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De desamparo y amor: El desamparo como inauguración y condición necesaria para la posibilidad de amar23/07/2024- Por Daniela Orfali Hott - Realizar Consulta

Desde Chile nos llega este hermoso texto. La autora acerca esta interesante y profunda reflexión acerca del desamparo y el amor. Siguiendo la noción freudiana del desamparo como condición fundante, se pregunta: ¿de no ser por esa hiancia estructural constitutiva, sería necesario el desarrollo del psiquismo humano? Las preguntas que surgen son muchas: ¿cómo se pasa desde el desamparo al amor?, ¿hay un punto del desamparo que no es habitable (objeto desamparado")?
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“Pronto cumpliré cuarenta años, luego cincuenta. Cuando tenga cincuenta faltará poco para los sesenta. Cuando tenga sesenta casi setenta. Y ya está”.
[Knausgård]
El título es redundante. Qué es el desamparo si no el dolor por la ausencia de amor[1]. Y qué, sino la condición necesaria para dar lugar a lo humano. De no ser por esa hiancia estructural constitutiva, ¿sería necesario el desarrollo del psiquismo humano? -Necesario o posible-.
Este escrito intenta defender el lugar del desamparo como momento inaugural y, asimismo, condición estructurante de lo humano. Definir lo humano sería una tarea inmensa; propongo el amar como cuestión fundamental para pensar algo de aquello.
Se vuelve pertinente iniciar rastreando el origen y parte del recorrido del concepto de desamparo −o desvalimiento− en la teoría freudiana. Cabe mencionar que el interés por detenerme en este término surge como cierta contraposición a la apología actual de la pancarta “ámate a ti mismo”, que al mismo tiempo devalúa la necesidad de otro. Esto será más esclarecido en el desarrollo, pero dicho a grandes rasgos, se considera relevante revisitar cuestiones originarias y/o propias de la constitución aspirando a cierta reivindicación de un lugar de desvalimiento en la condición de existencia propiamente humana.
Finalmente, huelga advertir que se trata de un escrito incipiente, una primera indagación en el intento de dilucidar preguntas plausibles respecto a cómo se asocian desamparo y amor. Evidentemente con múltiples falencias, entre otras, a propósito de la imposibilidad de la presente de definir amar y amor. Sin embargo, la apuesta es de momento acercarse con las acepciones −o confusiones− coloquiales o del imaginario social sobre dichos términos, para relevar más bien el punto de su posibilidad de surgimiento desde la condición de desamparo.
Breves puntualizaciones de la noción de desamparo en Freud
Ya en el “Proyecto de Psicología” (1950 [1895]) encontramos la noción de desamparo −traducida como desvalimiento−. Refiere el autor:
“Esta vía de descarga cobra así la función secundaria, importante en extremo, del entendimiento {Verständingung; o «comunicación»} y el inicial desvalimiento del ser humano es la fuente primordial de todos los motivos morales” (pp. 362-363).
Ahora bien, será en “Inhibición, síntoma y angustia” (1926 [1925]) texto en el que se encuentre un mayor desarrollo al respecto:
“Entre los factores que han participado en la causación de las neurosis […] El biológico es el prolongado desvalimiento y dependencia de la criatura humana. La existencia intrauterina del hombre se presenta abreviada con relación a la de la mayoría de los animales; es dado a luz más inacabado que estos. Ello refuerza el influjo del mundo exterior real, promueve prematuramente la diferenciación del yo respecto del ello, eleva la significatividad de los peligros del mundo exterior e incrementa enormemente el valor del único objeto que puede proteger de estos peligros y sustituir la vida intrauterina perdida. Así, este factor biológico produce las primeras situaciones de peligro y crea la necesidad de ser amado, de que el hombre no se librará más” (p. 145).
En la cita, el autor está refiriendo a los factores etiológicos implicados en las neurosis, los que distingue entre biológicos, filogenéticos y psicológicos. Sitúa el desamparo como consecuencia directa de la prematuridad orgánica del ser humano, lo que indica como un factor, a saber, biológico.
El término ocupado por Freud es Hilflosigkeit, que en Amorrortu es traducido como desvalimiento, sin embargo Laplanche y Pontalis (1996) proponen priorizar el de desamparo, el que he elegido también, en tanto me parece que carga en menor medida con el imaginario de déficit[2]. Esto, ya que aquí Freud está justamente ligándolo a una cuestión biológica inevitable, por lo que más que una connotación de falencia (la que tiende a ser evocada en español[3] con los términos desvalimiento o desvalido), se trata de resaltar su carácter de original y originante.
Es de utilidad revisar en sí el término en alemán. Hilflosigkeit es una palabra que se compone del sustantivo principal Hilfe, que quiere decir “ayuda”. Le sigue el elemento los [Hilf-losig-keit], lo que se traduce como “libre de” o “sin”. Así, hilflos −adjetivo existente en dicha lengua−, leído de modo literal sería sin ayuda; formalmente es traducido como desamparado, desvalido (Langenscheidt, 2019).
Finalmente, se añade el sufijo keit que otorga a la palabra el estatuto de sustantivo. Es relevante acotar que dicho término, por cierto, no porta en sí un juicio, es decir, es más la descripción de un estado. Este último punto −la idea del desamparo como un estado− es también relevado desde Laplanche y Pontalis (1996). Dicho de otro modo, cabe resaltar que no se trata de que el sujeto a propósito de una deficiencia no pueda, por así decir, ayudarse a sí mismo.
Si bien en el diccionario aparece también la palabra desvalido, la cuestión que enfatiza Freud al realzar su carácter etiológico es que no existe de otro modo. En tanto estado, es constitutivo. Y así como no habría ser humano de no ser por dicho estado inicial, a su vez ese estado será luego también desde otro, a propósito de la separación necesaria que permite al sujeto emerger. Un segundo momento lógico, que será abordado más adelante.
En el fragmento freudiano ya citado (1926) aparece además la noción de dependencia [Abhängigkeit]. Esta palabra hoy en día es particularmente denostada por los discursos sociales imperantes (ya sea desde lo difundido en redes, consultas de pacientes, productos en ventas, etc.). En concreto, me refiero a lo que anteriormente señalé como un imperativo del “ámate a ti mismo” y una serie de discursos, también desde la psicología, del valor a una individualidad y supuesta autonomía (la mayoría de las veces como respuesta a los desencuentros amorosos o dificultades en diversos vínculos e interacciones).
Pero si se entiende ésta −dependencia− como la expectativa de un otro, que con el concepto de desamparo sabemos además como necesaria, ¿no sería justo poder desprenderla del carácter devaluado y hasta patológico que ha adquirido en estas modas que indican cómo lograr un supuesto bienestar?
Como si la autonomía fuera sin otros. Puede que este punto parezca alejarse del tema, sin embargo tal vez lo que tiende a denunciarse como dependencia resulte en parte de una peyorativización de la posibilidad de amar. Al menos, diría que las problemáticas contingentes que en la clínica los consultantes nominan como “ser dependiente” pudiera servir como contracara para rastrear el lugar del amor. Quizás la etiqueta de dependencia −sin universalizar pero sí en muchos casos−, sea un intento de desprenderse y volver asépticos los molestos desencuentros propios del amor.
Retornando a la cita, el ser humano, entonces, nace en desamparo a propósito de su prematuridad orgánica, condición que le vuelve dependiente de ciertos cuidados para su sobrevivencia. Pero acá, además, cabe acotar que no basta, no bastaría con que algo le proveyera dichos cuidados. Requiere de un otro. Esto, atañe a su vez a la distinción instinto/pulsión. Freud lo dice directamente: es desde este factor biológico, que el ser humano quedará ligado a la necesidad de ser amado. Es categórico en plantear que dada dicha condición inherente, primeramente orgánica (pero luego también psíquica e inevitable), éste requiere a un otro.
Recalco: no es que necesite un objeto particular para cada aumento de tensión (ya no es el instinto, por lo tanto no hay algo que pueda satisfacer completamente su necesidad, porque ya no se está tampoco en el registro de ésta). No es la comida, ni el abrigo, ni el agua. Es eso también, pero desde alguien. El alguien se vuelve fundamental. Así, quedamos ligados desde un inicio a un otro, a que haya un otro.
Algunas conjeturas sobre fantasma, transferencia y amor[4]
La pregunta que surge es cómo desde el desamparo al amor; cuál sería su intrincación o si cabe pensar ciertos tiempos que lo transitan. Anteriormente se planteó casi como un movimiento consecuente de uno a otro, pero creo que vale la pena situar algunos momentos que parecen necesarios para. Uno de ellos puede ubicarse a propósito del fantasma.
Lubián (2014) en el recorrido que realiza sobre dicho concepto, recuerda que aquel surge a propósito del desamparo:
“la primera escritura del fantasma relativa a la transferencia del afecto soportada en la presencia del semejante como solución frente al desamparo” (p. 99).
Si se tiene en consideración que el fantasma como escena se construye a partir de la pregunta del Qué me quiere (Lacan, 1959-1960) o qué lugar posible en el deseo del Otro, pues entonces se vuelve más claro cómo aparece ineludiblemente el registro del amor. Recuerdo el diálogo de una película que decía “¿No es todo lo que hacemos, en última instancia, la búsqueda por ser un poco más amados?”. Lo primero que se me vino a la cabeza fue qué reduccionista y cursi, pero en realidad no supe refutarla[5][6].
La cuestión de los tiempos también puede rastrearse en Freud (1920) y en el trabajo que hace del “Fort-da”, juego que surge a partir de la ausencia de la madre y que recoge la problemática que implica para el psiquismo vérselas con la posibilidad de (un nuevo) desamparo. El estado de desamparo es constitutivo y constituyente en tanto el bebé cae al mundo, pero a partir de esa caída, en la medida que se posibilita un sujeto, éste hace algo con aquello, para salirse de dicha escena en tanto objeto (Lacan, 1962).
El análisis que realiza Freud de dicho juego justamente se detiene en la relevancia de ubicar y distinguir los distintos tiempos que puede comprender, que si bien no los requiere todos en su presentación −al jugar−, sí son significativos en lo que representan para ese psiquismo.
En relación con el fantasma, la transferencia podría ser una suerte de mapa de aquellos caminos iniciales a los que dio lugar el desamparo. Mapa en un sentido figurado y, en realidad, casi un contrasentido, puesto que constituye un trabajo dilucidarla. Quizás se puede pensar más bien como un código. El punto es que en tanto la transferencia da cuenta de…
“los modos en que el sujeto se ha dirigido a los otros de su historia, los modos de su demanda, organizada en torno a los significantes primordiales que de la demanda del Otro lo han marcado” (Laznik et. al, 2015),
…pues entonces queda anclada, presupone, ese tiempo inaugural que otorgamos al desamparo y puede imaginarse como una suerte de dibujo de los distintos cauces que se desplegaron a partir de allí.
“El pasaje por este lugar implica inevitablemente un punto de desamparo que es a su vez condición de posibilidad para la producción por parte del sujeto de una escena con la cual habitar el mundo” (Laznik & Lubián, 2014, p. 90).
A partir de estas distintas ideas recogidas, se vuelve más plausible la asociación del desamparo como condición inaugural de la posibilidad de amar. Desamparo, palabra que se puede reordenar también para escribir amo padres. Y he hablado de posibilidad de amar justamente para relevar que no es por ello garantía. Aquí vuelvo a algo enunciado: este tema cobra en la actualidad una particular pertinencia en tanto hoy en día parecemos avergonzarnos de esta condición inaugural.
Los discursos epocales exaltan una idea de falaz autonomía, del valor del sí mismo sin necesidad de otros; el otro como desechable. Sospecho que como un intento por doblegar o mantenerse al margen de los embrollos que implican las interacciones humanas. Como ya desisten −creo− de la posibilidad de recetas exitosas para una relación de pareja por ejemplo, entonces las nuevas fórmulas deben pretender prescindir del otro.
Y sí, quizás supone ahorrarse momentos de frustración, irritabilidad, desencuentros, cambios de planes y pérdida de horas de sueño, pero ¿qué queda? La sobrevida aséptica, la estabilidad de los psicofármacos, una quietud que vende con la carátula de tranquilidad lo que no es más que la ausencia de sucesos.
Contrapunto respecto a la vivencia de desamparo
Si bien este escrito de cierto modo se ha enfocado en el desamparo como motor de, o potencialidad, es pertinente referir a un contrapunto. Decía en un comienzo que cabe distinguir desamparo en al menos dos sentidos: en su estatuto de estado constitutivo del ser humano, momento originario, y en el de vivencia posible susceptible de ocurrir −o actualizarse− en cualquier momento.
La presente se ha enmarcado en el primero de aquéllos, no obstante, el segundo evidentemente guarda relación, por proximidad y por distinción. Ello porque si lo que se ha intentado plantear alude al desamparo como lo que posibilita el amar, la vivencia −posterior− de desamparo no debe ser entendida como equivalente.
Cuesta concebir que ésta pueda no ser padecimiento, toda vez que, justamente, su cercanía gatillaría el afecto de angustia o planteado inversamente, la angustia automática se suscitaría a partir de una vuelta al lugar de desamparo. En este punto, de hecho, podría plantearse que se trata más bien de una vivencia de pérdida, ya sea del objeto de amor o del sí mismo como amable; o, más radicalmente, el desamparo como un dejar de existir para el psiquismo.
Aquí se entrelazan algunos de los padecimientos escuchados en la clínica, cuando por ejemplo, la ausencia de la pareja es vivida con suma angustia, como si la desaparición del otro implicara la desaparición del propio sujeto (lo que tiene su correlato inconsciente, en tanto ya vimos que la existencia del sujeto fue y es desde la existencia del Otro). La problemática de la presencia-ausencia está de este modo estrechamente vinculada a la escena del desamparo.
“Hay entonces un punto del desamparo que no es habitable. [El niño] tiene que poder perderse de ese lugar produciéndose como pérdida” (Laznik, 2023).
Volverse sujeto requiere este poder perderse. Asimismo, ¿no se toca aquí una de las definiciones que da Lacan de amar? En tanto dar lo que no se tiene, que podríamos pensar también como algo que no se tiene porque se ha perdido, y que sólo se puede amar en la medida en que se haya asumido la pérdida. En un primer momento, del Otro y del sí mismo como objeto, justamente en la dimensión de una separación que posibilita la existencia en tanto sujeto.
Pero también en momentos posteriores (en un registro imaginario −aunque también simbólico−), en cuanto para estar con otro hay que poder perder y en la medida que siempre algo se pierde, que se tiene que lidiar con la dimensión del no-todo para soportar la no complementariedad. No complementariedad que será la única posibilidad de un con-un-otro.
Decía, se trata de distinguir entre un estado de desamparo inaugural y constitutivo, que no debe confundirse con ocupar el lugar del desamparo o ser el objeto desamparado. En este punto se imbrica la cuestión del amor o amar, al menos bidireccionalmente: primero, el acto de amor que supone otorgar espacio a la separación, concebir en algún sentido más allá de lo racional −pero también concientemente− al otro como sujeto y no objeto.
Digo dar espacio a la separación en tanto creo que supone la asunción de que hay otro más allá del propio deseo (de la madre). Aquí habría una primera dirección desde la madre a la guagua[7]. Y en un segundo sentido, me parece que acá se ubica el punto de inicio necesario para que ese bebé pueda llegar a amar, es decir, que en la medida que es, existe separado de la madre, se crea la distancia, diferenciación mínima para que la pueda amar. Y, que en tanto concebido y deseado más allá de objeto −o al menos, no como puramente objeto del deseo de−, habría lugar para que se constituya un sujeto deseante; como tal, susceptible de amar.
Quizás, la vivencia de haber sido amado −aun ínfima o interrumpida− sea ineludible para llegar a amar. Restaría por cierto un desarrollo al respecto, pero me parece que algo de este orden se lee también en Laznik (2023): “El lugar del carretel es el lugar del objeto de amor”.
Apuntes sin final
Estoy advertida de lo poco que me referí a la posibilidad de amar. Podría decir que guarda relación con lo inasible de dicha área. Y en parte sí. Creo que por esa misma razón evité los términos “capacidad de”, puesto que sospecho que para hablar de cierta capacidad tendría que haber una claridad mínima, cierta sustancialización o tangibilidad de lo que sería el amor. No puedo hacerme cargo de ello; no sé si haya alguien.
Se vuelve un embrollo cuando se intenta responder a qué es amar. Ser amado es una cosa. Pero amar. ¿Amar es posible sin que esto suponga una vuelta a sí mismo de algún u otro modo? (amar a quien nos ama, amar a un hijo en tanto proyección de uno, amar a una pareja por quien se es con él/ella o cómo hace sentir). Más allá de un debate cliché, no puede significar cualquier cosa que la pregunta inaugural para un sujeto sea “qué me quieres”.
Quizás toca reivindicar el valor del desamparo, porque si fuéramos pelotas o planetas, seríamos eso solo.
Referencias bibliográficas:
Freud, S. (1950 [1985]). “Proyecto de psicología para neurólogos”. En J. Strachey, Obras Completas de Sigmund Freud vol I. Buenos Aires, Argentina: Amorrortu, 1994.
Freud, S. (1920). “Más allá del principio del placer”. En J. Strachey, Obras Completas de Sigmund Freud vol XVIII. Buenos Aires, Argentina: Amorrortu, 1994.
Freud, S. (1926 [1925]). “Inhibición, síntoma y angustia”. En J. Strachey, Obras Completas de Sigmund Freud vol XX. Buenos Aires, Argentina: Amorrortu, 1994.
Knausgård, K. O. (2010). La muerte del padre. España: Anagrama.
Lacan, J. (1959-1960). El Seminario, Libro 7. La ética del psicoanálisis. Buenos Aires, Argentina: Paidós.
Lacan, J. (1962-1963). El Seminario, Libro 10. Buenos Aires, Argentina: Paidós.
Langenscheidt. (2019). Langenscheidts Taschenwörterbuch (24. Auflage). Berlín, Alemania: Langenscheidt.
Laplanche, J & Pontalis, J.B. (1996). Diccionario de Psicoanálisis. Barcelona, España: Paidós.
Laznik, D. & Lubián, E. (2014). Separación y Desamparo. Actualidad de la Clínica Psicoanalítica. Buenos Aires, Argentina: JVE Ediciones.
Laznik, D., Lubián, E. & Kligmann, L. (2015). Memoria, trauma y transferencia en la segunda tópica freudiana. VII Congreso Internacional de Investigación y Práctica Profesional en Psicología XXII Jornadas de Investigación XI Encuentro de Investigadores en Psicología del MERCOSUR. Facultad de Psicología – Universidad de Buenos Aires, Buenos Aires, Argentina.
Laznik, D. (2023). Cátedra del 6 de octubre 2023, inscrita en el seminario Teoría Psicoanalítica II.
Lubián, E. (2014). “El estatuto del fantasma”. En D. Laznik et. al, Actualidad de la Clínica Psicoanalítica. Buenos Aires, Argentina: JVE Ediciones.
Arte*: The Right Stuff, de Amy Salomon, Form_Most_are_beautifull
[1] De perogrullo decir que es vivencia de ausencia. Ahora bien, podríamos pensar que Freud sí le otorga al desamparo cierta connotación objetivable, en el sentido de inefable a la condición humana (prematuridad biológica). Pero desde ahí, desde esa necesidad biológica, se despuntarían una serie de cuestiones que ya poco se explican desde la biología. Es cosa humana.
[2] Esta cuestión es justamente uno de los puntos principales del presente, por lo que se irá desarrollando transversal al texto.
[3] Cabe acotar que me baso en el contexto chileno.
[4] Estos conceptos serán abordados en un contexto de neurosis.
[5] Sé que se pueden encontrar peros, como lo sería probablemente el suicidio, pero sigue pareciendo bastante acertada.
[6] Amor en este escrito no se reduce al de pareja.
[7] Guagua es una forma más coloquial de referirse al bebé en Chile.
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