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Anencefalia y daño psíquico en la madre

14/01/2004- Por Eva Giberti - Realizar Consulta

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La gestación, transformada en aliento de un ser que crece transportando la muerte y la deformación en el interior del cuerpo materno para morir inmediatamente de nacido, sintetiza la idea freudiana de lo ominoso. En ella se conjugan el desvalimiento del feto y la decisión de la madre en la alternativa de continuar hasta el momento del nacimiento o elegir un parto prematuro. Los efectos paradojales que se suscitan en la madre a partir del diagnóstico, así como los conflictos éticos que surgen debido a la posibilidad de elegir un parto prematuro posicionan el tema como paradigmático de la Bioética. Esta mujer-madre ingresa en el trance de inscribir a ese ser en los registros del horror. ¿Cómo inaugurar los planos capaces de acoger la inscripción endopsíquica de lo irrepresentable?

Anencefalia y daño psíquico en la madre(ð)

                                                                  

 

 

 

  La madre a la cual se le informó que la criatura que lleva en su vientre es un ser anencefálico[1] no ignora que su crecimiento dentro del útero lo conducirá a la muerte inmeditamente de parido, o sobrevivirá un breve tiempo en condiciones ajenas a la caracterízación de un ser humano. Sabe que ella está gestando un ser cuyo crecimiento implica sentencia de muerte. La paradoja horrible tiñe con su horror las vivencias maternas cuya gravidez se incorpora en la categoría descripta por Freud como lo siniestro.

 

  La gestación, transformada en aliento de un ser que crece transportando la muerte y la deformación en el interior del cuerpo materno para morir inmediatamente de nacido, sintetiza la idea freudiana de lo ominoso. En ella se conjugan el desvalimiento del feto y la decisión de la madre en la alternativa de continuar hasta el momento del nacimiento o elegir un parto prematuro. 

  La categoría de lo siniestro desemboca entonces en una vertiente axiológica que la Bioética acoge y asume priorizando el valor del tiempo cronológico regulado según la decisión materna. Los efectos paradojales que se suscitan en la madre a partir del diagnóstico, así como los conflictos éticos que surgen debido a la posibilidad de elegir un parto prematuro posicionan el tema como paradigmático de la Bioética.

 

  Cuando lo engendrado -valioso en si- se enlaza con la progresiva producción anticipatoria de la muerte in útero se convierte en disvalor asociada con el embarazo, el parto y el nacimiento, puesto que a mayor desarrollo fetal (lógicamente asociado al parto y al nacimiento) se incrementa la cercanía de la muerte de aquello que ha sido engendrado. Es posible comprender y presenciar, cómo se instituye un territorio catastrófico para quienes son sus protagonistas: madre, padre, hermana, de ese ser cuya identidad nominal remite “al anencefálico” para los profesionales que comparten ese territorio.

  Sin embargo, para la madre, previamente al diagnóstico, éste que ahora es un ser anencefálico ha sido ahijado por ella, reconocido como cría filial, y posteriormente deberá comprender que esa criatura que esta creciendo en su interior, ilusionado y nominado como hijo, modificará su perfil identitario convirtiéndose en una criatura para la muerte inevitable y cercana. Esta situación organiza los procesos psíquicos asociados con la maternidad, ahora en clave de duelo, por la representación de hijo (bebé) tal como se instituyó originalmente. Situación que incorpora un primer duelo por la pérdida de la representación de hijo y por la anticipación del proyecto familiar. El ser anencefálico que desencadena la aparición de un proceso de duelo en suspenso, se diferencia del duelo que suele acompañar al aborto provocado, ya que éste, por lo general, responde a un hijo no deseado.

  Desde una perspectiva que analice el psiquismo de quienes engendraron a la criatura que se tornará anencefálica, es posible proponer la tesis del daño psíquico como padecimiento de la familia que transita por este sufrimiento. Para la mujer la catástrofe psíquica reside en sobrellevar el ‘crecer muriendo’ de ese ser vivo, como un proceso que se desenvuelve dentro de ella. Un proceso que conduce al progresivo deterioro de la capacidad de humanizarse que padece ese feto, al que sin embargo ella humanizó -si lo invistió como su hijo-.

  Mantener esa situación conduce a posicionarla como paradigma de lo siniestro: ella alimenta, mediante su metabolismo (con su propio cuerpo) a ese ser convertido en un pasajero que transporta el horror de su destrucción en la identidad original de ser que sería filiado como hijo. Ya sea que la madre decida solicitar la interrupción de la gravidez o continuar con ella, el proceso psíquico que se instala incluye estos contenidos.

  Se genera un colapso en el yo de la mujer porque se deteriora el sentido de continuidad de la propia vida y se crean interrogantes acerca de la propia identidad como sujeto maternante: ¿qué es ser madre?

“Esto que llevo en mi interior, ¿es un hijo?” Pregunta clave para su posterior decisión de continuar o no con su gravidez. Las respuestas habitualmente sostienen la condición de hijo envuelta en una flagrante y patética contradicción que vulnera el equilibrio del psiquismo materno. La mujer queda a merced de una paradoja en la cual se enfrentan el deseo y el amor materno con el dolor de la muerte inevitable de un ser que no detiene la patología in crescendo de su desarrollo, y que al mismo tiempo por su sola existencia (a la que ella provee), irrumpe en la vida familiar deteriorando el equilibrio de sus miembros.

  Si, de acuerdo con las posiciones bioéticas no se le reconoce futuro humano al ser anencefálico, entonces, ¿cómo clasificar a la mujer que lo mantiene vivo en su útero? ¿Madre? ¿Madre de qué? ¿De un existir biológico? No. La experiencia sugiere que para ella, ese existir biológico ha sido y es un hijo engendrado genética, social, psíquica y humanamente. La instancia definitoria resulta de su deseo de maternarlo como tal. Más allá de la solemnidad y de la persistencia del Derecho Romano, la filiación remite al deseo. Este es el punto de inflexión que queda opacado al no evaluarse la dimensión psíquica de su trauma ya que cuando elige prescindir de lo que previamente engendró como hijo, solicitando un parto prematuro, esa mujer además, debe renegar de a que se considera su capacidad maternante, desestimarla, como si dijera: “No puedo acompañar este hijo que engendré, mi bebe que no es un bebe. No puedo, no quiero guardarlo hasta que pueda nacer para morir y dejarme. Pero nunca estuvo conmigo, porque no es un bebe, mi bebe”

Renegación y desestimación suscitados por la existencia que ese ser que solo mantiene con ella una relación fisiológico-sensorial, que la convierte en el soporte ortopédico de un ser vivo que no eligió engendrar. Los contenidos de su psiquismo, sus composiciones imaginarias y simbólicas quedan enlazadas con los movimientos fetales del ser anencefálico, incorporándose en el proceso de subjetivación maternante.

  Esta mujer-madre ingresa en el trance de inscribir a ese ser en los registros del horror. ¿Cuáles? ¿Cómo inaugurar los planos capaces de acoger la inscripción endopsíquica de lo irrepresentable?

No se trata tan solo de anticipar que apenas sobrevivirá en condiciones no humanas, sino de convivir con un ser cuyo cuerpo -que ella soporta en su vientre- no puede completarse ni cerrarse. Y sin embargo demanda desde la finitud que ella engendró. Demanda que podría tornarse concreta si ella consintiese en parirlo y entonces poder mirarlo/tocarlo, sumergiéndose en lo real. Ficción de dominio sobre el objeto que desde el horror atrapa la libido del mirar y del tocar cuando la madre, como consta en algunos escasos historiales, eligió “cuidar hasta que Dios diga” al que no quiso -no pudo- dejar de filiar. Pero no son éstas las situaciones habituales. La práctica nos muestra como la madre queda entrampada ante la existencia de ese ser, que no es su objeto de amor. Y que aquel hijo deseado como un alter, se convirtió en lo ajeno que, además, la conduce a la verguenza de elegir su muerte en una parición prematura.

  Ella debe asumir que esa dialéctica que oscila entre la piedad y el rechazo, ese dejar crecer para el horror y la muerte, serán decisión de ella. El cataclysmos narcisista arrastra, en su inundación, la figura del niño muerto cuya fantasía -a la par que fantasma- perturba a las embarazadas. Cuando la mujer elige la interrupción del embarazo ya atravesó por los riesgos y los peligros que la organización del psiquismo  reconoce como situación límite .

 

  La falacia vitalista 

  Fue preciso argumentar sistemáticamente, denunciar y exponer en público las descripciones y la clínica anteriormente enunciadas para lograr la sanción de una Ley que autorizase la interrupción del embarazo en caso de anencefalia (para la Ciudad de Buenos Aires en Argentina). Hubo que enfrentar lo que podría considerarse el obstáculo epistemológico utilizado como argumento por quienes insistían en preservar estos embarazos hasta el parto. Es obvio el dogmatismo religioso que avala este obstáculo que impide ontologizar el circuito de relaciones entre Derecho, Justicia, Biología, Derechos Humanos y Psicología.

  Las sentencias que no autorizaban un parto prematuro comparten la que Fletcher (1973) denominó falacia vitalista a la cual caracteriza como una conducta idolátrica en tanto y cuanto conduce a jurar fidelidad a la existencia biológica y no a los valores y características humanas. Las argumentaciones que apelan a la santidad de la vida -que forman parte de los recursos teológicos- no distinguen entre sacralidad (calidad de sagrado) de la vida humana, diferente de la supuesta santidad de la misma que es el efecto del estilo de vida que elige cada sujeto.

  Al impedir el nacimiento prematuro del ser anencefálico, argumentando su derecho humano a la vida, se unifica al ser anencefálico con la mujer que lo engendró como si constituyeran una unidad, extendiendo ilícitamente los derechos de la persona-madre al feto anecefálico. Como si la simbiosis biofisiológica y la simbiosis formada por el deseo de hijo y la presencia del ser anencefálico autorizara, por transposición y extensión de la madre, incorporara a un ser anencefálico en la órbita de los derechos humanos antagónicamente a los derechos de la madre. Lo que constituye una extensión ilícita.

 

  La decisión acerca del destino del anencefálico corresponde a la mujer que lo lleva en su vientre (sin que tal derecho excluya el diálogo con el varón cooresponsable del engendramiento). Si se otorga prioridad a la sobrevida del feto anencefálico, la mujer quedará posicionada como el recipiente que contiene el desarrollo de un hijo contribuyendo apenas con su fisiología. El modelo fue explicitado por Apolo quien, en Las Euménides de Esquilo fundamenta la absolución de Orestes decidido a matar a su madre, afirmando: “Una madre no genera a quien se dice su hijo; solamente nutre el germen que le ha sido sembrado”.

  Los derechos humanos de una persona, la madre, no son equiparables al respeto humano que nos corresponde crear para nuestras prácticas hacia el ser anecefálico.

  Será Mazzini (2001) quien aporte un criterio esclarecedor: “No hace falta descalificar al feto anencefálico como persona para justificar la interrupción del embarazo. Basta, insisto, con reconocer el conflicto de intereses y decidir bien cuál es el que hay que priorizar”.

 

 

  Nota: Este artículo sintetiza el texto original que se presentó en el panel Bioética y embarazos no viables. Anencefalia, en las VII Jornadas Argentinas de Bioética (de la Asociación Argentina de Bioética). Universidad Nacional de Rosario - 2001.

Es una versión acotada y corregida que la autora cede para su difusión en elSigma del escrito que se editó en la Revista Derecho de Familia, Nº 21. Buenos Aires - 2002

 

  Eva Giberti en la web

  www.evagiberti.com

 

 

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[1] Anencefálico significa ausencia del encefalo. Se trata de una malformación del tubo neural que aparece entre el 6º y el 26º día de la gestación. Se caracteriza por la ausencia completa o parcial de la bóveda craneana y diverso grado de malformación y destrucción de los esbozos del cerebro expuesto. Hay ausencia de hemisferios cerebrales y de los tejidos craneales que los encierran, con presencia del tronco encefálico y de porciones variables del diencéfalo. La superficie nerviosa está cubierta por un tejido esponjoso degenerado.

 


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