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Sepulturas sin velorio ni funeral: la función de los ritos para el duelo19/05/2020- Por David Vargas Castro - Realizar Consulta
Ante la imposibilidad de tramitar duelos por los condicionantes de la pandemia, surgen pensamientos que ponen de relieve la función del ritual ante las pérdidas. En los recorridos de Freud y de Lacan, y en observables históricos y actuales, hay elementos conceptuales y reveladores de la importancia que adquieren el psicoanálisis y su praxis…
“Escena del juicio del Libro de los muertos” (1275 a. C.)*
“Así, también nosotros, si se nos juzga por nuestras mociones inconscientes de deseo, somos, como los hombres primordiales, una gavilla de asesinos”.
Sigmund Freud, “De guerra y muerte. Temas de actualidad”.
Hemos sido testigos de las oleadas de muertes en todo el mundo a raíz del COVID-19, situación que ha llevado al colapso del sistema de salud y del servicio fúnebre en varias ciudades.
De esta avalancha de muertes también dio cuenta Freud en su texto “De guerra y muerte. Temas de actualidad”: “[La muerte] ya no se deja desmentir; es preciso creer en ella. Los hombres mueren realmente, y ya no individuo por individuo, sino multitudes de ellos, a menudo decenas de miles un solo día. Ya no es una contingencia” (Freud, 1915: 292).
Una de las cuestiones que se han hecho más patentes es la imposibilidad, por parte de los allegados, de compartir con el paciente infectado sus últimos momentos, siendo sólo posible –como en el caso de Italia– hacerlo de forma remota por medios tecnológicos. Igualmente, los protocolos impiden realizar velorios y funerales; además de tener que recurrir, en algunas ocasiones, a fosas comunes.
Si bien estamos al tanto de la importancia que tienen los ritos funerarios para la tramitación de la muerte de un ser querido, el propósito de este breve texto es advertir que lo fundamental no son los ritos en sí mismos, sino lo que posibilitan.
Tener esto en cuenta nos previene de lecturas anticipadas –cuestión que resulta un oxímoron para lo que concierne al quehacer del analista– con respecto a supuestos duelos truncados o no realizados. Suerte de pesimismo y preocupación que, lejos del entusiasmo solidario del deseo del analista, da consistencia a un Otro de la garantía, así sea, de lo horrendo y terrible.
Iniciemos preguntándonos: ¿los rituales de duelo aseguran que lo que Freud llamó “trabajo de duelo” se efectúe? De ninguna manera. Ya que apelar a la mera experiencia como analistas nos ahorraría la necesidad de dar cuenta de nuestro quehacer clínico, considero que podemos dar, por lo menos, dos razones al respecto.
La primera concierne a la definición misma que da Freud en “Duelo y melancolía”. Allí señala que el duelo es, por regla general, la reacción frente a la pérdida de un objeto amado o una abstracción que le sea equivalente. Esta salvedad se ve esclarecida cuando, a lo largo del texto, Freud presenta otras reacciones: melancolía, duelo patológico, amentia de Meynert.
Igualmente, y con respecto a la melancolía, Freud ubica la identificación narcisista con el objeto perdido, la ambivalencia y regresión de la libido al yo como condiciones para ésta.
En similar dirección, Lacan advertirá el “duelo por el falo” como condición de posibilidad para futuros duelos. Como es claro, estos esfuerzos metapsicológicos intentan ubicar las condiciones –no suficientes– que pueden dar lugar a dichas respuestas por parte del sujeto, una entre estas, el duelo; lo que evita realizar una lectura ambientalista al respecto.
La segunda la podemos ubicar en la lectura que realiza Lacan sobre Hamlet. ¿Qué advierte allí como desencadenante de esta tragedia? No la ausencia de rituales de duelo, ya que al rey, recientemente asesinado, se le celebraron tales rituales. Señala que la tragedia tiene lugar gracias a la posición de Gertrudis –madre de Hamlet y reina– la cual puede leerse como “yo no conozco el duelo”.
La sustitución inmediata del difunto padre de Hamlet por su tío, deja al rey asesinado como un objeto sin dignidad en el deseo de la madre, carente de requerir de ella un duelo. Esto debemos tenerlo en cuanto, en tanto que se pueden hacer de los rituales un asunto meramente burocrático.
Preguntémonos, entonces: ¿qué posibilitan los ritos? A mi entender: tiempo, orden y lazo social.
El duelo no es sólo un trabajo, sino que requiere tiempo. ¿Cuánto? Freud se cuida en responder esa pregunta, precisamente porque responder a ello sería desconocer la dimensión, no sólo de trabajo, sino de acto del duelo, de allí que no podamos anticipar su inicio, el tiempo que requiere, ni su conclusión. Hemos de recordar aquí la metáfora que usa Freud sobre la duración de un tratamiento psicoanalítico, a saber, la del caminante: tendría que saber el ritmo con el que camina el paciente, y además saber en qué partes del tramo disminuirá o acelerará su velocidad.
En resumidas cuentas: es imposible responder a esa pregunta. Más que un mero paso del tiempo cronológico, se trata de lo que allí pueda, en el orden de lo contingente, cobrar un valor de corte.
La dimensión de acto del duelo, solidaria del tiempo, la podemos encontrar en la etimología de rito. Según el Diccionario Etimológico, “la idea del rito es que se tiene que realizar en cierto orden. La palabra ritus se asocia con la raíz indoeuropea *ar- (mover, ajustar, hacer actuar)”. Este “hacer actuar” ha sido entendido en el plano motor –y es común constatar los esfuerzos de personas cercanas al supérstite en esforzarse en ello al animarlo a que “haga cosas”–.
Con Lacan entendemos que el acto se juega en el plano del significante y que, como la neurosis obsesiva lo señala con claridad, se pueden efectuar sin número de acciones como contraposición a un acto. Lo que Freud ubicó en el desligar, pieza por pieza, la libido anudada al objeto perdido; la rememoración de expectativas y añoranzas con respecto a éste, guarda relación con el movimiento que posibilita el acto.
El acto ritual funciona como dictamen del Otro, de allí que Freud (1914) señale que en el duelo, lo que llama “examen de realidad”, sentencia su veredicto: “el objeto no existe más”. Examen que remite al lazo social, también entendido como discurso, en tanto es necesario la puesta en juego de todo el sistema significante, “la intervención total, masiva, desde el infierno hasta el cielo, de todo el juego significante” en torno al agujero en lo real que la muerte del objeto amado deja, siendo el ritual una clara bisagra entre el trabajo de duelo al que se consagra el sujeto, el Otro, su articulación al objeto a –objeto del que, en último término, se trata en el duelo– y, last but not least, sus semejantes:
Esos ritos funerarios poseen un carácter macrocósmico, ya que nada puede colmar de significantes el agujero en lo real, a no ser la totalidad del significante. El trabajo del duelo se consuma en el nivel del lógos –digo esto por no decir en el nivel del grupo ni en el de la comunidad, por más que el grupo y la comunidad, en cuanto que culturalmente organizados, sean por su puesto sus soportes. El trabajo del duelo se presenta ante todo como una satisfacción dada al desorden que se produce en virtud de la insuficiencia de todos los elementos significantes para afrontar el agujero creado en la existencia. (Lacan, 1958-1959: 372)
Ya Freud lo demarca en “Tótem y tabú”: el asesinato del padre es lo que hace, de los culpables, hermanos. Culpa advenida luego del banquete que los organizará en torno a la prohibición, pero también, a la posibilidad. Esta identificación horizontal encuentra su expresión de diversas formas dependiendo de la cultura. El ritual es, principalmente, religioso, religio, es decir, que hace lazo.
Las preguntas que considero importantes dejar planteadas, y que quizás aún es pronto para responderlas, es: ¿Cuáles son los ritos que advendrán al lugar de los ritos no efectuados? ¿Qué transformaciones de los ritos de antaño? ¿Qué ha cobrado, en la situación actual, estatuto de rito para la tramitación de las pérdidas? ¿Qué cumple, ahora, la función de rito?
La muerte siempre es inesperada por más esperable que sea, fruto de creernos inmortales en lo inconsciente, como advirtió Freud. Siempre faltará algo por decir y hacer, o arrepentirnos de algo dicho u hecho por aquellos que han muerto y hemos amado. Considero que posibilitar un tiempo de un trabajo a pura pérdida es la que como analistas debemos resguardar para no convertirnos en voceros del Bien y de medicaciones anticipadas para “prevenir” depresiones.
Nuestra práctica, así como la muerte, implica una dimensión de sorpresa y azar: “La clínica psicoanalítica debe consistir no sólo en interrogar al análisis, sino en interrogar a los analistas, de modo que éstos hagan saber lo que su práctica tiene de azarosa, y que justifique a Freud el haber existido” (Lacan, 1977: 45).
Imagen*: este “Papiro de Hunefer” se encuentra en el Museo Británico. Hunefer fue escriba durante la XIX dinastía.
http://www.britishmuseum.org/explore/highlights/highlight_objects/aes/p/page
_from_the_book_of_the_dead.aspx, https://www.webcitation.org/63ZdUemZU
Bibliografía
Freud, S. (1913). “Tótem y tabú”. En Obras completas, Buenos Aires, Argentina: Amorrortu, 2003.
Freud, S. (1914). “Duelo y melancolía”. En Obras completas, Buenos Aires, Argentina: Amorrortu, 2003.
Freud, S. (1915). “De guerra y muerte. Temas de actualidad”. En Obras completas, Buenos Aires, Argentina: Amorrortu, 2003.
Lacan, J. (1958-1959). El seminario. Libro 6: El deseo y su interpretación. Buenos Aires, Argentina: Paidós, 2014.
Lacan, J. (1977). Apertura de la sección clínica. Ornicar? (3), pp. 37-46.
Diccionario Etimológico Español en línea. Disponible en http://etimologias.dechile.net
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