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¿Quién devora las uvas?30/09/2006- Por Emilio Malagrino - Realizar Consulta

¿What´s eating Gilbert Grape?, traducida al castellano como “¿A quién ama Gilbert Grape?”. Se puede hacer una conversión del título original, dando como resultado “¿Qué le preocupa a Gilbert Grape?” o “¿Qué está carcomiendo a Gilbert Grape?”. En este juego se encuentra una divergencia, donde el comer reemplazaría al amar, modificación significativa pero que establece una conexión cualitativa entre las dos palabras. Se podría ir más lejos si se toma en cuenta que el apellido Grape, en inglés corresponde a “uva”. Por último, si se abusara de la traducción más dislocada, mediante la literalidad de la frase palabra por palabra, su valioso efecto aportaría la consiguiente oración: “¿Qué está comiendo la uva de Gilbert?”. El título ¿Quién devora las uvas? es el resultado final de la búsqueda, que a través del análisis del film y su relación con las configuraciones vinculares de la familia Grape, dará luz al contenido del mismo.
Ficha técnica y artística
Género: Drama
Duraçión: 118 min
Origen: EUA
Estudio: Paramount Pictures
Dirección: Lasse
Hallström
Producción: David Matalon,
Meir Teper,
Bertil
Ohlsson
Elenco: Johnny Depp
(Gilbert Grape), Leonardo DiCaprio
(Arnie Grape), Juliette Lewis
(Becky), Mary Steenburgen
(Betty Carver), Darlene Cates (Bonnie Grape), Laura Harrington
(Amy Grape), Mary Kate Schellhardt (Ellen Grape), Kevin Tighe
(Ken Carver), John C. Reilly
(Tucker Van Dyke), Crispin Glover
(Bobby McBurney), Penelope Branning
(Avó de Becky), Tim Green
(Senhor Lamson), Susan Loughran
(Senhhora Lamson), Robert B. Hedges
(Ministro)
Sobre la elección del título
El siguiente trabajo es el análisis de la película What´s eating Gilbert Grape?, traducida
al castellano como “¿A quién ama Gilbert Grape?”. Se puede hacer una conversión
del título original, dando como resultado “¿Qué le preocupa a Gilbert Grape?” o
“¿Qué está carcomiendo a Gilbert Grape?”. En este juego se encuentra una
divergencia, donde el comer reemplazaría al amar, modificación significativa
pero que establece una conexión cualitativa entre las dos palabras. Se podría
ir más lejos si se toma en cuenta que el apellido Grape, en inglés corresponde
a “uva”. Por último, si se abusara de la traducción más dislocada, mediante la
literalidad de la frase palabra por palabra, su valioso efecto aportaría la
consiguiente oración: “¿Qué está comiendo la uva de Gilbert?”.
El título ¿Quién
devora las uvas? es el resultado final de la búsqueda que, a través del
análisis del film y su relación con las configuraciones vinculares de la
familia Grape, dará luz al contenido del mismo.
Presentación de los personajes
Endora es un pueblo chico en las afueras de Iowa.
Allí vive la peculiar familia Grape: una oronda madre con un sobrepeso
importante que le impide la movilidad. Amy, la hija mayor, quien se ocupa de
los quehaceres hogareños. Le siguen Gilbert –que protagoniza el film-, el único
miembro de la familia que trabaja para la manutención familiar. Arnie, un
adolescente con autismo al que los médicos dijeron que no viviría hasta los 10
años, sin embargo le harán una gran fiesta por sus inesperados 18. Y Ellen, la
hija menor, cuya mayor ilusión es poder broncearse al sol todo el día.
El personaje ausente es el padre, quien hace diecisiete
años se quitó la vida colgándose con una soga en las vigas del sótano.
Pueblo
dormido, familia muerta. “Endora es como bailar sin música”
En el pueblo de Endora casi nunca ocurre nada. Una vez
al año, el opaco transcurso de los días se ve alterado por el paso de una
caravana de casas rodantes, siendo éste un espectáculo particular para Arnie y
Gilbert. La procesión nunca se detiene en este lugar sino que utiliza sus rutas
como acceso a otras ciudades. Ese es tal vez el único motivo de asombro para
los habitantes de Endora.
En el pueblo todos se conocen. Aunque es necesario
reservar para la intimidad algunos secretos. Gilbert trabaja a destajo en el
supermercado del pueblo, sumido en una rutina que no le deja espacio para
contemplar su futuro, el tiempo está detenido en la manutención de su familia,
y la decisión de contraer un vínculo con una mujer parece no alterarlo
demasiado. Sin embargo, mantiene una relación informal con una clienta casada,
quien piensa que se le ha ido la vida en un matrimonio infeliz. El esposo de
dicha mujer se dedica a la venta de seguros. Gilbert se ve envuelto en una
trama equívoca cuando este hombre lo persigue en forma constante, sin embargo
desconoce que los motivos fundamentales de sus llamados corresponden a la
esfera comercial, viendo a Gilbert como un potencial cliente de sus pólizas.
La familia Grape también guarda sus secretos. La
madre, quien no ha salido de casa después de la muerte de su marido, ocupó el tiempo
en alimentar su abulia, engrosando su bella figura hasta no poder movilizarse
por cuenta propia, teniendo que dormir sentada en un sillón. Y congela la
memoria de muerte abrazando a su hijo Arnie para evitar perderlo. Los niños del
pueblo, quienes no la han visto jamás, la consideran una monstruosidad y un
mito digno de ser observado a través de la ventana. El miedo y la curiosidad
envuelven a esa madre secreta, a quien Gilbert defiende de las miradas
acusatorias.
Amy es la hija mayor, quien se desempeña en las
actividades que la madre obligadamente dejó atrás, ocupando sus horas en la
limpieza y la cocina.
Ellen es la hija menor, la que en apariencia sortea
las angustias familiares admirando su paulatino crecimiento, ubicando su propio
cuerpo en las antípodas del deterioro, es así que sueña con la belleza física y
una futura vida muy por fuera de los Grape.
Arnie es el hijo mimado, un impensable en la
ciencia médica que pudo sobrevivir a pesar de los pronósticos. También es un
peso que detiene el desarrollo de los miembros de la familia, un eslabón que se
ata a otra posible muerte. Gilbert dice respecto de su hermano: “algunos días
quieres que viva, otros no”.
Sin embargo, el tiempo no detiene su transcurso, y
Arnie está creciendo. Gilbert, quien lo cargaba sobre sus espaldas le comenta
al mismo Arnie: “Arnie, estás creciendo tanto que ya no podré cargarte más” A
lo que Arnie responde: “Estás haciéndote más pequeño Gilbert, te estás
encogiendo”.
Todo en la familia Grape parece estar sumido en una
distorsión temporal. Los fantasmas del pasado conviven en sincronía por el
estancamiento de los duelos. Sin embargo, la densidad que recorre el hogar es
catalizada por el dinamismo de Gilbert, quien se ocupa de no coagular las
angustias que envuelven a los Grape. El peso que Gilbert carga de su obesa
madre que se entristece cuando Arnie se esconde en la copa de un árbol del
jardín. El peso de un trabajo de empleado que sirva para la manutención
familiar. El peso de ser el mayor, la deuda obligada de encajar en un rol de
responsabilidad que nunca pudo cuestionar. El peso de vincularse con una mujer
casada, como expresión mínima de vida sexual. La anestesia de Gilbert se plasma
en todas las actividades que desarrolla. El único indicio que denuncia el paso
de los días es el peso de Arnie sobre sus espaldas. Y una llegada particular.
Una
extraña en la familia “¿Qué quieres hacer?”
Mientras Gilbert y Arnie ven el paso de la caravana
de casas rodantes, perciben que uno de los vehículos se detiene. Una muchacha
desciende junto a su abuela para revisar el motor. Su nombre es Becky. De ahora
en más, esta visita inesperada será para Gilbert uno de los motivos que hará
distinción en la monotonía del pueblo, unos de los momentos para descubrir que
una mujer puede despertar inquietudes nunca antes sentidas.
Becky pasa las tardes con Gilbert. El tiempo parece
adquirir un significado diverso, las tardes pueden ser ahora un lapso de
descanso, una pausa a la vera de un arroyo, el transcurso de un pensamiento.
El diálogo que surge entre ellos es singular, ya
que Becky es una muchacha sencilla, práctica. Y esto es lo novedoso, la
injerencia de un elemento propiciado por el azar que adviene como factor de
salida a esa estructura tallada por el hermetismo, el conocimiento de una realidad
ajena al entramado familiar suspendido en un tiempo circular, el punto de unión
con otro que porta significaciones de su propia historia transgeneracional.
Estos puntos de diferencia podrían posibilitar una ampliación de los recursos
simbólicos varados en la disfunción del tejido de los Grape, aunque acarrean un
peligro latente, el abandono de una familia que requiere toda la atención de un
Gilbert trabajador, la desaparición del único miembro heredero de la eficacia
de un padre. Muchas son las veces en las que Gilbert huye de un atardecer con
Becky, para cuidar de los suyos. Ella parece entenderlo.
En una oportunidad Becky le pregunta a Gilbert:
“¿Qué quieres hacer?”. A lo que Gilbert responde:
“Realmente no hay mucho para hacer aquí”.
En otra de las charlas que mantienen, Becky le
muestra una mantis religiosa que está suspendida en la rama de una planta.
Gilbert se sorprende por la extrañeza del insecto. Ella le comenta:
“¿Sabes como se aparean? El macho se acerca a la
hembra y ella le arranca la cabeza con los dientes y el resto del cuerpo
continúa copulando. Y cuando terminan, ella se lo come. Se come lo que queda de
él”.
Sin buscarlo, Gilbert se enamorará de Becky, sin
nunca descuidar sus actividades. También encontrará en esta compañía, el punto
de fuga a una realidad aplastante, que se plasma en los azarosos comentarios de
la muchacha.
En Gilbert parecen convivir dos mociones
contrapuestas. Por un lado, el rol de semblante paterno que ha adquirido en la
desdicha. Por el otro, la incipiente sensación de ser un joven enamorado.
Pronto tomará una decisión extraña, para la costumbre de los Grape.
El tiempo de Arnie. “Puedo irme en cualquier momento”
Una de las particularidades del autismo de Arnie es
la reiteración de frases que oye de su entorno. Frases cuyas palabras contienen
un peso singular, que denuncian el estado del deterioro familiar y las pobres
esperanzas de un futuro menos tedioso. Muchas son las veces que lo callan,
porque en sus dichos monocordes e iterativos desnuda la angustia de muerte que
los demás miembros de la familia velan:
“Mamá quiere que cumpla
“Puedo irme en cualquier momento”.
“¡Papá está muerto, papá está muerto!”.
“¡No quiero ir ahí abajo, papá está ahí!”.
“No vamos a ningún lado Gilbert”
También convive con él una explosión física cuando
suelta su cuerpo a la carrera para treparse al árbol del jardín, con la vaga
idea de desaparecer un poco. Y cuando van al centro del pueblo por provisiones,
cuando Arnie suele huir de Gilbert para escalar por una torre de gas hasta
llegar a su cumbre.
Este año es especial porque Arnie cumplirá 18, edad
nunca esperada por su familia, ni por los médicos que agoraban un pronóstico
nefasto, indicando que viviría hasta los 10 años. Sin embargo, Arnie no para de
gritar que el sábado tendrá 18.
Gilbert reservó una parte de su salario para la
realización de la fiesta de Arnie. Hay expectativas con la llegada de este
acontecimiento inesperado, tanta como la contradicción de no esperar demasiado,
por el hecho de no imaginar a Arnie creciendo, y hasta vivir su compañía como
una carga.
En casa trabajan con los preparativos de la fiesta.
Amy dedicó sus horas en la confección de una torta, Ellen ayuda en lo que
puede, y la madre no deja de preguntar dónde está Arnie.
Un día antes de la fiesta, Gilbert encuentra a
Arnie con la boca manchada de crema, y pocos restos de torta sobre la bandeja.
Esto provocará la ira de Gilbert y la consecuente golpiza que propinará a su
hermano menor.
Arnie devora la posibilidad del crecimiento, hecho
que se plasma en el conjunto de la familia, quien se verá envuelta una vez más
en un escándalo que los aúna en la indiscriminación temporal, en el esfuerzo
vano por propiciar una mínima construcción que es engullida por un pasado
suspendido en un punto de mortandad, en la cancelación de un transcurrir de los
días.
La solución es requerida por Gilbert, quien recurre
al mundo exterior para reparar el constante arbitrio del hundimiento familiar.
El salvataje siempre presente de un héroe que repara las hendiduras locas
talladas por el automatismo constante de la muerte.
El
peso de una mujer. “Quiero que conozcas a alguien”
No es usual que la familia reciba visitas. Sin
embargo, en el día de cumpleaños de Arnie pudieron realizar una fiesta, aunque
no sin tomar recaudos, ya que los invitados fueron ubicados en el jardín,
mientras que la madre espiaba por la ventana a través del velo de la cortina.
Mientras los niños se divertían en la fiesta,
Gilbert tomó una decisión inusual. Franquear la puerta hacia la intimidad
familiar no fue sencillo, porque conllevaba una entrada distinta, esta vez la
compañía de alguien importante, aunque desconocido, tomó un tiempo de
incertidumbres y preámbulos. Gilbert le dice a su madre: “Quiero que conozcas a
alguien. Esto es diferente, nadie va a reírse. No volveré a lastimarte mamá. Lo
prometo, por favor”.
El encuentro entre las dos mujeres es asimétrico.
Por un lado está Becky, con su autonomía práctica, con su locuacidad sencilla.
Y por el otro, la madre, portando una timidez envolvente, a la espera de
generar la risa de una desconocida. Sin embargo, el diálogo que se establece,
la cautela que pesa -Gilbert mediante- va transitando un terreno de respeto y
armonía. Finalmente la madre, con una expresión sonriente, aunque silenciosa,
estrecha la mano de Becky.
Después de este crucial momento, la madre decide
levantarse por su propia cuenta. Se dirige lentamente hacia las escaleras, y sube
despacio, como puede, a lo que fue en otra época su habitación matrimonial. Una
vez en ella observa la cama, y se recuesta. Gilbert la mira con interrogación.
Ella le dice: “Eres mi caballero de la armadura reluciente”. A lo que Gilbert
responde: “Creo que quieres decir brillante” La madre lo corrige: “No.
Reluciente. Tú reluces y resplandeces”. Gilbert interviene: “Descansa, ¿ok?
Duerme un poco”.
Nadie previó que éste era un momento decisivo.
Instante en el que la madre se deja caer al lecho, para poder reunirse con su
esposo. El cierre del sufrimiento que aliviana la sobrecarga de la historia. El
peso que se escabulle entre las sábanas.
El tratamiento del fuego. “Podemos ir a cualquier lado, si queremos”
I) Los hijos observan el cuerpo laxo de su madre;
no hay palabras. Sólo la acompañan en su partida. Sólo los embarga un instante
de preocupación. ¿Cómo sacarán a la madre de allí? Comienzan a tejer
conjeturas, todas enmarcadas en una sepultura digna, y en evitar las bromas de
sus vecinos a la hora de bajar el pesado cuerpo. Va a haber una multitud,
aquellos que se reían del monstruo gigante en vida, seguramente presenciarán
con más jocosidad la vergüenza de los Grape por la posibilidad de contratar una
grúa. Gilbert se antepone a los futuros sucesos y dice: “No voy a dejar que sea
una broma”.
Los hermanos están en el jardín delantero de la
casa, algunos muebles los acompañan. En sus ojos se refleja un calor amarillo,
un aire de purificación. La casa se eleva en llamaradas acogedoras, se consume
la tragedia del derrumbe y la burla. La desaparición de un hogar infectado por
la muerte, por los duelos sin elaboración psíquica; la danza circular
gravitando hacia el sótano; el ahogo de una contención brusca, de sostén
inestable; es el todo indiscriminado que se evapora en una humareda oscura,
purgadora.
II) En este caso familiar, vale definir al
tratamiento como la acción de tratar, intentar ejercer un camino probable hacia
la reconstrucción de los lazos que mantienen unidos-apretados a los miembros de
este clan.
Tratar de despejar una hipótesis, intentar
redefinir las funciones simbólicas que en la familia Grape se dislocaron a
partir del suicidio del padre. Ese padre que desciende a la oscuridad del
sótano para colgarse en las vigas de madera. Momento nodal que denuncia la
posibilidad de un derrumbe, donde el piso inestable se hunde en los pasos
pesados de una madre que devoró la ausencia paterna.
El intento espontáneo de los amigos de Gilbert que
lo ayudan a prorrogar el desastre, mediante el emparche de vigas suplentes,
inconsistentes, ectópicas.
Echar un viso de claridad sobre el peso que Gilbert
soporta en sus hombros cuando levanta a Arnie, cuando coloca las vigas, cuando
su trabajo se torna más necesario que suficiente, cuando recibe la herencia de
la manutención de todos los miembros de la familia, cuando sepulta sus vínculos
con las mujeres.
Despejar el episodio confuso de la muerte materna,
polarizarlo con la nefasta decisión del padre. Una madre inmóvil que decide
volcar su peso en un emprendimiento inesperado, subir las escaleras, ascender,
paso a paso, como un intento inconsciente de reparación por el descenso del
padre. Subir para no hundirse, alivianar el kilaje que aplasta a los hijos
desde el subsuelo, desde el agujero en la estructura familiar inconsciente que
se intentó llenar con la creciente obesidad materna, con la adhesión permanente
a sus hijos.
Y la ecuación se cierra sobre sí misma, el ascenso
de la madre hacia lo más alto -como el ejercicio que Arnie ejecuta cuando sube
al árbol y a la torre de gas-, el acto imaginario de crecer escalando hacia lo
que fuera en otra época el dormitorio, la cama donde ella había descansado con
su esposo, ahora vuelve a ser cubierta por la totalidad de dos cuerpos en uno.
También el acto es precedido por la anunciación de
un prominente noviazgo, y lleva en sí mismo un reordenamiento, un dejarse morir
para que otra mujer ingrese. Dar un paso al costado, como miembro de un clan
que se somete a la ley del intercambio, aunque conlleve su muerte real. Quitar
el peso de una historia congelada, “colgada” en los años donde la vida de una
familia normal se desarrollaba.
Con este hecho, la madre cede el espacio para otra
mujer y exorciza al padre del suicidio, que lo lleva con ella para darle un fin
digno, una muerte en pareja. Suplantar la provocación por lo natural. Y se
recuestan, y se duermen, y fallecen, otra vez.
Y el fuego final, apocalíptico, cierra el concierto
del derrumbe, dejando un lazo fraterno más unido por el deseo y la libertad que
por el miedo a la desaparición. Es así que Gilbert, un año después, cuando
espera con Arnie la llegada de Becky, sostiene un propósito, un deseo propio.
Al finalizar el film lo dice con estas palabras: “Arnie preguntó si nosotros
también iríamos, y le dije… bueno, podemos ir a cualquier lado, si queremos…
podemos ir a cualquier lado”.
Emilio Malagrino
emiliomalagrino@gmail.com
Bibliografía:
- Picollo, A: “Transferencia e interpretación en
familia”. Congreso de Familia. Buenos Aires, 1991.
- Rojas,
M.C.: “Fundamentos de la clínica
familiar psicoanalítica”
- Rojas, M.C.: “Interpretación, familia y
subjetividad.” Congreso de Familia. Buenos Aires, 1991
- Sternbach,
S.: “La intervención en patologías de borde.”
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