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El COVID-19 y la amenaza a la subjetividad

22/03/2020- Por Marta Gerez Ambertín - Realizar Consulta

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La Peste no será vencida con actitudes negadoras, egoístas, irresponsables o llanamente estúpidas como la de ciertos payasos mediáticos. La necesidad de distanciarse físicamente de los otros debe tener el reverso de estar más cerca que nunca en lo moral, afectivo, económico y social… Ni negar ni exagerar, sí colaborar, acatar, denunciar, estar en permanente contacto “virtual” con propios y extraños, respetar y agradecer a los que “ponen el cuerpo” (que en este caso es “la vida”)… Se trata del futuro propio y del país ninguna tarea es demasiado complicada. Algunas veces debe intentarse incluso lo imposible.

 

 

                   

                       “Campo de trigo con cuervos” (1890) Óleo de Van Gogh*

 

 

  Imposible esperar en estos tiempos de pestes respuestas razonables, en todo caso lo más irracional parece despertarse, lo más pulsional. Por eso escribo estas notas de una gran simplicidad, pretendo llegar a todos... si es posible. Bien ha dicho Primo Levi:

 

“Los hombres son muy raramente razonables cuando lo que está en juego es su propio destino; en cualquier caso prefieren las posturas extremas”.

 

  Frente a la amenaza los humanos reaccionamos con miedo cuando podemos ubicar cuál es el peligro que acecha y elaboramos (mal o bien) estrategias defensivas. Este no es el caso, este enemigo es invisible a los ojos, puede estar en cualquier lado, tanto en “la cartera de la dama como en el bolsillo del caballero”, en el sedoso pelaje de nuestra mascota o en la dulce carita de nuestro nietito, por tanto, lo que cunde es la angustia.

 

  La diferencia entre miedo y angustia es que el miedo es un buen compañero de la subjetividad, sirve para cuidarse de un peligro localizable como el robo de un descuidista, la mordedura de una serpiente o medidas económicas desastrosas. No merece la mala prensa que tiene.

 

  En cambio, en la angustia el peligro es indeterminado y, por eso, la respuesta angustiosa desbarata al cuerpo que sufre desequilibrios respiratorios, cardíacos o motores o desbarata nuestro psiquismo que sufre insomnios, pesadillas y desasosiegos constantes.

 

  El coronavirus tiene la horrenda virtud de provocarnos tanto miedo como angustia. Sabemos cuál es el enemigo (miedo), pero no sabemos dónde está ni cuándo nos atacará (angustia), por tanto, o negamos lo que sucede (como durante un tiempo los presidentes Trump y Bolsonaro), o hacemos como el Príncipe Próspero (del cuento de Edgard Allan Poe “La máscara de la muerte roja”) quien, con sus amigos:

 

“Decidieron atrincherarse contra los súbitos impulsos de la desesperación del exterior e impedir toda salida a los frenesíes del interior. (...) El mundo exterior... que se las compusiera como pudiese.”

 

  Pero los mandatarios mencionados no han tenido más remedio que aceptar la realidad y la Muerte Roja se infiltró en la fiesta del Príncipe Próspero matando a todos.

 

  A medida que las muertes sean más numerosas y cercanas, miedo y angustia aumentarán. Leer sobre una muerte no produce lo mismo que ver pasar el coche fúnebre que lleva a nuestro vecino o amigo. Es lamentable que abunden los que necesiten esas visiones para acatar las prevenciones posibles.

 

  La Peste no será vencida con actitudes negadoras, egoístas, irresponsables o llanamente estúpidas como la de ciertos payasos mediáticos. La necesidad de distanciarse físicamente de los otros debe tener el reverso de estar más cerca que nunca en lo moral, afectivo, económico y social. La Pestilencia ha caído sobre el País, atañe y compromete a todos.

 

  “Quedarse en casa”, denunciar a los irresponsables –y cuasi criminales– que pasean su posible contagio con cara de “qué vivo que soy”, no atosigar los servicios de salud con el consabido “por las dudas”, verificar la información antes de reenviarla, en fin, todos sabemos lo que “debemos” hacer. ¡Hagámoslo!

 

  Ni negar ni exagerar, sí colaborar, acatar, denunciar, estar en permanente contacto “virtual” con propios y extraños, respetar y agradecer a los que “ponen el cuerpo” (que en este caso es “la vida”).

 

  Hay millones de compatriotas que deben exponerse para obtener el sustento diario, que no pueden “quedarse en casa”, todos sabemos quiénes son. Hacer por ellos lo que esté a nuestro alcance es, también, parte de la tarea que nos espera. Ni Juan, Pedro o Diego vencerán la Pandemia, lo haremos todos actuando responsablemente.

 

  Luego, habrá que volver a poner el hombro para levantar el país porque las consecuencias económicas de todo esto serán tan horribles como la Peste. La tarea es inmensa. Asumiendo nuestro miedo y angustia ¡enfrentémosla! si no por patriotismo sí porque no hay otro chance.

 

  No será posible vivir en paz en un país devastado primero por la peste y luego por el hambre. Admitámoslo, en este caso la “salida” no es Ezeiza porque el mundo entero está igual o peor que nosotros.

 

  Pero, cuando como en este caso, se trata del futuro propio y del país ninguna tarea es demasiado complicada. Algunas veces debe intentarse incluso lo imposible.

 

 

Imagen*: Vincent van Gogh (1853 – 1890). Fue un pintor genial holandés postimpresionista y expresionista.

 


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