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Philia, Eros y Agape

17/09/2004- Por Teodoro Pablo Lecman - Realizar Consulta

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Los psicoanalistas suelen leer sólo el recorte de textos de un autor que les indica la moda, suelen ignoran el contexto, el resto del sistema teórico, la historia del pensamiento, para entronizar como verdades de perogrullo estereotipadas. Es obvio que no los deja de tocar allí la angustia de su propia historia, de la que sólo el propio análisis puede dar alguna cuenta. Así, el Banquete de Platón, tematizado muy parcialmente por Lacan (como Hamlet), crea mitos propios del psicoanálisis, tan relativos como la versión de Edipo (una más, como lo señaló Lévi-Strauss para escándalo compungido de André Green). Mitos de parroquia que empobrecen la función del analista.

philia, eros y agape

  

  La lectura de un libro de nuestra amiga filósofa Roxana Kreimer (Falacias del amor. ¿Por qué Occidente anudó amor y sufrimiento?, Ed. Anarres, Buenos Aires, 2004) nos aporta interesantes precisiones, según su punto de vista, sobre la historia de la concepción del amor a través del tiempo. Algunos mitos se nos caen, algunas parcializaciones no revelan ser más que eso, algunos cotejos nos sorprenden.

  Una observación reciente que escuchamos de un conocedor se hace vigente: los psicoanalistas suelen leer sólo el recorte de textos de un autor que les indica la moda, suelen ignoran el contexto, el resto del sistema teórico, la historia del pensamiento, para entronizar como verdades de perogrullo estereotipadas y de “superados”, recortes abstractos y arbitrarios. Es obvio que no los deja de tocar allí la angustia de su propia historia, de la que sólo el propio análisis puede dar alguna cuenta.

  Así, el Banquete de Platón, tematizado muy parcialmente por Lacan (como Hamlet), crea mitos propios del psicoanálisis, tan relativos como la versión de Edipo (una más, como lo señaló Lévi-Strauss para escándalo compungido de André Green). Mitos de parroquia que empobrecen la función del analista, necesitado de estar en lo más vulgar y actual de su época y su analizante pero también de estar al tanto de todas las espirales del saber, como pueda, y aún para olvidárselas en función potencial, como acto mismo de su inconsciente, ya que lo singular es lo que vale, lo único de cada historia, pero no sin la Otra, la gran Historia, entrelazada por telares infinitos en los que cada uno hace condensación y desplazamiento.

  Así, según Roxana, los griegos habrían empezado con la philia, concepto de amor amplio y alegre que no excluye la sexualidad. El Eros, en cambio, aludía al amor violento, irracional, tipo flechazo, incontrolable que alía la sexualidad a la desgracia, empezando por los dioses. El agape, introducido por los cristianos, es traducido como caridad, principio de amor al prójimo como a mí mismo, como ser humano. Se separa allí el amor sensual del espiritual[i].

  En todas estas concepciones, salvo en la del agape, no se separa el amor de la sexualidad, ni lo hetero de lo homo (ni existen dichos términos) y las llamadas perversiones, aberraciones o actos especiales (cuyos términos son especialmente romanos: poedicatio, fellatio, cunnilinguis, etc.) corren a cuenta de haber equivocado la posición de poder: hay cosas que un amo no debe hacer pero si puede hacerlo al esclavo. Así es como ya antes, Artemidoro, tan apreciado por Freud, en los sueños, interpreta las mas gruesas actividades sexuales de todo tipo, incluso las incestuosas, como metáforas de posiciones de poder, y no sexuales en sí[ii].

La moral ni la vergüenza ni la represión allí suelen correr: se trata de una ética de la contención o del poder, de no caer en la hybris (el orgullo) o su opuesto, el desprecio.  

  Las concepciones de Foucault sobre el biopoder y las políticas de las sexualidad emergentes del sistema serían coherentes con ello. Solamente, creemos, en nuestra humilde lectura, que a Foucault se le escapa que la diferencia es la diferencia (por más referencia fálica que haya) y que el sistema prefiere a la diferencia un unisex de infinitas gradaciones regresivas y transgresivas, transexuales y homosexuales, que acopla cuerpos semejantes con los aparatos inertes de su tecnología: consoladores, látigos, tatuajes, peircings, injertos, correajes, drogas, flashes de música tecnho e imágenes en aparatos pululantes (tv, pc, discman, celular, dvd, etc), pornofluo, etc., etc. O una objetivación de la mujer como fetiche inalcanzable para promocionar sus productos de consumo. Todo a los fines de uniformar el valor de cambio, ya que el de uso es francamente angustiante y mortífero, en general agresivo, en una sociedad de estupidizados iguales.

  Sin embargo, el Eros que Freud quiso rescatar viene acoplado a Thanatos, recuerda una dualidad necesaria contra todo monismo y una relación indisoluble entre sexualidad y muerte que ninguna variante de época ni forma de amor puede disolver. No es allí que “Occidente anude amor y sufrimiento”, sino que vienen unidos por sus avatares mismos.

  El concepto de amor como don y construcción nos parece extraordinario. Lo hemos destacado en otras notas. Sin embargo no proviene del “ama a tu prójimo como a tí mismo”, garantía segura de horror según Lacan y según las enseñazas de la historia: o termina en la caridad[iii] de la limosna y la autosatisfacción del filántropo o el salvador; o constituye una mortífera galería de espejos de semejantes sin historia; o produce una guerra de religiones. No por nada en Versalles, el rey Luis XVI tenía su galería de espejos y María Antonieta su casa de campo con amantes.

  Debemos hacer notar todo lo que el amor le debe al discurso sobre el amor (Lacan, Seminario I) , que crea paradigmas, como a la historia real de cada uno, singular, anecdótica (inédita) pero escribible.

  El cuadro mismo de la sexuación que Lacan lanza en el Seminario XX, advirtiendo su precariedad, se ha convertido en una matematización tecnocrática del no hay relación sexual, del falo y el objeto a; simples “auxiliares” del analista, que se arriesga en su oficio. Nada de eso, “por Dios”, en la deliciosa experiencia del amor, con todos sus desgarramientos, a pesar de que a muchas mujeres les cueste abandonar el deseo mortífero hacia el padre, envueltas en una rosca sin fin con la madre, y a muchos hombres la relación incestuosa y angustiosa con la madre, atormentados por el amor al padre. Pero todo esto es escritura de cada historia con su propia resolución, y las variantes son muchísimas, con una alta influencia de la historia general, que actualmente tiende a degradar o suprimir la palabra y el pacto, dejando sólo vigente el pacto de la lucha a muerte. 



[i] Y creo que se abre allí el camino para una de las grandes  tragedias del mundo global: el amor sexual como tecnoautomatismo, o como pulsión que se pretende sin historia, sin deseo (en realidad vive los clips, los sketchs y los flash – ya sin gordon - del sistema como ideales “como si”, en todos los rangos: desde los que miman la tv y el celular, hasta la intelectualidad y la misma izquierda, última tragedia de la utopía, sin historia).

 

[ii] Citado en Winkler, J. J., Las coacciones del deseo, Ed. Manantial, Buenos Aires, 1994.

 

[iii] Dice Atahualpa, más o menos: “desprecio la caridad por la vergüenza que encierra”. Vergüenza que también hace notar muy bien Sennet, R., en el principio de la supuesta igualdad de  fuerzas de la democracia (El respeto, Ed. Anagrama, Barcelona, 2003).


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