discurso cínico, perverso, pero que funciona. Bajo el formato del doble mensaje lo hace llegar a su límite, se encuentra con el perro, con ese modo de sobrevivir que justifica a ambos y que le permite dar un paso más allá. Quizás pueda sobrevivir sin tener que ser un asesino por encargo. El perro y él son los grandes sobrevivientes[8]. Cuando el Chivo decida recuperar alguno de sus nombres, el tratamiento-acompañamiento del policía se termina. El Chivo se apropia parcialmente de su vida que incluye el dinero mal habido, el humor y la foto carné. Con eso le alcanza para abandonar los crímenes.
¿Les llevará también veinte años a Octavio y Valeria los errores de juventud? ¿Serán vidas irrecuperables como la de Sampedro en Mar adentro[9] luego de su salto al vacío? Octavio luego del trabajo de duelo quizás pueda encontrarse con el deseo de tener una mujer, un perro y un hijo; no con Susana, no los de su hermano. Valeria quizás pueda reciclarse si se apropia de su condición de modelo más allá de las piernas.
Al aforismo de “entusiasmo sin esperanza”, Amores perros le responde duramente “entusiasmos, propios o ajenos, no sin algunos cálculos".
[1] Dvoskin, Hugo. Editorial Letra Viva, 2009.
[2] Véase el comentario sobre El castillo de los destinos cruzados de Italo Calvino. Siruela, Colección Biblioteca Calvino. Trabajo inédito presentado en
[3] El acto de irse de Octavio quizás sea sólo un gesto, reproduciendo el final de Contra la pared (Gegen die Wand / Fatih Akin/ Alemania / 2004)
[4] Trabajo en producción sobre el film de Francis Ford Coppola / EEUU / 1979.
[5] Alejandro González Iñárritu / México / 2003.
[6] Carlos Saura / España / 1981.
[7] The Shawshank Redemption / Frank Darabont / EEUU / 1994 (protagonizada por Tim Robbins y Moran Freeman).
[8] El Negro, seudónimo que el director elige para el perro, es su propio seudónimo. Casualidades. De eso que es México, de eso que son estos mexicanos, el director de la película sobrevive y la película es un orgullo para los propios mexicanos. Si bien nos abstenemos de hacer psicobiografía, el director se pone en dos lugares disímiles y uno es interior, Negro sobreviviente.
[9] Alejandro Amenábar / España / 2004.
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