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Ficciones familiares

18/06/2020- Por Elizabeth Ormart - Realizar Consulta

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En el presente ensayo se interrogan los conceptos tradicionales de familia, padre y madre y se complejiza su comprensión a partir de los aportes de las éticas de los tipos subjetivos, los matices singulares de los que habla Badiou. El recorrido se realiza a través de la película “Shoplifters”, traducida al castellano como “Un asunto de familia”, del director Hirokazu Koreeda. Dicho film se exhibe en la plataforma de Netflix y ha sido nominada al premio Oscar (2019) a la mejor película extranjera. El film permite describir a través de la que Cabrera (1999) llama imágenes-conceptos a la labilidad de los lazos sociales en los tiempos de fluidez e interroga los relatos consistentes y morales en torno a la familia como valor social.

 

 

                                            

 

 

“El lenguaje nombra los objetos con los nombres del padre. Lo que da nombre: esta es la función del padre, quien al dar nombre a las cosas, las hace posibles. Y de esta forma se hace silencio sobre lo tumultuoso, sobre el rugir de lo real sin nombre.”

 

                                                     (Slimobich, J, 2011:134)

 

 

Ficha técnica y artística

 

Título: Un asunto de familia / SHOPLIFTERS (Manbiki Kazoku)

Año: 2018

Dirección: Hirokazu Koreeda
Duración: 121 minutos

País: Japón
Guión: Hirokazu Koreeda
Fotografía: Ryûto Kondô
Música: Haruomi Hosono
Reparto: Kirin Kiki, Sôsuke Ikematsu, Lily Franky, Moemi Katayama,

Sakura Ando, Mayu Matusoka

 

 

 

Introducción

 

  Sincronía de miradas, en una hábil tarea compartida de conseguir la comida. Los shoplifters, rateros de poca monta, se hacen de unas provisiones para la cena. Shoplifters es el último largometraje de Hirokazu Koreeda (2018) que vuelve a plantear interrogantes, como en De tal padre, tal hijo, acerca de la paternidad, la filiación y el hacer familia en los tiempos de la fluidez de las instituciones modernas.

 

  Dispositivos que han sido reemplazados por lazos sociales contingentes, más o menos eficaces en el anudamiento subjetivo de cada sujeto. Los interrogantes se agolpan en la mente del espectador, tratando de desentrañar las imágenes-conceptos (Cabrera, 1999) provocativas de Koreeda.

 

  ¿Siguen vigentes los conceptos del siglo pasado para describir las familias que encontramos en la clínica del siglo XXI? ¿Qué anuda los significantes en un relato familiar con sentido? ¿Qué lugar tiene hoy la función del padre como representante de la ley?

 

                            

 

 

Las éticas de Osamu

 

  Algo que parece un padre –Osamu– y un hijo –Shota– compartiendo una cena de croquetas antes de llegar a la casa. En el camino, ven una niña hambrienta (Yuri) que los mira detrás de un vidrio. Le ofrecen una croqueta y la llevan a su casa para que no pase hambre y frío. La niña presenta muestras de maltrato y una delgadez extrema.

Pero recordemos que:

 

“El acontecimiento traumático no es por sí mismo una causa. Un traumatismo psíquico puede implicar consecuencias muy diferentes según la historia previa del sujeto, su estructura psíquica, el medio familiar, el modo de reacción inmediata luego del suceso, y algunos factores más. Finalmente el traumatismo no puede ser definido más que a partir de sus efectos.” Ansermet (1999:2)

 

  Y el psiquismo está abierto a la invención de respuestas siempre singulares ante lo traumático.

 

  Esa misma noche, Osamu y su mujer Nobuyo, regresan a la casa de Yuri para dejarla y se escuchan gritos de dos adultos. La mujer dice: “yo tampoco quería tenerla.” Ante esta escena, Nobuyo, que la carga, cae de rodillas sobre el asfalto, como si ese mensaje de rechazo la tocara a ella en su propio cuerpo, y deciden no devolverla. Regresan a su casa cargándola en brazos.

 

  La casa en donde viven es una pieza rodeada por un patio, propiedad de la abuela Hatsue. Al día siguiente, se preguntan si el haber sacado a la niña de la casa en la que la maltrataban es un secuestro. La cuestión permanece latente en la atmósfera de cosas no dichas que tejen las miradas de lo que se presume una familia. Osanu trabaja en la construcción y Nobuyo en una tintorería.

 

  La potencia de lo nimio y cotidiano nos conmueve en cada detalle la pobreza de la dieta, su escasez de ropa, sus pequeños espacios de convivencia y amplifica las grandes preguntas de la existencia humana: qué es el amor, qué es una familia, qué es el bien.   

Retomamos entonces la propuesta de Badiou en torno a la ética:

 

“… En lugar de ligarla a categorías abstractas (el Hombre, el Derecho, el Otro...) se la relacionará con situaciones. En lugar de hacer de ella una dimensión de la piedad por las víctimas, se las propondrá como la máxima durable de procesos singulares. En lugar de poner allí en juego solamente la buena con­ciencia conservadora, quedará ligada al destino de las verdades.” (1994:7)

 

  La pregunta por el bien, que desvela a la filosofía desde sus orígenes, puede constituirse en un binarismo, en una polarización de posiciones, puede degradarse a un mero un interrogante moral, cuando la cuestión se dirime en el bien o el mal como opciones disyuntas.

 

  Sin embargo, en esta película se convierte en un interrogante ético, al mostrarnos en toda su potencia lo que Badiou llama las éticas de los tipos subjetivos, los matices tornasolados del multiperspectivismo. No hay bien o mal como categorías trascendentales, no hay grandes imperativos, hay tensiones y conflictos, hay situaciones y verdades, hay decisiones poco felices.

 

  Decisiones que muestran la imposibilidad de encarnar esos valores absolutos a los que la filosofía nos invita. La filosofía moral, nace con la pretensión de alcanzar la verdad, el bien y la justicia. Mientras que el psicoanálisis está castrado desde su origen. Por eso, la ética del psicoanálisis solo puede ser la ética del deseo y de la falta.

 

  Para el psicoanálisis, la familia tiene una función central como estructura que enlaza al cachorro humano a un linaje, que lo humaniza y lo introduce en el lenguaje y la cultura. Ese núcleo real de deseo que anuda a los sujetos y los convierte en familia, queda interrogado a lo largo del film: ¿Qué vincula a esta familia? ¿Es una familia? ¿Qué es una familia? En esta película, se nos muestra claramente que la familia es una novela, una ficción, una construcción colectiva.

 

  Los roles parentales y los vínculos filiares parecen ser encarnados por los personajes en un “como si”, el carácter ficcional de la familia, su estatuto de novela nos incomoda, nos interroga ¿Será que esto es una farsa[1] que montan los involucrados?

 

  Pero no encontramos en el film definiciones de familia, o conceptos universales, no se trata de un metarelato que exalte el valor de la familia, ni que valorice lo “natural” de este entramado social. Por el contrario, son pequeñas historias, de amor y celos, de promesas y engaños, que confluyen en momentos privilegiados de la película.

 

  Por ejemplo, ¿por qué la negativa de Shota de llamarle papá a Osamu va acompañada de los celos por compartir su atención con Yuri? Los celos nos dicen que Osamu es su papá y Yuri, su hermana, pero hay algo que no pueden decir las palabras. La historia de Shota esta signada desde su origen por algo siniestro, algo que retorna en los ojos de Yuri.

 

  Algo de lo no dicho de la historia de Shota, algo que es su verdad más dolorosa, algo que lo hermana a Yuri pero no en un vínculo sanguíneo, sino en este estatuto ambiguo del que recién al final de la película tenemos noticia. Al decir de Gutiérrez y Montesano (2008”:7):

 

“… si bien la condición del mito se construye en una trama ilusoria, permite mostrar lo rechazado por el sujeto y constituirse como un dato verdadero en tanto le atañe como deseo inconsciente; dicho de otro modo, se produce como verdad subjetiva.”

 

  La función paterna tiene un lugar central en esta operatoria, instaurando para el sujeto un espacio en la trama ficcional de la familia.

Un padre le enseña a su hijo lo que sabe, le transmite un saber sobre la vida, le transmite un ordenamiento familiar y social, le transmite una ley, ¿Puede ser el arte de robar un buen legado? ¿Lo bueno que transmite un padre se cuantifica en términos morales?

 

 

El acto ético de Nobuyo

 

 

                          

 

  Después de dos meses de desaparecida, Yuri no fue reportada. Desde el noticiero se escucha la noticia, recaen sospechas sobre sus progenitores. ¿La habrán asesinado y ocultaron su cadáver?, se pregunta una vecina testigo del maltrato de la pequeña. Estos adultos cuidadores que nunca la desearon, que la quemaron, que la cosificaron ¿son sus padres?

 

  Cuando aparece la imagen de Yuri en la televisión, se pone en marcha una serie de acciones sin palabras, le realizan un cambio de imagen, Nobuyo le corta el cabello y le consiguen ropa nueva. Le cambian el nombre a Lin, con la anuencia de Yuri. Quien parece contenta con la decisión y empieza a hablar. Hasta ese momento, no había palabras que explicaran, que dijeran, qué le había pasado, quién la golpeaba y la quemaba, porque vivía en ese estado de abandono.

 

  Con su cambio de nombre, la cinta se puebla de palabras y un sujeto adviene, la familia ha operado habilitando la palabra a una nueva integrante. Es ahora la hija de Nobuyo, la hermana de Shota. “El vínculo es más fuerte porque ha sido elegido”, reflexiona en voz alta Nobuyo. Esta elección pone el foco en la voluntad de hacer familia, allí donde no la había.

 

  ¿Podríamos equiparar la sustracción de Yuri a una adopción? Sólo así podemos pensar en la mutua elección a partir de efectos subjetivantes para la pequeña.

 

“Un niño para advenir como sujeto debe serlo de un deseo que no sea anónimo (Lacan). Si no, él bascula alrededor del agujero de su origen, sin poder arrimarse a eso que le precede.” Ansermet (1999).

 

  Yuri estaba cuando la encontraron ante este abismo de lo real sin palabras, Nobuyo toma el relevo de esta ausencia y lo transforma en un deseo, que hace cuerpo en esas cicatrices que la unen a Lin, en el mutuo elegirse, en el poner palabras donde sólo había violencia.

 

  La escena de la quema de su antigua ropa es un símbolo del acto de abandonar su vida pasada y empezar una nueva. Su nueva madre le dice que si la hubieran querido sus padres no le hubieran pegado, que el amor hace cariños y no golpes. Lin responde acariciando su mejilla, acariciando la cicatriz que la plancha reproduce en sus brazos.

 

  Hacia el final de la película, descubrimos que tanto Lin como Shota han sido apropiados por Osamu y Nobuyo. Y nosotros, como espectadores, ya no estamos tan convencidos de que eso haya sido lo peor para esos niños.

 

  El acto ético de Nobuyo de llamar a su hijo a la cárcel y contarle dónde lo encontraron y cómo se lo llevaron a vivir con ellos, lejos de tener valor como dato de la realidad objetiva, es invaluable como pieza central de la ficción que Shota podrá crear para poder llamar a Osamu “papá”. Es este acto de Nobuyo lo que la hace madre en función[2], renunciando a su hijo, para ofrecerle las piezas faltantes del rompecabezas de su identidad.

 

  El director, Hirokazu Koreeda, nos coloca ante un dilema, en el que no hay soluciones afortunadas. En el que las historias y deseos singulares hacen trastabillar las grandes categorías culturales: familia, padre, bien.

Finalmente, el genio del director realiza una fuerte crítica a los dispositivos institucionales encargados de administrar la justicia de los menores en situación de calle.

 

  Shota es enviado a una institución para menores y Lin, que vuelve a ser Yuri, y queda como al inicio de la película sin palabras, sola y abandonada en la casa de sus progenitores. Las grandes instituciones modernas se diluyen en estos tiempos en los que no hay una familia sino millones de modos de ser y hacer familia, y no hay, como decía Badiou, una ética sino millones de éticas en acto, haciendo sujetos.

 

  El cine de Koreeda nos confronta con una rica lectura de la realidad actual que, como un prisma, deja pasar la luz del sol y se amplifica en los miles de rayos de luz, que son las hermenéuticas de los espectadores, que vuelven a sentir en sus cuerpos el abandono, la tristeza, la ausencia de voz de esos niños y niñas desafiliados de una trama que haga familia.

 

 

Bibliografía

 

Ansermet, François (1999) “Psicoanálisis y prevención precoz: la contingencia más allá de la necesidad”. En L'interrogant 7. Revista de la asociación española de neuropsiquiatria. En Linea: http://revistainterrogant.org/

Badiou, Alain (1994) “La Ética. Ensayos sobre la conciencia del Mal”. Revista Acontecimiento. Número 8, 1994.

Cabrera, J (1999) Cine: cien años de filosofía. Buenos Aires.

Gutiérrez, C & Montesano, H. (2008) “Farsa y ficción”. En Revista Internacional sobre Subjetividad, Política y Arte. Vol. 4, (1), Junio 2008

Ormart, E. (2009). “Un nuevo escenario para la decisión de Salomón”. En Ética y Cine. Recuperado de http://www.eticaycine.org/La-ley-y-el-orden

Slimobich; J (2011) “Él no lo sabía: discurso y escritura”, En Miller et al Del Edipo a la sexuación. Buenos Aires: Paidós. [125-136]



[1] El estatuto de la ficción y la farsa son trabajados en el texto citado en la bibliografía de Gutiérrez & Montesano.

[2] La madre, como señalo en otro texto (Ormart, 2009) será la que puede renunciar al hijo como objeto de su propiedad, al estilo de la sabiduría salomónica.          


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