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Incesto, cultura y desorden moral02/04/2007- Por Norma E. Alberro - Realizar Consulta

Sea realizado o fantaseado, el discurso sobre el incesto pone en escena la realización de pulsiones sexuales y agresivas que han sobrepasado la prohibición cultural y personal. Por esta razón, la vivencia incestuosa representa el modelo de todas las violencias, el traumatismo fundamental y paradigmático. Invariablemente, será memorizado como una excitación imparable, al mismo tiempo conocida y rechazada. El incesto es una fractura edípica. Habiendo siendo borrado su acceso a la ley edípica, ¿es posible afirmar que el individuo deja su estatuto de sujeto hablante, para volverse socialmente un “fuera de la ley”?
La prohibición del incesto es el soporte de nuestra cultura y de nuestra humanidad. Organizador simbólico, regula y codifica las relaciones entre los humanos, a través de los lazos de parentesco y de la alianza. Las huellas dejadas por la transgresión de esta prohibición pueden expresarse por trastornos psicosomáticos o del comportamiento, generadores de desorden social y moral. Reintroducir al sujeto en un estatuto de ser hablante le permitirá progresivamente elaborar esta experiencia fusional mortífera.
Como lo ha demostrado Claude Levi-Strauss[1], la prohibición del incesto funda el acceso del hombre al registro simbólico de la comunicación social. Es la regla que introduce el orden en el caos y en el azar de las relaciones, puesto que se presenta, según Lacan, como la ley vehiculizada por el lenguaje. La prohibición del incesto es al grupo lo que el complejo de Edipo es al individuo. Los dos limitan el deseo en sus dos fases: sexual y agresiva. Si el incesto no fuera tabú, el grupo dejaría de existir y se volvería una horda salvaje. Si el Edipo no se hiciera “complejo”, el individuo no alcanzaría el estatuto de sujeto hablante. En los dos casos, no habría ni padres, ni hijos.
Es porque el tabú del incesto se corresponde con la organización psíquica individual que es aceptado, si bien la represión de los deseos edípicos no es isomorfa a la prohibición social del incesto, pero se articula con ella. Se diría que el eje de estos dos registros es una ley idéntica que inhibe las pulsiones, una misma moción de orden simbólica específicamente humana y cultural. Una garantía semejante de los lazos de parentesco y de jerarquía, así como de las alianzas. En otros términos, prohibición del incesto y ley edípica se conjugan para codificar los intercambios en el grupo y en la familia con el solo fin de mantener su propia existencia en el seno de un encuadre coherente.
Premisas psicoanalíticas
Desde 1895, Freud subrayó el peso de las seducciones sexuales precoces en la etiología de las neurosis. Este peso se ve intensificado, puesto que encuentra los fantasmas infantiles. Para el padre del psicoanálisis, toda seducción real por los padres, inevitable en los cuidados maternales, representa una intrusión abusiva que se integra con el deseo inconsciente de seducción del mismo niño. Freud nunca renunció a la teoría paterna de la histeria, ni a la etiología traumática de las otras neurosis. En el filo de los años, él desplazó el eje de la problemática traumática de seducción sobre el deseo inconsciente, es decir la demanda subjetiva transportada por el fantasma. “El fantasma protege lo real” dice Lacan. La perversión será generalizable a todos los humanos, niños y adultos en la medida en que ella aparece siempre como potencial, apta a desencadenarse bajo los efectos de un hábil seductor, precisa Freud.
En el complejo de Edipo, Freud construirá el encuentro entre la historia individual y el mito cultural del incesto. Hace de la triangulación, el punto crucial del desarrollo del sujeto, es decir ley que debe ser hablada para que, a su turno, el sujeto hable.
Es sobre todo un discípulo, S. Ferenczi, quien continuará con este tema, a partir del estudio de la diferencia entre la vivencia sexual infantil y la vivencia sexual adulta. Entre 1930 y 1933, partiendo de la metáfora de la confusión de lenguas y el mecanismo de defensa de identificación con el agresor, Ferenczi va a elaborar su teoría sobre el incesto. Para este autor, el adulto seductor demanda la satisfacción de su deseo, pero el niño, consintiendo satisface otro deseo. El primero se sitúa a nivel genital, mientras que el segundo se ubica en el plano erótico. No hablan de la misma manera, ni de la misma cosa, teniendo en cuenta la situación de dependencia del niño que lo obliga a experimentar emociones para las que no está preparado.
Con frecuencia, el padre frustrado afectiva y genitalmente, pide consuelo y gratificación a un niño que busca ternura y protección. Si la violencia verbal o física entra en juego en ese momento, las perturbaciones en el niño serán aún mayores. Ferenczi agrega otro elemento: en todo acto de seducción, el adulto se siente culpable, aunque lo niegue. El niño, más frágil, sometido a esta invasión prematura de amor pasional mezclada de culpabilidad, elabora una identificación teñida de ansiedad y constituida por una introyección de aquel que lo amenaza y lo agrede. El niño podrá reaccionar de dos maneras: sea sobre un modo depresivo o, desplegando una seudo madurez precoz. Ninguno de estos mecanismos, sin embargo, podrá borrar y aliviar el dolor y su huella.
Refugiada en el inconsciente, la experiencia incestuosa vuelve acosando, insidiosamente la vida del niño. Su silencio no hace más que perjudicar el desarrollo sano del niño.
La experiencia incestuosa
Sea realizado o fantaseado, el discurso sobre el incesto pone en escena la realización de pulsiones sexuales y agresivas que han sobrepasado la prohibición cultural y personal. Por esta razón, la vivencia incestuosa representa el modelo de todas las violencias, el traumatismo fundamental y paradigmático. Invariablemente, será memorizado como una excitación imparable, al mismo tiempo conocida y rechazada. El incesto es una fractura edípica. Habiendo siendo borrado su acceso a la ley edípica, ¿es posible afirmar que el individuo deja su estatuto de sujeto hablante, para volverse socialmente un “fuera de la ley”?
Luego de la experiencia incestuosa, el sujeto no puede estar más que en otro lugar. No habla y su cuerpo intentará expresar lo indecible. En las situaciones incestuosas, uno de los padres queda excluido, formándose una relación de dos, siendo el niño objeto de su deseo. Pseudo-falo o investidura narcisística de ese padre (madre o padre) perverso, ¿cómo puede ese niño asumir la castración simbólica?
[1] Levi-Strauss C.: Les structures élémentaires de la parenté. Mouton, 1971 Paris.
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