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Acerca de la supervisión y la práctica del control. El establecimiento de una lectura

15/06/2004- Por Omar Daniel Fernández - Realizar Consulta

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Como el discurso propio de este dispositivo no es el discurso Amo, ni el Universitario, ni el Histérico, y habíamos dicho que tampoco es el discurso Analítico en términos de que si bien es transferencial, no lo es en términos del S.s.S., por lo tanto el pedido de supervisión no configura jamás una “demanda de Supervisión”, en todo caso, la demanda que se instituye, es una “demanda de separación” para poder seguir ocupando el lugar de objeto transferencial.

       “Si hay interés en devolver los prestigios de la palabra a la palabra, habrá que medir ésta por la consistencia que tiene en el discurso que la incluye. Lo que significa simplemente rescatar esa lealtad que engendra la lectura. Y  una lectura no es nunca un asentimiento o rechazo. En este sentido propongo aquí una lectura de la práctica de la supervisión ordenada por esta pregunta: ¿Por qué se supervisa?”.[1] 

  Si la supervisión constituyera una exigencia “de control” de la clínica, entonces tendríamos que preguntarnos no sólo ¿por qué se supervisa sino también para qué se supervisa y hacia dónde esta práctica nos dirige? Esta interrogación nos plantea además el problema de la predicción en psicoanálisis.

     Parafraseando a Jinkis podríamos preguntarnos: ¿La supervisión constituye una forma instituida de la captura del deseo, es decir, de la supresión de la disposición a supervisar y así enterrar la pregunta por los fundamentos de esa práctica para restringirse a la eficacia?¿Está orientada a la demanda del Otro?

      Jacques Lacan nos ilustra su posición al respecto, en la clase del 18/11/75 del Sem. XXIII, dice: “Sucede que me doy el lujo de controlar -como se llama a eso- a un cierto número de personas que se han autorizado ellas mismas, según mi fórmula, para ser analistas. Hay dos etapas: hay una etapa en la que son como el rinoceronte: ellos hacen más o menos cualquier cosa y yo los apruebo siempre. En efecto, siempre tienen razón. La segunda etapa consiste en jugar con este equívoco que podría liberar del sínthoma, pues es únicamente por el equivoco que la interpretación opera. Es preciso que haya algo en el significante que resuene.”

     La interpretación de esta cita lacaneana, dio lugar a varios equívocos: Por un lado desestima el significante “supervisión”, –por lo que todos conocemos referido a lo escópico y al Super Yo-, a favor del significante –poco feliz por cierto-, “control”, luego de verificar que éste tampoco resulta adecuado se le antepone el significante “análisis” conformando el significante compuesto “análisis de control”, como si se tratara de una suerte de análisis y así aumentó el desconcierto, situando la constitución del dispositivo en tanto surja una “demanda” de “análisis de control” para no utilizar el execrable significante “supervisión”. Se definen así en el dispositivo dos lugares; el lugar del “analista que controla” y el lugar del “analista del control” -así se enuncia, porque decir “controlante” y “controlador” respectivamente desenmascara aquello que se pretende ocultar-, como se retiró el matiz escópico de la “supervisión” ya aquí no se puede ver el tono superyoico del control tal como fue heredado de Lacan quién abiertamente en su Seminario refiere: Sucede que me doy el lujo de controlar –como se llama a eso, -nótese el matiz despectivo que emplea el maître cuando se refiere al dispositivo como “eso”-, a cierto número de personas que se han autorizado ellas mismas, según mi fórmula, para ser analistas (si tomamos en serio “su fórmula”, -se trata de que hay una fórmula que tematiza el advenimiento del “ser analista”, entonces es su fórmula y no la transferencia lo que determina la constitución del lugar del analista como objeto (a)-, además si seguimos la fórmula lacaneana, Lacan debiera haber dicho: “que se han autorizado de ellas mismas y de algunos otros” y no como el dice aquí: “se han autorizado ellas mismas”, por último, parece que para Lacan se autorizan personas y no analistas, esto constituye un verdadero problema porque no es la persona la que se autoriza a ser analista sino que es el analista que al autorizarse de sí mismo y de algunos otros, se autoriza a quebrar o disolver el deseo subjetivo  en los distintos planos para poder sostenerse como objeto (a), en la transferencia analítica. Es así, que por medio de la operación o trabajo analítico, el atravesamiento del fantasma implica, el viraje de la posición de goce ($<>a/-φ) a la posición de ser causado  por el objeto (a): a$, para el analizante quedando el analista en el lugar del objeto (a) como agente.

     Luego al referirse a la temporalidad, Lacan insiste con su omnipotencia superyoica (herencia practicada por muchos lacaneanos): Hay dos etapas: hay una etapa en la que son como el rinoceronte: ellos hacen más o menos cualquier cosa y yo los apruebo siempre”, -como señalaremos más adelante siguiendo a Carlos Faig-, no se trata de ser aprobado en la supervisión de un maestro, este dispositivo, no es un seminario, menos aún una enseñanza universitaria. Y en el segundo tiempo, para Lacan se trata de lo siguiente:La segunda etapa consiste en jugar con este equívoco que podría liberar del sínthoma, pues es únicamente por el equivoco que la interpretación opera. Es preciso que haya algo en el significante que resuene.” Se trata para el maestro, de analizar al “analista que controla” luego de haberlo aprobado (discurso Universitario) Nuevamente vemos el terrible equívoco confundiendo este dispositivo con otro de aprendizaje y análisis.

     Es cierto que es “preciso que haya algo en el significante que resuene”, pero el problema reside en qué estatuto darle en este dispositivo en tanto configura un discurso particular diferente al de la enseñanza, ateneo, análisis, etc.

     Además de situar el problema transferencial y el deseo en el dispositivo, -temas que se confundieron con el del análisis o el de la enseñanza-, veremos más adelante que no se trata de ninguno de estos.

 

 


La supervisión es necesaria: no cesa de escribirse

 

     La práctica del control se diferencia de la supervisión en el hecho fenoménico descriptivo en el cual el “analizante-supervisante” lleva “su caso” al “analista-supervisor”. ¿Es posible separar ambos discursos?¿Cómo debe leerse ahí la demanda de supervisar? ¿El control es del analizante-supervisante?, Entonces, ¿El “deseo del analista”, dónde queda ubicado? El analizante-supervisante queda controlado al controlarse. Si surge en un análisis no es para otra cosa más que para alimentar a la resistencia del analista –del deseo del analista en ambos sentidos-, esperando una interpretación que no encuentra.

      La supervisión realiza lo que no pudo ser escuchado en un pedido de control.

      “Esa connivencia del analista con el “tema” adquiere con frecuencia la forma de un acatamiento silencioso. Entre la percepción y la motricidad, las cadenas de pensamiento tendrían la función de inhibir la descarga. Son precisamente las que faltan... y se realizan en la supervisión. Esta realización de lo que falta es lo que define a la supervisión como acting, y a contramano del movimiento del análisis que es simbolizar lo real”[2].

     “En la inhibición como acting no hay represión. Llamo represión a esa fijación del deseo a una configuración imaginaria. La represión significa que no se puede dejar de hacer lo que no se quiere saber que se desea. La inhibición se presenta como una voluntad de poder, pero no hay quiasmo posible: no se puede dejar de saber lo que se quiere y no se hace. Mientras que en el acting no se puede dejar de hacer lo que se quiere... desear.”[3]

     “Estamos acostumbrados a pensar lo imaginario como efecto de la eficacia simbólica, y a reconocer una eficacia propia de lo imaginario. Pero si no toda determinación es estructural (y este principio es condición para no subordinar el discurso psicoanalítico al modelo lingüístico), habrá que atender a las fuentes imaginarias de lo simbólico.

    Se hace posible afirmar una diferencia y una equivalencia: a) Cuando se caracteriza al acting como respuesta, se alude a las condiciones de su producción; cuando se lo piensa como llamado a la interpretación, se designa la significación de la que carece. En el acting, aunque hallemos interpretaciones del relato que el sujeto hace o interpretaciones analógicas o como defensa (ataque al tratamiento, al encuadre, al dispositivo, etc.), no hay sentido para el sujeto.  Es ininterpretable. b) En cambio, cuando se encuentra una respuesta en una práctica institucionalizada, conforme a la ley moral, y especialmente si a su vez es conforme a la ley de la mayoría, entonces no hay equívoco posible, todos sabemos de qué se trata y esta univocidad del sentido es estrictamente equivalente al no-sentido del acting: no hay sujeto. O habría que llamar sujeto a la carne del sentido”[4].

     “Un analista pide control cuando descubre que la subjetividad está interesada por su destitución radical, o inversamente, cuando teme encarnar el sentido. La transmisión del psicoanálisis rompe las amarras del sujeto a la tradición psicoanalítica y la supervisión es una de las vías por las que se restituyen, pagando una inclusión y apaciguando una exclusión.

     Es la angustia ante la sorpresa lo que reclama control.” [5]

     Cuando un analista desea hablar de un paciente si supone un saber al supervisor, éste es de orden imaginario y por lo tanto intersubjetivo ya que no podrá suponerle ningún saber sobre el paciente, y por esto mismo lo que no sabía no puede “recibirlo” pues es  precisamente lo que (se) des-cubre hablándole al supervisor. Por lo tanto interrogarse acerca de la causa del deseo de hablar  respecto de un paciente debe encontrarse en el plano transferencial, es decir, en el plano mismo del objeto que opera como causa de un decir pero en términos de evacuación de un saber y no de la consistencia del mismo ya que esta causa se origina en el desser del S.s.S.. Esta causa surge como consecuencia de la evacuación misma de la ausencia de representación y no del intento de representar la ausencia de representación. Por esto mismo podemos acordar con Jorge Jinkis que “la supervisión no es docencia, pero es aprendizaje” en términos de lo que el psicoanálisis nos enseña, por lo tanto no puede establecer de ninguna manera una relación de conocimiento/desconocimiento, no es discurso Universitario. Un analista se encuentra con otro analista supervisor, no con su teoría, para seguir ocupando su lugar de determinación transferencial en tanto objeto, (aquí no hay diferencia entre objeto y semblante, ver Carlos Faig “Sobre el semblante”Pág. 129, en “El Saber Supuesto”) no constituye por lo tanto en el discurso Analítico sino que plantea más bien la experiencia del afuera, se puede entender en este sentido el término acting-out que plantea Jorge Jinkis.    

     “La supervisión como acting-out del análisis -debemos leer aquí el doble sentido del genitivo que se enuncia en Jorge Jinkis-, plantea la cuestión difícil de lo que todo análisis exige como fuera de análisis.

     “Sobre la eficacia del  “afuera” nadie parece dudar, y su incidencia sobre el análisis siempre se la caracteriza como obstáculo. Pero aquí hablo de la inclusión de ese “afuera” en la eficacia analítica. No hay análisis que no tenga un “afuera” que no resulta ajeno a su eficacia”[6], esto es, que la eficacia misma debe articularse en la ausencia de representación. Esto plantea el problema acerca de quién lee este lugar o función y desde dónde se ejerce ese lugar de lectura y esa función.

     Como el discurso propio de este dispositivo no es el discurso Amo, ni el Universitario, ni el Histérico, y habíamos dicho que tampoco es el discurso Analítico en términos de que si bien es transferencial, no lo es en términos del S.s.S., por lo tanto el pedido de supervisión no configura jamás una “demanda de Supervisión”, en todo caso, la demanda que se instituye, es una “demanda de separación” para poder seguir ocupando el lugar de objeto transferencial. Esta separación es una separación de discursos de las operaciones transferenciales en los distintos planos lógicos (Singular, Particular y General), el transferencial, y el de la transmisión de la posición de objeto en esa transferencia analítica.. El dispositivo de Supervisión implicaría en el plano lógico de lo particular el lugar de convergencia de estos dos planos situados respecto de la transferencia analítica y la transmisión. Por esto mismo,  la eficacia de estas operaciones transferenciales (en el discurso producido del dispositivo de supervisión y en el discurso producido del  dispositivo analítico, -hay que leer aquí que el Discurso Analítico plantea distintos planos o niveles que depende directamente del plano o nivel en el que se ubique el deseo del analista-, está ligada al hecho de que el sujeto se analiza, (no hay que confundir aquí “sujeto” con “analizante” y debiéramos poder leer el reflexivo en términos de la voz media) y esto es lo que obliga a invertir la cuestión: “El afuera no es el lugar -conocido con el nombre de realidad- en el que se miden los efectos de la eficacia analítica, sino donde se espera poder suspender esos efectos para reconocer su eficacia”[7], entonces podríamos hablar de la relación del deseo del analista en el plano de lo Universal, es decir, su lugar de determinación transferencial en términos de transmisión. Con esto quiero decir, que en el plano lógico de lo Universal el deseo del analista no supone un trabajo de elaboración, no existe la transferencia de trabajo, sino que señala un destino de la pulsión sin represión: elevando el objeto a la dignidad de la Cosa (ver Sem. VII y Sem. XX) El deseo del analista en el plano de lo singular es causa de la realización de este destino respecto del goce, y en el plano de lo Universal, se plantea la transmisión de esa causa a través de un decir que nunca alcanza el punto de poder existir en el ámbito de lo dicho, la transmisión por lo tanto es acto en tanto interpretación.

     Se puede observar que la práctica aplicativa del psicoanálisis “produce una suerte de literatura comparada, ya sea bajo la forma de la analogía teórica, ya sea bajo la forma de una lectura teórica del material, ambas producen un analista Universal y generalizable a cualquier caso que se desee tratar. El analista Universal es ubicable en cualquier tipo de material. Esta forma de leer el material analítico, tanto como los controles que se pretenden ejercer, excluyen al analista  cambiando su lugar transferencial por la de un comodín como función. Es en esta línea que el control se desliza hacia la intervención correctiva”.[8] “Se indica por ejemplo que el analista se equivocó, que no estaba bien centrado, o se señala su ignorancia de determinados aspectos de la teoría como saber Universal que permitiría ser eficaz en la clínica de la que se trate. Pero el error que se le imputa no surge nunca de una lectura intrínseca del material y de la legalidad que su organización interna produce, sino de su confrontación con un ideal teórico del analista. Esta posición de prestigio se opone a la operación transferencial concreta que es un tanto impura. La característica discursiva de la transferencia se opone a la teoría de la función Universal del analista. La intervención correctiva del supervisor impide interrogar la inclusión del analista en el fantasma, es decir, impide intervenir en relación con el deseo del analista.

     Para aislar el objeto (a) hace falta articular planos diversos”, -{$ ® a /A (leer Otro barrado)}-, y alojar al analista en ellos. Los planos no coinciden de forma masiva y sólo se puede obtener un acoplamiento puntual  mediante una operación que no existe a priori. La repetición en este caso es heterogénea, adscribe a registros diversos. La operación del objeto (a) no puede producirse linealmente ni sobre un material uniforme. Si la práctica del control tiene algún sentido es porque permite interrogar estos planos –al interrogar la posición del analista-, y con ellos al objeto. El  deseo del analista no funciona en abstracto, su localización es singular y normalmente un tanto sucia.

     La intervención correctiva del control es pues, producto de la incomprensión del desarrollo transferencial. Pero también es una demanda del supervisado que prefiere ser corregido ante la angustia de no saber lo que hace; cuando es corregido obtiene un ideal. Al contrario, si se entiende el movimiento transferencial se ve que no hay razón para sacar al analista de allí. Un control bien operado hace que el analista se quede en el mismo lugar y no intenta ponerlo en ningún otro sitio”. [9]

     ¿Es posible predecir o pronosticar en un tratamiento analítico desde la supervisión sabiendo que no hay Otro del Otro?

     “Hay una contradicción insalvable entre la perspectiva o proyección predictiva y el funcionamiento retroactivo de la transferencia. Saber lo que va a ocurrir sostiene al S.s.S. y lo torna inevacuable. Si pudiera saberse lo que va a ocurrir con la transferencia, ésta no saldría del saber y, estrictamente, no sería una transferencia ya que se eliminaría el supuesto.   

     No obstante la irradiación que produce el punto de determinación de la transferencia puede ser pronosticada. La identificación  -que es el concepto general de las distintas figuras que detienen la caída del S.s.S.-, se teje permanentemente en la transferencia. En este terreno, entonces, vale señalar el aspecto prospectivo, la orientación hacia el  futuro del término ideal en Freud. Los valores guían la conducta. La indicación de esta relación al futuro no está menos presente en Lacan si recordamos que el yo se forma por anticipación; así mismo, Lacan habla en diversos sitios de la prisa identificatoria.

     En la medida en que la transferencia  es circular y repetitiva, en tanto se pasa varias veces por el mismo lugar  -es posible distinguir aquí entre transferencia y repetición-, la caída del sujeto supuesto saber no comporta un recorrido lineal: hay jalones en el camino, caídas parciales. Si se quiere éstas se hallan ligadas al objeto parcial o a la posibilidad de establecer una posición parcial del analista, un flash de su deseo. Pero que el proceso de detenga allí, iniciada la evacuación de saber, pone en juego a la identificación –también, obviamente, intervienen en este punto la resistencia o alguna referencia objetivamente que se haya introducido en la cura-.

     Cernida una posición parcial del analista es posible establecer una hipótesis: el paciente va a rearmarse a partir de allí y su reacomodamiento se acompañará de funciones identificatorias entre las cuales la mayor es la del ideal del yo en tanto, como sabemos, es el patrón identificatorio. El cernimiento mismo de la posición del analista es una identificación de primera importancia. Y lo mismo habría que decir de la identificación  que se produce en el terreno de la repetición cuando esta posición se establece.

     De este modo no predecimos directamente el saber de la transferencia –aquí se establecería un cortocircuito entre supuesto e hipótesis-; trabajamos remontando el curso de la transferencia hacia las identificaciones ideales.

     Ciertas coordenadas generales son esperables cuando el analista alcanza la singularidad del paciente. Cuando esto ocurre es posible entender la ubicación de la identificación en la cura  y su función técnica habitualmente problemática; y es posible también visualizar la relación de ocultamiento que la identificación mantiene respecto del objeto:  el ágalma.

     Lacan oponía a Freud y al kleinismo la posición sincrónica del analista resultante de su caída como Otro, pero hay que advertir además el valor de sus caídas diacrónicas referidas a la demanda y al objeto parcial. La evacuación del S.s.S. no es lineal ni puntual.

     Correlativamente, la relación entre identificación y transferencia, tal como la planteamos aquí, sólo es objeto de algunas menciones escuetas, si bien precisas, en el seminario XII -(13/1/65)-”.[10]

        

Dispositivo de Supervisión

                                                         

     La supervisión constituye una práctica de discurso que se instituye como dispositivo.   ¿Significa esto que acaso constituya,  -parafraseando a Jinkis-, una solución institucional: para institucionalizar una resistencia?

     “La supervisión como resistencia facilita el surgimiento de una transferencia que se articula en enunciados irrebatibles, pero para los que falta un acto de interpretación. Se enuncia entonces como teoría”.[11]  

     La institución misma del dispositivo de supervisión conjuntamente con su práctica genera la suposición, por lo que vimos anteriormente, de que en ella está y se encuentra la posibilidad de acceso a la “realidad de la práctica clínica”, al mismo tiempo que se la admite como la institución de un dispositivo que define una práctica de discurso, en el cual se hablará al Otro, del objeto, -(posición de determinación en la que es ubicado el analista en la transferencia analítica)-, hablándole al “otro de un tercero” y de este modo es posible situar, o al menos, creer que en primera instancia en esta práctica discursiva con legalidad propia la enunciación estaría en suspenso.  

     ¿Es posible esto?

     Si así fuera, esta suposición se sostendría en la creencia de estar hablándole a un tercero, olvidando, negando, desmintiendo o forcluyendo,  -según el caso-, la primera parte de esta suposición: Hablarle al Otro del objeto transferido (en el doble sentido del genitivo) Así habría distintos estilos de supervisión como podrá adivinarse. Si admitimos la imposibilidad, en esta práctica discursiva, de que la enunciación estuviera suspendida, no es por otra cosa más que por el surgimiento de los efectos de verdad que allí se producen (como producto y producción) respecto del discurso transferencial.

     Muchas veces con el “pretendido fin” de “restringirse a la eficacia”, suele argumentarse –parafraseando a Jinkis-: “que en la convención de respeto por el referente se omitirían, se evitarían, datos y se inventarían interpretaciones, constituyendo un espacio cerrado, neutro, casi desencantado en el que se realiza el ideal burocrático  no sólo en su forma sino también en su estructura: enterrar la pregunta por los fundamentos de esa práctica para restringirse a la eficacia”.[12]

     El silencio como estilo no sólo no se autoriza en la experiencia, sino también está orientado a la demanda del Otro, produciendo la demanda en el Otro tras el pedido dirigido al otro; y cuando digo “silencio” hablo aquí de la mudez de la enunciación, presentándose en el nivel enuncivo o bien la ausencia de significantes o bien la verborrea teórica pero en ambos casos lo que se manifiesta es la ausencia de significación respecto de la Verdad en juego. Parafraseando a Jorge Jinkis, podemos decir que bajo esta argucia, no se deja de articular la propia demanda como resulta claro cuando el “Supervisante” confronta “el mismo caso” con más de un “Saber”, y aquí ¿Quién es el que controla?¿Qué?.

     Responder este interrogante  lleva a plantearnos la especificidad del estatuto mismo de la transferencia en este dispositivo y en este sentido de ninguna manera la transferencia puede plantearse en términos de S.s.S., ya que esto define a la transferencia analítica por antonomasia. ¿La transferencia en el dispositivo de supervisión queda generada o se genera? La respuesta a este interrogante nos plantea lo siguiente: Si tomamos la primera parte de la pregunta apreciamos que el enunciado nos señala una enunciación anfibólica respecto del agente que la genera, y quién encarna la función o lugar desde dónde ésta se produce, sin embargo si lo enunciamos de esta manera, no es más que para destacar, que la misma se genera como hecho activamente producida y performativamente interpretada por el dispositivo que a su vez queda producido como hecho por los efectos preformativos de la interpretación. Podemos apreciar que en este sentido la transferencia en el dispositivo de supervisión, no es o queda “generada por”, sino que “se genera”, se produce y  se determina  por el Acto Analítico que interpreta  -de la manera ya señalada-, los gustos del Otro. Y este Acto Analítico, -entendido en términos lacaneanos como el “surgimiento de un decir que no siempre alcanza el punto de poder existir en el ámbito de lo dicho”-, nos sitúa en el plano  “enunciativo” producido en el encuentro de dos analistas desde posiciones análogas en planos lógicos diferentes: por un lado el de la transferencia clínica y por el otro el de la transmisión, tanto del lado del supervisante como del supervisor. Esto define el deseo de supervisión (si leemos el doble sentido del genitivo, podemos apreciar en primer lugar, que la interpretación opera una transformación “del anhelo de supervisar” hacia la localización “del deseo en la supervisión”, y este es “el deseo de la supervisión”. La operación de interpretación opera tanto en el supervisante como en el supervisor, ya que ambos quedan interpretados, surgiendo así lo que conocemos como “transmisión del deseo del analista”, esto es, la transmisión como producto del deseo del analista y la transmisión del deseo del analista al mismo tiempo. En este sentido el testimonio que se produce discursivamente en términos de letra, configura el pase.

     Si sostuviéramos la confusión respecto de los términos “deseo” (En el Campo simbólico como deseo de deseo, como deseo del Otro, como falta de objeto), con el término “anhelo” (En el  Campo imaginario como deseo del otro, deseo de reconocimiento, como objeto que falta),  y el término “deseo del analista” (En el Campo real, libido, deseo al Otro, objeto falta, objeto (a) )  -cabe aclarar que no se trata de tres deseos diferentes sino de tres planos distintos respecto del deseo, planos anudados del deseo en tanto causado por el objeto (a)-, tendríamos que decir con Jinkis que: “Este encierro del deseo en la supervisión se traduce por una introversión de la libido sobre las fantasías, las mismas que alimentan las “teorías” sobre la supervisión, singularmente en la elaboración de técnicas verdaderamente imaginativas”[13], en este sentido, la confusión respecto del deseo en la supervisión, llevaría a los analistas a quedar atrapados en el fantasma de las supervisiones, sus ideales o imperativos categóricos de esta práctica, reprimiendo, renegando o forcluyendo, “el deseo de la supervisón”.

     La supervisión es necesaria, en tanto no cesa de escribirse, el control es contingente en tanto cesa de no escribirse, el análisis es imposible en tanto no cesa de no escribirse y la práctica de la supervisión es posible en tanto cesa de escribirse  cuando hace necesario lo contingente de “lo imposible del análisis”. Esta práctica establece una lectura.

     Para concluir diría que –como dice Lacan en el Seminario XX en la clase “Función de lo escrito (9/1/73)”-: “En el discurso analítico ustedes suponen que el sujeto del inconsciente sabe leer. Y no es otra cosa, todo ese asunto del inconsciente. No sólo suponen que sabe leer, suponen también que puede aprender a leer.

     Pero sucede que lo que le enseñan a leer no tiene entonces absolutamente nada que ver, y en ningún caso, con lo que ustedes de ello pueden escribir”.



[1]Jinkis, Jorge: “LO QUE EL PSICOANÁLISIS NOS ENSEÑA”, Cáp. : “Síntoma, posición del analista”: “El control es contingente, la supervisión es necesaria, el análisis imposible”, Pág. 93 y 94,Lugar Editorial, Buenos Aires, 1993, 2ª edición.

[2] Jinkis, Jorge: Ibíd. Pág. 97.

[3] Jinkis, Jorge: Ibíd. Págs. 97 y 98.

[4] Jinkis, Jorge: Ibíd. Pág. 98.

[5] Jinkis, Jorge: Ibíd.

[6] Jinkis, Jorge: Ibíd. Pág. 99.

[7] Jinkis, Jorge: Ibíd. Pág. 100.

[8] Faig, Carlos: “REFUTACIONES EN PSICOANÁLISIS”, “I. EL PASE DIAGONAL, El control I. El analista lavado”, Pág. 25, Alfasí Ediciones, Buenos Aires, 1989, 1ª edición.

[9] Faig, Carlos: Ibíd. Págs. 25 y 26.

[10] Faig, Carlos: “REFUTACIONES EN PSICOANÁLISIS”, “III. FORMALIZACIONES EXTRA PARTES, El control II. La predicción en psicoanálisis”, Pág. 107. Alfasí Ediciones, Buenos Aires, 1989. 1ª edición.

 

[11] Jinkis, Jorge: Ibíd. Pág. 96.

[12] Jinkis, Jorge: Ibíd. Págs. 95 y 96.

[13] Jinkis, Jorge: Ibíd. Pág. 96.


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