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¿Es artificial una inteligencia? Comentarios de Sigmund Freud

12/06/2023- Por Mariano Acuña - Realizar Consulta

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¿Qué pasaría si el mismísimo padre del psicoanálisis, se nos presentase desde una realidad alternativa para proponer interrogantes sobre la denominada inteligencia artificial? Nuestro autor lo traduce, y propone estas posibilidades: ¿Qué quiere decir inteligencia? ¿A qué corresponde la adjetivación artificial? ¿Qué diferencia a la inteligencia humana, de la artificial, cuál es su especificidad?

 

     

                               “Ciberpunk Freud”, realizado por IA, nft

 

 

 

“La sociedad de la transparencia no permite lagunas de información ni de visión. Pero tanto el pensamiento como la inspiración requieren un vacío” “Y una sociedad que no admitiera ya ninguna negatividad de un vacío sería una sociedad sin dicha. Amor sin laguna de visión es pornografía. Y sin laguna de saber el pensamiento degenera para convertirse en cálculo”

                                 

                 Byung-Chul Hang. La sociedad de la transparencia

 

 

  Ahh, este siglo XXI. Siglo nuevo, que ya sabe de guerras, una pandemia, transformaciones geográficas y políticas (que siempre se enlazan directamente), sigue aportando novedades, incertidumbres e inquietudes a nuestra cultura. En efecto, ahora se instala un debate sobre un tema nuevo, pese a vincularse con ideas vertidas hace mucho tiempo, el tema en consideración se denomina inteligencia artificial.

 

  Ahh, la cultura, siempre me interesé por la cultura, desde joven me convoqué a interiorizarme por ella. Se sabe, lo saben los que me leen, los que me escuchan, que denomino cultura al modo de establecer una vida en sociedad, evitando para tal fin que los hombres intenten imponer sus satisfacciones personales por sobre las de los demás. La cultura, lo señalé con énfasis, anhela para constituirse con solidez, de cierto renunciamiento de las apetencias desmedidas, apetencias que según mi criterio, pertenecen a las exigencias pulsionales.

 

  Esta cultura que a lo largo de la historia afronta guerras, masacres políticas, pestes y pandemias, ahora, en estos días se convoca a posicionarse frente a la gestación de esta inteligencia artificial, que sin dudas genera efectos y consecuencias para la humanidad.

 

  Hubo una época, precisamente a finales del siglo XIX, en la que siendo un médico neurólogo, percibí que nuestro objeto de estudio, es decir los pacientes, portan una complejidad que excede a la mera dualidad: cuerpo-alma, cuerpo-espíritu. La complejidad aludida, radica en que no existen problemas específicos de una parte, sin que afecte a la otra, sin que conmueva las bases intelectivas y hasta el núcleo epistemológico que subyace a cada una.

 

  Mis propias intelecciones vertidas en aquellos años, dieron creación a un nuevo dualismo: psiquis-cuerpo. Sin embargo, siempre mi creencia en este dualismo ha sido con dudas, con incertidumbres. Al respecto, destaco que algunos de mis seguidores, algunos de los tantos que se nombran freudianos, consideran que soy un pensador monista; monista y materialista. Nominación que me permito relativizar para que no se me tilde de filósofo. Pero que aun así, en sentido estricto, se condice con parte de mis postulaciones a lo largo de toda mi obra.

 

  Ese fin de siglo, el del XIX, agrego, me permitió abordar desde una perspectiva ciertamente original (me refiero al modo a que se lo hacía antes de mis postulaciones) el estudio del alma humana. En pocos años de este modo, logré comenzar a dilucidar la existencia de una correspondencia entre las diversas historias familiares y los padecimientos de índole espiritual, que bien conviene delimitar como psíquicos.

 

  Correspondencia, que se establece a partir del desciframiento de aspectos que provienen del inconsciente. El mismo, no solo no proviene de la negación de la conciencia, es decir, de ser lo no-conciente, sino de aspectos centrales de la vida psíquica, compuestos de una propia legalidad: condensación y desplazamiento. Inconsciente, que influye sobre los rasgos de carácter de las personas, que altera sus ideas, que afecta sus cuerpos, incluso de un modo radicalmente disímil a las afecciones de raigambre médica.

 

  De esta manera, el inconsciente, en tanto producto constitutivo de las leyes mencionadas, comandan la vida humana. Existen otros elementos del discurrir diario a los cuales hay que prestar suma atención para horadar al alma en cuestión. Entonces, me dirigí a estudiar los sueños, los actos fallidos, los lapsus, los olvidos de nombres propios, los chistes. En definitiva, esas caracterizaciones de lo humano que las diversas corrientes epistemológicas imperantes habían descuidado.

 

  Aquellos años, precisamente la década transcurrida entre 1895-1905, me posibilitaron gestar la intelección principal que subyace a mi obra: el núcleo de la condición humana, se centra en aspectos inconscientes y la satisfacción en juego, es de índole pulsional-sexual.

 

  Ahh, me convocan a reflexionar sobre la inteligencia artificial, y en esta ardua tarea me encuentro con más dudas que certezas, más imprecisiones que puntos de claridad. Igualmente, emprenderé la elaboración de un camino, con la misma valentía que he afrontado tantos otros problemas, escollos, atolladeros. ¿Qué quiere decir inteligencia? ¿Qué significado tiene la adjetivación artificial? Ahora bien, antes de abordar nuestros interrogantes, continuemos con la mención en extremo esbozo del recorrido que hemos realizado con nuestra obra.

 

  Otra vez regresaré a aquellos años mencionados. Entiendo que muchos sostienen que mi supuesta genialidad, afloró con creces a partir de 1919, cuando establecí el más allá del principio del placer como referencia de relevancia en la condición psíquica. Lo entiendo, pero aun así, por momentos me dedico a enaltecer aquellos años de fin de siglo (XXI), años en los cuales se gestaron tantas ideas centrales para mi obra, insisto. Por caso, allí mencioné la existencia de una fuente independiente de desprendimiento de displacer.

 

  En aquel clima de reflexión, en noches de intelecciones y garabatos escritos con mi pluma, di cuenta de una hipótesis auxiliar. La misma, estriba en el hecho de que la escisión es constitutiva del alma humana, incluso desde los mismos elementos que componen el psiquismo. En efecto, el polo perceptivo registra escenas, parcialidades, aparentes nimiedades, que posteriormente podrían convertirse en aspectos de relevancias.

 

  Huellas, huellas mnémicas que evidencian que el polo perceptivo no posee la capacidad de almacenar más que algunos registros. Las huellas, las llamadas huellas mnémicas se asocian por simultaneidad, de esta manera (tal como le dije en una carta, a mi amigo, el doctor Fliess) se llega a constituir la primera transcripción, ligada a los signos de percepción (Ps). La segunda transcripción, se ordena según otros nexos, puntualmente causales. Aquí se compone el inconsciente (Ic) y la tercera retranscripción, forma parte del preconciente (Prc), es decir, se liga a representaciones palabras y corresponde al yo.

 

  En esa época también di cuenta, insisto, de una hipótesis a la que denominé auxiliar, en la cual se expresaba cierta división entre las representaciones, que surgen a partir de las instancias mencionadas y un supuesto afecto que portan (monto de afecto, según lo nominé).

 

  En efecto, la represión, que en sus distintas acepciones compone un lugar central en mi obra, se reprime, aunque no sin gasto de energía, no sin retorno de lo reprimido, pero el monto de afecto, no. Dije incluso con incertidumbres, en los síntomas obsesivos el monto de afecto va a parar a representaciones sustitutivas, en los histéricos, a la inervación de un órgano. Pero este órgano, compone un cuerpo que ya no responde a la anatomía conocida por la medicina: resulta un cuerpo hablado, el cuerpo de las parálisis motrices histéricas.

 

  Más tarde, teoricé sobre la pulsión, ese concepto límite entre lo psíquico y lo somático. Pulsión, como energética libidinal, que sitúa la amplitud de lo sexual en el alma humana, sobrepasando la misma a la índole de lo genital. Algo de esta pulsión, su empuje, su capacidad para desintegrar, me llevó hacia principios del año veinte, a establecer la existencia de un más allá del principio del placer.

 

  Una complejidad inherente a lo humano compone y a la vez subyace a este principio: hay una tendencia a satisfacerse en el malestar, repetitivamente. Entonces, con esta postulación que algunos la entienden como radical, volví a reflexionar sobre la cultura. Volví en definitiva, a uno de los temas de interés de mi juventud.

 

  Debo decir, con lamento, que me costó muy poco reconocer que las ilusiones de antaño, de componer una vida en sociedad con permanente cuidado por la cultura, no eran sino meras ilusiones, precisamente. Por consiguiente, entendí que el malestar que corroe al alma humana en la intimidad de cada vida, es similar al que genera diferencias, grietas e incluso enfrentamientos bélicos en el mundo. En esta perspectiva, emití mi opinión sobre la llamada gran guerra, así como los autoritarismos y toda forma de enaltecimiento de las cosmovisiones políticas.

 

  Y ahora me encuentro planteándome interrogantes sobre la denominada inteligencia artificial. Es aquí que retomo los interrogantes ya emitidos: ¿Qué quiere decir inteligencia? ¿A qué corresponde la adjetivación artificial?

 

  Durante los amplios años en los cuales construí mi obra, no otorgué un lugar de relevancia a las postulaciones de René Descartes. En ese momento decidí estudiar las ideas de otros filósofos. Debo reconocer que prescindí entonces, de la consideración del pensador que inauguró la filosofía moderna. El padre del sujeto moderno, como lo llaman algunos, es uno de los filósofos que hizo de la inteligencia, una metodología. Me refiero a la también denominada inteligencia cartesiana.

 

  La misma, estriba en el establecimiento de un método: se toma un todo, se lo cuestiona, se lo fragmenta, se establecen dudas sobre cada elemento y posteriormente, con sumo cuidado, se re-arman los elementos en cuestión. Dicho método, presenta acentuadas semejanzas con el que utilizo para interpretar sueños. Situación que noté en tiempos posteriores al establecimiento de mi obra.

 

  La inteligencia cartesiana es humana, propiamente humana. Es decir, surge del pensamiento, pero también de la duda, de las incertidumbres. Inteligencia que se constituye de destellos de claridad, tanto como de incertidumbres, imprecisiones. Así es como se la conoce como duda metódica.

 

  En esta perspectiva, considero que mi obra, obra mencionada en esbozo, sostiene una definición de inteligencia, como propiamente humana. El humano es inteligente; no porque no falle, no equivoque su camino, no atente incluso contra sí mismo, o sobre los otros, sino, por el contrario, porque lo hace.

 

  El alma humana contiene entre su composición (compleja composición) la utilización de aspectos inteligentes metodológicamente hablando, no solo para construir cultura, sino también para destruirla. Por caso: ¿no fueron creaciones de la inteligencia humana los diseños y las elaboraciones de las bombas nucleares que cayeron sobre Japón? Tan humanas, que distan bastante de ser obras de lo artificial.

 

  Al respecto, me permito en este punto recordar el inicio de mi presente exposición. En efecto: las parálisis corporales que niegan el estudio anatómico-fisiológico del cuerpo, los ceremoniales obsesivos (elaborados con minuciosa inteligencia, en algunos casos), los olvidos de nombres propios, los actos fallidos, los lapsus verbales, presentan aspectos tan humanos, como inteligentes.

 

  Situación que me convoca a considerar, que si se trata de inteligencia, no hay forma de que esta se ligue a lo artificial. Se dice que esta inteligencia artificial, trabaja con algoritmos precisos, con redes que parecen a las neuronales, pero que provienen de una lógica sin equívocos, sin fallas. Entonces, se tendrá que hablar de un artificio, nada más (ni menos) que de un artificio.

 

  Un artificio, que como tal se gesta desde la perfección. Pero este artificio, no podrá considerarse, según mi criterio, inteligente. Ya que como lo he demostrado a lo largo de mi vida, el alma humana se compone de fallas, supuestos errores, es decir, de inteligencia.

 

  Como dice el filósofo que hoy me acompaña en la reflexión, con sus palabras de inicio: la negatividad, las lagunas del pensamiento, los quiebres en el saber, resultan tan humanos como inteligentes. Por ende, si nos encandilamos por algoritmos, por cálculos, degeneramos al propio pensamiento, pensamiento tan propio de la inteligencia, es decir, de lo humano.

 

 

Arte*: Colección: “Personalidad Ciberpunk”

    Página: htpps://media-SL.com

 

 

 


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