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Las tortugas también vuelan31/03/2008- Por Mónica I. Santcovsky - Realizar Consulta

Del 2005 hasta ahora, se han desplegado films que aluden a un punto límite de la función del Nombre del Padre, hasta llegar, en algunos de ellos a la Forclusión del Nombre. No es de sorprendernos que una de las hipótesis de la Forclusión del Nombre del Padre se relacione con un acontecimiento social, donde todas las reglas imaginario-simbólicas se descomponen, y la violencia es el escenario cotidiano transformándose en cada país y a su manera en un campo de batalla.
Ficha técnica y artística
Dirección y guión: Bahman Ghobadi.
Países: Irán e Iraq.
Año: 2004.
Duración: 95 min.
Género: Drama.
Interpretación: Avaz Latif (Agrin), Soran Ebrahim (Kak), Hiresh Feysal Rahman (Hangao), Saddam Hossein Feysal (Pasheo), Abdol Rahman Karim (Rega), Ajil Zibari (Shirko).
Producción: Bahman Ghobadi, Hamid Ghavami, Batin Ghobadi, Hamid Karimi y Babak Amini.
Música: Hossein Ali Zadeh.
Fotografía: Shahryar Assadi.
Montaje: Moustafa Khergheh Poosh y Hayedeh Safi Yari.
Diseño de producción: Bahman Ghobadi
LAS TORTUGAS TAMBIÉN VUELAN
Del 2005 hasta ahora, se han desplegado films que aluden a un punto límite de la función del Nombre del Padre, hasta llegar, en algunos de ellos a la Forclusión del Nombre.
No es de sorprendernos que una de las hipótesis de la Forclusión del Nombre del Padre se relacione con un acontecimiento social, donde todas las reglas imaginario-simbólicas se descomponen, y la violencia es el escenario cotidiano transformándose en cada país y a su manera en un campo de batalla.
Generalmente son momentos puntuales del mundo, y las guerras uno de esos pilares. Hoy, EE UU y Europa están librando una batalla contra el mundo musulmán y el petróleo sería su causa. Así se justifican las mayores atrocidades que puede cometer el hombre. La matanza de niños y mujeres, las torturas en campos de concentración, la discriminación como manera de vida.
En las guerras las nominaciones se rompen, el tejido simbólico se transforma en significantes que se imponen, las funciones quedan sin poder ejercerlas, ya sea porque esos padres están encerrados o muertos y los hijos han perdido todo referente.
Tal vez los cineastas del mundo, precipiten en diferentes escenas lo que ocurre a consecuencia de una guerra. A través de su ojo “adelantado” plasman genialmente mediante imágenes, igual que el mecanismo del sueño. Primero lo soñamos, “lo vemos” y luego lo contamos, y otras veces queda reprimido.
El cine, como el sueño, “nos da a ver” en una pantalla, a veces como videncias que ocurren antes que nosotros siquiera lo hayamos pensado. El arte es uno de los Nombres del Padre, aquello que inventa el hombre para amortiguar los dolores del alma. El cine es la magia de poder contar en tiempo presente algo traumático sin perder la condición de historia. Es lo que acontece y al mismo tiempo se cuenta una historia sobre “eso”. Es innumerable la lista de películas en estos tres últimos años cuya temática, la falla en los límites más insospechados de la función del Nombre del Padre, se repite en diferentes latitudes. Ser digno de ser nos muestra la desolación de refugiados marroquíes. Un niño solo, sin familia asume ese compromiso. En El niño, un padre que no puede reconocer a su hijo como tal: es una cosa para vender, una mercancía para hacer negocios. Amores Esquivos, trabajada en esta sección, se plantea la misma preocupación. Niños con un lenguaje diferente queriendo imponerse por la fuerza a falta de ser nominados. Nadie sabe nada, película japonesa donde una madre abandona a sus hijos. No hay ni la mención de un padre o un Nombre que los represente.
Freud busca el origen del Nombre del Padre en el mito de la horda primitiva: un hombre se asume como padre de la Horda, un hijo avanza sobre él, matándolo, y ejerce su función. Transmisión de los significantes de una generación a otra.
Para Lacan, el Nombre del Padre designa algo del orden de una existencia incognoscible e impronunciable como las letras de Dios en La Biblia, pero no está encarnado en ningún sujeto, sino en un significante privilegiado donde se sostiene una función lógica fundamental en la estructura del lenguaje. El Nombre del Padre es la garantía de la ley del lenguaje, pero he aquí una sorpresa, esta ley es la del sinsentido.
Cuando en la cultura se impone la ley del pleno sentido, la ley del lenguaje -de la pura diferencia- se resquebraja. En términos freudianos, no animarse a dar el paso para matar al Padre de la Horda, hace de su ley un capricho, y nos deja indefensos e impotentes frente a tanto autoritarismo .La ley de la Verdad Absoluta ha llevado a la matanza de millones de seres humanos. Sólo podemos decir una verdad a medias. “Creerse” la verdad, o la certeza absoluta es sinónimo de locura y muerte.
Tomando esta hipótesis, analizaremos una de las películas de estos últimos años: Las tortugas también vuelan, film iraní del director Ghobadi.
Película que se desarrolla en un pueblito del kurdistan-iraní, en la frontera entre Irán y Turquía, que describe los inicios de la guerra de Irak y la destrucción del régimen de Hussein.
Es un film desgarrador que muestra la desolación de la guerra. Aparecen en la pantalla, de manera desprevenida, imágenes difusas de tanques, hombres con máscaras para protegerse de armas químicas, niños, humo, clima de guerra y una canción de fondo muy dulce.
Comienza la película con el cuerpo de una niña, hermosa, que se arroja al vacío. Y luego, escenas que se repetirán a lo largo del film: la necesidad de informarse de lo que sucede en el otro continente. Más explícitamente lo que sucede en EE UU en relación a la invasión a Irak. Aun no ha estallado oficialmente, “faltan días” para la destrucción total de Irak. Ellos lo saben, pero no tienen cómo defenderse frente a la idea de armas químicas.
De todos modos, la guerra en la película ya se inició, están en campos de refugiados, alrededor sólo aparecen ruinas de un país que fue. Las primeras tomas nos llevan al nudo de esta película: el valor de estar informado en este mundo globalizado.
A lo largo del film asombra ver a niños organizarse en esos campamentos, y algunos hombres que han quedado como sobrevivientes. Son los niños, y sobre todo uno, cuyo nombre es Satélite que conduce la trama de la película. Niños entre once y quince años que deciden ir al pueblo y, a cambio de radios usadas y un poco de dinero en efectivo, compran una antena parabólica, única posibilidad de llegar a tener imágenes americanas. Satélite, nombre que alude a dos significaciones antagónicas: dependencia, y por otro lado, la comunicación satelital que llega a todas partes del mundo. En este personaje está tallada la función del Nombre del Padre, en un niño de apenas quince años. Ejerce su función sin obligaciones, sin titubeos. Admite diferencias y discusiones sin autoritarismo.
¿Cómo puede este niño tener una palabra propia? ¿Cómo hacer para representarse como Satélite y además inscribirse en el lugar del Otro? A esta necesidad de “Satélite” responde el Nombre del Padre. Función que deberá ser conquistada y apropiarse de los significantes del Otro y volverlos a reinventar. No sucede en todos los casos. Escribir sobre esta película es descubrir que algunos pueden.
Ejercer la función en medio de tanta crueldad, llevarla en acto a través de un personaje sin cuestionárselo es lo creativo de Las tortugas también vuelan. Su causa es defender a los suyos no sólo con armas, que son irrisorias, sino ir en busca de la información y hacer algo con ella.
La informática ha sido la revolución de este siglo. A partir de los avances de la misma, el mundo esta comunicado en simultaneidad, y, al mismo tiempo, controlados. El planeta puede saber de alguien con sólo apretar una tecla con su nombre.
Este niño, protagonista de la película, es el símbolo de la libertad y hasta en medio de tanto horror se permite desear a una niña que no puede asumirse como mujer y sólo desea morirse.
Niños abandonados a la buena de Dios, con discapacidades físicas: mutilados, ciegos, pero capacitados para encontrar alguna lógica a esta locura del hombre: la guerra. La discapacidad es una constante en este film y nos lleva a la pregunta: ¿quién lo es más, aquel al que le han arrancado una pierna por una bala, o aquel que arranca una pierna de un niño?, ¿quién esta más discapacitado en la vida? ¿El que está mutilado o el que mutila el futuro?
Los hijos del mundo son el futuro de este planeta. Mutilarlos, matarlos, violarlos es sinónimo de la discapacidad mayor que tiene el hombre, aun a su pesar: la “capacidad de destrucción” y por efecto la ruptura de toda transmisión, fuente de vida de la cultura.
En la película obtenemos una respuesta: el que está discapacitado o mutilado, potencia sus capacidades, corre, piensa, planifica, y se mueve tal vez mucho más ágilmente que antes, su urgencia de sobrevivir le hace inventar respuestas frente a tanto desamparo.
Se puede mutilar los miembros superiores o inferiores de un cuerpo, dejarlos ciegos, hipoacúsicos. Lo que no se puede mutilar es la fuerza que da el sostenerse en la vida más allá de cualquier impedimento imaginario. El que mutila, mata o discapacita no puede hacer más que repetir: la violencia se ha instalado en sus huesos, y es posible que su lógica sea la compulsión a matar.
Las tortugas también vuelan es una metáfora de lo imposible: ellos, cada uno de ellos es una pequeña tortuga que aprende a volar. Si se le saca el caparazón, su fortaleza, su casa, ella necesariamente tiene que volar, sino muere. Y estos niños sin caparazón, a “carne viva”, vuelan en cada hazaña que realizan para vivir lo más dignamente posible.
Las primeras escenas de la película se desarrollan en lugares descampados, diezmados, y sin embargo, un grupo de niños va en busca de una antena que los comunique con el mundo, sobre todo para recibir noticias acerca del inminente ataque de Estados Unidos a Irak.
No parece casual la búsqueda y el deseo de comprar a cualquier precio esa antena parabólica. A pesar de todo, esos niños nos gritan: no entramos en el mundo animal, somos seres que hablan, por lo tanto sujetos del mundo.
Aunque a la vista sean tratados con total desidia por los adultos, la maravilla en esta película es el afán por no perder el mundo simbólico, por tener información para protegerse del ataque americano. Sin piernas, ciegos, sin manos, aun así, seguirán perteneciendo al mundo del lenguaje, al mundo de la cultura.
Se interesan por otra lengua, aprenden a decir: ok, money, y algunas otras frases en inglés como modo de defenderse al ataque a su cultura. “Si sabés algunas frases te salvas, porque los entendés”. Satélite nos dice de manera muy sencilla que la única manera de participar del mundo humano, es creer en el sentido de las palabras como condición necesaria. El sentido es el sostén del lazo social.
Nuestras vidas, ya sea en el ámbito personal o social se sostienen en el sentido de las palabras. Hace nudo: lo simbólico, lo imaginario y lo real. Este último es el que rompe el sentido y crea nuevos horizontes. Pero para romper, primero hay que pertenecer al sentido de las palabras.
La apuesta universal será siempre renovada, aunque fallida. “Si hablamos nos vamos a entender”.
Estos fracasos están en la lógica de la estructura del lenguaje, no hay una relación unívoca e íntegra al significante. Sólo la creencia de Dios, de lo religioso “garantiza” al ser parlante la idea de que la verdad toda puede ser entendida y asegurada. No en vano esta guerra y tantas otras llevan consigo el argumento de lo religioso. Hay algunas palabras que están tan pegadas al sentido que no se discuten, como Alá o Jesús, y por Él es necesario matar. Nuestro Dios es la única garantía de saber.
Y la contrapartida de esta película es la necesidad de llevar al extremo la pulsión epistemofílica. Se quiere saber a pesar de tener hambre y sed. Querer saber, es lo contrario a la garantía de saber.
De ninguna manera están dispuestos a perder información de la guerra, mejor manera de defenderse. El conocimiento, la información es el elemento que los hace vivir, inventar, y sobrevivir a las monstruosidades que a veces inventa el mundo hablante. En esta película no se renuncia al saber en ningún momento. Es más, hay una escena con el maestro del pueblo Kanibo, que intenta doblegar a Satélite, que conduce a estos niños, y le pide que estudien. “Ellos ya saben ciencia, matemáticas, lengua, ahora hay que enseñarles a sobrevivir”, le contesta nuestro pequeño héroe de la película. El maestro se opone y en medio de minas que pueden explotar en cualquier momento, les toma examen de matemáticas a los chicos que estaban con él, confrontando al maestro. Las respuestas de cada uno de ellos son de una exactitud tal que el profesor queda callado y se retira. Hay que enseñarles a vivir o a sobrevivir y entre ellos lo hacen, el mundo adulto está paralizado, sin respuestas frente a lo que sobreviene.
Ellos desactivan las bombas puestas por los americanos, para que no exploten en cualquier momento. Se han quedado sin electricidad, sin agua, sin educación, sin alimento, pero luchan denodadamente para recibir noticias. Nos muestran imágenes muy conmovedoras: una bicicleta andando kilómetros para llenarse unos baldes de agua, y en este caso, Satélite se los ofrenda a la niña sin nombre, como una verdadera joya. El agua no es un elemento natural como lo era hasta hace diez años, para tomar un sorbo es necesario ir en busca de ella recorriendo distancias impensadas actualmente, como el oro encontrado en las minas o el petróleo en pozos, cuyos barriles se ofertan en cientos de dólares. Tal vez en pocos años el agua será vendida en bidones cuyo costo es inimaginable. Las imágenes nos alertan del descuido y necedad frente a las reservas naturales de la tierra. Elementos que hasta ahora son naturales y comunes en la sociedad de consumo, cobran una dimensión sobrenatural en sociedades desoladas y atravesadas por la muerte. Una antena de televisión o el agua, son emblemas de la devastación. No quieren ni pueden perder la comunicación con el mundo. No son ignorantes frente al horror, no reniegan ni desmienten lo que está sucediendo, necesitan como el agua para tomar, las palabras. El mundo desolado de alrededor, en ruinas, es inversamente proporcional al mundo soleado del interior de cada uno de estos chicos.
La búsqueda de la verdad a través de imágenes televisadas, se ha transformado en su urgencia. En la televisión aparecen imágenes americanas de moda, deporte, música de rock, pornografía, todo eso estaba permitido, menos los canales de noticias. Con la compra de la antena parabólica llegan a tener la imagen y el discurso de Bush. “El dueño del mundo está en la pantalla”, dice nuestro pequeño gran hombre, intenta escucharlo para entender sobre la guerra, y sólo dice: “Bush dice que mañana lloverá”.
Quiere entender pero es imposible, el malentendido de las lenguas es inevitable. Aunque sepa algunas palabras, no alcanza para comprender los discursos de hombres que hablan de palabras cuyo significado le es incomprensible, no sólo por su semántica sino como la metáfora del horror. A veces entendemos lo que se dice, pero es de tal magnitud traumática que no lo podemos incorporar. “Mañana lloverá” es la única respuesta que Satélite puede darse a sí mismo frente a lo que vendrá. En un lugar geográfico como Irak la lluvia es inaudita, llega cada tanto, y a veces con vientos arrasadores.
Hay un niño al que llaman el vidente, que viene de un país fronterizo con su hermana y un niño chiquito. Un “vidente” sin brazos, pero con una ternura e inteligencia infinita. Aquel que es capaz de perdonar la masacre que invadió a su familia y a su propia hermana. Este personaje predice los horrores que van a sobrevenir, su premonición más escalofriante es que la guerra está cada vez más cerca.
Los adultos se han olvidado que los niños serán el futuro del mundo, esos niños que hoy buscan imágenes y palabras, y son “usados” por los adultos para ser traductores de lo que aparece en la pantalla.
Marca una pasividad adulta que contrarresta con la cantidad de cosas que estos niños tienen que ocuparse como estrategia cotidiana. No dejarse morir, no dejar de buscar y de desear la vida. Necesitan “saber” qué va a ocurrir con su país y con ellos mismos.
El que predice anuncia que la guerra está por venir, y al poco tiempo, se escuchan ruidos ensordecedores, aviones, helicópteros, tanques, arrasan con la ciudad y sus monumentos. Hassan Hussein cae, y se destrozan todas sus estatuas.
Uno de los personajes lleva el brazo cortado de la estatua de su líder a Satélite, que acaba de perder su pie por pisar una mina. Ellos tienen una visión incorporada de la mutilación de miembros, es más, le dan un uso polisémico a sus miembros cortados. Un muñón mutilado de su brazo puede ser en segundos una metralleta cargándola en su hombro con una gracia asombrosa. Un niño sin brazos carga a un bebé en su cuello y usa la cabeza para dar cabezazos como única defensa. Nadie se priva de usar su cuerpo con todas sus posibilidades.
Ese niño al que llaman el vidente, ¿predice o ha tocado lo traumático de tal manera, que captura lo perceptivo de una manera anticipatoria, antes de que llegue a la conciencia?
¿Cómo serán estos niños del futuro, donde “eso” traumático ha arrasado su vida cotidiana? Con el sonido implacable de los bombardeos de día y de noche, ¿cómo conciliar el sueño y el olor constante de cadáveres sin sepultura?
La guerra se ve sólo en imágenes, escombros de casas, autos, y toda una ciudad perdida entre piedras y basurales. Las imágenes emiten sonido por un rato, no despiden olores nauseabundos por la falta de agua o por los muertos desparramados por los caminos. Sólo usamos nuestra pulsión escópica y desde allí, podemos tomar cierta distancia y escribir sobre el horror de una guerra.
El que convive con eso, ¿cómo lo resiste?
En los tramos finales la invasión de soldados destruyen todo a su paso, tanques, aviones, helicópteros se hacen presente arrasando lo que se ve a la vista.
Hay una sola niña en la película, que carga con un bebé en sus espaldas todo el tiempo. Las escenas se repiten en derredor de este niño, el hermano mayor, el vidente, y esta niña: “tenés que cuidarlo, es tu hijo”, dice su hermano. Ella se muestra impiadosa y fría con ese niño que le pesa y la estorba. A lo largo de la película, este niño con esa nena se muestra como un grano de arena que molesta, perturba al espectador. No se sabe qué sucedió con esta niña y ese nacimiento. Hasta que en un momento la mirada y la cabeza de ella se pierden y se refleja una escena desgarradora, instalada en esa niña al modo de una compulsión a la repetición, y sólo se podía sustraer de ella quitándose la vida, comienzo de este film.
Aparecen como una pesadilla, soldados en medio de una noche lluviosa y tormentosa, se escuchan gritos aturdidores, padres que son fusilados delante de los niños, una casa destrozada, y una niña que de golpe y a los golpes pasó a ser una mujer. Luego del saqueo de la casa y la muerte de sus padres, esta nena es violada por uno, dos, un número que no se deja de contar. Los mismos soldados que mataron a su familia y ese niño al que ella rechaza fervientemente, diciendo todo el tiempo “no es mi hijo”, es el fruto de ese acontecimiento que la marcó para el resto de su vida.
No hay una sonrisa en su rostro, a pesar de que Satélite la ayuda constantemente con un amor y una ternura infinita. Su deseo frente a una mujer se conserva intacto, pero el de ella está sepultado. En cada escena donde ella está con ese bebé, se muestra el deseo de morir y matar a ese bebé ciego, e indefenso. Esa niña parece el símbolo de todas las mujeres musulmanas y cabe la pregunta si pertenecer al mundo árabe y concebir hijos por violaciones de guerra, ¿no es arrebatarle el derecho y la ilusión de ser una mujer?
Un hijo nacido de una violación no es una cuestión moral sino ética. Tal vez no es moral que una mujer mate a su hijo, pero no lo podemos juzgar en términos éticos. Hablamos de la ética de un sujeto, de su deseo y por lo tanto la vida que decide y la actúa en consecuencia.
Si no he sido madre, si no he elegido mi hombre para serlo, si no estuvo mi deseo puesto en juego, ¿puedo amar a un niño que es efecto de la masacre de mi familia, de mis recuerdos, de mi casa, de mi historia? “¿Qué le diré cuando sea grande?, ¿qué le va a decir él a los demás?, ¿de quién es hijo? No puedo cargar con esta historia, no puedo hacerme cargo de este niño”, nos dice la protagonista.
La muerte de ese niño es el símbolo de esta película. Los hijos que nacen en la escena de la guerra, ¿no llevan en su ser, el núcleo traumático de la muerte? ¿Se es hijo?, esa niña, ¿es madre? ¿O es un vientre fecundado por ese Otro maltratador, que humilla, ultraja y viola? Podemos pensar que para una mujer, una de las torturas más difíciles es tener en su cuerpo durante nueve meses el “resto” de una guerra.
En el film, es un niño hermoso pero ciego, metáfora de la ceguera de los hombres que por no ver mas allá, arrasan el presente, el pasado de los pueblos, y descomponen el futuro.
En la escena final esa niña arroja a su hijo a las aguas. ¿Tenemos derecho a juzgar ese acto?, ya que en todo momento ese niño para ella es un pedazo de carne, bonito, ciego, pero no lo incorporó como hijo, no pudo nominarlo como tal. A pesar de todo, no es sin consecuencia la muerte de ese niño, ya que ella se arroja al agua, y así comienza la película. Son dos escenas separadas temporalmente que luego se unen en un dolor insoportable que la lleva a la muerte.
En el tiempo del hombre con un fusil o un misil no hay adolescentes que puedan crecer, no hay jóvenes que puedan aprender, no hay niños que puedan sonreír y sin embargo hay una hendidura por donde entra la solidaridad y el amor. Posiblemente esto dará un nuevo orden de transformaciones que aún desconocemos.
Hoy es la verdad de una guerra. La Verdad Toda. La certeza de lo Real. Sinónimo de locura y muerte.
Ellos son jóvenes, nada más que eso, no importa si son musulmanes, judíos, americanos o africanos, que despiertan a la vida y tienen todo el derecho de vivirla hasta que el tiempo natural haga lo suyo. Y el futuro dirá lo suyo, ya que aparece a través de estas últimas películas más contingente e imprevisible que nunca.
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