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La traducción de los sueños25/01/2001- Por Néstor A. Braunstein -

En 1899 Sigmund Freud dio a la imprenta y recibió de ella los primeros ejemplares de una edición de quinientos de su libro más influyente: Die Traumdeutung. Quiso remarcar la novedad radical de sus ideas cambiando la fecha en el colofón de la página inicial e inscribió como año de aparición "1900". Aún hoy los editores nos recomiendan abstenernos de presentar un libro en el mes de noviembre o diciembre y encuentran preferible esperar hasta el comienzo del nuevo año, especialmente si se trata de un volumen "de difícil lectura" (así dice el prólogo a la segunda edición; diez años tardaron en venderse esos primeros quinientos ejemplares). Poco funcionó la táctica de adelantar la fecha en un año. Lo importante es que hoy, en el año 2000 que ya fenece, el libro todavía aguarda a lectores que se interesen por su novedad. La conmemoración del centenario es buen pretexto para subrayar el interés de una obra que se ha traducido y retraducido varias veces a cada uno de los idiomas importantes de Occidente y que concita discusiones apasionadas sobre su tema, sobre su autor y sobre su influencia en un siglo marcado a fuego -y en aspectos fundamentales de la vida- por ese texto.
Sin duda la Traumdeutung, correctamente traducida como La Interpretación de los Sueños, justifica la interminable lista de sus reediciones y la lectura, difícil, sí, funciona siempre como provocación para que cada uno se pregunte sobre los fundamentos de su propia vida psíquica. El enigma del libro es multiplicado por el enigma que le plantea su propia intimidad a cada uno de sus lectores frente al hecho más general, más evidente y más misterioso de la vida interior: el soñar.
Comencemos por el título. La lengua alemana, como cualquiera sabe, es una lengua de ideas y no de vocablos, reacia a la construcción de diccionarios y proclive a la composición y producción de palabras nuevas por el recurso de la conjunción de vocablos que el hablante entiende aún sin haberlos escuchado antes. Casi es imposible encontrar un diccionario de alemán donde a una palabra siga su definición canónica. La palabra Traumdeutung (un solo vocablo de tres sílabas, mientras que en español usamos cuatro palabras con nueve sílabas) no existe en el diccionario, pero todo hablante del alemán sabe qué es Traum (sueño) y qué es Deutung (interpretación). Traum es palabra que tiene su equivalente en otras lenguas, por ejemplo, el inglés dream, morfológica, etimológica y semánticamente homóloga a Traum. La palabra Deutung, en cambio, nos reserva una sorpresa: el verbo deuten y el sustantivo Deutung no pueden pasar a ningún otro idioma porque derivan del nombre del país Deutschland, Alemania. En la alta Edad Media el saber en esas comarcas se enunciaba en la lengua del Sacro Imperio de Carlomagno, es decir, el latín. La medicina, el derecho y la teología hablaban la lengua de los pontífices romanos. Para que el pueblo pudiese entender lo que estaba escrito era necesario verter esos textos en la lengua vulgar, el deutsch, era necesaria una tarea de traducción, trasponerlos. Deutung es, pues, hacer accesible en la lengua vernácula los escritos cuyos originales son incomprensibles para la gente común. Traumdeutung es, pues, una palabra que significa, sí, "interpretación de los sueños", pero que no puede desprenderse de su sentido originario de "traducción". En nuestro lenguaje actual esa duplicidad semántica continúa existiendo y los traductores son muchas veces llamados "intérpretes". La palabra alemana específica para "traducción" es Übersetzung, literalmente "sobreposición". La "traducción" translada (translates) sobreponiéndose al original. La tarea del psicoanalista cuando interpreta los sueños, según Freud, consiste en cambiar el relato que recibe de su paciente, el "contenido manifiesto", por un nuevo texto que es el "contenido latente" (escondido) del sueño que ha escuchado, valiéndose de las asociaciones aportadas por el soñante en la sesión analítica. Eso es "interpretar" (deuten) el sueño.
Véase bien, "del sueño que ha escuchado" porque, para un psicoanalista, no hay más sueño que ése, la narración que oye de un sujeto en la sesión, un sujeto que ha demandado sus servicios, que paga por ello y que espera una respuesta de quien supuestamente sabe lo que tiene que hacer cuando le cuentan un sueño. Es por eso que el psicoanalista está relativamente desinteresado en los notables avances que la ciencia neurofisiológica ha hecho en este terreno. No por desdén sino porque sabe que esas investigaciones apuntan a algo diferente que las suyas y se refieren a otras cosas que las propias del análisis. Alguna vez Lacan dijo que había visto suficientes electroencefalogramas como para saber que nunca una idea o pensamiento se manifestaba en ellos. Para el electrofisiólogo el sueño es algo que pasa de noche y que él investiga con electrodos en la cabeza. Para el psicoanalista es algo que oye durante el día de la boca de un sujeto más o menos perplejo ante una producción de su psiquismo cuyo sentido se le escapa y que espera de él, a quien está ligado por una relación transferencial, que aporte algún tipo de comprensión y, fundamentalmente, que integre al sueño con el conjunto de su vida y de su experiencia con los otros. Como se ve, hay una perturbadora homonimia para referirse a dos realidades diferentes, cada una de las cuales merece ser investigada por separado pues requieren de una metodología distinta. El sueño del neurofisiólogo no es el mismo que el sueño del poeta ni el sueño del psicoanalista. Es menester evitar las confusiones acarreadas por esa coincidencia indeseable en torno a la palabra "sueño".
El analista no trabaja con lo soñado por el durmiente sino con el sueño relatado. Su objeto cambia con cada palabra que el sujeto, comprometido a decir todo lo que se le pase por la cabeza, agrega al relato. La naturaleza del sueño es lenguajera. La presuposición freudiana es que el sueño tiene la función de proteger el dormir y es movilizado por ciertos restos diurnos, por pensamientos que han quedado revoloteando en el alma del soñante durante el día y se siguen elaborando durante la noche. Esas preocupaciones no quedan, sin embargo, aisladas; ellas se ligan con deseos escondidos para el sujeto mismo, inconscientes. Por eso la tantas veces aludida expresión de Freud: "El sueño es la via regia para el acceso al inconsciente." A la que debe reunirse su otra tesis: "El sueño da forma figurada al cumplimiento de un deseo." En última instancia, su interpretación se reduce a un "ojalá" de algo que el sujeto no puede realizar en su vida vigil porque resultaría contrario a su yo, porque chocaría con sus sistemas de valores o con sus conveniencias sociales. Es por ese camino que el sueño está esencialmente ligado a la transgresión, a lo que el sujeto rechaza de sí mismo, a lo más íntimo de él que prefiere desconocer, mantener bajo represión. El relajamiento de la censura que durante el día imprimimos a nuestros pensamientos permite que, durante la noche, cuando esas imágenes resultan inofensivas, cuando no tenemos acceso a la motilidad que nos llevaría a actuar estos impulsos "peligrosos", nos permitamos soñar y, por lo general, olvidar rápidamente o devaluar la experiencia onírica diciendo: "era tan sólo un sueño".
Esta es la esencia del descubrimiento freudiano del que su autor afirmaba con orgullo en 1931, al prologar la tercera edición inglesa de su libro, que él "contiene aún el más valioso de todos los descubrimientos que tuve la fortuna de hacer. Una dilucidación (insight) como ésta nos cabe en suerte una sola vez en la vida entera (falls to one's lot but once in a lifetime)". Todos sabemos el origen y la sustancia del descubrimiento que se relata puntualmente en la obra en cuestión escrita en los años de 1898 y 1899: el análisis de los sueños del propio Freud, un análisis que constantemente se detiene cuando llega a los puntos que traicionarían pensamientos y circunstancias demasiado íntimas. El autor rechaza entrar en los sueños de analizantes que pudieran constituir, al relatarlos, transgresiones a la ética del secreto profesional. Vale la pena consignar que Freud analizó por completo un solo sueño y en él se develaban ciertos secretos de su esposa Martha. Su amigo, corresponsal y socio en la aventura, Wilhelm Fliess -que nunca llegó a saber el lugar que él mismo ocupaba como analista de Freud- le aconsejó, por razones de discreción, que borrara toda referencia a ese sueño fundamental, sueño que algunos acarician aún la esperanza de ver aparecer en algún archivo olvidado, aunque la mayoría de los analistas nos hemos resignado ya a no conocerlo jamás. Por supuesto, el carácter incompleto de todos los sueños narrados en la Traumdeutung ha hecho que legiones de analistas se lancen al deporte de analizar al padre y de descubrir las claves ocultas que Freud escondió o que no tuvo en cuenta en el proceso de analizarse a sí mismo. Hay libros enteros e infinidad de artículos dedicados a esa investigación casi policíaca de la vida y de los sueños del fundador del psicoanálisis (Anzieu, Grinstein, Schur, Rand y Torok, etc.).
Pero hay una sombra que siempre nos perturba y que no queremos dejar pasar. Cualquiera que conozca a fondo la vida de Freud y quiera formular una lista de adjetivos para describirlo pondría en primer lugar (o muy cerca de ese primer lugar) el de "ambicioso", tal como lo hace uno de sus biógrafos más reconocidos (Peter Gay) y como no deja de indicarlo ninguno de ellos, incluyenido al hagiógrafo oficial, Ernest Jones. La propia Traumdeutung puede ser leída como la autobiografía de una ambición, la de descubrir los secretos del inconsciente, bajando al Averno. Freud es ambicioso pero no arribista; su anhelo es el de hacerse reconocer a contracorriente, a través de la revelación de lo clandestino y rechazado de la "historia oficial". Él sabe lo que quiere, la fama universal, que los productos de su pensamiento "lleven su nombre y obedezcan a sus leyes" según decía en una carta a Fliess en ese año de 1900 cuando la fría recepción de su libro le hacía pensar que había fracasado y veía en esa indiferencia del mundo "un justo castigo". Ahora bien, este hombre ambicioso vive animado por un deseo: quiere ser el primero en penetrar en las provincias inexploradas del alma y tiene la iluminación, esa que se da una sola vez en la vida, de la clave de los sueños: son cumplimientos de deseos. Imagina una placa de mármol instalada en el sitio donde tuvo su "revelación". ¿Es extraño entonces que todos sus sueños confirmen que el sueño es un cumplimiento de deseo, aún cuando pueda argüirse, y él es el primero en hacerlo, que multitud de sueños parecen oponerse a esa ley, y eso lo mueve a demostrar que, pese a las apariencias, también ellos son cumplimientos de deseos inconscientes, de deseos de castigo, de deseos que provocan angustia, etc.? (Por lo menos hasta 30 años después cuando relativiza su fórmula y propone que los sueños son "intentos" de cumplimiento figurados del deseo y que esos intentos a veces fracasan).
La tesis de la Traumdeutung no puede, pues, despegarse del deseo de Freud. Lacan señala que a él no podía escapársele que la ley sobre el deseo del soñante lo incluía a él mismo. No somos inconsecuentes, pues, al sostener que la interpretación del sueño está, sí, movida por el deseo… por el deseo del analista, por el deseo del intérprete, en última instancia, por el deseo de Freud. Siendo así, no queda sino una salida, la lacaniana: que el analista se abstenga siempre, metódicamente, de "traducir" los sueños a una lengua que fuese la suya y que, cuando escucha un sueño, se limite a devolver al sujeto la interrogación enigmática que el sueño aporta para que éste, animado por el deseo del analista que es el de no traducir, deje a la verdad, la del analizante, emerger limpiamente, sin desnaturalizarla con sus preconcepciones, con sus prejuicios, con sus pretensiones de saber lo que, fuerza es reconocerlo, no sabe. Que deje a la palabra del analizante el poder de resolver soberanamente, con la mayor libertad posible, sobre el sentido de su soñar.
Alcanzar la verdad del sueño es tarea comparable a la de alcanzar la verdad del original en la traducción. El buen traductor no es el que impone las leyes de su lenguaje al texto original para hacerlo "comprensible", sino el que hace surgir de él su médula, lo "intraducible", lo que no se reduce a una jerga compartida. No creo poder terminar este artículo celebratorio del libro psicoanalítico más importante jamás escrito si no es citando a Borges, en su poco mencionado artículo sobre la versión inglesa del Vathek: "El original es infiel a la traducción." Es lo que sucede con los sueños, pero sucede así cuando no se interponen las sospechosas influencias de los divulgadores que aplanan y ocultan la excepcional riqueza, los sutiles matices, el hambre por lo desconocido, la cabal originalidad de esa vida onírica que Freud descubrió y en donde pululan sentidos insólitos que terminan en el ombligo de lo incognoscible.
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