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Los caminos de la verdad en psicoanálisis

15/09/2008- Por José Grandinetti - Realizar Consulta

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La verdad en psicoanálisis entonces se abre camino por las diferentes vías que indican las formaciones del inconsciente. Hay huellas de ella en el lapsus, en el acto fallido, en la vía regia de acceso al inconsciente que es el sueño. Y en particular por el goce que importa hay verdad que se abre camino en el síntoma. La hay en la detención inhibitoria si no nos complacemos en mirarla y también hay verdad en la angustia, si es que logramos arrancarle su certeza.
En psicoanálisis resulta que hay verdad que corre, se oculta, se desplaza, pero al metaforizarse en la interpretación psicoanalítica, encuentra la oportunidad, tal vez única, de poder mediodecirse, o decirse retroactivamente, lo cual no equivale a decirse tarde. Oportunidad que en estos tiempos de canallismo post-capitalista, no es poca cosa.

“Las palabras son cortes, síntesis de la verdad, asocian entre sí ciertas nociones,   

  crean un cierto orden...”

                                            Saint-Exupery

 

  Antes de referirnos a las diferencias y correspondencias entre el concepto de verdad y sus “epifanías” en Psicoanálisis, quisiéra recordar que la idea que acerca de la verdad tenemos, ha sufrido en los últimos dos siglos, profundas transformaciones. Esto desde ya no implica de manera alguna que las viejas concepciones no insistan en imponerse recicladas, remozadas y actualizadas con nuevas apariencias. Hace un tiempo ya que Gastón Bachelard advertía, algunos de los modos en que esa vuelta se intenta. Si bien han sido excluidos de los sitios argumentales que solicitan cierto rigor, esto no quiere decir, que no se cuelen desde los bajos fondos de la ideología (Octave Mannoni).

  Creemos que al igual que en el ochocientos algunas idea vagas, como el Bien y lo Bello, lo Verdadero, que se beneficiaban de alguna garantía divina, convirtiéndose por ello en valores absolutos, no dejan de imponerse en nuestra contemporaneidad, acompañadas de prédicas apoltronadas y reificadas en supuestas e interesadas investigaciones “científicas”.

  La lógica del Mercado, −ese Dios oscuro de la religión capitalista− no deja de pretender catequizar a sus necesarios adictos desde un pretendido saber indubitablemente “científico”.

¿Hará falta recordar que la cópula saber-poder puede engendrar idiotas cubiertos con los velos de la verdad?

Una verdad siempre exigida que se viste de gala en las blancas casas, o se fuerza en asépticos y sofisticados laboratorios. Fundamentalismos de una “verdad”, que al renegar de sus fundamentos siempre provisorios, de una transitoriedad sin patrón, ofrecen la ventaja a quienes pretenden adueñarse de ella, de referir sus ambiciones de poder a un Saber-colmado y sin

vacante para los movimientos metonímico-metafóricos de la verdad.

Una idea de lo verdadero, una sacro-santa verdad, que logre imponerse unánimemente, correspondiendo y adecuándose a un declamatorio Bien común. Algo así como una verdad para todos o un modo común de gozar. Sociedades de la unanimidad o de la mayoría, que no dejan de imponer ya sea por las vías del liberalismo o del autoritarismo, las formas totalitarias de una pretenciosa y falaz “verdad”. Verdades que por el poder de quienes insisten a palos, concluyen haciéndose valer como la cara auténtica de la realidad. Recordaremos la pertinencia y la lucidez de la respuesta que Jacques Lacan da a los estudiantes de la Facultad de Letras de París, en el año 1966. Preguntas e inquietudes que −digamos al pasar− anticipan el temple del Mayo Francés. La respuesta de Lacan se refiere a una de las preguntas que implica la relación entre el sujeto de una praxis y el sujeto del deseo. Más precisamente −y de acuerdo al comentario de Lacan− a la relación entre el Psicoanálisis y las prácticas revolucionarias. Planteo que harían bien en considerar los analistas que tienden a suturar con su imaginación colmadora de sentido, las emergencias deseantes, de sus analizantes. Del mismo modo, aquellos que postulan “prácticas revolucionarias”, que conducen al congelamiento acomodaticio de las producciones deseantes en nombre de su “revolucionaria verdad”.

  Si bien por razones propias al tiempo de esta intervención, no podemos extendernos más allá, desearía dejar indicada respecto de esta cuestión la posición de Lacan en Ciencia y Verdad: retomando lo que denominó su prosopopeya en un artículo publicado en 1956 en L’ Evolution Psychiatrique, bajo el título de “La Cosa Freudiana”. Se trata de un escrito donde subraya que la verdad tomaba la palabra en términos de “yo la verdad hablo...”, dirá que haber prestado su voz para sostener esas palabras intolerables, va más allá de toda alegoría. Que todo lo que hay que decir de la verdad, es que no hay metalenguaje, “metaverdades”, y que ningún lenguaje podrá decir lo verdadero sobre lo verdadero, puesto que la verdad en Psicoanálisis se funda en el hecho de que habla, no teniendo más que ese medio para hacerlo. Destacando asimismo que fue Freud, quien al inventar el Psicoanálisis bajo el nombre de inconsciente dejó que la verdad se pusiese en boca de sus analizantes. Develando así que el sufrimiento neurótico tiene a la verdad como causa. Una verdad que todavía vagabundea por los sitios cada vez más descalificados por las pretensiones de cierto cientificismo de actualidad. Verdad que se hecha a andar en los errores, en las extrañezas y extravagancias del sueño, en las agudezas de la lengua, en el dolor del síntoma, en la detención inhibitoria y hasta en la certeza de la angustia. Verdad que tal como plantea Nietzche, no significa lo contrario del error sino la posición de ciertos errores con relación a otros.

  En lo que respecta al tema de la verdad, se tratará fundamentalmente de situar su estructura ficcional. Una forma de “escuchar”, logicizar, su particular modo de hablar.

Elementos entonces mostrativos, más que demostrativos, de esa estructura ficcional, caracterizada al menos en la lectura que de Freud hace Lacan, por esas letras que son el Sujeto dividido, el Significante bipartito y el pequeño a. Conceptos que recorren de punta a punta la obra de Lacan y que no creemos pretendan homologarse a la verdad, sino dar cuenta con elementos provenientes de diferentes campos de una organización discursiva en la que la verdad halla su sitio. Dispositivo, cuya presencia, el hecho de que exista, domina y gobierna las palabras que eventualmente puedan surgir. Discurso sin palabras que conferirá a la palabra, más allá de la intención honesta o no de quien habla, un sitio de verdad.

Aquí la paradoja del mentiroso, puede resultarnos de utilidad. ¿Dice la verdad al decir que miente, o miente al decir que dice la verdad?

  La verdad en el dispositivo analítico no surge necesariamente porque el analizante se pregunte por ella, o al menos no siempre allí donde por ella cree preguntarse. ¿Qué es la verdad? ¿Cuál es mi verdad? Suelen ser en análisis coartadas, señuelos, respecto de la verdad.

La verdad en Psicoanálisis se presenta bajo la forma de una urgencia, de un “peligro mortal”, cuyo modelo ejemplar es el enigma. Enigma que tal como ocurre en el encuentro de Edipo con la esfinge, no deja de presentificar jocosamente su nombre propio, su renguera.

No se trata entonces de suponer una relación inmediata con la verdad, ya que ésta por definición resulta compleja, es decir que se obtiene a partir de una labor discursiva que implica a la pareja analista-analizante, a partir de la cual y bajo transferencia el enigma cede su cifra, su letra. A diferencia de las verdades místicas que en tanto misterios se develan, la verdad en tanto enigma se descifra atendiendo su lógica interna.

  La verdad del inconsciente entonces no se impone como una profundidad inefable. Ella es verdad porque se produce según la Ley de la Verdad en una estructura de lenguaje.

La articulación del lenguaje basta según Lacan para darle su vehículo. No hay necesidad de haber atravesado guerras para saber que una verdad censurada, violentada, perseguida, se deja decir y conocer, y se la puede decir diciendo cualquier cosa. De lo contrario, ¿de qué serviría la denominada “Regla Fundamental”, que invita a ese “dejarse hablar”, en una asociación, que sabemos no es tan libre, sino se dispusiese, como Freud lo hizo, de una organización ficcional, para la expresión palabrera de la verdad?

  Esa invitación a dejarse hablar, a producir un saber que llegado un punto en el discurso del analista es situado en relación con el lugar de la verdad, dice no sólo del carácter huidizo de la verdad, sino también que a ésta no se la tolera del todo bien, o en palabras de Freud en ese texto del final de sus días, me refiero a “Moisés, su pueblo y la religión monoteísta” (1938) donde nos recuerda que: “En general, el intelecto humano, no ha demostrado tener una intuición muy fina para la verdad, ni la mente humana ha mostrado una particular tendencia a aceptarla, más bien, por el contrario, hemos comprobado siempre que nuestro intelecto yerra muy fácilmente, sin que lo sospechemos siquiera y que nada es creído con tal facilidad como lo que sin consideración alguna por la verdad viene al encuentro de nuestras ilusiones y de nuestros deseos”.

A la verdad entonces y nos mantenemos en el terreno de las neurosis, se la reprime y es por las vías de las Formaciones del Inconsciente donde intenta su retorno. Retorno de un saber acerca de la verdad de la castración de la que si bien no quiere saberse nada, no cesará por eso de abrirse camino.

  En una conversación de Jacques Lacan con Paolo Caruso es en estos términos como define a la verdad del síntoma, lo cito: “Cuando hablamos de verdad a nivel psicoanalítico, no es a propósito del lenguaje sino de la verdad. En psicoanálisis la verdad es el síntoma. En donde hay un síntoma, hay una verdad que se abre camino”.

Por supuesto que acto seguido y a partir de una intervención de su interlocutor dirá que: “Donde hay síntoma, hay lenguaje”. Nos referimos al síntoma entonces en el sentido freudiano. Que en este caso nos limitemos al campo de las neurosis no quiere decir que la cuestión de la verdad se reduzca a ella. Represión, Renegación y Rechazo en el sentido forclusivo, no dejan de constituirse como modos de tratar con la verdad del significante de la falta en el Otro (S (A)) que como significante de la castración no puede más que medio-decirse, esto es, decirse por los medios de la vuelta de lo reprimido, de lo renegado o de lo forcluído.

  A la verdad, en psicoanálisis corresponde situarla en la interioridad de un discurso y no necesariamente en relación a la realidad. La evolución del concepto de trauma en Freud, da cuenta a partir de ese punto, de que la relación intersignificante, con su temporalidad retroactiva va más allá de la realidad.

  Decíamos que es en el discurso del analista donde constatamos que, en el lugar de la verdad es el saber quien habita VS2. Agregamos ahora, que el saber del que se trata se haya articulado y producido en la red significante, siendo interrogado en función de la verdad.

Ese discurso dirá Lacan, solicita por su lógica interna, que todo lo que se pueda saber funcione en el registro de la verdad. Será entonces la interpretación del analista, su acto, el destinado a relanzar los movimientos sincrónicos, esto es, puntuales y discretos que permitan el despliegue de la verdad a lo largo de un tiempo, que de acuerdo a esas puntuaciones quedará a discreción del analista. Interpretación ésta que no implica una simple traducción (Übersetzung), sino algo urdido (Umdichtung), otra versión “Nachdichtung[1].

  Convendría recordar que la relación del analista con la verdad, su experiencia del inconsciente en tanto analizante en su “análisis personal”, no es cuestión de pulido técnico, ni mucho menos una tarea didáctica que lo prepara para la neutralidad. Implica insoslayablemente una posición ética respecto de la verdad y nótese que no decimos amor por la verdad. Posición ética respecto de una verdad siempre mal tolerada, que se irá conjugando a lo largo del tiempo de su análisis, como así también −aunque por otras vías− en el llamado “análisis de control”, supervisión o “superaudición” como pretendió bautizarlo Lacan. Esa su singular experiencia del inconsciente es efectivamente quien prepara a esa Formación del Inconsciente que resulta un analista. Dirá tramo a tramo entre algunas otras cuestiones, de la falta de consistencia de la verdad, dirá (y de esto el analizante, futuro analista o no, hará la experiencia) que la verdad insiste por los circuitos facilitados a la repetición significante, propia de lo Simbólico en dirección al agujero que dejó en lo Real y desde donde lo pulsional obtiene su fuente y su fin.

Se “revelará” en la experiencia del cifrado inconsciente, que la verdad no forma unidad, que no acopla necesariamente con la realidad, que carece de identidad consigo misma y fundamentalmente que decirse a medias no quiere decir por eso que vaya a encontrarse y soldarse con su supuesta otra media mitad. Se “sabrá” con un saber atravesado por el aguijón de la verdad, que cualquier “adecuatio” resultará siempre provisional.

  Donde decíamos que la verdad no consiste, debemos agregar que esto no le impide por ello ex–sistir. Entendiendo por este ex–sistir, un salirse, un caer de allí y no necesariamente el hecho de ser. No se trata entonces de que la verdad sea o no sea en tanto algo que es, o está allí, a la espera de su descubrimiento, sino de los modos en que esta se produce en el dispositivo analítico, especialmente bajo las formas más contradictorias y paradojales. Porqué no situar uno de sus ángulos bajo la forma denegatoria, sin hacer desde ya de la estructura de la denegación esa banalidad que el mismo Freud en “Construcciones en Psicoanálisis” tuvo que volver a considerar, dejando en claro que no se refería de ninguna manera al trato estereotipado que algunos analistas dispensaban al No, haciendo de él siempre un pronto a corroborar la suficiencia del “saber del analista”, en oposición confrontante a la ignorancia de ese “pobre diablo” que resultaba ser el paciente. Ese decir denegatorio, no debe confundirse con los modos imaginarios de negar ya que más allá de si formalmente algo se niega, lo importante es averiguar si estructuralmente se afirma. Respecto de la denegación vale recordar que esa afirmación estructural, nos referimos a la Bejahung, no sólo está en el origen de la inteligencia sino como rasgo distintivo de la verdad. Afirmación que inscribe en la Ausstossung el carácter cesible del objeto a. Indiquemos aunque más no sea con brevedad, que aquí se aprecia la juntura o si se prefiere, el parenstesco que la verdad guarda con el goce perdido que indica el objeto a.

  Para ir concluyendo, señalemos otro de los modos bajo el cual puede organizarse “lo dicho de la verdad” o si se prefiere el atolondradicho de la verdad. Nos referiremos al retorno del significante al estado de huella, o a esa capacidad que sólo el “sujeto” por ser hablante, tiene de fingir, fingir. Ningún animal que no sea parlante, produce rastros cuyo engaño consistiría en hacerse pasar por falsos siendo los verdaderos, es decir aquellos que nos pondrían en la buena pista.

  Tomemos como paradigma el chiste judío que cita Freud:

       “ Adonde vas, Moshé?

             A Cracovia

       − ¡Qué mentiroso eres! Dices que vas para Cracovia para que yo crea que vas para Lemberg. Pero bien sé que vas realmente a Cracovia. ¿Para qué mentir entonces?”.

Porque está en mi naturaleza de verdad agregamos nosotros.

  La palabra no comienza entonces sino con el paso del sentido al significante. Y el significante en el lugar del inconsciente, ese Otro que resulta testigo, para que la palabra que soporta, pueda mentir, esto es ofrecerse como verdad.

La verdad entonces está trazada por las leyes de lo ficcional donde habita; dirigiendo a su vez −en tanto significante− un goce reprimido, es ésta la economía de cada ficción. Tratándose de operaciones de escritura (metáfora-metonimia) permítasenos denominar a la verdad “topofórica”.

 

A modo de síntesis

  La verdad en psicoanálisis entonces se abre camino por las diferentes vías que indican las formaciones del inconsciente. Hay huellas de ella en el lapsus, en el acto fallido, en la vía regia de acceso al inconsciente que es el sueño. Y en particular −por el goce que importa− hay verdad que se abre camino en el síntoma.

La hay en la detención inhibitoria −si no nos complacemos en mirarla− y también hay verdad en la angustia, si es que logramos arrancarle su certeza.

  En psicoanálisis resulta que hay verdad que corre, se oculta, se desplaza, pero al metaforizarse en la interpretación psicoanalítica, encuentra la oportunidad, tal vez única, de poder mediodecirse, o decirse retroactivamente, lo cual no equivale a decirse tarde.

Oportunidad que en estos tiempos de canallismo post-capitalista, no es poca cosa.

 

 



[1] No recurrimos aquí ni a Lacan, ni a Freud, sino a otro maestro de “Arte Poética”, nos referimos a Jorge Luis Borges


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