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Sin contemplaciones. Sonríe: la heroína y la tv te aman. Acerca de Réquiem para un sueño

26/12/2013- Por Hugo Dvoskin - Realizar Consulta

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Desde la perspectiva de la psicología general, Marion, Harry y su madre podrían entrar en el amplio campo de las adicciones bajo modalidades diversas (…) Los problemas son distintos, las adicciones no son las mismas y la psicología general pretende ponerlas en un cuadro común: adictos, como si la conducta fuese lo determinante del cuadro. Puede formularse que los tres protagonistas atraviesan una crisis, incertidumbre, proyectos difusos, algunos padecimientos. Nos referimos a los sufrimientos que dan lugar a las adicciones y no los que, por las adicciones, se irán produciendo. Dicho así, los objetos, heroína o anfetaminas serán respuestas posibles al sufrimiento.

 

 

 

 

Ficha técnica y artística

Título original: Requiem for a dream

Dirección: Darren Aronofsky

País: Estados Unidos

Año: 2000

Duración: 102 min.

Género: Drama

Reparto: Ellen Burstyn, Jared Leto, Jennifer Connelly, Marlon Wayans, Christopher McDonald, Louise Lasser, Marcia Jean Kurtz, Janet Sarno, Suzanne Shepherd, Joanne Gordon, Charlotte Aronofsky, Mark Margolis, Michael Kaycheck, Chas Mastin, Ajay Naidu, Sean Gullette, Samia Shoaib, Peter Maloney, Abraham Abraham, Aliya Campbell, Denise Dowse, Bryan Chattoo, Eddie De Harp, Scott Franklin, Peter Cheyenne, Brian Costello, Abraham Aronofsky, James Chinlund, Olga Merediz, Allison Furman, Robert Dylan Cohen, Ben Shenkman, Keith David, Dylan Baker, Shaun O'Hagan, Leland Gantt, Bill Buell, Jimmie Ray Weeks, Gregg Bello, Henry Stram, Heather Litteer, Jenny Decker, Ami Goodheart, Nina Zavarin, Stanley Herman, Scott Bader, Jim Centofanti, Scott Chait, Daniel Clarin, Ben Cohen, Eric Cohen, Brett Feinstein, Ricky Fier, John Getz, Andrew Kessler, Ross Lombardo, Carter Mansbach, Scott Miller, Todd Miller, Joshua Pollack, Craig Rallo, Geordan Reisner, Keith Scandore, David Seltzer, Chris Varvaro, Ricardo Viñas, Chad Weiner, Jesse Weissberger, Greg Weissman, Hubert Selby Jr., Lianna Pai

Guión: Darren Aronofsky, Hubert Selby Jr.

Fotografía: Matthew Libatique

Música: Clint Mansell

Distribuidora: Laurenfilm

Productora: Artisan Entertainment, Industry Entertainment, Thousand Words, Bandeira Entertainment, Protozoa Pictures, Requiem for a Dream, Sibling Productions, Truth and Soul Pictures

 

 

 

 

Final

En el hospital, Harry completa el periplo de su sueño americano de hacerse millonario con el fraccionamiento de la heroína. La imagen del muñón a la altura del tríceps nos exime de otras reflexiones en cuanto al destino de este viaje. Ha sido amputado del brazo en el que se auto-inyectaba la jeringa. El sueño ha concluido en un hospital.

En su casa, con el cuerpo enrollado en posición fetal, Marion todavía puede seguir descendiendo a los infiernos. Su cuerpo ha sido sodomizado, se ha transformado en una prostituta de lujo que cobra con drogas que la empujan a una mayor adicción. Las drogas no han podido aún con su belleza pero sí con su rictus que ya es ajeno a toda sonrisa, con el gesto que ahora es de desesperación y con su expresión angustiante que con Harry, en Miami o internado, lejos, ya no tiene con quién compartir. Su sueño concluye en alguna forma sofisticada de prostíbulo.

Susan, con el cuerpo temblando, muchos kilos de menos, con un delirio que proviene de la explosiva mezcla de anfetaminas y televisión, ha entrado en el calvario del electroshock. Cuando sus amigas la vistan, en el cuerpo, en su pelo y en sus ojos se ven marcas indelebles. Su sueño ha concluido en una mezcla de confinamiento geriátrico y psiquiátrico, más lo segundo que lo primero, sin perspectivas de externación.

Tyrone, el socio de Harry, el muchacho afroamericano, es entregado de cuerpo entero al sistema carcelario porque él, aunque consume, no es adicto. Ha cometido el delito de ser un negro sin dinero. Pagará un alto precio su solidaridad con Harry -a quien se queda esperando en el hospital- y la delictiva conducta del médico que levanta sin motivo el secreto profesional y lo denuncia. Si los inmaculados “blancos” padecen las drogas tanto como los otros, los negros, además, pueden ser condenados por esa sola condición. Volveremos sobre este singular sujeto de la película porque interesa pensar a los adictos pero también pensar por qué alguien, en circunstancias similares, logra evitar la adicción. Su cuerpo no tiene marcas pero está entre rejas. Para los “negros”, en esta lectura, los finales del camino a veces son más sociológicos o antropológicos que psicológicos.

El final ha sido la obscena presencia del cuerpo: la baba, la mutilación, el culo de Marion para el goce de ese público millonario, los encierros diversos. Cada uno a su manera ya no dispone plenamente de su humanidad.

El recorrido ha concluido. El sueño se ha hecho pesadilla y nos anticipa la tragedia. El verano que comenzó con “proyectos” de aparición en la televisión, amoríos y complicidades, negocios de ropas y fraccionamiento de heroína, se ha transformado en el invierno al que se llega sin armas, sin caballos[1], sin abrigos y en la intemperie que representan algunas instituciones. Una renuncia al goce es lo que desde siempre pide el Otro que toma el formato de la entrega del deseo incestuoso y/o de una parte de cuerpo –valga la circuncisión como testimonio-.[2] El riesgo es qué, cómo, cuándo, hasta dónde ofrecerle a la ferocidad del Otro, a su hambre inagotable, para que el final no sea como este. Ni como el de Jesucristo o Abraham, a los que dios les pedirá todo lo valioso y si de valioso sólo cuentan con un hijo, la vida o el honor, el precio será o bien entregar a ese hijo, ser deshonrado incluso en su condición de padre como Abraham, o bien un suicidio sui generis como Jesucristo.

 

Psicología/objetos

Desde la perspectiva de la psicología general, Marion, Harry y su madre podrían entrar en el amplio campo de las adicciones bajo modalidades diversas y ser clasificados de acuerdo a la singularidad o la gravedad que cada una de esas drogas supone. Los problemas son distintos, las adicciones no son las mismas y la psicología general pretende ponerlas en un cuadro común: adictos, como si la conducta fuese lo determinante del cuadro. Es cierto que bien podría serlo en tanto problema en la clínica porque la consecuencia de la droga, pensada como “cura fracasada” de otras sintomatologías y otros padecimientos, suele pasar a ser el centro de la problemática, constituyéndose lo que habitualmente llamamos “la urgencia”. Efectivamente cuando hay una infección no se opera, que existiendo un flemón no se extrae una muela, y con algunas urgencias que han generado los químicos no es posible abrir un lugar a la escucha. Estas urgencias son colaterales, abren la cuestión del tiempo y quizás las preguntas por las terapias focalizadas. El tiempo empieza a jugar su partido. Frecuentemente nos encontramos con falta de recursos más allá de las fantasías de algunos psicólogos que creen que la psique es causa suficiente de las psicosomáticas y que conjuntamente se puede curar rápido lo que la psique ha realizado con precisión de escultor.

Puede formularse que los tres protagonistas atraviesan una crisis, incertidumbre, proyectos difusos, algunos padecimientos. Nos referimos a los sufrimientos que dan lugar a las adicciones y no los que, por las adicciones, se irán produciendo. Dicho así, los objetos, heroína o anfetaminas serán respuestas posibles al sufrimiento. De modo que estamos situando la adicción como defensa y no como causa de la cuestión. Las adicciones de esos sujetos resultan ser una provisoria solución malograda que agravará el conflicto. Evidentemente, una vez hecho el circuito la adicción será causa de nuevos sufrimientos, y quizás de nuevas adicciones.

El problema está en las soluciones que se proponen para resolver los problemas… “peor el remedio que la enfermedad”, se dice. En lugar del duelo por el marido, estará la tele que la lleva al vestido sobre el que habría que hacer el duelo. Y si a Susana no le entra el vestido, la anfetamina será el calzador. El duelo que fallidamente había derivado en la televisión, ahora, vía la tele, derivará en pastillas para adelgazar.

Son posibles diversas teorías sobre el motivo de los padeceres en estos sujetos en particular: la falta de afecto, la búsqueda de éxito, o el azar de haberse cruzado con lo indebido en el momento preciso. Debemos poder situar qué es lo que los lleva pero también qué es lo que han encontrado ahí que les impedirá salir cuando el sufrimiento que las drogas genere sea incluso mayor que el sufrimiento del que los ha liberado. Trataremos de ir más allá de la exigencia biológica que produce la sustancia, como es el caso de la heroína que tendrá su propia dinámica. Son cuestiones clínicas que provienen del propio objeto y ya no del consumidor. Por ejemplo su salida, en todos los casos y sin excepción, no es sin un severísimo síndrome de abstinencia. El cuerpo la pide como también sucede con el cigarrillo y con el alcohol aunque lo que el sujeto padezca en la abstinencia no sea del mismo tenor. Desesperación e imposibilidad con la heroína, ansiedad y “ataques de pánico” con el cigarrillo y el alcohol. No sucede con otros estupefacientes como el éxtasis o la marihuana. Estas referencias hacen al objeto no al sujeto. Dado el efecto en el cuerpo no es solamente que el sujeto no puede dejarlos sino que, como hemos dicho, hay algo en el objeto que no permite que sea dejado. Devolvamos esta cuestión al discurso de la medicina y la química biológica pero no sin saber de su existencia. Fijemos, de todos modos, nuestra posición, si se quiere ideológica, frente a la cuestión: si el objeto en sí tiene factores seriamente adictivos, científicamente probados, se requerirá indispensablemente control o prohibición estatal.

Hemos hecho, entonces, una primera división entre los sujetos adictos que se drogan y el catálogo de los objetos que son instrumentados para las adicciones. Los objetos, además, tienen su valoración social: existe el cigarrillo, la cocaína, el café, el alcohol, la coca cola, la cocaína o el chocolate. Más allá de los objetos, en todos los casos habrá una posición adictiva si el sujeto no pude evitar abstenerse o detenerse. La adicción determina que cuando cualquiera de esas dos situaciones se produce, irrumpe la presencia de la compulsión y/o la angustia… un par que se las trae cuando quedan por fuera del campo del control y de la voluntad cotidiana del sujeto.

Supuestamente los objetos adictivos están por fuera del ideal del yo. Algunos se filtran con comodidad como los medicamentos permitidos. La tecnología hace borde y convoca a la mirada del Otro cuando los niños no pueden abstenerse de la computadora y los adultos no se imaginan un instante sin el celular. Otros, que hacen a los ideales sociales mismos, el deporte, el trabajo, el estudio o la lectura, preocupan cuando los sujetos no atienden otros ideales supuestamente superiores… no participa de la fiestas o no gusta de los entretenimientos del conjunto. Si el objeto no trae efectos colaterales evidentes… no se lo considera droga, ya sea el mate, el café, la compra de autos, ropa o un buen electrónico. Cada uno podría pensar cuáles son sus adicciones y habrá sorpresas en cuanto a los objetos y en cuanto a las razones que se invocan para consumirlos. Seguramente el lector también las tenga aunque no las nomine de ese modo. No se trata de desear mucho o estar muy interesado en un objeto sino de situar qué es un objeto (el adictivo) cuya falta presentifica la angustia.

Un conocido adicto -dentro de la definición que hemos dado supra con relación a la imposibilidad de abstenerse, detenerse y/o, agregamos, requerirla para sus tareas cotidianas- sería Popeye con la espinaca. Su adicción quedó siempre encubierta justamente porque el objeto no es degradado socialmente y no trae daños colaterales para él o para otros pero, en cuanto al requerimiento que el sujeto tiene para resolver sus dificultades, no presenta diferencias con otras drogas. El bienestar de nuestro querido marinero depende del consumo de una sustancia que lo modifica, lo pone rígido, aumenta sus aptitudes viriles, le otorga la valentía que no tiene o lo saca de la cobardía en la que vive, lo entusiasma. Lo desinhibe también en otros aspectos, se pone a cantar y es romántico, se asemeja parcialmente al efecto de la cocaína. Popeye, a no dudarlo, era un espinacomaníaco, de libro. Lo hace sentir fuerte, le permite hacer su trabajo, se siente con la autoestima sumamente elevada y encara sin dificultad a su objeto de amor. No sólo se desinhibe sino que se sobrevalora. Podríamos decir más vulgarmente que resuelve lo amoroso gracias a las drogas, que abre la lata de espinaca y se da. Adicto como Susan a la TV que cree la va llevará por el camino del triunfo de la reivindicación de lo perdido. Las drogas funcionan como una reivindicación, cuando no una revancha, del pasado que ya no es.

La publicidad se sostiene en crear, en ficcionar, una posible relación entre una sustancia y llevar adelante sus objetivos o compensar viejas derrotas.

 

El objeto de cada quien

Susan Goldfarb

Deberíamos acordar cuál es el objeto al que cada uno de los personajes es adicto. Decíamos que es habitual confundir el mal remedio a la adicción, con la adicción. A saber, la segunda adicción, la mala cura provisoria, con otro objeto que lo antecede y sitúa ya, en tiempos anteriores, el fracasado modo de tramitar lo perdido. Si fenoménicamente Susan terminará siendo adicta a las pastillas, léase a las anfetaminas, a nuestro criterio Susan es adicta sustancialmente a la televisión. Esto se debe a que es la televisión la que le provee, o ella cree le podría proveer, ese mundo que ella ha perdido, que lamenta y por el cual no encuentra el modo de hacer el duelo. Podríamos ubicarlo en ese tiempo en que su marido vivía, que a su hijo le daban el título de graduación y que su silueta admitía el vestido rojo. Que el final delirante presente exactamente esa escena es porque, con precisión, el director indica qué es lo que no ha duelado, y cuál es el punto exacto en la línea temporal en el que la vida de Susan se ha detenido. Aún más. Desde el momento en que le proponen ir al programa de televisión entra en una fase maníaca –como se intuye en su ida a la peluquería- que se desencadena fundamentalmente al ganar (¿recuperar?) prestigio entre su grupo de pares. Su silla se desplaza hacia el centro. Deja de estar ubicada en los bordes para estar en el medio. Sus amigas la siguen. Su grupo -que es lo que constituye su familia actual-, comienza a darle ese lugar que ella ha perdido con la muerte de su marido y con la ida de su hijo. Vuelve a ser reconocida. Vuelve a ser necesaria. Su camino azarosamente se cruza con las anfetaminas que no eran condición necesaria de un tratamiento para adelgazar. El cuerpo médico la induce a esta segunda adicción que abusa de su disposición a todo en busca de su objetivo, de alcanzar el éxito, de “ponerse el vestido rojo” que la hará “parecer más joven” y que se anuda con cuidar, mejorar, y prestigiar el lugar que la tele le ha prometido y que se ha armado entre las amigas. Las anfetaminas le jugarán una mala pasada, bajará de peso, no tendrá dónde mostrarlo porque de la tele no la invitan, su hijo verá el bruxismo de sus dientes y las amigas verán su caída. Ella, además, lo pagará con ansiedad y alucinaciones.

Podríamos haber propuesto un cruzamiento con la cuestión “madres”, eje central de la primera parte de este libro. Sin embargo, vemos que no es en su suposición de madre de donde devienen sus dificultades y sus adicciones. Podría decirse que Susan no es adicta al hijo. Acepta perderlo sin hacer comentarios groseros o desagradables. Lo extraña, lo quiere, pero no depende subjetivamente de él. Le gustaría verlo más, pero no se angustia. En todo caso, lo lamenta, está triste... pero no se acongoja frente a su ausencia o en el momento en que él se va. Más bien espera que encuentre una pareja que lo satisfaga y lo acompañe. Le angustia no ser necesaria pero no supone ser la adecuada para estar con él. Es cierto que Susana está pasando por un período en el que carece del amor “fluido” de los cercanos que supo tener. Encuentra en la tele o, quizás habría que decir en el programa particular que ella ve, un sustituto de sus objetos perdidos bajo la forma de una “militancia”. Hace masa con los que ven y participan; ella querría ser, al menos, una de las que asiste para gritar y aplaudir. Que la adicción sea al programa y no a la televisión quizás agrava la cuestión porque no se puede establecer ninguna diferencia entre los programas que son siempre iguales. Quienes lo ven son un supuesto grupo de fanáticos -“adictos”-, siempre girando alrededor del mismo objeto vinculado a la comida, un goce casi idiota, sin singularidades, siempre repetido que reemplaza las rutinas que ya no tiene. El programa también propone el burdo éxito de ser elegido para participar del mismo: estar en el concurso, ganar el juice, ganar dinero, to be a winner. Las drogas vienen a satisfacer la demanda triunfalista que proviene del ideal. Así pensada, la droga es un modo de evitar el stress que el ideal produce.

Que el programa sea sobre alimentos, la adicción se deslice a adelgazar y la heladera termine “caminando” hacia ella como si se la fuera a comer, son referencias al objeto oral, a la imposibilidad de no responder con inmediatez al llamado del Otro. El programa le resolverá todas sus insatisfacciones. El objeto al que ella todo le pide, ahora le empieza a pedir a  ella. Ya no es necesario ir a verlo porque el objeto, en sus alucinaciones, va hacia ella… para ser querida como quiere ser querida, para conseguir ese lugar en la existencia, para existir, aunque es justamente eso lo que termina por perder.

 

Tyrone

Candidato a ascensos rápidos por cumplir con la doble condición de ser honesto en el desleal mercado de las drogas y no ser un adicto, padece, a su vez, una doble situación: la interna de la mafia y estar en un auto en el que hay demasiados afroamericanos juntos. Capaz de probar la heroína para conocer y disfrutar de la pureza, se mantiene suficientemente sobrio como para que el consumo no afecte el negocio. No se encuentra en el hundimiento afectivo de Susan y Marion, ni tiene expectativas absolutas de la droga como Harry. Las marcas de la infancia, aunque duelen, han quedado relativamente en el rincón de los recuerdos. Tiene una linda relación con su pareja: disfruta del sexo pero no pretende hacer de dos uno, ni su pareja quiere absorberlo todo para ella. También tiene una familia que lo ayuda en su negocio proveyéndole la mercadería que requiere para la venta. Lo reconocen y lo ascienden en la “pyme” que están armando alrededor de la cocaína. No son los Corleone. Hay menos intimidad pero no menos respeto. Que al público y a los lectores no nos convenza o no nos guste el negocio en el que se encuentra involucrado, la venta de estupefacientes, no hace a la trama subjetiva del sujeto. Tiene familiares, pareja, tiene en Harry un buen amigo con quien se quiere, se respeta y se guarda lealtad. Se confían mucho y la plata la tienen en el mismo placard. El negocio tampoco tiene la pretensión de brindarle absolutamente todo ni de ser para siempre. Es por ahora y ya se verá qué traen los tiempos futuros. Es bastante más de lo que tienen muchos.

Pero la vida, que es dura para todos en algún sentido, ya sea porque siempre resulta breve o porque cada uno tendrá que vérselas con sus angustias y sus soledades, es aun más dura con las minorías sobre las que cae el prejuicio y los infinitos modos del racismo de los poderosos. No será por adicto que Tyrone irá preso, porque no lo es. No será por vender drogas, porque no lo está haciendo cuando lo detienen y además por ese motivo ya ha estado preso y ha salido. Lo detendrán por una denuncia infundada del médico, por su condición de sospechoso por el color de su piel, por ser solidario con su amigo Harry a quien se queda esperando en el hospital mientras lo amputan y queda libre. Si la droga no tiene contemplaciones con los adictos, la sociedad no tiene contemplaciones con las minorías que elige para dejar segregadas.

 

Marion y Harry

Marion tiene una pareja con la que se lleva bien. Se divierten. Son cómplices en algunas travesuras. Apenas la incomodidad de algunos encuentros con un psicólogo, que la pretende como mujer, fuera del ámbito del consultorio para poder obtener dinero de los padres. Con ninguna disposición a conseguir dinero por otras vías para mantenerse, sólo aspira a estar con Harry. La primera señal de alarma la tenemos cuando le responde, justamente a Harry, que no quiere poner un negocio que la liberaría de los padres y de esos extraños y desagradables encuentros en los restaurantes con el psicólogo, porque tendría menos tiempo para estar con él. La segunda, cuando, para estar más con él, empieza aceptar sus convites a drogarse como modo de estar juntos. La tercera, en lo que hemos llamado su camino a los infiernos, cuando por dinero acepta ir a la cama con el psicólogo para obtener dinero y comienza el vía crucis de la prostitución. Finalmente, por ausencia, cuando a lo largo de la película no es posible encontrar en ella ningún interés, ningún amigo o amiga, por fuera del mundo que le puede ir ofreciendo Harry. Si la vida consiste en no hacer nada que pueda implicar estar menos con Harry; si es en Harry donde supone encontrar todo; si la ausencia de su pareja, aun cuando no suponga falta de amor, le genera angustia es posiblemente porque Harry mismo se ha convertido para ella en el objeto del que depende, el objeto al que se ha hecho adicta. Marion busca y mal encuentra la completud en el objeto Harry, el que le debería cubrir todas las falencias. Es que occidente ofrece la vida amorosa como vía complementaria o suplementaria para resolver el agujero estructural de cada quien. El vacío se ha mal llenado y se genera una fijación al objeto que funciona para evitar, justamente, el horror al vacío.

En algún sentido, Marion cree que realmente se puede vivir del amor, ese amor del que se queja no haber tenido en sus padres. Marion pasa de sus problemas con los padres a la dependencia extrema con Harry, apenas una escala al infierno de la heroína que organiza el cuadro psicopatológico y le desorganizará la vida. En la certeza de que Harry es “su objeto”, lo acompaña con las drogas. Si en un comienzo las drogas son un modo de estar con Harry, en algún momento Harry se convertirá en el modo más accesible para conseguir drogas. Cuando Harry ya no pueda, cuando su propio brazo haya quedado en el camino, Marion recurrirá a vender su cuerpo para obtenerlas. Nuevamente, el objeto con el que terminará encontrándose, la heroína, es el que empieza a tener el comando de la situación porque, como se ha dicho, la heroína tiene juego propio más allá de la tendencia a la dependencia que muestra la protagonista.

Que él no haya sentido seguridad del amor de ella no tiene relación con que ella no se la haya ofrecido. En el cruce con la droga que él le ofrece, paradójicamente él deja de ser todo para ella y pasa a ser el que tiene que conseguírsela. Es lo que Harry ofrece en un comienzo para suplementar lo que no se siente en condiciones de satisfacer en ella. Quizás se trata de las exigencias amorosas de Marion. Harry no puede ser un objeto tiempo completo y ofrece la droga para, estando “Entre nosotros”, tener tiempo para conseguir drogas y dinero. Él ya tiene su pequeña adicción, aunque en un principio parece manejarla. “Ya que no puedo estar todo el tiempo con vos, te ofrezco un objeto que nos una y me permita estar un poco afuera”. Para Marion, ese objeto hará aumentar la dependencia con Harry porque es él quien lo provee. Si Harry es el objeto de Marion, quizás él le proponga las drogas para no serlo tanto.

Harry no espera todo de Marion. Lo espera de la heroína: el goce, el marco amoroso, el amigo, el negocio que lo hará millonario y le permitirá comprar la tele para su madre. También le proveerá mayores conocimientos que a los propios médicos porque conoce el tema desde adentro (“yo sé bastante”, dice), con lo cual tiene su lógica que se atribuya un trabajo de relevancia en una empresa multinacional. Aun drogándose para probar su índice de pureza, será la droga la que lo va a sacar de la droga. No entra como variable que falle… no considera su encuentro con la ley como posibilidad. Como en Submarino,[3] la propia casa es el aguantadero, el lugar donde guardan la droga y el dinero. No hay dinero separado para pagarse el penalista porque no hay abogado y ni siquiera la posibilidad de tener problemas legales siendo que ejerce un negocio ilegal. No hay un fuera de ese todo, no hay fisuras, salvo las dificultades para convencer a Marion de poner un negocio de ropa con el dinero obtenido. “Contigo, pan y negocio”, propone Harry, pero el problema es que el negocio -lo que vale por la cebolla del refrán original- coincide demasiado con el contigo. Si “donde se come no se caga”, la relación de goce, negocio y dinero, si bien no es imposible, es delicada y precaria.

La heroína parece tener el poder de resolverlo todo sin presentar fisuras: trabajo, vida social, vida amorosa, actividad y dinero. Se adecúa a la exigencia de tener éxito en forma vertiginosa. Si la consecuencia es que Harry se destruye, de ningún modo esto supone que esa sea su intención, es sólo un resultado llamativamente inesperado. No se hacen los cálculos. Harry quiere vivir bien y fácil. No quiere perder el cuerpo ni que se lo amputen. Sus dificultades para administrar la vida no suponen que quiera perderla. Tampoco Susan quiere morirse sino vivir la intensidad de tiempos pasados. Eso para ella fue la vida y quiere volver a tenerla, recuperarla. Así también Marion, que quiere estar todo el tiempo con Harry, a full, con intensidad, con la adrenalina que suponen el amor y las drogas, y no acepta ninguna negociación con esa exigencia de placer.

No pueden hacer los duelos y afrontar las limitaciones de la existencia. Aunque se destruyen, no quieren destruirse. Domina la omnipotencia y la pedantería, no las formas incomprobables de tendencias autodestructivas que se hacen con lecturas psicologisistas y con el diario del lunes. Será la vida, la ley, el cuerpo y el dinero los que le pondrán a Marion, a Susan y a Harry los límites que ellos no aceptan.

 

 

Adicciones                                          Límites

1.-Harry quiere todo de la heroína           No hay objeto que lo sea todo

2.-Susan quiere volver al pasado            El pasado es imposible

3.-Marion lo quiere todo de Harry            El amor no todo lo puede

“Todo” es posible                           “No todo” es posible

 

Para concluir, digamos que las adicciones hacen de la contingencia de objeto que surge conceptualmente de la teoría, un pegoteo inseparable en la vida cotidiana. Cabe situar entonces la posible infinitización del objeto como inverso del objeto que pretende satisfacer lo infinito. Y aunque no es posible  que el objeto sea la vida toda, no es impensable que lo sea para toda la vida en la medida en que el mismo objeto soporte lecturas diversas.

 



[1] Referencia a la frase de Ricardo III: “Mi reino por un caballo”, en “Ricardo III” de W. S., O.C., Aguilar, p. 804.

[2] Dvoskin, H. De la obsesión al deseo, “La circuncisión. Sobre una frase del Seminario de la angustia”. Letra Viva, p. 125.

[3] Film sueco y nueva promesa de un próximo libro. 


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