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Cautivos del Amor

07/06/2001- Por María Eugenia González -

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Cautivos del amor es el nombre con el que fue estrenado en nuestro país el film dirigido por Bernardo Bertolucci

Cautivos del amor es el nombre con el que fue estrenado en nuestro país el film dirigido por Bernardo Bertolucci. BESIEGED es el título en Inglés con el que es nombrado el film, cuya traducción al español es ASEDIADA.

Bertolucci produce un film en el que despliega la historia de Shandurai y el Sr. Kinsky en una lengua donde la imagen y la música asumen el lugar de las palabras. La palabra no tiene casi lugar. Sin embargo nada se sustrae a lo simbólico del lenguaje que nos atraviesa. La lengua constituye la dimensión particular porque es ella la que sostiene los márgenes de lo universal-singular.

Shandurai es una mujer africana, casada con Winston, un hombre africano, maestro de escuela, en un lugar de Africa regido por un sistema militar absolutista.

En este tiempo y lugar ella desempeña un rol asistencial en un centro de salud para niños con dificultades motrices, hasta que como consecuencia de la tiranía a la cual están sometidos, su esposo es asaltado, secuestrado y encarcelado. A partir de este suceso la historia de Shandurai se continuará en otro tiempo y lugar, el escenario por donde transitará su vida ya no será Africa, sino Roma. La casona antigua de dos plantas de un Caballero inglés, Mr. Kinsky, su casero, la albergará. Está alojada en la habitación de servicio, varios escalones mas abajo que la planta baja, encargada de las tareas domésticas, lo cual le permite costear su avanzada carrera de medicina.

La vida del Sr. Kinsky absorta en su piano, en su música y en Shandurai, transcurre en el segundo piso de la vieja casona, rodeado de objetos antiguos, cuadros, esculturas, libros, tapices y su gran piano y desde allí observa, provoca, goza. Alojado en ese lugar, sale muy pocas veces.

Shandurai es asediada en sus sueños. La reducen a estrechos límites hasta terminar por despertarla. Pero aquí, en su vida despierta el asedio continúa. Ella se siente intimidada por el Sr. Kinsky, por su música, por su mirada, por objetos que deposita en su armario, el cual es una especie de ascensor cuyos controles para poder hacerlo ascender o descender están ubicados en la habitación de él. De este modo él puede acceder cuando quiere a la intimidad de sus cosas y lo hace. En primer lugar le envía un pentagrama con un signo de interrogación, tímida, sutil pregunta. Luego será una flor que Shandurai rechazará pero que luego terminará en un vaso sobre su mesa y finalmente un anillo el cual la incitará a subir a sus aposentos a enfrentarlo.

Tímidamente sube las escaleras, se para frente a él que no deja de tocar el piano, le devuelve el anillo y le dice en un gran grito que no puede aceptarlo, que no lo entiende, que no entiende su música. Las manos del Sr. Kinsky abandonan las teclas para tomar los extremos del piano y abriéndose como una mariposa despliega con todo su ser una declaración de amor, esto hace retroceder a Shandurai, pero el abraso que la asalta se lo impide y en un gran ruego él le pide que por favor lo ame, que haría todo, todo lo que le pidiera.

Impuesta la moral de lo particular sobre lo universal-singular aparece fuertemente resaltado lo imperativo del verbo operando en el Sr. Kinsky y en Shandurai: frente al amo siempre hay alguien que le otorga ese lugar en su condición de esclavo, frente al tirano hay alguien que es abusado, frente a quien domina hay un dominado y el amante exige ser amado. Frente a Otro que posee todos los emblemas uno caerá bajo su arbitrio. Es claro el lugar que ocupan los personajes en este universo, el Sr. Kinsky es el que asedia, ella es la asediada. Propiedad asimétrica aplicada a este tipo de vínculos. Lo particular como ley de un código que regula una situación: el Sr. Kinsky es el Señor y no solo Shandurai lo sabe sino que también lo sabe él y desde ese lugar ejecuta su accionar, desde ese lugar también la ama y le exige que lo ame, obstinadamente la quiere poseer, creyendo hasta que puede haber algo que esté a su alcance para obtener tal fin. Vacío ético provocado por la supremacía de lo moral, anulando la dimensión de lo singular. Es el efecto particularista que emana de lo particular y erosiona el campo de lo simbólico pretendiendo que eso particular devenga condición universal.

Shandurai lo arroja de sí exhortándolo a que saque a su esposo de la cárcel. El Sr. Kinsky es sacudido, aturdido, por esta exhortación. Perplejo, tambaleándose, su mirada se corre para caer en otro sitio diferente a ella y como si luego de haber tragado un fruto que por lo áspero e indigerible apretara su voz, se disculpa por no haberse dado cuenta que estaba casada, exhalando a continuación un suspiro tortuoso, pesado y denso. Si el Sr. Kinsky está cautivo del amor que siente por Shandurai, ella lo está también pero de su amor por otro. Distinto destino tendrá el sometimiento que los habita.

Algo pareciera haberse quebrado y otra cosa es la que emerge. Algo del orden de lo real ha irrumpido en el registro de lo simbólico. Final del asedio. El Sr. Kinsky renuncia a ella, a ella como objeto, a tenerla, a poseerla, sin dejar de renunciar a su amor.

Comienza a salir de ese lugar en el que parecía estar anclado, a componer otra música, a modularla. Se acerca a su mundo, a su música y desde allí seduce, desde otro lugar.

Cuando Shandurai escucha su música provenir del piano que él toca comienza a mirarlo por primera vez. El Sr. Kinsky ya no intimida, da. Un nuevo significante se ha recortado y con él la emergencia de un sentido completamente diferente. De a poco se va desprendiendo de todos sus objetos, la casona va perdiendo sus vestiduras y él también. Se deshace de sus cuadros, de sus esculturas y hasta finalmente de su piano para recuperar para Shandurai a su marido. Ninguna señal de dolor lo recorre, nada que nos hable de un duelo, ni siquiera cuando vende su piano, en su lugar pelea por el precio. Ya no es el mismo hombre, incluso cuando ella lo continúa nombrando Sr. Kinsky, el "señor" parece haber perdido la mayúscula. La verdad le ha quitado la máscara y el sr. Kinsky se enfrenta a su existencia. La ley simbólica ha operado en él, produciendo un límite a su goce, a su satisfacción. Algo ha excedido la particularidad del sr. Kinsky, algo que no estaba en el universo preexistente: la singularidad, el elemento que se sustrajo al conjunto existente que pretendía dar cuenta de todo y que así nos muestra su insuficiencia. Un cambio de posición ha advenido. El sueño de Shandurai también nos habla de esto, ella en él arranca los afiches que empapelan las paredes de su pueblo con la fotografía del tirano que domina su país y en uno de esos afiches también está la fotografía del sr. Kinsky la cual también es arrancada por ella. Claramente vemos quienes ocupaban la posición de amo.

La singularidad que ha emergido hace desfallecer las capacidades clasificatorias del universo fallido. Este otro amor del sr. Kinsky por Shandurai no aspirará al extremo de la desesperación por poseerla. El no espera ser amado.

Finalmente Shandurai entre una mezcla de agradecimiento y confusión le confesará su amor, tendida al lado de ese hombre dormido y borracho. La mañana los despertará con el sonido de un timbre. Su esposo ha llegado, ha recobrado su libertad.



Para tomar contacto con la autora hacerlo a: euge_gonzalez@yahoo.com.ar



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