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El quehacer profesional de los psicólogos en la guardia hospitalaria10/09/2004- Por Martín H. Smud - Realizar Consulta

¿Qué hace un psicólogo en la guardia de un hospital general y público? Gran cantidad de usuarios de la guardia se sorprenden al enterarse que dentro del equipo de guardia hay psicólogos, se presupone una presencia exclusiva de médicos, enfermeras, practicantes. Las guardias que realizan los psicólogos tienen una historia no muy extensa, este lugar de trabajo que se abre está ligado al campo de la medicina como actividad histórica. El dispositivo de urgencia hospitalaria es una de las tres formas de acceso de pacientes al área de Salud Mental junto a la admisión y a la interconsulta.
¿Qué hace un psicólogo en la guardia de un hospital general y público? Gran cantidad de usuarios de guardia se sorprenden al enterarse que dentro del equipo de guardia hay psicólogos, se presupone una presencia exclusiva de médicos, enfermeras, practicantes.
Este es un primer dato relevante a tener en cuenta, es necesario bregar por el reconocimiento del espacio de urgencia como lugar pertinente de desempeño profesional del Licenciado en Psicología.
Las guardias que realizan los psicólogos tienen una historia no muy extensa, este nuevo lugar de trabajo que se abre está totalmente ligado al campo que delinea la medicina como actividad histórica del hombre. El dispositivo de urgencia hospitalaria es una de las tres formas de acceso de pacientes al área de Salud Mental –junto a la admisión y a la interconsulta–, y de las tres es la más viable y factible para investigaciones epidemiológicas acerca de la salud mental de una población bien delimitada por el área de influencia de la zona programática de cada hospital.
Aquellos psicólogos que hemos estado en una guardia hospitalaria tenemos la responsabilidad de hablar de la experiencia pues es un campo “virgen” no solamente dentro de la enseñanza universitaria sino que las prácticas en la guardia resultan una actividad poco conocida para profesionales con muchos años de ejercicio profesional.
No se encuentra mucha bibliografía ni adecuada sistematización acerca de este campo de trabajo. Se hace hincapié en la palabra urgencia, un campo donde el privilegio es el de la actuación. Se habla de un tiempo que “no hay” para tomarse, resulta entonces un trabajo difícil de “aprehender teóricamente”, donde los síntomas y la demanda no apuntan al SSS, propulsor de los tratamientos psicológicos sino al S.O.S., la sigla universal de la emergencia.
Se trabaja junto a un equipo interdisciplinario. La apuesta desde nuestro campo es que esa emergencia sea singular, y el encuentro con un psicólogo, único. Aún cuando la persona que llega no pueda hablar, suponemos que su padecimiento está apoyado en el lenguaje y que habrá sujeto en la implicación con el discurso que lo tiene como enunciado.
El trabajo en la guardia conlleva un desgaste enorme, quienes lo han atravesado han experimentado los resultados subjetivos de las guardias de 24 hs. –sí, todo el día de guardia–, muchas veces sin dormir y al otro día, hay que seguir trabajando sin recordar las experiencias que se han vivido la noche anterior.
Muchas veces para los psicólogos recientemente recibidos –que como en otras cuestiones son mandados a las “primeras trincheras de la Salud Mental”– resulta una experiencia conmovedora. No solamente por el “cagazo” personal ante la comprobación de que inexorablemente nuestra práctica no transcurre en el campo de la salud como ideal, sino que salen al terreno de juego en una primera instancia, la muerte y la enfermedad.
Un montón de preguntas aparecen en el trabajo en la guardia: ¿Qué criterio utilizar para separar los campos entre medicina y psicología? ¿Qué especificidad tenemos? ¿A quiénes tenemos que ir “a ver”? ¿Quiénes nos derivan los pacientes? ¿Podemos hablar de pacientes?
Demasiadas preguntas que nos desvelan en la larga noche de guardia, esperando que nos llamen, muchas veces rogando que esa noche no nos llamen porque la llamada es la de la incertidumbre de lo que vendrá, pero un momento... me parece que me están nombrando por los altoparlantes del hospital que están en Casa Médica donde me encuentro:
—Psicólogo de guardia presentarse en la oficina de guardia.
Basta de preguntas, ahora tengo que ir, espero que me puedan acompañar, así al menos no estaré tan solo.
Un médico clínico de guardia es quien me ha llamado. Dice: A esta paciente le hicimos los análisis de laboratorio, tiene la glucemia un poco alta, pero esto no es causa suficiente para que la paciente esté así. No coinciden los indicadores objetivos que muestran los análisis de laboratorio con la “fenomenología” sintómatica de la paciente. Hay un elemento que no se adapta a otro. Y es justamente la paciente quién no se adapta a lo que se espera de su situación.
Me pregunto que se espera de mí. Hay que ir a ver a la paciente, abrir la puerta del box de guardia, presentarse, actuar. Seguramente esté acompañada por quien la ha traído y no sepa quién abre la puerta, y nos confunda con algún médico que concurre a realizar una práctica para la evaluación del cómo actuar en su caso.
Cuando le pregunto en que box está, me responde: en el Shock Room. Me sorprendo, es el lugar dentro de la guardia de la mayor urgencia. Voy un poco temeroso, inhibido por esos aparatos para revivir muertos o mantener con vida a quienes cruzan la línea. Espero encontrarme con familiares pero cuando abro la puerta veo solamente a una mujer acostada en la cama con los ojos cerrados y realizando movimientos rarísimos. Después me enteraría su nombre, María de las Mercedes, 64 años quien mueve la cabeza en forma rara, de un hombro a otro sin parar. Respira con dificultad. Le pregunto el nombre pero no habla.
Pasan los minutos, la observo; intento comprender qué está haciendo y pienso qué debería hacer, es una situación incómoda, la paciente no habla y yo sin saber responder qué hace un psicólogo en la guardia.
De pronto, la paciente detiene su monótono y violento girar de cabeza. Se deja de escuchar el sonido de la respiración. Sus ojos súbitamente se abren de par en par, totalmente absorta. Sin darme cuenta, salgo del Shock room a buscar a un médico. La paciente se “me” iba.
Una médica, que no es la clínica de guardia sino una bonita practicante de quinto año de medicina me ve, le cuento queriendo disimular mi angustia, ella tranquilamente me dice que la paciente es así, que eso ya lo había hecho antes. Se ofrece para acompañarme a ver a la paciente, no me puedo negar, además de su belleza preciada por todo el equipo de guardia, tengo miedo a ese “la paciente es así”.
Entra primero que yo, se maneja de forma natural acercandose a la paciente, la toma del brazo y mientras le toma el pulso, le habla de una manera enérgica y comprensiva ante la cual resultaría difícil no responder. La mujer contesta con una voz que parece venir a las cavernas más profundas del pecho.
Estoy sorprendido, quiero retener a la médica, escucho lo que dice. Le ruego que le siga hablando. Un rato después mi angustia se ha transformado en una indisimulable actitud investigativa. ¿Qué está haciendo esa señora ahí? ¿Qué le pasa?
Me meto en la conversación y sigo hablando. Le pregunto su nombre. Ahora me responde, súbitamente deja de hablar y empieza a mover la cabeza de hombro a hombro. Le pregunto que le pasa. Me dice que es la única manera que tiene de poder respirar mejor. Le duele el pecho. Hago referencia a su pecho. De repente dice que le duele una pierna. Le hablo, aparenta olvidarse del dolor de la pierna. Ahora es ella quien parece esperar a ver lo que pasa. Le digo:
— ¿Y el pecho?
Empieza a mover la cabeza de un lado a otro. La médica me mira y percibe que se está constituyendo un juego.
—La pierna, ¿no le duele la pierna?
Deja de mover la cabeza y pone dura la pierna. Después de un rato me acerco a su oreja y le digo mi nombre, hago resonar las palabras, le cuento quién soy y que en un rato voy a volver a verla y que espero que me mire, que abra los ojos.
La médica estaba interesada, quería aprender de lo que yo estaba haciendo, evidentemente al igual que a mí, tampoco le habían enseñado en la facultad: “¿Qué hacía un psicólogo en la guardia hospitalaria?”
Mientras espero el tiempo necesario para volver a verla, pienso: ¿era necesario que a esta paciente la viera un psicólogo?
Es evidente por este pequeño material clínico, que el profesional psicólogo está en el campo propio de la actuación médica. Muchas veces los mismos médicos nos llaman doctor, mostrando lo difícil que es aún para los médicos pensar la inclusión de un psicólogo en la guardia de un hospital general. Y es también por eso que corro en busca de un médico cuando noto que la paciente detiene la respiración.
Cuando los profesionales que trabajan en urgencia derivan un paciente a Salud Mental, derivan lo que piensan sería de nuestra incumbencia profesional. Los médicos de guardia, sabían que las pacientes "H", las histéricas para el léxico de guardia, las derivarían a Salud Mental. Esa letra tenía sus consecuencias tanto para la medicina como para el nacimiento del psicoanálisis, abría tanto una puerta como una deriva significante que amarraba una historia.
También sabía que me derivarían los pacientes “CH”, crisis histéricas –según también el léxico de la guardia–, pacientes que venían absolutamente sobrepasados de aflicciones en una crisis aguda. Y era cierto que escuchando –y ofreciendo una posibilidad de seguir escuchando–, éstas, llegaban a un punto máximo y luego comenzaban a aflojar-. Había que hablar y ayudar al “usuario de guardia” a evaluar que había quedado de su vida, de su vivienda, de su pareja, de su familia, de su futuro.
Pero esta paciente no era ni “H” ni “CH” ¿Por qué letra, cuál era el pedido de que la viera, desde qué nomenclatura me la habían derivado?
Todavía hoy lo sigo pensando. Quizás porque fuera una paciente “C”. ¿Qué significa esa letra? Para el léxico de la guardia era “caso confuso”. La letra C se refería al difícil diagnóstico diferencial; y se trataba de trabajar en equipo junto a neurólogos, clínicos, asistentes sociales, psiquiatras, una posibilidad de pensar un quehacer con esta paciente.
Los padecimientos de María de las Mercedes –me enteraría luego– no provenían ni de hoy ni de ayer, era una paciente cuyo diagnóstico y tratamiento diluía toda separación disciplinar. Esa paciente demandaba –aún sin saberlo– un esclarecimiento, un tiempo de pensar cómo ayudarla y evidentemente ese tiempo posible más allá del acto de la emergencia era un trabajo que incumbía a Salud Mental, era también un pedido claro del equipo interdisciplinario del que formábamos parte en la guardia hospitalaria.
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