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Las drogas y Platón

21/07/2008- Por Héctor López - Realizar Consulta

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La afinidad entre las llamadas "drogas intoxicantes" y los psicofármacos es tan obvia e íntima que resulta extraño no se repare más en ella. En principio, el término "droga" designa no sólo a las sustancias químicas ilícitas, –consideradas por la Justicia como "estupefacientes" por sus efectos narcóticos sobre el organismo y el psiquismo– sino también a los sofisticados productos de los que se vale la medicina para combatir los síntomas psiquiátricos, desde los poderosos neurolépticos a los antidepresivos y tranquilizantes. El conjunto común al que pertenecen ambos elementos se hace escuchar en casi todos los idiomas: el idioma inglés por ejemplo emplea la misma palabra drug para referirse tanto al tóxico como al medicamento, empleo menos frecuente en nuestro idioma donde la palabra "droga" se vincula más directamente a las sustancias ilegales que a la farmacia. La homonimia señalada descorre un pudoroso velo y deja ver que la naturaleza de los psicofármacos incluye indisolublemente ciertas propiedades "estupefacientes". Por lo cual, no se trata de una homonimia accidental o contingente desprovista de valor, sino más bien de una muestra de lo que el lenguaje sabe a expensas del ocultamiento interesado.


1. La ambigüedad del pharmakon
La afinidad entre las llamadas “drogas intoxicantes” y los psicofármacos es tan obvia e íntima que resulta extraño no se repare más en ella.
En principio, el término “droga” designa no sólo a las sustancias químicas ilícitas, –consideradas por la Justicia como “estupefacientes” por sus efectos narcóticos sobre el organismo y el psiquismo– sino también a los sofisticados productos de los que se vale la medicina para combatir los síntomas psiquiátricos, desde los poderosos neurolépticos a los antidepresivos y tranquilizantes.
El conjunto común al que pertenecen ambos elementos -que parecen tan distanciados y opuestos entre sí- se hace escuchar en casi todos los idiomas: el idioma inglés por ejemplo emplea la misma palabra drug para referirse tanto al tóxico como al medicamento, empleo menos frecuente en nuestro idioma donde la palabra “droga” se vincula más directamente a las sustancias ilegales que a la farmacia.
La homonimia señalada descorre un pudoroso velo y deja ver que la naturaleza de los psicofármacos incluye indisolublemente ciertas propiedades “estupefacientes”. Por lo cual, no se trata de una homonimia accidental o contingente desprovista de valor, sino más bien de una muestra de lo que el lenguaje sabe a expensas del ocultamiento interesado.
Un saber que se refiere a la función ambivalente y contradictoria de toda droga, ya se encuentre en los estantes de la farmacia o en las cuevas de los narcotraficantes.
Esta inocente observación abre sin embargo la posibilidad de una pregunta: cuando el médico administra una droga ¿qué es lo que está indicando? ¿Qué función está destinada a cumplir la droga en el paciente? Es lo que se pregunta Lacan en “Psicoanálisis y Medicina” , para responder que toda droga tiene más que ver con el goce del cuerpo que con la curación de una enfermedad. Lacan no menciona allí la teoría del pharmakon pero la supone todo el tiempo: el medicamento no es “inocente” en cuanto a sus efectos, tiene como el dios Jano dos caras: es remedio que cura y es narcótico que intoxica. Pero el sujeto, más pulsional que racional, y a pesar suyo, está más implicado en el goce que interesado en su bien.
El pensamiento occidental con su inevitable resabio cartesiano odia la contradicción y por lo tanto no soporta que una sustancia destinada a curar pueda al mismo tiempo enfermar, ni su inverso, que una sustancia ilegal pueda al mismo tiempo tener efectos terapéuticos. El código penal, al definir lo que es ilícito, define al mismo tiempo lo que es bueno y lo que es malo.
Por eso separa a una prudente distancia lo nocivo de las sustancias tóxicas con respecto a lo terapéutico del psicofármaco, aunque esa diferencia no pueda deducirse ni siquiera del vocablo droga (drug). Toda nuestra concepción de las sustancias químicas está basada en esa operación disyuntiva, y toda discursividad la sostiene.
Es una premisa que va contra el pensamiento freudiano que en el capítulo dos de “El malestar en la Cultura”  sostiene que la intoxicación química es eficaz contra el dolor y contra la infelicidad inevitable de la vida. Por supuesto que Freud reconoce al mismo tiempo que siendo los tóxicos uno de los remedios más poderosos, son al mismo tiempo los más perjudiciales. Pero también dice que todo ser humano, en ciertos momentos, necesita de un “quitapenas” cuyo modelo sería el alcohol.
Freud, antes que asumir una posición moralista frente a las drogas (en su época el alcohol, la morfina y la cocaína) reconoce la función ambigua y dual que cumplen los tóxicos en cuanto a ser un “subterfugio”, un alivio del dolor y de la angustia. Pero mientras recorremos sus textos, tengamos en cuenta que nunca Freud dice que la droga cura, sino que sirve de “consuelo” temporal frente al “dolor de existir” ¿Existir dónde? En la falta estructural de satisfacción.
El texto orientador y creo que pionero sobre el tema de la identidad irreductible que existe entre el remedio y el veneno, es sin duda el ensayo “La farmacia de Platón” de Jacques Derrida incluido en su libro La diseminación.
Derrida nos invita a un original recorrido por algunos diálogos platónicos que se ocupan justamente de esta verdadera condensación entre contrarios que significa el vocablo pharmakon, remedio, droga.
El pensamiento claro y distinto de la ciencia, supone que si una droga es benéfica no puede ser perjudicial, salvo claro está esos daños llamados ahora colaterales, es decir efectos secundarios indeseados, ¡como si no pertenecieran a la fórmula química de la droga!
La condición paradójica del pharmakon no se limita a poner de manifiesto la evidencia de que una droga hecha para curar pueda eventualmente ser nociva, o a que el universo de las drogas se divida en estupefacientes y psicofármacos, sino que apunta al ser mismo de la droga: el remedio puede ser veneno, el veneno puede ser remedio. Si tomamos el caso de aquél que da testimonio en carne viva de la ambigüedad del pharmakon, el psicótico, vemos que aquello que lo cura de sus síntomas, de sus alucinaciones, de sus delirios, lo envenena como sujeto, lo quebranta. Lo poco que le quedaba de sujeto, precisamente su angustia, sus síntomas, es barrido químicamente hasta desaparecer obteniéndose así como logro un estado anónimo al que se considera como adaptativo.

2. Platón en la farmacia.
El texto mencionado de Derrida, como lo sugiere su propio título, se orienta a la obra de Platón, específicamente a sus diálogos Fedro, Timeo, Filebo , y algunos otros, donde se encuentra la enseñanza de de Sócrates a sus discípulos sobre la ambigüedad estructural del pharmakon.
El más importante de ellos en cuanto al tema, El Fedro, comienza con la presentación de un mito que parece incrustado caprichosamente en el diálogo. Una ninfa llamada Oritea está jugando a orillas del río con Farmacea, y de pronto un vendaval muy fuerte la precipita a la corriente y muere ahogada. Farmacea es dueña de ese río cuyas aguas tienen propiedades que hoy llamaríamos termales ó curativas. Pero observemos que el juego con Farmacea en su ambiguo río es un juego peligroso; sus aguas destinadas a procurar resultados beneficiosos, se han cobrado la vida de Oritea.
Dice Platón:
... “Con su juego Farmacea ha arrastrado a la muerte a una pureza virginal...”
Luego de este mito el texto da un brusco salto y nos presenta la queja de Sócrates por haber sido seducido y llevado de las narices por un objeto pharmakon que tiene Fedro bajo su túnica. Resulta que Fedro había salido al encuentro de Sócrates llevando unos escritos entre sus ropas que a Sócrates le resultan seductores y dice:
... “Tú tienes el pharmakon que me ha hecho salir de la ciudad”....
Sucede que Sócrates nunca quiso salir de la ciudad. Incluso cuando es condenado al destierro, prefiere morir ingiriendo veneno antes que salir de la ciudad. Pero el pharmakon lo hace ir por donde él no quiere, lo hace seguir a Fedro fuera de los muros.

Sigue Derrida en La farmacia de Platón:
... “la escena de esta virgen precipitada al abismo, sorprendida por la muerte jugando con Farmacea. Farmacea, es también un nombre común que significa la administración del pharmakon, de la droga, del remedio y, ó, del veneno. Envenenamiento no era el sentido menos corriente de Farmacea. Un poco más allá Sócrates compara con una droga los textos escritos que Fedro ha llevado, ese pharmakon, esa medicina, ese filtro, a la vez remedio y veneno, se introduce ya en el cuerpo del discurso con toda su ambivalencia. Ese encantamiento, esa virtud de fascinación, ese poder de hechizamiento, pueden ser por turno ó simultáneamente benéficos y maléficos”.
... “La hojas de escritura que llevaba Fedro bajo el manto obran como un pharmakon que empuja ó atrae fuera de la ciudad a quien no quiso nunca salir de ella, ni siquiera en el último momento para escapar a la cicuta”...
Acotemos de pasada que quizá la cicuta misma haya cumplido para Sócrates la función de un pharmakon, producirle la muerte pero al mismo tiempo salvarlo de la humillación y del destierro.
Continuando con el poder ambiguo de la droga, Sócrates se sabe en manos de Fedro una vez que ha caído víctima de esa droga representada por los escritos del discípulo. Sabe que a ella no se puede resistir:
... “Se indulgente conmigo buen amigo, me gusta aprender, sabes, y siendo así los árboles del campo no consienten en enseñarme nada, pero sí los hombres de la ciudad”...
Sócrates era sin duda un hombre de la polis, aprendía del significante más no de la naturaleza.
... “Así haces tú conmigo, con discursos que ante mí tendrás así en hojas, me harás circular por el Ática y por otros lugares por donde te plazca”....
... “Tú sin embargo pareces haber descubierto la droga que me obliga a salir. ¿No es agitando delante de ellos cuando tienen hambre, una rama ó una fruta, como se lleva a los animales?”....
Sócrates parece decir que quien cae víctima de la droga se comporta como un dócil animal al cual sólo le importa el objeto de satisfacción inmediata. Por otra parte, que en esta alegoría el pharmakon sea representado por unos escritos ocultos, implica que lo que pierde al drogadicto es la curiosidad, el deseo de saber de lo oculto, de lo prohibido, la ilusión de un privilegio del que carece el resto de los mortales, y que más allá de su sustancia es el significante de un goce posible, inmediato.
Luego del mito de la ninfa Farmacea y de esta resignación de Sócrates a dejarse llevar por su curiosidad o deseo de saber, el pharmakon aparece bajo la forma de otro mito donde Zeus le ofrece a un rey de Egipto llamado Samos una serie de recursos para reinar, y uno de ellos es la escritura, descubrimiento fabuloso que contrarresta la fragilidad de la memoria. Con ella, todo lo que se olvida se puede volver a recordar.
Estamos en el contexto de una cultura donde los griegos no escribían, la transmisión era oral. La Ilíada y la Odisea no fueron escritas originalmente por Homero, eran cantos transmitidos oralmente. En cambio la poesía latina de Virgilio, Horacio, Ovidio, fue originariamente escrita sobre tablillas de cera.
Frente al ofrecimiento de Zeus, Samos advierte que este “obsequio” tiene una cara oculta más bien inquietante. El pharmakon es una trampa. ¿Por qué? porque en la medida que la escritura exista, la memoria se irá perdiendo. No es ganancia para las funciones que caracterizan a lo más propio del sujeto que todo quede escrito. Poner la información por escrito produce un olvido más rápido de todo. Se pierde el ejercicio de retener para poder transmitir como hacían los griegos. En realidad con los modernos archivos electrónicos la memoria resulta ya superflua, todo se confía a la máquina, es decir todo se olvida. Samos, cinco siglos antes de Cristo, ya anticipaba las consecuencias de la era informática actual.
El rey ha advertido la estructura del pharmakon, no se ha dejado engañar.
El tema de la escritura no es el tema que nos interesa aquí (aunque mucho podría ser dicho de la droga como escritura), pero ¡el de la memoria sí! porque el pharmakon borra la memoria. Antes para borrar la memoria se utilizaba el electroshock pero ahora no es necesario, ahora la cuestión es que la memoria se borra con las drogas. Con la memoria no me refiero solamente a acordarse de cosas, sino ¡de uno mismo! En la memoria está el sujeto, su identidad, su permanencia en el tiempo. Es la función del sujeto la que está amenazada por la droga.
Desde aquí puede entenderse la importancia que Lacan otorga a la palabra, sobre todo a lo que en “Función y campo de la palabra y del lenguaje” denomina “palabra verdadera”, preferencia que le valió la crítica de Derrida por promover Lacan un “logofonocentrismo” frente a su propia propuesta de una originaria “archiescritura”.
Siempre me ha resultado enigmática la provocativa sentencia de Lacan “Lo escrito vuela, las palabras quedan” que invierte el antiguo proverbio latino Verba volant, scripta manent, “Las palabras vuelan lo escrito queda”, pero interpretada la sentencia a la luz del Fedro de Platón captamos la profundidad de su ironía: lo escrito desaparece de la memoria del sujeto y vuela hacia algún soporte que lo archiva, mientras que el efecto de una palabra verdadera es indeleble y modifica al sujeto.
Sigue Derrida:     
... “Por otra parte, la réplica del rey Samos, supone que la eficacia del pharmakon puede invertirse, agravar el mal en lugar de remediarlo”...
Esta es una consecuencia muy importante, en la medida que este mito revela que la droga no solamente no cura sino que agrava el mal, en este caso la falta de memoria, ya nadie necesita acordarse de nada, está todo escrito, y por eso la escritura tiene la doble cara del pharmakon. No negamos que muchas veces es mejor olvidar que recordar, por ejemplo cuando se trata del trauma, y en este sentido el olvido sería terapéutico, pero sigue siendo verdad que lo que el pharmakon da por un lado, lo quita por el otro.
... “O más bien la respuesta regia significa que Zeus por astucia y, ó, por ingenuidad no ha mostrado el verdadero efecto del pharmakon”....
La farmacia tiene la astucia de Zeus en cuanto a mostrar el lado bueno de las novedades químicas de la droguería, disimulando hábilmente sus perjuicios.
Continúa Derrida:
... “Para valorizar su invento Zeus habría así desnaturalizado el pharmakon, dicho lo contrario de lo que el pharmakon es capaz, ha hecho pasar a un veneno por un remedio.”
Aquí Derrida se ha ido al otro extremo, sólo ha considerado la función negativa del pharmakon, del cual también hemos visto que tiene un costado positivo. Pero positivo y negativo no están en el mismo plano, al menos cuando hablamos de psicofármacos. El sujeto psicótico es el que da testimonio de esta verdad. Los neurolépticos son positivos en el plano de los síntomas, pero son totalmente negativos en el plano del sujeto. Es más, en psiquiatría moderna está tan identificado el fármaco con el diagnóstico que resulta suficiente saber “qué toma”, para conocer al mismo tiempo de qué padece un sujeto. “¿Toma haloperidol? Entonces es un psicótico”. Es decir, la medicación le otorga un ser de psicótico catalogado, lo cronifica, no solamente por las derivaciones invalidantes de las drogas sobre las funciones de la subjetividad, sino también por el efecto global del dispositivo de la farmacia: la medicación se convierte en el rótulo identificatorio del sujeto.
... “De manera que traduciendo pharmakon por remedio se respeta sin duda, más que el querer decir de Zeus, o incluso de Platón, lo que el rey dice que ha dicho Zeus, engañándole o engañándose al hacerlo”....

¿Nosotros no somos un poco Zeus que vivimos engañados?, y no digo Samos, porque Samos no se deja engañar, pero nosotros ¿no nos dejamos engañar? Es el problema ético que la ciencia actual plantea al médico quien debe enfrentarse –así lo plantea Lacan en su ya mencionada conferencia “Psicoanálisis y medicina”–, con la “falla epistemo-somática”, es decir con el desconocimiento de la ciencia con respecto a la verdad del cuerpo, y con la reducción que aquella hace del cuerpo al organismo biológico. La ciencia rechaza que el cuerpo no sea autónomo con respecto al significante, y que además de funcionar como máquina, como “máquina descompuesta” según Lacan, esté hecho para gozar. Por lo cual no podría entender que la demanda de medicamentos del enfermo no se reduce a una simple demanda de curación.
... “Así pues, sigue Derrida, dando al texto de Platón la respuesta del rey como la verdad de la producción de Zeus, y su denuncia como la verdad del pharmakon, la traducción por “remedio” acusa la ingenuidad ó la superchería de Zeus. Desde ese punto de vista Zeus ha jugado sin duda con la palabra interrumpiendo en favor de su causa la comunicación entre los dos valores opuestos, pero el rey la restituye, pero la traducción no da cuenta de ello”...
Porque todo esto de la ambigüedad, es necesario aclararlo, es una lectura que Derrida hace de los diálogos platónicos, no es que eso está así tan claramente en Platón.
... “No obstante, los dos interlocutores siguen estando hagan lo que hagan, lo quieran o no, en la unidad del mismo significante”...
Es decir, todos están hablando del pharmakon, todos hablamos de la droga. En ese sentido, decíamos, aparece la homonimia del término droga (drug) que nombra tanto el objeto del drogadicto como el objeto de la farmacia. Es un sesgo donde captamos la ambigüedad del concepto de pharmakon y de los efectos reales del objeto droga.
... “Antes incluso de que Samos deje caer su sentencia peyorativa el remedio es inquietante en sí”... Que el remedio sea inquietante, es una dimensión que se ha perdido totalmente porque la ciencia ha logrado imponer que los efectos químicos sobre el estado de ánimo ó sobre los síntomas no merecen objeción alguna… mientras salgan de la farmacia… Es conocida la eficacia del Rivotril sobre el ataque de pánico, pero silenciado su frecuente efecto adictivo. Y por otra parte, en el mundo de los adictos la intoxicación, al menos durante el “período rosa”  con la droga, sólo se vive como una experiencia placentera.
... “el remedio, continúa Derrida, es inquietante en sí. Hay que saber en efecto que Platón desconfía del pharmakon en general, incluso cuando se trata de drogas utilizadas para fines exclusivamente terapéuticos, incluso si se la maneja con buenas intenciones como es el caso de la medicina, e incluso si son como tales eficaces, como es el caso de los psicofármacos. No existe remedio inofensivo, el pharmakon no puede nunca ser simplemente benéfico....Tal será en su esquema lógico la objeción del rey al pharmakon, con pretexto de suplir a la memoria, la escritura nos hace más olvidadizos, lejos de acrecentar el saber lo reduce, no responde a la necesidad de la memoria, apunta a otro lado, no consolida la mneme sino únicamente la hipomnesis”...
O sea, la disminución de la actividad psíquica, el desvanecimiento del deseo, la afánisis del sujeto.
... “actúa pues como todo pharmakon, y la estructura formal de la argumentación resulta la misma en los dos textos que ahora vamos a mirar, que son “El Timeo” y “El Filebo”; en los dos casos lo que se supone que debe producir lo positivo y anular lo negativo no hace más que desplazar y a la vez multiplicar los efectos de lo negativo”...
Esta noción de “desplazamiento” resulta importante porque en el Timeo aparece la idea de que la droga no solamente no cura sino que irrita al mal haciéndolo reaparecer agravado en otra zona del cuerpo y de la psiquis. Es lo que se constata en el uso de los medicamentos: lo que cura de una cosa, enferma de otra, y a veces “es peor el remedio que la enfermedad” como expresa el saber popular.
Por lo cual el mal es algo que requiere de otra terapéutica. Siguiendo a Platón: la cura no sobreviene por la ingestión de una sustancia externa sino que depende de factores internos; por tales Platón no se refiere únicamente a la reacción del organismo, sino a un factor interno vinculado con lo que es el cuerpo como estructura capturada por el significante. Un factor interno sería, por ejemplo, la posibilidad de encontrar el sentido de un síntoma, un síntoma corporal como en la histeria, mientras que todo pharmakon externo sólo irritaría y desplazaría el síntoma, justamente por despreciar la función de la palabra.
“Irritar” implica lo que vemos en las terapias de tipo cognitivo-conductuales. Ante maniobras directivas el mal puede ser irritado de tal forma que el sujeto sea conducido a la obediencia ciega, y confundir ese estado con la curación. Pero dejando esos extremos, digamos que la supresión del síntoma desplaza el mal que entonces reaparece en otro lado, bajo otra apariencia, y como dice Platón, agravado. En esta postura, Platón resulta un buen freudiano.
Si consideramos la medicación psiquiátrica, ¿dónde reaparece el mal?, en los llamados “efectos secundarios” tanto orgánicos como psíquicos; junto con los síntomas el sujeto mismo es arrasado por la potencia del pharmakon, esto sin hablar de los trastornos motores, los trastornos hepáticos y otros a causa de drogas potentes que afectan el funcionamiento de los órganos. Todos efectos de fragmentación en el sujeto y consecuencias de lo que Platón califica como “desplazamiento del mal”.
En el Filebo Platon nos habla de remedios “naturales” y de remedios “antinaturales”.
Los primeros son intrínsecos al organismo y producidos por el mismo organismo.
Lo que nos resulta extraordinario es que entre los remedios naturales Platón incluya ¡a la palabra!, como adjudicándole al significante una relación de connaturalidad con el cuerpo humano. Los segundos son los referidos como “externos”, entre los cuales ubica a la medicación con drogas, que conlleva toda la ambigüedad del pharmakon. Si bien Freud habla de las drogas como solución ante el dolor, no por eso dice que el camino elaborativo del análisis pueda ser reemplazado por la intoxicación.
Refiriéndose a los productos de la farmacia, comenta el Filebo:
... “que en ocasiones pueden resultar muy útiles cuando uno se ve obligado a utilizarlos, pero que ningún hombre de buen sentido debe utilizar sin necesidad, es la medicación mediante drogas, pues no hay que irritar a las enfermedades con remedios que siempre ofrecen grandes peligros. Si mediante la acción de drogas se pone fin a la enfermedad antes del término fijado”...
Es decir que si se fuerza la curación con drogas antes de lo que Freud llama la “elaboración” o Lacan el “recorrido significante”, entonces sucede lo siguiente:
... “de enfermedades leves nacen entonces de ordinario enfermedades más graves, y de enfermedades en pequeño número enfermedades más numerosas”...
La curación implica tiempo, es decir recorrido de la palabra, las drogas pretenden anular esos tiempos mediante una operación de cortocircuito.
... “Por eso es por lo que todas las cosas de ese tipo deben ser gobernadas por un régimen en la medida en que se disponga de tiempo para ello, pero no hay que, drogándose, irritar a un mal caprichoso”...


 


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