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Ser digno de ser

16/09/2006- Por Mónica I. Santcovsky - Realizar Consulta

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El título de la película es en francés: “Vas, vis, et deviens”. La traducción es: “anda, viví y sé”. Interesante traducción porque es la pregunta que guía al niño durante la película y es lo que él interroga a su madre. ¿Qué habrás querido decir con sé, qué es ser? Ese mandato materno se transforma en un enigma para este niño y lo va resolviendo en los tramos finales de este excelente film.

Ser digno de ser

 

 

Ficha técnica y artística

 

TITULO: Ser digno de ser
TITULO ORIGINAL: Va, vis et deviens (English title: Go, see and become)
GENERO: Drama
DIRECCION: Radu Mihaileanu, Alain Michel Blanc
GUION: Radu Mihaileanu

PRODUCTOR: Etzevir Film
INTERPRETES: Yaël Abecassis, Roschdy Zem, Moshe Agazai, Moshe Abebe, Sirak Sabahat, Roni Hadar
FOTOGRAFIA: Rémy Chevrin
MUSICA: Armand Amar
MONTAJE: Ludo Troch
ORIGEN: Francia - Bélgica - Israel - Italia (2005)
DURACION: 147 minutos
CALIFICACION: Apta para mayores de 13 años

 

 

 

 

 

El título de la película es en francés: Vas, vis, et deviens. La traducción es: “anda, viví y sé” Deviens es devenir, que devengas, que seas. Es interesante esta traducción porque es la pregunta que guía al niño durante la película y es lo que él interroga a su madre. ¿Qué habrás querido decir con sé, qué es ser? Ese mandato materno se transforma en un enigma para este niño y lo va resolviendo en los tramos finales de este excelente film.

Trataremos de ubicar en las diferentes escenas los tres verbos del título que implican su vertiente imaginaria, simbólica y real.

Película conmovedora, hablada simultáneamente en varios idiomas: francés, hebreo y tunecino. Narra el éxodo en 1984 de varios miles de africanos hambrientos y amenazados, y un vasto proyecto llamado causalmente “Operación Moisés” cuyo objetivo es llevar a Israel a los etíopes judíos. Causalmente porque el destino de un pueblo conducido por un proyecto o por un hombre, depende no sólo de las intenciones del líder sino de las marcas que se inventa cada cual para sobrevivir, a veces a costa de la muerte de ese padre. Padre imaginario, tal vez condición necesaria para que un pueblo pueda ir en busca de sus propias huellas. No es sin Él pero tampoco con Él. Esa caída es del orden de lo inevitable para que un sujeto o un pueblo puedan sustraerse de sus mandatos o ideales y construya los propios.

En esta operación de liberación, la acción transcurre en los campamentos africanos. Una madre que estaba en esos refugios, de religión cristiana, obliga a su hijo de tan sólo 9 años a embarcarse hacia Israel haciéndolo pasar por judío.

En el primer tramo del viaje a Israel, una “madre” judía etíope a quien se le había muerto su hijo en esta travesía, lo recoge y le inventa una genealogía, tal vez la de su propio hijo, para que en el momento de ser “interrogados”, humillados como seres humanos y tratados como delincuentes por el Departamento de Inmigraciones israelíes, puedan entrar a la “Tierra Prometida”.

 

 

“Va, vis et deviens

 

Vas, imaginario “vis, et deviens

 

Trabajaremos este primer enunciado del orden de lo imaginario, anda, y veamos cómo nuestro protagonista “anda por la vida”.

Esta madre africana muere y él queda solo en un país en el que no conoce nada. El concepto de la nada no está mejor aplicado. La película transmite el desamparo absoluto, la pérdida de todo referente conocido para un niño de esa edad: idioma, rostros conocidos, la vestimenta, la alimentación, la manera de comer, todo es orfandad y muerte, por lo tanto es necesario adaptarse lo más rápido que se pueda para sobrevivir. Es llevado a un campamento e inmediatamente adoptado por una familia francesa-sefardí que vive en Tel-Aviv.

Hay una imagen que acompaña al niño en muchos momentos, él la homologa a la aparición de su madre: la noche y la luz de la luna. Esa luna blanca que retorna en la mirada de ese niño, es un momento de apaciguamiento frente a tanto desvalimiento. El niño negro “anda” por la vida sin encontrar su rumbo.

El personaje, bautizado Schlomo, recibe buenos cuidados por esa familia, es mimado, alimentado, vestido y enviado al colegio donde aprende un nuevo idioma: el hebreo.

Es destacable, en la película, el marco institucional de atención y reparo frente a un niño que no puede aceptar ese destino: ser huérfano cuando no lo es, y ser judío cuando tampoco lo es. Se reúnen los directores, psicólogos, asistentes sociales de estas instituciones para evaluar qué hacer con un niño que “se escapa” y que además es notorio su desinterés por permanecer en Israel. A pesar de estas indisciplinas se lo entiende y se intenta acompañarlo. Las instituciones responden simbólicamente frente a la violencia de un niño. Responden con palabras y actos adecuados a la responsabilidad de las organizaciones de un Estado.

Él, nuestro niño es negro, nacido en Etiopía. Esa es hasta ahora, su verdad.

A pesar del buen trato, el niño no renuncia a sus marcas africanas: mirar y dialogar con su luna y descalzarse. En el colegio se oculta en los recreos y en la calle se quita las zapatillas y busca con desesperación el contacto con la tierra, dos elementos que seguramente, hasta ahora, lo conectan con Etiopía y su madre.

Schlomo aparenta adaptarse, pero no prueba bocado en la mesa de su “familia”, va a la sinagoga y cuando le preguntan quién es Dios, Jesús es pronunciado con total convicción por nuestro protagonista. Hasta que un día, observa imágenes en la televisión y en un noticiero israelí escucha que un religioso etiope, reza por todos los de su raza y también “por los que se quedaron en Etiopía”.

Hasta este momento hemos hecho un recorrido subjetivo del registro de lo imaginario de nuestro pequeño héroe.

 

 

Va, vis, simbólico...  et deviens

 

A partir de ahora, tomaremos escenas donde se despliega el registro simbólico: “viví”, en palabras de su madre, sentido que rompe con lo esperado, creando un nuevo sentido para el sujeto, conformándolo en sujeto del inconsciente, y por último el real, aquello incognoscible que se bordea intentando poner alguna palabra.

En esa frase escuchada por un rabino a través de una imagen televisiva, Schlomo encuentra una esperanza de encuentro con su madre. “Mi madre está en Etiopía y este sacerdote rezó por ella”. Esta frase lo lanza a la búsqueda de ese rabino africano judío.

Este es uno de los momentos decisivos de la película. Se produce el contacto con este personaje y Schlomo le implora que le escriba una carta a un campamento en Etiopía. Y en el dictado de esa carta dirigida a su madre él descubre una razón para vivir, y no sólo sobrevivir.

En la escena que continúa se lo ve a Schlomo sentado en la mesa y comiendo con el resto de la familia. Puede “incorporar” lo desconocido porque él ya tiene otro alimento: las letras dirigidas a su tierra-madre.

Esas cartas se suceden y él termina escribiéndoselas mientras que el sacerdote que había perdido a un hijo lo observa cariñosamente en cada encuentro. Este personaje querido por Schlomo ocupa el lugar del Nombre del Padre. Aquel que le permite acceder a su escritura, lo nombra y lo reconoce africano de Etiopía, y además hace corte con su historia “falsa” de hacerse pasar por un judío. Entre ellos hay una verdad medio dicha, no hacen falta todas las palabras para dar cuenta de sus marcas. Hasta que Schlomo le confiesa la verdad a su querido “padre”.

Freíd reconoce el papel significativo de la confesión. Ella produce una legitimación, el sólo hecho de que alguien que ocupa un lugar simbólico para un sujeto, el que lo reconoce como tal, pueda oír tal confesión, le hace sentir a este niño en particular que “eso” puede ser escuchado y no censurado. La confesión cumple la función, además, de incorporar a la vida normal ese retazo de su vida que se mantuvo hasta ese momento oculto, desechando la idea todo el tiempo por miedo a ser rechazado, repudiado.

El niño crece, descubre el amor y la cultura occidental al mismo tiempo que la guerra en los territorios ocupados árabes-israelíes. Es rechazado por el padre de la jovencita que lo odiaba por ser negro, Schlomo se juega nuevamente con sus letras. En una sinagoga donde estaba presente el padre de la niña, tres niños tenían que argumentar por qué Adán era blanco, leyendo el Talmud. Cuando es el turno de Schlomo comienza diciendo “lo primero fue el verbo”, no importa el color de piel de Adán, sino la posibilidad de hablar, de diferenciarse de los animales, el tener lenguaje es lo  que une al universo de los hombres. El joven emite un enunciado pleno: no sólo hay un verbo, sino también un sujeto, un nombre. Si queremos hablar de color, agrega nuestro pequeño héroe, el hombre es rojo, el color de la tierra. Es ovacionado por todos los concurrentes. Nuevamente apela a la palabra y a su acto y esto rompe con lo esperado por los demás.

Schlomo se constituye una y otra vez en un sujeto del inconsciente. Aquel que provoca una sorpresa rompiendo el sentido de lo esperado. El inconsciente conmueve, mueve los cimientos del discurso convencional y de palabra vacía.

Estaba cumpliendo con la frase de su madre: anda, viví, y aún le falta la última: ser.

A pesar de los lazos afectivos con su nueva familia, sobre todo con su abuelo adoptivo sefardí que le cuenta historias parecidas a los africanos, y estar enamorado de esa joven, Schlomo quiere encontrar un lugar en la vida. Un lugar digno, un lugar subjetivo. Decide estudiar medicina y lo hace en París. Pese a sentir que una flecha lo había atravesado, pese a la soledad que sentía en París, se recibe y regresa a Israel con su título.

Pero no cesa allí su búsqueda, se casa con la mujer de su vida y se enrola en Médicos de Mundo, un lugar en el mundo donde las fronteras no existen. Allí se puede ser, judío, israelí, francés, tunecino. Médico de Mundo es su nombre, él decide ser esa torre de Babel a través de la medicina.

Puede contarle a su mujer la verdad de su filiación y por eso decide ir en busca de su identidad, acompañado desde lejos por su mujer que nunca dejó de amarlo.

 

 

va, vis et...  deviens real

 

Llega a través de esta misión a los campos de refugiados africanos y en un momento encuentra, entre tanta gente, la mirada y un gesto típico de su madre, taparse una parte de su cara con el pañuelo que le cubre la cabeza. Simultáneamente recibe una llamada de su mujer comunicándole que ha sido padre. De hijo se pasa a ser padre y un hijo se abraza con su madre. Va acercándose a ella y cuando esto se produce se escucha, como saliendo de la pantalla, un gemido de dolor envolviendo el vacío de todo el cine, como un aullido irrepresentable, irreproducible. Es en una ráfaga de segundo el encuentro con la Cosa, el Das-ding, aquello que ex-siste al sujeto y al mismo tiempo lo consiste en la cadena de significantes.

Ese grito bordea ese vacío que, a pesar de ese encuentro furtivo, nunca se va a llenar.

No encuentro palabras para reproducir ese grito desgarrador de una madre que encuentra a un hijo en un abrazo desesperado y de despedida. “Encuentro” con lo real, aquello insoportable que es la vivencia de lo siniestro, de lo unheimlich.

A todas las madres que no están con sus hijos y no pueden abrazarlos porque las guerras e injusticias de los hombres se los han arrebatado, mi más sincero homenaje.

 

Mónica Santcovsky

 

monisanty@hotmail.com

 

 

 

 


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