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Billy Eliot

16/05/2002- Por Clelia Piserchia -

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BILLY ELIOT

 

“Soy Billy”.  Murmura Billy Elliot a su abuela perdida en la niebla de la vejez. “Soy Billy”, Murmura buscando ser reconocido y reconocerse. Porque de eso se trata Billy Elliot. Del juego entre ser reconocido y reconocerse. Un juego de espejos, donde sólo la mirada del otro y la propia mirada van cincelando una imagen. Billy Elliot es un relato acerca de esta construcción. Miradas :que reconoce, la que desaprueba, la que incita, la que detiene. “Para no perderse en los giros, la mirada debe dirigirse siempre a un punto en la maldita pared”, donde hay que volver al final de cada arabesco.

Sin embargo, el “Soy Billy” tiene su sostén en las palabras “sé tu mismo”, de la carta de su madre.

 

La película recorre en un paralelismo que es a la vez contexto de la historia de la búsqueda del el reconocimiento. Por un lado, la huelga, la lucha de los mineros por el reconocimiento del valor de su trabajo, en un mundo donde este ha perdido todo su valor. Por otro, Billy, la lucha del muchacho por reconocerse y ser reconocido en su deseo, eso que casi no le pertenece, aún cuando le es lo más propio. Eso que lo angustia, por lo que tiene de desconocido y que a la vez lo colma.

Este paralelismo sigue, sin embargo, un camino inverso. La huelga está destinada al fracaso, la realización individual al éxito.

 

Billy Elliot no es la historia de un “makes himsef man”, sino todo lo contrario: es la historia de los deseos, las renuncias,  los anhelos,  las frustraciones, los recuerdos, de Billy, pero también de todos aquellos que forman parte de su mundo.

 

 

 La madre.

Presencia ausencia permanente: en la cotidianeidad, el desayuno que prepara Billy para su abuela, el piano, la mirada nostálgica del muchacho hacia las fotografías familiares, las pautas de un cierto orden, “no se bebe de la botella”.  Pero también en los permisos contrapuestos a las prohibiciones paternas habilitando a Billy en aquello que desea: “ella me dejaría”, dice Billy, “ella lo dejaría” afirma su hermano. Y todavía más importante, las palabras de la madre encarnadas en la voz de la maestra, en una carta destinada al futuro de Billy, que abre para su hijo una instancia más allá de su propia muerte y que lo sostiene en el “sé tu mismo”.

 

El padre

La presencia de un padre. Un padre moldeado como un hombre sencillo, práctico, de pocas palabras, luchador y que cuando se siente impotente encuentra en la violencia la salida. Pero fundamentalmente un padre que inscribe a su hijo en un linaje, representado por el boxeo, “los guantes fueron de tu abuelo”, y sabemos que han pasado por el padre, Tony, el hermano mayor, y ahora Billy que los lleva colgados de su cuello como un escudo de familia. Un padre que se inscribe él mismo en un grupo que lo identifica: la lucha de los mineros. Billy encuentra en él alguien con quien confrontar, a quien parecerse y de quien diferenciarse, creando su propio mundo secreto primero, afirmándose en el yo quiero después. Billy necesita que su padre ponga en palabras sus propios temores, a ser mariquita, para enfrentarlos afuera, poner su odio y su desprecio allí, y no en su interioridad que lo destruiría.  Encuentra así a un padre a quien desafiar, incluso a quien superar: “Nunca fui a Londres, allí no hay minas”. “¿Eso es en todo lo que piensas?” lo interroga Billy.  En él el muchacho se enfrentará a una mirada que lo desconoce, lo desaprueba, pero que no lo abandona.

Es un padre capaz de la renuncia más grande por su hijo, aquella que lo llevaría al ostracismo, al desprecio de los suyos, por abrir para Billy una instancia distinta a la que su destino marcaba. De la soledad y el desprecio lo salva su hijo mayor y la solidaridad de sus propios compañeros. Puede así abrir esa instancia, ese lugar tan diferente al suyo para Billy y sin embargo, reconocerlo nuevamente como su hijo. Le dice a la maestra “Gracias, por lo que hizo por Billy. Pero él es mi hijo”.

 El padre de Billy se contrapone al padre de Debbie. Desclasado, ha perdido su trabajo, su mujer lo “convirtieron en inútil”, sólo puede sostenerse identificándose con el sistema que lo destruyó.

 

La maestra

Es su mirada que la descubre en Billy algo que el mismo no sabe, es la que le permite al muchacho encontrarse con una verdad sobre sí que él mismo desconoce.  Abre para Billy un espacio diferente permitiendo a la vez que sea él mismo el que decida si quiere ocuparlo o no. “Si no vas a volver, devuelve las zapatillas”.  También le recuerda que el deseo tiene un precio que él tiene que estar dispuesto a pagar, le reclama entonces sus peniques. Sólo así puede  transformarlo en el  joven príncipe que, en su realización a través de la danza, le dará la oportunidad de romper el hechizo que la ha convertido en una mujer frustrada, sin un sentido.

 

El hermano.

De Tony es la música que hace bailar a Billy. De él está siempre esperando una palabra. Más cercano que el padre, está investido de autoridad y se concierte también en inalcanzable para Billy. Es sin embargo, el que le muestra el camino  del desafío, ni siquiera la violencia del padre y de la sociedad lo detiene en su determinación. No hay palabras entre Tony y Billy, y cuando las hay (Voy a extrañarte, dice Tony), ya no se escuchan, ya están en dos mundos diferentes. Pero no importa porque ambos saben lo que no se han dicho.

 

Los amigos

Michael y Debbie. Forman parte del mundo de los niños, un mundo propio. Un mundo donde los escudos de los policías son la continuidad de una pared donde se juega con una varita. El mundo de los secretos, de los que saben más de los que los adultos creen. Son el espejo desde donde Billy puede identificarse y a la vez discriminarse: Michael, quiere ser “mariquita”, él quiere ser bailarín, “ En tu familia son chiflados”, le dice a Debbie, y puede recuperar a su propia familia. Son las otras familias, las otras historias, los otras sufrimientos, los otros destinos.

Michel lo despierta a Billy de sus sueños, Debbie lo despierta  a nuevas formas de sentir.

 

Ya en la escuela del Royal Ballet, cuando lo llaman William, el muchacho insiste, “soy Billy, Billy Eliot”. El sólo se permite dejar de ser en la danza, allí sí desparece y puede permanecer así, volando como un ave.

 

 

 

 

 

 

 

 

 


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