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La construcción de la subjetividad. El superyó, el semejante, el amor… y la depresión generalizada

16/09/2024- Por Claudio Di Pinto - Realizar Consulta

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Los “estados depresivos” suelen ser un motivo importante de consulta. Sujetos que no encuentran un sentido que los cause en su cotidianeidad, relatan cierta desmotivación y ausencia de horizonte. Es por ello que como consecuencia de la caída de la tensión deseante podemos hablar de un estado de “depresión generalizada”. Confluyen factores epocales que tiñen el lazo social: un superyó cruel, la construcción del enemigo, la precariedad simbólica… que se evidencian –también- en la clínica, impulsando a nuevos pensamientos e intervenciones desde la praxis psicoanalítica.

 

 

                                                                                                       Foto: Shutterstock

 

 

Como se construye la subjetividad

 

  Uno de los aportes fundamentales del psicoanálisis a la ciencia del sujeto es el denominado “complejo de castración” que determina que no hay un sujeto idéntico a sí mismo, y por lo tanto  siempre hay una distancia entre el significante y dicho sujeto. Es lo que denominamos sujeto dividido. Otra forma de situarlo es plantear que no hay un saber absoluto ya que el saber demanda más saber que conduce al infinito. 

Esto implica un vacío estructural que habla en nosotros, que nos habita, y ante el cual cada uno construirá alguna estrategia que le haga posible transitarlo, velarlo o bien hacerlo soportable.

 

  Por un lado, el sujeto dividido, efecto de que estamos atravesados por el lenguaje, que instaura esa división estructural, y por otro están las estrategias que van variando a lo largo de la historia y que dan lugar a la subjetividad. Esto significa que en cada época predominan o bien prevalecen de manera privilegiada diferentes modos de tratamiento de ese vacío o bien de lo real.

 

  Por ello, hay sujeto desde los orígenes del lenguaje, mientras que la subjetividad se construye con los recursos que cada época produce y varía de acuerdo a esos recursos.

Va a ser con la subjetividad de la época con lo que nos encontramos en los consultorios, tanto en el hospital como en el ámbito privado.

 

  Ahora bien: ¿cómo se construye la subjetividad en cada época?

En principio cuando un sujeto llega al mundo se encuentra o bien es insertado en lo que podemos llamar “discursos pre-establecidos”. Estos discursos funcionan como una matriz de sentido que genera comportamientos y fundamentalmente un modo privilegiado de tratamiento de lo real, un modo de responder a ese vacío y a su vez el tratamiento privilegiado que se le da a lo real va a determinar cómo retorna, es decir los síntomas que prevalecen en un contexto determinado.

Estos discursos pre-establecidos, varían con la época o bien son los que caracterizan a cada una de ellas. Aspecto que trabajé en un artículo anterior publicado en este mismo sitio.[1]

 

  Si bien estos discursos son para todas y todos, para que pueda producirse un decir propio es necesaria una operación de separación, de pérdida. Y es esta separación la que construye la singularidad. Operación fundamental, ya que es la que instaura la dimensión del deseo o de falta, y es esta dimensión la que va a determinar en gran medida los discursos que hacen posible el lazo social.

 

  Esto implica que todos nuestros lazos sociales están sostenidos desde esta dimensión de falta, es esa soledad estructural que nos habita la que nos causa al encuentro con los diferentes objetos del mundo.

Y a su vez esta singularidad que se produce a partir de esa operación de pérdida mencionada está también enmarcada por los discursos pre-establecidos, y hace que ningún sujeto puede sustraerse a su época. 

 

 

Discursos pre-establecidos y posición ante lo real

 

  Si estos discursos pre-establecidos implican un tratamiento respecto de lo real, y esto a su vez tiene incidencia en los síntomas con los que nos encontramos, ¿cómo situar hoy dichos discursos? Y ¿qué tratamiento hacen de lo real?

Esto viene siendo trabajado por diferentes autores desde hace muchos años, siendo nuestra tarea dar cuenta de cómo aparece eso en la clínica.

 

  Por ejemplo Gilles Lipovetsky planteó hace ya muchos años[2] un concepto llamado “proceso de personalización” que refiere a que la sociedad pasa a estar basada en la información y no en el conocimiento, y donde desaparece la esperanza en el futuro que pasa a tener un carácter distópico. Se trata de ser “uno mismo aquí y ahora” y el lugar central pasa a ocuparlo el “individuo” desligado en gran medida del semejante.

 

  Los discursos pre-establecidos van a privilegiar entonces a “ese individuo” en un presente constante, ya que cae la dimensión de un tiempo por venir que le dé sentido al presente.

 

  Esto implica lo que se ha dado en llamar la caída de “los grandes relatos”, que funcionaban como parte de esa matriz de sentido a la que hacía referencia, como esos discursos pre-establecidos ¿Cuáles han sido estos grandes relatos? Con esto se hace referencia a cuatro aspectos o cuatro grandes relatos: la religión, el iluminista, el marxista y el capitalista tradicional. Estos grandes relatos que podemos pensar como ideología, son construcciones imaginarias que implican un lazo y un modo de concebir al otro. Son también como figuras del Otro que predominan en cada época.

 

  Dichos relatos, (esto no implica ninguna simpatía particular por ninguno de ellos), generaban un lazo social y un horizonte, se “creía allí”. Funcionaban como esos discursos pre-establecidos, que daban sentido y que al dejar de tenerlo, caen como discursos que predominan, y dan lugar a otros relatos que ponen el acento en la realización personal y en el individualismo.

 

  Se produce entonces como consecuencia una modificación de la figura del Otro, que pasa a tener un carácter fundamentalmente imaginario.

En principio podemos situar dos efectos de esta modificación: uno respecto del superyó y el segundo  sobre el amor y el lazo con el semejante.

 

 

Un superyó más cruel

 

  Respecto del superyó, esta caída no produce un alivio, ni hace que los sujetos puedan vincularse más relajadamente, sino que se modifica el vínculo con el semejante donde prevalece lo imaginario.

Y allí donde prevalece la dimensión imaginaria opera fundamentalmente la dimensión de la fusión o del rechazo del otro.

 

  Esto es así ya que cuando lo imaginario avanza sobre lo simbólico, la diferencia no encuentra recursos para ser tramitada y el modo de tratamiento pasa a ser el rechazo. Este avance implica también un avance de lo real, por eso prevalece también la dimensión del goce donde la palabra suele quedar en suspenso.

 

 

El semejante, mi enemigo

 

  Me ha llamado la atención leer en algunos libros que retratan la lógica empresarial que prevalece en nuestros días, que el acento está puesto en el éxito personal, y para ello se trata de pensarse a uno o una misma como empleado de sí mismo. No cuenta la organización o el trabajo en equipo, o bien solo tiene valor en tanto asegure o sea funcional al éxito personal.

Se trata de pensarse a sí mismo como empresa, y vale tanto para quien forma parte de una organización como para quien pedalea doce horas por día en una bicicleta repartiendo comida.

 

  Esto impacta en el lazo social donde se ponen en juego dos aspectos: por un lado, en el lazo con el otro, donde prevalece lo imaginario y por lo tanto la fusión o el rechazo, y por el otro el semejante es siempre un potencial enemigo o bien es a quien se le puede suponer los fracasos y la imposibilidad de goce.

 

  Es interesante retomar las ideas de Bifo Berardi, cuando sitúa que hoy ya no existe un lugar físico que represente el poder y al cual se le pueda atribuir la causa de nuestras privaciones. Ya no hay un palacio de invierno o una Bastilla que representen el poder y que por lo tanto se trata de apoderarse de esos lugares. Y si no está allí el enemigo, ¿dónde lo encontramos? En el otro, en el semejante, a quienes se les puede endosar la causa de nuestros males.

 

 

El amor versus el goce

 

  Esta misma lógica se pone en juego en el amor que deja lugar al goce imaginario del otro y por lo tanto a la dificultad para establecer un vínculo que tramite la diferencia a través de lo simbólico y no del rechazo.

 

  Como plantea C. Soler, el amor aspira a la fusión e instituye al Otro, lo hace poseedor de algo valioso, del agalma, mientras que el goce es disociativo y no produce lazo ya que es siempre en soledad. Es por ello que el amor y el goce se oponen ya que el primero requiere de otra u otro mientras que el segundo no.

 

 

Algunas preguntas

 

  Como señalaba, si bien para que haya un decir propio debe producirse una separación, una operación de pérdida respecto de estos discursos pre-establecidos, dichos discursos determinan modos privilegiados de tratamiento de lo real, y es eso con lo que nos encontramos en la clínica.

 

  Llegados a este punto surgen algunos interrogantes: si los discursos pre-establecidos son los que aportan recursos para tramitar esa división estructural, esta matriz de sentido que nos habita y en la que habitamos ¿Cómo aparece entonces el malestar en la clínica? ¿Qué efectos tiene este superyó más cruel en el padecimiento, en los lazos amorosos y en el lazo con los semejantes?

 

 

La depresión generalizada y la precariedad de lo simbólico. La clínica de nuestra época

 

  Situé la diferencia entre sujeto y subjetividad. Esta última implica el tratamiento privilegiado que se le da a la alteridad en un momento histórico determinado.

Respecto de esto señalé que a mi entender no se produce una caída del Otro, entendido  como la caída del universo simbólico sino que la figura del Otro cómo el lugar de las identificaciones que orientan a un sujeto respecto de lo real pasan a tener un carácter fundamentalmente imaginario que produce a su vez una multiplicidad de Otros o bien un estallido de los ideales donde cada uno y cada una pueden construir uno a su medida.

 

  Uno de los efectos que esto produce, como señalé en el artículo mencionado, es un superyó más cruel donde el semejante pasa a tener de manera preponderante el carácter de un obstáculo o bien de un instrumento del goce. De allí la alternancia que puede producirse respecto de la fusión con el otro/a propio de la masa o el rechazo donde el semejante queda ubicado en un lugar imaginario y de rivalidad.

 

  Esto incide y dificulta el lazo social, ya que la fusión no implica lazo con los otros y otras sino mayor aislamiento del sujeto. Donde prevalece el goce uno de los efectos es el aislamiento ya que este separa a diferencia del amor que busca la fusión. Y por otro también hace más difícil los proyectos y lazos colectivos, efecto observable no solo en lo social, sino también en las instituciones.

 

  ¿Cómo aparece esta subjetividad en la clínica? Voy a situar en principio dos aspectos con los que me encuentro cotidianamente tanto en el hospital como en el consultorio. Uno refiere a cierto estado depresivo o bien ciertos estados melancólicos o melancolizaciones que no podemos pensar como melancolía y el otro refiere a sujetos enlazados precariamente al orden simbólico o al lazo social.

 

 

La depresión generalizada

 

  Si el deseo refiere a la búsqueda o a un anhelo de completud, si funciona como un horizonte que nos permite caminar y sostener dicha búsqueda, esto implica necesariamente una renuncia narcisista ya que solo puede desear quien se sitúa en falta, o bien quien se siente causado por algo que lo trasciende.

 

  Por eso lo que llamaré “estados depresivos” suelen ser un motivo importante de consulta. Sujetos que no encuentran un sentido que los cause en su cotidianeidad, que relatan cierta desmotivación y ausencia de horizonte que se enuncia como una queja que no produce consecuencias.

Es por ello que como consecuencia de la caída de la tensión deseante podemos hablar de un estado de “depresión generalizada”.

 

  Esta ausencia o bien labilidad respecto del horizonte o bien de la causa lleva a que predomine el refugio en lo imaginario, de allí la predominancia del narcisismo de la imagen. A diferencia del narcisismo del deseo, que tolera la alteridad y que empuja al sujeto, la modalidad que predomina no da lugar a dicha alteridad sino que se abroquela en el sostenimiento de una imagen donde no hay lugar para el otro. O bien los otros solo tienen lugar en tanto completan la imagen pero cuando la ponen en cuestión ponen en marcha también un mecanismo de rechazo. Fusión y rechazo como modalidades que se alternan en estos estados.

 

  Uno de los afectos característicos pasa a ser la tristeza entendida como rechazo al saber respecto de la alteridad y de lo real.

En estas presentaciones clínicas no podemos hablar de “depresión” como diagnóstico, sino de una melancolización o de un estado depresivo efecto de la ausencia de tensión deseante.

 

  Jean Rassial va a plantear lo que llama “ansio-depresión”[3] que hace referencia a un estado que oscila entre la angustia, el estado depresivo y el aburrimiento como un afecto característico de dichos estados.

 

  En esta “depresión generalizada” se pone en juego un rechazo que puede tomar la forma de un odio dirigido contra aquello o aquellos a quienes supongo que son causa de mi padecimiento. Esto aparece en los lazos amorosos o bien en la dificultad para construirlos y sostenerlos.

 

  Allí donde predomina el narcisismo de la imagen, el otro u otra deja de funcionar como un enigma o bien donde el sujeto intenta responder alguna pregunta, se deja de “creer allí” y lo que sostiene dicho vínculo es la búsqueda de completud narcisista. Por eso se trata en muchas ocasiones de vínculos lábiles y pasajeros, sin que esto implique menos padecimiento.

De hecho las quejas amorosas o bien las dificultades para construir un vínculo amoroso están presentes cotidianamente en nuestros consultorios. 

 

 

Precariedad del lazo a lo simbólico

 

  Donde la subjetividad dominante empuja a un goce imaginario, el lazo a lo simbólico puede tomar un carácter precario.

Esta precariedad si la pensamos desde la lógica de los registros conlleva un lazo de lo imaginario y lo real sin que medie o bien lo hace precariamente lo simbólico.

 

  Si lo que sostiene a un sujeto es la dimensión de la causa, es eso lo que enlaza la estructura. Esto significa que es eso lo que le da sentido a la vida de un sujeto, y pone en juego una dimensión poco trabajada del “creer allí”.

“Creer allí” es esa dimensión donde lo que hago cotidianamente es en función de un horizonte que no se limita al presente y donde el “creer allí” significa que en ese hacer se pone en juego mi subjetividad en la medida en que eso que hago me representa, siempre parcialmente, por eso es “creer allí” y no “creer en eso”. Esto último implica una alienación imaginaria que no hace lugar a la diferencia, no da lugar a la alteridad, por eso la rigidez que pasa a tener un carácter superyoico.

 

  En la clínica y en consonancia con lo que situé como “depresión generalizada”, al prevalecer ese lazo entre lo imaginario y lo real mediado precariamente por lo simbólico, también nos vamos a encontrar con las llamadas “psicosis ordinaria” o bien con sujetos que se sostienen del lenguaje sin que opere “la palabra”, que es lo que supone una separación del discurso corriente que da lugar a la singularidad.

 

  Por eso en algunos casos podemos suponer que se trata de pacientes neuróticos pero en realidad al quedar sostenidos de dicho discurso corriente o bien de “lo que se dice”, las frases no producen ninguna asociación sino que se trata solo de un juego de palabras sin consecuencias.

Lo cual no implica ninguna resistencia, sino que al no operar la dimensión de la palabra, no hay deslizamiento significante.

 

  Fenomenológicamente esto aparece como apatía, aplanamiento afectivo, falta de iniciativa, y labilidad en los lazos entre otros rasgos característicos.

Lacan en algún momento plantea que se trata de una clínica donde no se ha producido una extracción del objeto a por fuera del cuerpo. Esto se muestra en los rasgos mencionados en el párrafo anterior.

 

 

La clínica

 

  Tanto “la depresión generalizada” como los sujetos que se sostienen del discurso corriente llevan a repensar la clínica desde la continuidad y no desde la ruptura o bien separación neurosis-psicosis.

La pregunta pasa a ser que enlaza a cada sujeto al orden simbólico lo que va a determinar el padecimiento específico de cada uno y cada una y en consecuencia como pensar una dirección de la cura posible.

 

  También estas presentaciones clínicas llevan a pensar los modos de intervención con los que contamos para pensar un tratamiento posible.

En estos casos, entiendo que no es posible recurrir a la interpretación o al juego significante, sino a un trabajo que apunta a la construcción. Esta va estableciendo cierta continuidad en el relato de estos sujetos donde esta queda diluida o bien no está presente la dimensión de la historia.  

 

  También se trata de tratamientos que transcurren al estilo de una conversación o de una charla, teniendo presente que nuestro trabajo va a apuntar a establecer ciertas suplencias o bien qué puede hacer posible para cada sujeto cierta estabilización. Podrá tener la forma de un trabajo, de una identificación o de un vínculo con otra u otro.

 

  Todo sujeto como plantea Maleval está compelido a inventar algo para hacer frente a la incompletud de lo simbólico, para lidiar con la alteridad. Nuestra posición y responsabilidad como analistas que conducimos la cura es desde nuestra escucha facilitar al sujeto el que pueda encontrar aquello que no lo deje aislado y al margen del lazo social.

 

 



[1] Di Pinto, Claudio. “Estilos y modos de análisis. La marca de la época”. Publicado en https://www.elsigma.com/hospitales/estilos-y-modos-de-analisis-la-marca-de-los-tiempos/14114

[2] Lipovetsky, G. La era del vacío. Ensayos sobre el individualismo contemporáneo. Anagrama.

[3] Rassial J. El sujeto en estado límite. Ediciones Nueva Visión. 2001. Buenos Aires

 


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