Están entre nosotros (Shutter)

09/01/2007- Por Gabriel Ponti - Realizar Consulta

Imprimir Imprimir    Tamaño texto:

El sabor que deja la película es todo lo contrario a lo que se espera del género. Casi podría establecerse la regla de que donde el lego ve una película de espíritus terroríficos que reclaman venganza, el espectador analítico verá el fantasma de un maestro francés.

 

Ficha técnica y artística
TITULO: Están entre nosotros
TITULO ORIGINAL: Shutter
GENERO: Terror
DIRECCION: Banjong Pisanthanakun, Parkpoom Wongpoom
GUION: Banjong Pisanthanakun, Sopon Sukdapisit, Parkpoom Wongpoom
INTERPRETES: Ananda Everingham, Natthaweeranuch Thongmee, Achita Sikamana, Unnop Chanpaibool
FOTOGRAFIA: Niramon Ross
MUSICA: Chartchai Pongprapapan
MONTAJE: Manop Boonwipat, Lee Chatametikool
ORIGEN: Tailandia (2004)
IDIOMA: Thaí
DURACION: 97 minutos
CALIFICACION: Apta para mayores de 16 años
WEB: http://www.mangafilms.es/shutter/
DISTRIBUIDORA: Alfa
TRAILER: no disponible
FECHA DE ESTRENO EN BUENOS AIRES: 30 de noviembre del 2006

En oriente el cine moderno sigue dejando vistazos de sus profundas implicaciones psicofilosóficas. El sabor que deja la película es todo lo contrario a lo que se espera del género. Casi podría establecerse la regla de que donde el lego ve una película de espíritus terroríficos que reclaman venganza, el espectador analítico verá el fantasma de un maestro francés.
La historia nos vuelve a plantear que la represión es solo una defensa necesaria pero que precaria, que es imposible evitar el afloramiento de lo real. Las manijas de las puertas de nuestros profundos secretos siempre serán forzadas. La repetición del sufrimiento, ese masoquismo primordial, nos da cuenta de que el goce es omnipresente.
Shutter nos revela imágenes de otros que espejan lo inevitable, traumático, el vacío y la falta de los que se han ido y solo aparentemente regresan en el amor y en la psicosis. Principalmente, nos plantea que todo está captado en la mirada del Otro.
El personaje central, con sus dolores de cuello y otros inauditos síntomas, nos recuerda esa instancia tan importante para el psicoanálisis, organizadora de fantasmas, el superyo. Estructura representativa de la moral, que reclama el pago de viejas deudas a través de “un dolor que se tiene hace bastante, pero que ha empeorado recientemente”. No es casual que ante el comienzo del tratamiento, dicho personaje, lo interrumpe escuchando esas mal-ditas palabras: “bastardo mentiroso”. Recordándonos que el goce no está fuera del campo del lenguaje, de lo simbólico, y que el superyo es precisamente una ley que se articula apuntando al goce, haciendo de este un imperativo, siempre al acecho susurrándonos por la espalda palabras al oído. Por eso es imposible mentir, ya que puede hacerse a otros, pero nunca al inmortal Otro.
El peligro de tener un pasado a cuestas en los hombros, es que puede “paralizarnos, enceguecernos y llevarnos lentamente hacia el abismo”. Uno pudo haber acabado con el pasado, pero el pasado no ha acabado con nosotros.
Las apariciones fantasmáticas son retratos y gritos de un ayer insilenciable, que no se escapa con el viento y que está presente envolviendo nuestras vidas, reclamando el pago de asuntos pendientes, ya que son lo único que no nos abandona, que siempre tiene la con-pulsión a repetirse, a volver al mismo lugar (a diferencia del deseo el goce tiene esa tendencia). Podemos intentar escapar yendo a “toda velocidad hacia delante”, pero el inconciente es precisamente lo que viene del futuro.
Los amigos que se van son los testigos que nos dicen que no podemos olvidar nuestra historia, puestas de sol que nos dejan perdidos, porque quedan impregnadas cicatrices psíquicas en nuestra relación con los objetos y con los otros.
El sujeto no conoce la verdad, no está cerca de lo real porque ha sido escindido por las palabras, barrado por los significantes, mediatizado por lo simbólico. No sabe porque la verdad es traumática, es un saber que no es y no puede ser sabido.
Somos iluminados por la beática luz reveladora del abandono y de nuestras demandas de amor, castigándonos con la horrible realidad: nada desaparece y “no podemos regresar en el tiempo a revertir nuestros errores”.
Precisamente, uno de los personajes, por su actitud ante la muerte, nos advierte que negamos la realidad, vemos lo que queremos ver, viviendo en un mundo imaginario. En su sonrisa negadora encontramos una defensa ante lo real, lo traumático e inefable de la falta.
Pero, de maneras muy interesantes, la película nos hace revivir el objetivo del análisis: aceptar la castración. Debemos vivir desde la incompletud, como los grandes sabios orientales y franceses nos han enseñado. Debemos adaptarnos al cambio, a la fluidez y espontaneidad de la vida, al malestar que nos produce la cultura y a la infelicidad de la vida cotidiana.  Para eso debemos “enterrar a nuestras muertos” (o mas bien cremarlos), para que no solo ellos puedan descansar, sino para que nosotros tengamos esa posibilidad tan anhelada: la imposible paz de un sujeto constituido por el conflicto y nacido del caos disipativo. Por eso es que debemos llorarlos apropiadamente, estableciendo un duelo con la vida y una reconciliación con el infatigable destino de regresar a lo inorgánico.
Como en la película argentina Moeibus, la lección que nos deja esta joya del nuevo cine oriental, es que “ni los hombres ni el tiempo desaparecen sin dejar huellas, quedan fijados en nuestras almas”. Para lo cual agregaría: quedan fijados en nuestro deseo...
La conclusión a la que llegamos con el film es que, todo está captado en la mirada del Otro. El invento humano del amor es el máximo problema del ser, pero, a su vez, su única redención.


© elSigma.com - Todos los derechos reservados


Recibí los newsletters de elSigma

Completá este formulario

Actividades Destacadas


Del mismo autor

» Psicoanálisis vs ¿...?
» Conocer la muerte

Búsquedas relacionadas

» Lacan
» cine de terror
» cine oriental
» psicoanálisis moderno