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Acerca del masoquismo infantil. Una investigación sobre conceptualizaciones freudianas.24/07/2009- Por Martín H. Smud - Realizar Consulta

El psicoanálisis nace de una separación entre la neurosis infantil y la neurosis adulta y un espacio latente entre medio. Freud, todo el tiempo, habla que el segundo tiempo reconfigura según los modelos que deja el primero, ya sepultado, olvidado, reprimido. Pero en cuanto a "El masoquismo", texto que escribe en 1924, no retoma esa configuración de los dos tiempos de separación y sobreimpresión entre infantil y adulto y sí habla de dos sobreimpresiones diferentes: - Del masoquismo femenino por sobre el masoquismo erógeno.- Del masoquismo femenino por sobre el masoquismo infantil.El tema del masoquismo conlleva un cambio en las conceptualizaciones freudianas que habían acompañado el nacimiento y el desarrollo del psicoanálisis. Sólo se comprende el concepto de masoquismo femenino si ubicamos en el centro de la mirada: la dimensión del fantasma y sus tiempos gramaticales.
Cuando no resisten más, el padre empieza a gritar como loco y a la madre le agarra un dolor intenso en el estómago; pese a todo, intentan decirle y redecirle que eso es doloroso y que no lo tiene que hacer pero él lo sigue haciendo. Es como si Leandro no entendiera ese gritar como loco del padre y ese retorcimiento de estómago de la madre quien para transmitirme lo que siente, pone cara de dolor de estómago. Ahora siente continuamente ese dolor que comenzó con los golpes del cuero cabelludo de su hijo contra el marco de madera del baño, el más cercano a la pieza de ellos.
A la semana, llega Leandro: un hombrecito de 6 años. Le digo que sus papás me han contado que se golpea la cabeza, le presento una pared y le pido que me muestre cómo se golpea. Leandro comienza despacio a hacer chocar su cabeza contra la pared, y en el sonido y en la forma en que su cabeza retumba, se nota que los golpes van subiendo en intensidad, en un momento le digo: “¿Cuánto duele el dolor?” Leandro parece entender esta pregunta acerca de la duplicación del dolor, de la soportabilidad del dolor. No entendía eso que le decían y repetían los padres acerca de que golpearse la cabeza contra la pared producía dolor, que no debía hacerse, que estaba mal, era tonto no entenderlo y como él no llegaba a entenderlo, ¡era tonto! Por eso también se golpeaba.
Ese golpearse la cabeza era una manifestación, en la clínica, del masoquismo y dejaba entrever claramente que el masoquismo y el sentido común no estaban del mismo lado, que era difícil de explicar esta condición humana de encontrar un placer en el dolor.
Tenía una pregunta que sostenía la relevancia de intentar una investigación clínico-bibliográfica: ¿Por qué Freud no había hablado de masoquismo infantil siendo en la clínica tan evidente las manifestaciones de este placer/dolor tan particular.
Se trataba de la soportabilidad de Leandro, la cuestión de la duplicación del dolor como objeto del deseo del otro y como objeto en el fantasma. Leandro no solamente es objeto de ese golpearse la cabeza sino del deseo de la madre y su dolor de panza y del padre y su pregunta por su autoridad que lo hacía ponerse a gritar como loco.
Si continuamos una deriva genealógica, Leandro será objeto del padre del padre, que había dicho que la única manera de aprender era “a los golpes” y de la madre de la madre, que había dicho y no solamente dicho sino vivido eso de que “tocar fondo” era la única manera de salir de lo peor.
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Ni bien entramos por el tema del masoquismo aparece el golpearse la cabeza contra la pared y las cuestiones planteadas por Freud: ¿ese masoquismo es primario al hombre o secundario?, ¿es una respuesta del hombre a lo que ha vivido pasivamente, en forma traumática y que ahora lo vuelve activo, lo escenifica o está desde el vamos, desde el mismo andamiaje pulsional? Las preguntas por los pares primario-secundario y pasivo-activo se volvían angustiantes para los padres de Leandro pues si éste se golpea la cabeza contra la pared, ¿será primario, sin ninguna derivación de la forma en que ellos han tratado al chico? o ¿es que está volviendo activo lo que sufrió en forma traumática, pasiva?
Cuando le pregunto a Leandro cuánto duele el dolor, éste detiene el golpetear de la cabeza contra la frágil y marcada pared blanca del consultorio y descubro un tiempo, entre golpe y golpe, para intentar decir algo del masoquismo.
Freud habla de un masoquismo primario y de otro secundario, al primario lo llama masoquismo erógeno, refiere al retumbar de los órganos que se erogeneizan más allá del par placer-displacer y encuentran en el dolor un estímulo de lo más apropiado para su capacidad excitable, en cuanto al masoquismo secundario, ubica a dos: el masoquismo femenino y el masoquismo moral.
¿Por qué no hablar de un masoquismo infantil tan evidente en la cabeza que se estrella en el marco de la puerta lo más cerquita de los padres de Leandro? El psicoanálisis nace de una separación entre la neurosis infantil y la neurosis adulta y un espacio latente entre medio. Freud, todo el tiempo, habla que el segundo tiempo reconfigura según los modelos que deja el primero, ya sepultado, olvidado, reprimido.
Pero en cuanto a “El masoquismo”, texto que escribe en 1924, no retoma esa configuración de los dos tiempos de separación y sobreimpresión entre infantil y adulto y sí habla de dos sobreimpresiones diferentes: - Del masoquismo femenino por sobre el masoquismo erógeno.- Del masoquismo femenino por sobre el masoquismo infantil.
El tema del masoquismo conlleva un cambio en las conceptualizaciones freudianas que habían acompañado el nacimiento y el desarrollo del psicoanálisis. En esta tercera época freudiana, como señala Juan Carlos Cosentino[1], el masoquismo sólo se entiende si se pone en relación ese golpearse la cabeza contra el marco del baño con el dolor de panza crónico y agudo de la madre y con el grito enfurecido del padre. Sólo se comprende el concepto de masoquismo femenino si ubicamos en el centro de la mirada: la dimensión del fantasma y sus tiempos gramaticales. Freud descubre en el texto “Pegan a un niño” (1919) que hay una escena de tres tiempos gramaticales, tres pronombres, y tres condiciones psicológicas distintas. Tres escenas que puedan dar a cada uno para armar su propia película donde un chico es pegado y una chica es abusada por la gente más cercana. ¿Son los padres o no son los padres? ¿Son ellos los pegados, abusados o son otros chicos los que estuvieron en ese lugar? No se logra ver bien en esa escena pero lo que esconde, lo que sólo deja vislumbrarse en sombras y olvido, habla de un chico recibiendo una paliza, un chico siendo golpeado. Eso entró en la mirada analítica y de esa escena se podía seguir, como hábil detective, la matriz de todas las huellas posteriores.
Ahora sólo restaba saber qué valor tenía esa escena en la configuración de la subjetividad y cuánto de operacionable tenía el manejo de semejante información. Estos temas, Freud los comenzó a desarrollar entre 1919 y su muerte en 1938, temas que configuran el llamado tercer tiempo dentro de las conceptualizaciones freudianas. Freud es honesto y nos cuenta lo que ve en la clínica, qué preguntas tiene, qué logra articular de los síntomas, qué problemas le traen los pacientes y qué enigmas se le presentan como sujeto de la clínica y de la historia. En el primer tiempo de sus conceptualizaciones, había desarrollado principalmente la cuestión de lo inconsciente, en la segunda etapa había trabajado la cuestión de la transferencia, en esta tercera etapa aparecía la letra masoquista en el fantasma. Cada época implicó décadas de investigación, trabajo y escritura, y de caer nuevamente en enigmas, sorpresas, palabras dichas en búsqueda de explicación: “... es bien demostrativo de la dificultad que ofrece el trabajo de investigación en el psicoanálisis que rasgos universales y constelaciones específicas puedan pasarse por alto a despecho de una observación incesante prolongada por decenios, hasta que un buen día aparecen por fin inequívocas...”[2] dice Freud en 1923, un año antes del texto que habla del masoquismo.
No solamente aparecía por fin, inequívoca, la letra masoquista del fantasma sino las características del objeto del fantasma. Ese chico ubicado como objeto a ser pegado, maltratado, abusado. Esa escena fundamento de la subjetividad que develaba un goce masoquista del sujeto en ser objeto, en soportar el deseo del otro, en soportar la maldición del otro (destino) y también la mal-dicción (lenguaje) del otro.
Y esto “arruina” al psicoanálisis, allá por los comienzos de la subjetividad, tiempo perdido que había ayudado a reconstruir estaba no solamente la ruina fálica sino también la letra masoquista del deseo y otro camino aún más incierto, la caída misma, la nada.
Freud atraviesa la tercera época de su vida, ya no le satisface la separación entre sexualidad infantil y sexualidad adulta, cuestión fundamental al nacimiento de una especialidad dentro del campo de la ciencia, como era el psicoanálisis. Ahora centra su mirada en lo que “arruina” al hombre y también al psicoanálisis.
El hombre supone que su deseo va hacia el fin de la felicidad pero en el camino descubre la cualidad atrofiable de su palito, con el que intenta alcanzar la felicidad y que la felicidad está en relación a la soportabilidad del Otro y también la relación de la felicidad con lo perecedero, con la muerte.
Freud, si antes enfatizaba la diferencia entre un primer tiempo y un segundo tiempo, entre la neurosis infantil y la neurosis propiamente dicha, ahora pasando los años 20, en su vejez, ve las cosas de otra manera.
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Freud ha descubierto, en su llamada tercera época, que chicos y chicas llegan a la etapa fálica, no sólo se detienen en la etapa oral y en la etapa anal sino que centran su felicidad en su palito. La mujer saldrá perjudicada y el hombre saldrá atemorizado, con temor a perder lo que tiene y lo atesorará como un tesoro escondido, esto abre las diferentes estrategias entre hombres y mujeres. En “La organización genital infantil” (1923), Freud habla de la etapa fálica y la ubica en un lugar tal que todas las otras ruinas se reordenan bajo su supremacía. Éste es otro de los elementos por los cuales pierde interés en la división entre sexualidad infantil y sexualidad adulta. Freud decide renombrar esta separación de la sexualidad infantil y la propiamente dicha (adulta) en el término
de masoquismo femenino.
¿Por qué llamar femenino a semejante ruina que habla del fantasma, de la condición de objeto en el fantasma, de la soportabilidad del otro? ¿Por qué ponerle nombre femenino a esa condición de objeto del fantasma?
El masoquismo femenino debe ser resituado en una trilogía que incluye lo erógeno y lo moral y cuyo nivel de análisis lo ubicamos en el camino del objeto. En la trilogía, el masoquismo femenino descubre una escena que enmarca la soportabilidad del otro. Lacan explica la nominación de masoquismo femenino diciendo que “el masoquismo femenino es un fantasma de los hombres”. Este concepto es tanto para hombres como mujeres y lo ubica en el mismo centro del fantasma neurótico.
El fantasma es la relación de un sujeto del inconsciente con un objeto que lo causa y se constituye en esa adherencia. Es el deseo el que bulle por allí, un deseo que se relaciona, como lo demostró Hegel por 1806, en La fenomenología del espíritu, con una comunidad de deseos puestos en relación unos con otros e intermediados por objetos que cobran valor en tanto deseo del otro. También el fantasma se relaciona con la realidad, que siempre nos tira de la ropa para que la escuchemos. La relación entre ambos es de extrañamiento, extrañamiento que nos hace volver a Leandro y su golpearse la cabeza contra el marco de madera de la puerta del baño. Esa acción, descompuesta, en su máxima exposición de sentido y por tanto caída al sin sentido, podría ser representada por un ruido. Es el ruido lo que queda de esa relación entre el fantasma, la realidad y lo Real. Un ruido que se propaga del cuero cabelludo del hijo al dolor de panza de la madre, a la voz enfurecida del padre. Cuando Leandro se preguntaba acerca del placer y el dolor, acerca del masoquismo, acerca de la soportabilidad del fantasma, de la realidad, de lo Real, se preguntaba acerca de cuánto se puede soportar el dolor y de un ruido insoportable para el otro. La cuestión del masoquismo es la pregunta por los principios que rigen el accionar de los seres vivos. Freud en “El problema económico del masoquismo” habla de, al menos, tres principios: el principio de realidad, el principio de placer y agrega: el principio del masoquismo. Agregar el principio del masoquismo conllevó para Freud un cambio en su interpretación del fantasma pues ya no se trataba más de una escena consoladora del sujeto enfrentado a lo Real sino que, en el mismo fantasma, estaba la insoportabilidad del encuentro con el objeto del deseo del otro y con el objeto en el fantasma.
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Uno de los pilares freudianos hasta 1919 era la separación de la sexualidad en dos tiempos: la sexualidad infantil y la sexualidad “propiamente dicha”. Esta nueva forma de nombrar a la sexualidad infantil con relación a un fantasma masoquista donde un sujeto siempre niño se pregunta por la soportabilidad del dolor que lo sitúa en una posición pasiva, siendo pegado, abusado, conlleva una nueva forma de pensar los hechos clínicos y una nueva etapa en las teorizaciones freudianas. El principio del masoquismo cambia la perspectiva de los dos tiempos de la sexualidad: la sexualidad infantil y la sexualidad propiamente dicha, cuestión que sostenía la separación entre los dos tiempos de la neurosis. Ahora lo que le interesa es la cuestión del fantasma, del masoquismo. Esta nueva época acontece por los años 20, cuando Freud, pasando los 60 años y apurado por el temor a su propia muerte, representada en el cáncer siempre presente en su tabaco, en su boca, en su voz, se golpea la cabeza con la presencia del goce, de un goce masoquista más allá del principio de placer.
Si antes del 1900, hablaba de la masturbación como la etiología específica de la neurastenia, luego hablaba de la seducción de los padres y el complejo de Edipo de los hijos en la causación de la neurosis; cercano a los años 20, Freud habla del fantasma, del goce fálico, del goce masoquista, del goce de la nada. Esto plantea el comienzo a una época donde podemos hablar de la teoría de los goces.
Freud al no intentar refundir lo pasado con lo presente, acepta que dentro de la subjetividad y dentro mismo de sus teorizaciones existen contradicciones: “Las posteriores ediciones de mi obra no constituye una refundición de una época en otra, de una época a otra, los textos no aparece en con una fundición total, no aparecen como una unidad libre de contradicciones, modificaciones, e interpolaciones”.[3]
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