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El acto de “colegir”: Katharina, Freud y las vacaciones

29/01/2020- Por Julián Ferreyra - Realizar Consulta

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En “Estudios sobre la histeria” conocimos sobre Katharina, una joven que Freud escuchó durante un rato mientras vacacionaba en las montañas. ¿Se trató, estricta y estéticamente hablando, de un caso? Más bien, diremos que fue una conversación peculiar, en donde colegir fue el acto crucial: en modo alguno medio o técnica, sino estrictamente el síntoma representante del analista, la analizante y esa Otra escena: las vacaciones. ¿No resulta curiosamente sintomático que los acontecimientos más interesantes de un psicoanálisis se produzcan en el instante en que nos abstenemos de formalizar y reducir en “caso” a la experiencia que hemos decidido hacer advenir?

 

 

                  

                                                    Freud de vacaciones

 

 

  I- En Estudios sobre la histeria se relata sobre Katharina[i], una joven que Freud escuchó mientras estaba de vacaciones en las montañas. Nos cuenta que iba resuelto a descansar de las neurosis, pero se encontró con “una de montaña”. Conclusión “chistosa” de Freud: ¡hay neurosis aún a más de 2000 metros de altura!

 

  Antes de proseguir, y si bien se han documentado intercambios clínicos que Freud mantuvo con distintas personas durante una única ocasión −con el célebre Gustav Mahler condujo una sesión que incluyó una caminata y que duró en total 4 horas−, resultaría inconveniente designar a Katharina como un caso. No precisamente por las excusaciones del propio Freud −que fue demasiado breve y por fuera de cualquier encuadre, incluido el hipnótico−, sino más bien por una cuestión estética antes que técnica.

 

  Después de todo, el caso clínico no deja de ser un género literario, y es solamente un modo o subterfugio para transmitir algo de la experiencia clínica. Es una variante, con sus limitaciones, y desde ningún punto de vista es el único, ni necesariamente el más conveniente, modo de transmitir en psicoanálisis.

 

  Dicho esto, mucho o poco “material”, muchas o pocas sesiones no serán la vara para decir qué es y qué no es un caso. Lo incompleto, irresuelto o inconcluso suelen proveer excelente material. En este sentido, una “viñeta” no deja de ser un retoño del género “caso”. Y si por “historial” referimos en sentido amplio a una historia, no tendríamos reparos en pensarlo así a Katharina.

 

  En lo que respecta a Katharina, de aquí en adelante diremos que se trató de una conversación peculiar mantenida entre ambos, en donde colegir fue el acto crucial: en modo alguno medio o técnica, sino estrictamente el síntoma representante del analista, la analizante y esa Otra escena: las vacaciones.

 

  ¿No resulta curiosamente sintomático que los acontecimientos más interesantes de un psicoanálisis se produzcan en el instante en que nos abstenemos de formalizar y reducir en “caso” a la experiencia que hemos decidido hacer advenir? ¿No hay algunos resabios hipnóticos en la lógica del “caso”? ¿No hay también un eco con esa máxima lacaniana, a saber, que “la impotencia para sostener una praxis se reduce (...) al ejercicio de un poder”[ii]?

 

  El breve historial se llama “Katharina…”, y quizás los puntos suspensivos no fueron por carencia de inventiva de una inicial ficticia de apellido. Muy probablemente no le preguntó su apellido, ya sea por olvido o por considerar que de una joven trabajadora el apellido no era importante. ¿Y si quizás, a sabiendas de que no iba a tratarse de un “caso”, los puntos suspensivos fueran un guiño hacia el porvenir, un signo que apunta hacia la apertura, previa asunción de una incompletud necesaria? La estética propia del “caso” puede a veces imposibilitar ello.

 

 

  II- El inusual relato es una de esas joyas de la época primera y de oro en donde −no sin Charcot y Breuer− Freud exploraba y resolvía exitosamente las psiconeurosis, hipótesis de lo traumático de la sexualidad mediante. Se resalta el carácter sorpresivo del trauma, y la subsiguiente ingenuidad −palabra que no emplea Freud sino nosotros− con la que el/la neurótic@ elabora −o no− el mismo, angustia mediante.

 

  Fue también con sorpresa e ingenuidad que Freud recibe a esta muchacha “empleada hotelera” que, luego de verlo registrarse en la posada como “doctor”, ni lenta ni perezosa le pide que la escuche.

 

  Hacia el final del texto, y luego de relatar la “simple conversación” con la joven, Freud afirma lo siguiente: “nada podré objetar si en este historial clínico alguien ve menos un caso de histeria analizada que uno resuelto por mero colegir”.

 

  Freud todavía coqueteaba con la hipnosis, y como creyó improcedente hipnotizar a la joven −no tanto por una cuestión de encuadre, sino quizás por presumir que a 2000 metros la hipnosis causaría algo parecido al vértigo− nos intenta transmitir con modestia las limitaciones técnicas de la ocasión.

 

  Curioso: allí donde él ubicaba insuficiencia técnica nosotros, y Freud posteriormente, hubiera hallado más bien un acierto ético y clínico. Parece que las alturas tuvieron otro efecto además del supuesto vértigo: una valoración por lo llano de la asociación libre, todavía en incubación −concepto que Freud utiliza en el historial para pensar la elaboración secundaria del síntoma propuesta por Charcot−; una valoración por la llanura del decir, de ubicar que no hace falta volar tan presuntuosamente alto ya que en la superficie justamente no está lo superficial. Quizás esto fue posible también por lo llano de esta joven, que a diferencia de sus otras pacientes no era ni mojigata ni burguesa.

 

  Tampoco fue su padre o algún pariente quien consultara por ella −ya veremos lo significante de esto último−.

 

 

  III- Volviendo a la modesta justificación freudiana de recién, la acción de colegir, verbo transitivo, remite a “sacar una conclusión por medio de un razonamiento a partir de hechos, indicios, supuestos anteriores o de un principio general”. Su origen castellano viene de un préstamo del latín colligere –“recoger”, “allegar”, con evolución semántica hacia “relacionar” y “deducir”− y es del mismo origen que el “coger” español. Una traducción más escueta y directa define colegir como juntar (unir), o lo emparenta con inferir (sacar consecuencia de otra cosa).

 

  Resulta interesante ver que colegir y otros verbos freudianos tales como comunicar son previos, más generales, y al mismo tiempo igual o más profundos que el verbo o acción analítica por excelencia: interpretar.

 

  Podríamos pensar en la compatibilidad del colegir freudiano con el rectificar lacaniano, pero esa es otra historia.

 

  Dichos verbos freudianos tienen una ventaja estética: remiten pura y exclusivamente a la escena clínica como conversación, una peculiar, pero un intercambio de palabras al fin. Corrijo: un intercambio de palabra, en singular, ya que así obtenemos lo propio de un modo de lazo con el otro que no prescinde de la ley pero sí del legalismo.

 

  Como sea, nos ahorramos así cualquier tentación de sistematización, protocolo o tecnicismo, omnipresente en lecturas con miras cortas que intentan pervertir a, por ejemplo, la interpretación.

 

  Retomando, con el historial vemos que el acto clínico de colegir puede pensarse desde la propia definición del diccionario: se utilizan hechos o sucesos relatados, en conjunción con un supuesto, hipótesis o principio general. Dicho de otro modo, el acto clínico partiendo de lo dicho, y luego elaborado en torno a alguna hipótesis clínica, que en este Freud sería “la violencia traumática que la sexualidad tiene al ser observada por una joven virgen”.

 

  Hipótesis que tampoco corre únicamente por la cuenta del/de la psicoanalista, sino que en todo caso también es colegida desde lo escuchado: un colegir al cuadrado, más parecido al procedimiento lógico de la abducción −emparentado a su vez con otra operación freudiana, la construcción− que a la inferencia o deducción.

 

  Alterar el orden de dichos factores −primero escuchar y luego elaborar− sí, claramente, altera fatídicamente el producto, cayendo en el plano de una sugestión en donde, por ejemplo, se circunscriba lo traumático de la sexualidad como un a priori.

 

 

  IV- Como estaba de vacaciones Freud se permitió quizás relajarse y, así, sustituir la supuesta profundidad que la hipnosis garantizaba por la apuesta de “mantener una simple plática”, arribando igualmente a efectos no sólo terapéuticos y de alivio, sino realmente analíticos.

 

  ¿No es acaso una vacación, viaje de alguna clase mediante, un tiempo para ir más allá de lo obvio e instituido? En general lo simple suele alejarse de lo obvio y de lo instituido, y el psicoanálisis justamente recorta como horizonte las sutilezas y complejidades que se desprenden más allá de lo obvio.

 

  De hecho, viajar y vacacionar no son necesariamente análogos, y solemos recordárselos a nuestrxs analizantes viajantes: se puede viajar sin estar de vacaciones, y viceversa. En el mismo sentido, poco interesante es viajar, descansar, tomar una vacación o comenzar un análisis presumiendo a priori cuál será el efecto, qué se pretenderá encontrar, etc.

 

  Lacan justamente, citando sin citar a Picasso, repetía en varias ocasiones “yo no busco, encuentro”, aportándonos una bella complejidad: quien busca pensando en lo que se encontrará yerra tanto como quien pretende encontrar sin alguna búsqueda −fallida− previa.

 

  Buscar y encontrar, tanto como viajar y vacacionar, son dos actos diferenciados que eventualmente coinciden. Dicha coincidencia, más que eventual, remite en todo caso a la contingencia de la elección −la cual ensayamos en el siguiente apartado−. Y al mismo tiempo, el encuentro aludido en la célebre cita tiene más que ver con el encuentro con el otro que con el mero hallar un objeto. Se requiere cierta distancia, cierta (in)diferencia o, mejor dicho, cierto lugar para una apuesta, aunque sea en reserva, al momento de plantearse viajar o psicoanalizar(se).

 

  En el historial de Freud, cuya aspiración vacacional era, diríamos en criollo, desenchufarse, el saldo de esa peculiar escena no fue exactamente ese, pero sí quizás una variante: empezar a tomarle el gusto a lo que se convertiría en el único principio rector del psicoanálisis, la asociación libre. Porque si bien no existe un correlato directo de la asociación libre para el/la psicoanalista, una escucha no relajada atentaría contra la misma.

 

  De más está decir que esa relajación de la que hablamos no es ociosa, perezosa o pasiva, sino por el contrario una peculiar posición activa: porque no hay nada más activo que simplemente escuchar.

 

 

  V- Un último ensayo sobre el acto de colegir, que más que apuntar a cerrar intentará abrir el problema para la discusión. Un/a psicoanalista va coligiendo desde su escucha, colige hipótesis clínicas para su ulterior formalización, o colige también qué le dirá al otro... desde la más completa arbitrariedad. ¡Qué idea polémica!

 

  Es una arbitrariedad, pero con lógica, una arbitrariedad lógica. Y desde esta aparente contradicción es donde recordamos el carácter singular o, como decía Freud, artesanal de la clínica: y es aquí donde estamos habilitados a ubicar también al carácter electivo de todo lo que proviene de un/a psicoanalista. Nada más electivo que lo artesanal, y nada más obvio que lo técnico.

 

  Tiene sentido: si lo que caracteriza al sujeto, al síntoma o al conflicto es su carácter electivo, ¿cómo no operar clínicamente, también, desde una insondable elección? No elegir escuchar, pero escuchar; o intervenir sin haber elegido −a posteriori− lo dicho, circunscribe una práctica sin ética y sin posibilidad de formalización.

 

  Nuevamente, la arbitrariedad de la que hablamos, trabajo del/de psicoanalista y analizante mediante, halla la posibilidad de lógica. Dando un paso más, de tener lógica a ser, lisa y llanamente, lógica. Porque en psicoanálisis la lógica nos importa por su proximidad de ser colegida como verdad.

 

  Y si de verdad hablamos, el historial cierra con una sucinta nota al pie, que angustia por lo siniestro: 30 años pasaron y Freud rectifica un elemento biográfico crucial del relato, esto es, que ese hombre deleznable que abusaba de la joven −y que obviamente hace al núcleo de la historia− no era su tío sino su padre[iii].

 

  Freud se disculpa por dicha tergiversación que, deja traslucir, efectuó con ánimos de proteger la intimidad de la joven en cuestión. Esta elección rectificada de Freud, crítica mediante, nos ilustra una vez más sobre la íntima relación entre verdad y lógica: el historial y su construcción ha pasado finalmente de la pura e inicial arbitrariedad, verdad mediante, a ser lógica pura.

 

 

Nota: Se trata de un adelanto del libro #PsicoanálisisEnVillaCrespo y otros ensayos, que se publicará en abril por La Docta Ignorancia.



[i] Katharina se llamaba Aurelia Öhm (y de soltera Kronich), y se encontró con Freud en 1893. Ver: Freud, S. (1893-5). “Katharina…”, Estudios sobre la histeria (Freud y Breuer). En Obras Completas, tomo II. Buenos Aires: Amorrortu.

 

[ii]Lacan, J. (1985). "La dirección de la cura y los principios de su poder". En Escritos 2, trad. Tomás Segovia, Buenos Aires, Siglo veintiuno (p. 566).

 

[iii] Para una lectura clínica y feminista acerca del abuso sufrido por Katharina se sugiere: Rutenberg, S. (2019). “Los dos tiempos del abuso sexual”. Revista Polvo, recuperado desde http://www.polvo.com.ar/2019/09/rutenberg-tiempos-abuso


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