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“Elena y la construcción de sentido”. Sobre las consecuencias del acallamiento del genocidio

14/06/2015- Por Valeria Casal Passion - Realizar Consulta

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Considerando la memoria como una construcción social (en tanto que el sujeto de la experiencia es social), esta negación a la articulación también puede ocurrir a nivel social, con hechos traumáticos perpetrados o acaecidos a pueblos o a minorías de una sociedad. Más allá de intenciones manifiestas de algunos sectores, hay pactos llamados denegativos por los cuales sociedades enteras establecen inconscientemente estos acuerdos de acallamiento... La repetición en los cuadros demenciales, la compulsión a la repetición en la neurosis (salvando diferencias entre ambas), los pactos denegativos sociales, todas son evidencias de que acallar, denegar, “reprimir” la memoria, da cuenta del síntoma en los sujetos y sus sociedades.

  

 

                

  Elena padecía una Demencia Frontotemporal. Esta enfermedad afecta las regiones frontales y temporales del cerebro que implican la conducta y las capacidades lingüísticas. Ella solía decir: “El Alzheimer es peor, yo todavía me acuerdo”. Elena poseía ocasionalmente una infrecuente  conciencia de enfermedad en las primeras etapas de la misma. El paciente que padece una demencia no posee tal registro de su padecimiento, de hecho la ausencia de este registro conforma uno de los puntos a tener en cuenta para un diagnóstico diferencial con otras patologías.

  Ella pidió grabar cuentos y relatos para sus nietos. “Por si se me va”… la preciada memoria. Así quedó digitalizada la voz de Elena, una típica idishe mame de rizos castaños y profunda mirada celeste. Grabó las canciones que solía cantar a sus nietos, los relatos de su infancia, su juventud y la experiencia junto a quien llamaba “el amor de mi vida”: Davi, su esposo, un polaco sobreviviente de Auschwitz.

 

 Cuando una memoria es patológica (según el discurso médico), como en el caso de Elena a partir de la etapa moderada a severa de su enfermedad, los pacientes se vuelven reiterativos, repiten ocasionalmente una y otra vez los mismos relatos o acciones. Ella repetía, entre otras cosas, incansablemente sobre su Davi: “Yo le enseñé a hablar castellano, él me enseñó a cruzar la calle de la vida”. Ya, para ese entonces, en el declinar de sus recuerdos, había dejado a su descendencia el relato de su historia, su experiencia de la posguerra junto a un hombre sobreviviente de la Shoa. Uno de esos relatos fue enviado a un concurso de poesía y cuentos para adultos mayores, ganó el primer premio. Los últimos vestigios metafóricos de su lenguaje desafiaron hasta a Theodor Adorno quien enunciara que no habría poesía después de Auschwitz.

  Elena le brindó sus símbolos lingüísticos a su esposo, ignorante del castellano, los cuales después perdería por una enfermedad, un cuadro demencial, un sinsentido. Parecía comprender y apelar por sí misma al tratamiento de sus síntomas y su memoria, pero no, esas son luces (como dicen los familiares de los pacientes) que aparecen durante el desarrollo cíclico y progresivo de la enfermedad. A su vez contribuyó a la construcción de la memoria de los suyos, porque la memoria es eso: una construcción.

 

  Podríamos describir a la memoria como un conjunto de fragmentos desordenados que pueden perder su característica de caótica a través de un relato. Aquello caótico puede hacerse conciente, develarse y el recuerdo puede conformar la reconstrucción de una escena. La narración, la puesta en discurso, ordena el recuerdo. Nuestra existencia es una experiencia compartida, los recuerdos también lo son, por lo que la memoria es un proceso de construcción también compartida, social.

  Pero el origen y los destinos de los recuerdos pueden no ser los mismos que los ofrecidos por Elena a los propios. Aquellos fragmentos mnémicos pueden conformar un suceso traumático experimentado por el sujeto. Etimológicamente "trauma" deriva del verbo griego herir. Descripto por Freud, un trauma puede significar la apertura hacia lo irrepresentable, hacia aquel lugar que puede romper con la mismidad y continuidad del yo, con las diversas consecuencias posibles. Aquel suceso traumático constituye una inscripción en la memoria, una huella mnémica entre otras, pero más aún, conforma una marca. Esa marca puede ser develada, ser una construcción conciente, un recuerdo alcanzado, reconstruido, ordenado, formando parte de una red de sentido, permitiendo la puesta en discurso, otorgando palabras a la escena. Por el contrario, este suceso traumático puede negarse a ser articulado y al negarse a ser asimilado, podríamos decir, traería como consecuencia en el sujeto la compulsión a la repetición, entre otros síntomas. Tal es el padecimiento neurótico, quien repite una y otra vez en la complacencia de sus síntomas.

 

  Considerando la memoria como una construcción social (en tanto que el sujeto de la experiencia es social), esta negación a la articulación también puede ocurrir a nivel social, con hechos traumáticos perpetrados o acaecidos a pueblos o a minorías de una sociedad. Más allá de intenciones manifiestas de algunos sectores, hay pactos llamados denegativos por los cuales sociedades enteras establecen inconscientemente estos acuerdos de acallamiento. Pero este pacto colectivo va más allá que el  mecanismo de la represión en la neurosis; estos pactos denegan cualquier intento individual por articular el hecho traumático, por narrarlo, por hacerlo propio, por reconstruir la memoria y por ende, la identidad. De esta manera se vuelve a anular la subjetividad, la mismidad de un yo (inicialmente en el trauma padecido, luego en su acallamiento) y sociedades enteras incurren inexorablemente en la repetición sintomática.

 

  En septiembre de 2006 en la sentencia condenatoria contra Miguel Osvaldo Etchecolatz y en octubre de 2007 contra Christian Von Wernich, el Tribunal Oral Federal 1 de la Ciudad de La Plata, consideró los crímenes cometidos dentro del marco de un genocidio. La mención de los fundamentos de la histórica condena sorprendería hasta los familiares de víctimas, abriría un debate jurídico, abriría el camino de la elaboración y de la asimilación aún no alcanzada.

Desde la finalización de lo que la dictadura militar consideró llamar el proceso de reorganización nacional (1976-1983), desde diversos sectores sociales y organizaciones de derechos humanos se dio curso a otro proceso: un profundo intento de reparación, búsqueda de la verdad, restitución de la identidad, todas acciones que convergen en el tratamiento social de la memoria: su rescate, reconstrucción y resignificación colectiva. Un trabajo conjunto, dentro de un entramado social, que pretende eliminar los pactos denegativos, que permite la reconstrucción de la historia y la resolución sintomática.

 

  Elena padeció el sinsentido y utilizó sus últimos recursos metafóricos para reconstruir su historia. Lo que vulgarmente podría llamar la demencia social, el sinsentido, la denegación como en el caso del Estado turco en relación al genocidio perpetrado contra el pueblo armenio, no solo intenta suprimir la identidad, la memoria de las víctimas y su descendencia sino que también se sume a sí mismo en la repetición sintomática. La repetición en los cuadros demenciales, la compulsión a la repetición en la neurosis (salvando diferencias entre ambas), los pactos denegativos sociales, todas son evidencias de que acallar, denegar, “reprimir” la memoria, da cuenta del síntoma en los sujetos y sus sociedades.

 

 Aunque se hubiesen históricamente calificado los crímenes dentro del marco de un genocidio, como el sufrido por el pueblo armenio en manos de los turcos, ello no aseguraba evitar los posteriores (el Holocausto, Camboya, Ruanda y otras masacres como Bosnia, Palestina). Sin duda tal calificación y reconocimiento, como en los mencionados juicios por la barbarie durante la dictadura militar argentina, sienta precedentes para un debate jurídico, crea interrogantes, interpela la historia y el porvenir de nuestra experiencia humana  y más aún: abre el camino para la construcción del sentido. 

 

 

Nota: el breve recorte clínico no es actual y se encuentra modificado suficientemente.

 

 

Bibliografía:

 

- Feierstein, D. Memorias y representaciones. Sobre la elaboración del genocidio. Ed. F. C. E. Buenos Aires, 2012.

 

 

 

 


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