» Colaboraciones
La felicidad y la cultura, una respuesta a Freud sobre el Malestar en la Cultura22/07/2002- Por Michael Guy Thompson - Realizar Consulta

"...Se podría argumentar que la infelicidad provoca que uno se vuelva neurótico cuando el individvuo es incapaz de aceptar su infelicidad, o como Freud lo propuso, de hacer algo para resolverla..."
Mucho
se ganará si el [psicoanálisis] tiene
éxito en transformar la miseria histérica en un infortunio corriente. Con una
vida mental restaurada el [individuo] tendrá mejores armas para luchar contra
la infelicidad
Sigmund
Freud
Existe
una antigua fábula sobre la infelicidad que quisiera compartir con ustedes
antes de comenzar con mi plática. Dice así: Había una vez un joven príncipe que
era terriblemente infeliz y el rey no podía hacer nada para aliviar el
abatimiento de su hijo. Los consejeros del rey finalmente le dijeron que lo
único que podría aliviar al príncipe de sus pena era que consiguiera la camisa
de un hombre feliz. Después de buscar a lo largo y a lo ancho del reino,
finalmente encontraron a un pobre granjero que era sumamente feliz. Pero su
desconsuelo fue enorme al saber que este pobre pero feliz granjero ¡no poseía
ni una camisa!
La
moraleja de esta historia puede ser interpretada de diferentes formas, pero
todas ellas apuntan hacía una explicación ineludible: la felicidad es inherentemente
enigmática y evasiva; por más que nos esforzamos en obtenerla, siempre parece
estar más allá de nuestro alcance, no importa que tan duro tratemos o que tan
devotos seamos en nuestro intento. Para
muchos, la misma idea de la felicidad es concebida como una forma de ilusión,
incluso como un episodio maníaco, y se supone que los profesionales de la salud
mental deben de ocuparse de curar mentes enfermas, no de mejorar las que están
sanas. Pero como dice el antiguo refrán, ni todo el dinero del mundo puede
comprar la felicidad y por ello, a pesar de la prosperidad que actualmente
disfrutamos los americanos con un nivel de vida que desde hace mucho tiempo ha
sido la envidia del mundo, cada año gastamos billones de dólares en los más
modernos medicamentos antidepresivos o ansiolíticos y aunque son efectivos para
aliviar nuestro sufrimiento poco es lo que pueden hacer para hacernos seres
humanos más felices.
De
hecho, la mayoría de las personas que acuden a psicoanálisis en busca de ayuda
no se quejan de este o aquel padecimiento, sino de no ser felices. Lo queramos
o no, los pacientes que acuden a tratamiento tienen la expectativa de que el
psicoanálisis tendrá éxito en hacerlos felices donde otros esfuerzos han
fracasado. Quizá la observación de que la mayoría de nuestros pacientes no son
más felices de lo que eran antes al terminar su análisis puede ser explicado
por un reciente artículo del New York Times en el que se reporta que a pesar de
que las personas dicen valorar más la felicidad que el dinero, ¡también admiten
que no quieren trabajar para conseguirla!
Esta
tarde quiero explorar la pregunta de si el psicoanálisis tiene algo que ver con
estas expectativas, para ello revisaré las observaciones de Freud sobre la
naturaleza de la felicidad, y específicamente, la relación entre la felicidad y
la cultura. Freud dedicó un libro entero a este tema, publicado en inglés como Civilization
and Its Discontents, y en español como El Malestar en la Cultura en 1930.
Aunque este fue el trabajo más popular de Freud , es ampliamente reconocido que
es algo engañoso.
De
acuerdo a Strachey (en Freud, 1930, pp. 59-69), el título original que Freud
eligió para este libro fue Das Unglück in der Kultur, una traducción inadecuada
de lo que debiera ser algo así como “La Infelicidad en la Cultura” o incluso
mejor aún, “Sociedad”. Una traducción más literal de la palabra alemana Unglück
en inglés sería “misfortune” (infortunio) o simplemente “bad luck”
(mala suerte). En alemán, el concepto de felicidad comúnmente se concibe como buena fortuna, o
como un golpe de suerte. A continuación, Freud cambió en el título la palabra
en alemán Unglück por Unbehagen, un término que según Strachey es más difícil
de traducir al inglés, y sugirió que la palabra en francés “malaise”, que se refiere
a un estado de malestar o incluso enfermedad, hubiera sido una elección más
afortunada. Cuando el libro fue traducido al inglés en 1930, Freud le propuso a
Joan Riviere, que fue el traductor el título, Man’s Discomfort with
Civilizattion. Sin embargo, Riviere ignoró la recomendación de Freud y escogió
el título, Civilization and Its Discontents y desde entonces, por su culpa
hemos estado batallando con esto.
Claro
está que la propia cultura de Freud jugó un papel importante en su concepción
de la felicidad, aunque hay poca evidencia de que la cultura Vienesa,
Austriaca, Alemana o Judía hayan tenido un impacto decisivo en sus puntos de
vista acerca de la condición humana. De hecho, sus conclusiones sobre la
felicidad se asientan primeramente en la Europa de finales del siglo XIX y en
la literatura griega clásica que cualquier europeo educado estudiaba entonces
en la universidad. En el mundo cada cultura tiene su propio término para
referirse a la felicidad, y todas las culturas de la historia han tratado de
encontrar la forma de obtenerla. A pesar de que todas las culturas más o menos
concuerdan en que la felicidad es deseable, no todas las culturas están de
acuerdo en lo que implica la felicidad. Mi propósito es examinar la visión que
Freud tenía sobre la felicidad y determinar el papel que el psicoanálisis
contemporáneo juega cuando un paciente busca ser feliz.
Es
muy probable que los lectores estén familiarizados con el notorio comentario de
Freud acerca de la relación entre el psicoanálisis y la felicidad –que el
propósito del análisis es “transformar
la miseria histérica en un infortunio corriente”– pero sospecho que pocos
analistas podrían decirnos donde fue que Freud hizo este señalamiento.
De
hecho, Freud realizó este cauto señalamiento sobre el papel limitado que el
psicoanálisis juega en procurar la felicidad desde 1985, en el libro que
escribió junto con Josef Breuer, Estudios sobre Histeria (1893–1895),
comentario que está enterrado en la última página del libro. Ya que todos hemos
escuchado variaciones sobre lo que se supone que dijo Freud puede ser útil
revisar que es lo que realmente dijo y en el contexto en cual lo dijo:
“Repetidamente
he oído expresar a mis enfermos, cuando les prometía ayuda o alivio por medio
de la cura catártica, la objeción siguiente: -Usted mismo me ha dicho que mi
padecimiento depende probablemente de mi destino y circunstancias personales.
¿Cómo, no pudiendo usted cambiar nada de ello, va a curarme?- A esta objeción
he podido contestar: -No dudo que para el Destino sería más fácil que para mi
curarla, pero ya se convencerá usted de que adelantamos mucho si conseguimos
transformar su miseria histérica en un infortunio corriente.” (Freud, 1895 p.
168).
Por
último, podemos estar de acuerdo en que el comentario que hace Freud acerca de
la relación entre felicidad y el psicoanálisis es una forma sorpresivamente
enigmática de terminar un libro cuyo propósito era informar a sus suspicaces
colegas vieneses sobre la naturaleza de su nuevo método de tratamiento, el
psicoanálisis. Más sorprendente es aún el hecho de que Freud esperó hasta 1930
–nueve años antes de su muerte y treinta y cinco después de que su libro sobre
histeria fuera publicado– para reasumir su cuestionamiento sobre la naturaleza
y las causas de la felicidad. Obviamente, este lapso le dio mucho tiempo para
pensar sobre el tema. Para 1930 el mundo ya había sufrido los estragos de la
primera guerra mundial, la que se puede argumentar ha sido la más terrible
guerra de la historia. La vida tanto en
Alemania como en Austria había sido afectada profundamente por la guerra cuando
Freud retomó este importante cuestionamiento. Sin embargo, su famoso postulado
sobre la infelicidad (e implícitamente sobre la felicidad) y el análisis habían
sido formulados antes de “La gran guerra” mucho antes de que él se identificara
con el pesimismo predominante de sus años posteriores. Ciertamente nada pasó en
este tiempo que hiciera a Freud menos pesimista sobre la condición humana y
sobre que es lo que el psicoanálisis puede ofrecer para aliviar la infelicidad.
Cultura e INFELICIDAD
Antes
de retomar el punto de vista de Freud sobre la relación entre la felicidad
y la terapia, quisiera decir algo sobre
el medio ambiente intelectual y cultural de Freud. Por el momento, supongamos
que el sufrimiento y la infelicidad humanas son virtualmente la misma cosa. Más
tarde veremos más de cerca cual es la distinción que hace Freud entre el
sufrimiento psicológico –pero no limitado a la neurosis- y la infelicidad común. La visión de Freud
sobre la felicidad y la infelicidad se deriva de muchos de los grandes
filósofos de los últimos dos mil años, incluyendo a Eráclito y Empedocles de la
era presocrática, a Platón y Aristóteles los grandes filósofos de occidente;
los Cínicos, los Estóicos, los Escépticos de la era Helenística y más
recientemente en el siglo XVI con el ensayista y filósofo, Michel de Montaigne,
y más actualmente incluso Schopenhauer y Nietzsche. Freud estudió prácticamente
a todos estos filósofos durante su juventud o más tarde en su madurez. Por lo
pronto todos estos filósofos señalan que la vida nos reta con sufrimiento,
frustración y desilusión desde el momento en que nacemos y que nos confronta
con tareas que son muy difíciles de llevar a cabo. Todo esto deja cicatrices
que son imposibles de borrar. Aunque de niños se nos convence de que las cosas
serán más fáciles al crecer, la experiencia nos dice lo opuesto –que la vida se
vuelve más difícil y que esta situación persistirá durante toda nuestra
existencia hasta que finalmente nos enfrentamos con lo inevitable de nuestra
muerte.
Gran
parte de nuestra vida está enfocada a una u otra forma de sufrimiento y pasamos
gran parte de nuestro tiempo tratando de encontrar alivio a las penas que la
vida nos depara y así vivimos día con día. Freud el gran sistematizador,
creyó que podemos dividir los mecanismos
que típicamente empleamos para obtener este alivio en tres categorías: 1) la
primera es lo que el denomina desviación
del sufrimiento, como por ejemplo el trabajo y la actividad intelectual
que nos mantendrán preocupados por otras razones ajenas al peso de nuestra
miseria; 2) la segunda son las satisfacciones sustitutivas que se caracterizan
por el placer o la felicidad que derivamos del arte y el entretenimiento, lo
que sirve para disminuir nuestro sufrimiento; y 3) esta tercera categoría
incluye sustancias toxicas que nos hacen insensitivos al dolor al que no
podríamos escapar de otra manera. Estas tres alternativas figuran en nuestra
vida de una forma u otra, las tres opciones están a nuestro alcance pero si nos
avocamos a una sola entonces nos volvemos adictos a ella, y la felicidad o el
placer que previamente nos proporcionaba disminuirá de manera proporcional.
Aunque la fórmula de Freud es consistente con los puntos básicos de su teoría
de los instintos, esta puede encajar virtualmente en cualquier formulación
teórica que uno prefiera. De hecho, para mi esto hace perfectamente sentido
incluso sin una teoría que lo apoye ya que podemos comprobar su eficacia solo
con los frutos de nuestra experiencia, incluyendo lo que hemos aprendido como
pacientes o como psicoanalistas.
Sin
embargo, ninguno de los métodos que Freud enumeró ha sido tan exitoso como
hubiéramos deseado, no importa cuales sean nuestros recursos, que tan listos o
iluminados seamos en nuestra lucha por ganar maestría sobre nuestras emociones.
Esto hace que surja la pregunta inevitable de ¿porqué la vida es tan difícil?,
y si estamos de acuerdo en que esta dificultad es infranqueable o más o menos
consistente con la vida, entonces ¿cuál es el propósito de que nuestra
existencia sea por naturaleza penosa?
Esta
es una pregunta que ha sido examinada desde el principio de la historia, y aún
no hemos encontrado una respuesta satisfactoria para ella. Claro que nos es
familiar que Freud rechazó el argumento religioso en El Malestar en la Cultura
y en su publicación anterior, El Futuro de una Ilusión (1927), en la que
sugiere (dependiendo de la religión en cuestión) que el sufrimiento humano es
como una “prueba” y una forma de preparación para una vida futura que se vuelve
accesible solo si estamos dispuestos a soportar nuestro sufrimiento en esta
tierra con una aceptación benigna. Para aquellos que no tienen el recurso de
esta solución reconfortante, solo les queda preguntarse que es lo que pueden
hacer con su sufrimiento y ponderar sus efectos en su actitud sobre la vida, y
por supuesto sobre su muerte.
Naturalmente,
la pregunta del sufrimiento aparecerá sobre todo en la mente de la persona que
acude a tratamiento psicoanalítico ya que el alivio del sufrimiento es el
principal motivador que lleva a la gente a terapia. Cabe preguntarnos ¿cuáles
son los efectos que tienen en el alma humana una vida de pena y frustración?
¿cómo nos afecta este sufrimiento y que nos inspira a buscar de la vida para
aliviarlo, para entenderlo y no solo por el sufrimiento en sí mismo sino a
pesar de él? Para Freud (1930), la respuesta a esta pregunta nunca estuvo en
duda: nuestro sufrimiento inevitablemente nos lleva a buscar la felicidad, a
desear ser felices, y ultimadamente permanecer así (p.76). Así pues, el
sufrimiento y la felicidad mantienen una relación complementaria, es debido al
sufrimiento que buscamos un estado de felicidad que nos alivie y cuando
logramos la felicidad, naturalmente deseamos conservarla como una forma de
protegernos contra lo inevitable de volver a sufrir. Pero la búsqueda de la
felicidad no es tan fácil como parece, ya que la naturaleza de la felicidad es
tal, que normalmente la experimentamos como una sensación de un simple “alivio”
del sufrimiento, pero aún más importante es el hecho de que es percibida como
una fuente de bienestar en sí misma, un
aspecto que Freud no enfatiza. De hecho nos debemos preguntar a nosotros mismos si es posible lograr una
felicidad genuina si nuestro único propósito es obtener un alivio utilitario
del sufrimiento a expensas de todo lo demás.
Probablemente la mayoría de nosotros estamos
de acuerdo en que el alivio del dolor y la
felicidad no son lo mismo, aunque esta es quizá la distinción más
difícil de hacer para cualquier ser humano y es también un cuestionamiento con
el que la mayoría de los pacientes en terapia tienen que luchar a lo largo de
su experiencia analítica.
LAS
FUENTES DE LA INFELICIDAD:
Pero
¿cuáles son las principales fuentes -o causas- del sufrimiento? La primera es
quizá la más obvia: nuestro propio cuerpo, que de acuerdo a Freud (1930), “está
destinado a la decadencia y la disolución”, e incluso necesita del dolor y la
ansiedad como una señal de alarma (p.21) . Y a pesar de que no lo pensamos
mucho hasta que el desastre ataca, no podemos negar que el mundo externo es una
fuente constante de sufrimiento, que como dice Freud, “[periódicamente] nos
ataca sin misericordia con fuerzas destructivas que nos sobrepasan” (p.77), en
la forma de huracanes, terremotos, inundaciones etc.
Pero
ultimadamente, la fuente mas profunda de sufrimiento está en nuestras
relaciones con otros seres humanos, sufrimiento que de acuerdo a Freud es el
más doloroso que podemos experimentar.
A
pesar del énfasis de Freud en la biología -y su argumentable “hincapié” en la
presencia generalizada de la sexualidad en nuestros síntomas; en el fondo,
Freud señalaba que las relaciones interpersonales constituyen para el ser
humano las experiencias más dolorosas a las que se puede enfrentar; e incluso
esto es la piedra angular de lo que significa ser humano.
No
es de sorprender entonces, que todos los seres humanos busquemos las formas de
evitar el sufrimiento, y que ingenuamente utilicemos y hagamos propia cualquier
modalidad de mañas, astucias o venganzas que son lugares comunes. Sin embargo,
algunas personas optan por evitar las relaciones en su totalidad o de evitar a
cualquier precio aquellas relaciones que son más íntimas en un intento de
protegerse de ser rechazados, frustrados, o desilusionados por los demás. Claro
que esta estrategia nunca es completamente exitosa, ya que de igual forma
tampoco existe mayor fuente de placer que la que encontramos al relacionarnos
con los demás; ya sean amantes, esposos, amigos, hijos, camaradas, colegas y
demás. Sin ellos, nos sentimos desgraciadamente infelices, y debido al peso del
aislamiento, la alineación y la soledad, eventualmente nos vemos obligados a
buscar medios alternativos para aliviar nuestro aislamiento auto impuesto.
Pero
debemos preguntarnos ¿por qué nuestras relaciones con los otros provocan tanto
sufrimiento? Y si Freud está en lo correcto ¿porqué es una fuente de
sufrimiento que no tiene paralelo? ¿qué es lo que otros seres humanos prometen
que es tan anhelado?
Freud
sospechaba que la respuesta a esta pregunta residía en la búsqueda que perdura
a lo largo de la existencia y que nunca nos abandona: el llamado “sentimiento
oceánico” que un amigo de Freud describió como el fruto de la experiencia
religiosa. Esta es consecuente a ciertas formas de amor, este sentimiento fue
descrito como algo similar a la eternidad, un sentimiento dice Freud (1930),
“de un vínculo indisoluble, de ser uno con el mundo externo como una unidad”
(p. 65).
Freud
admitió nunca haber experimentado este sentimiento en forma personal, e incluso
cuestionó si este podría ser descrito como un “sentimiento”. Para él el
sentimiento oceánico es la consecuencia de una idea que uno encuentra agradable
y que en forma secundaria da lugar a este sentimiento. De hecho, para Freud la
idea de poder llegar a sentirse “uno” con la sociedad era algo tan alejado de
su experiencia que incluso escribió El Malestar en la Cultura para ofrecer una
explicación alternativa sobre la fuente de esta controvertida sensación. Concluyó
que la única experiencia que tenemos de este sentimiento es durante los
primeros etapas de la infancia, cuando el niño es bienvenido en el seno de su
familia. Sin embargo, conforme el niño se va desarrollando y descubre que el
paraíso que disfruta con su madre está destinado a terminar busca fuentes
alternativas de esa “unidad” que antes
se le brindaban sin hacer ningún esfuerzo adicional.
Basado
en esta idea, Freud parece reservar la palabra “felicidad” para cualquier
experiencia que sirva para regresar, para devolvernos a esa bienaventuranza o
bendición instantánea que las relaciones con los demás parecen prometer, pero
que ultimadamente no podrán otorgarnos. Así pues, la felicidad es tan efímera
porque la experimentamos en contraste a las frustraciones y al trabajo penoso
que la existencia diaria implica. Por lo tanto tenemos que admitir que no
podemos ser felices todo el tiempo. Si hipotéticamente fuéramos capaces de
preservar la felicidad que ocasionalmente disfrutamos, pronto nuestra vida
sería aburrida, y la felicidad que antes atesorábamos se evaporaría para
transformarse en ese estado familiar de ansiedad que caracteriza nuestra
existencia. Entonces, la búsqueda de la felicidad volvería a comenzar una y
otra vez, para estar nuevamente destinada a la erosión en el momento en que
tenemos éxito en aproximarnos a ella, y así sucesivamente. Esta observación
puede resumirse con el dicho: -ninguna luna de miel puede ser eterna- un
fenómeno con el que todos nuestros pacientes en análisis tienen que reconciliarse
una vez que la luna de miel que disfrutan con su analista comienza a
desvanecerse.
© elSigma.com - Todos los derechos reservados