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La genealogía de Corki como adjetivo13/01/2024- Por Sebastián Becker - Realizar Consulta

Tomando la icónica serie televisiva de los noventa ‒cuyo protagónico encarnaba un joven con síndrome de Down‒, este artículo analiza los mecanismos por los cuales Corki pasa de ser un nombre propio a un adjetivo, el papel de la ideología de la normalidad, la concepción de la alteridad como deficiente, el estigma social y la violencia simbólica en la escuela.
Imagen de niñes en un aula de Escuela
Prefacio
La página web diccionarioargentino.com “es una recopilación de palabras argentinas provenientes del habla tradicional y moderno. La finalidad es poder compartir esta información sobre el uso y significado de muchas palabras del argot argentino y ayudar al entendimiento” (Diccionario Argentino, 2022).
Es una página colaborativa al estilo Wikipedia, donde cualquier persona puede aportar definiciones a palabras de uso popular, modismos, neologismos, lunfardo, slang, etc.
Buscando la palabra corki (así está indexada) hay cuatro definiciones. Todas ellas describen a la palabra corki como la referencia a una persona tonta, tarada o idiota. Sólo en la menor puntuada hay una referencia a la etimología de la palabra asociada a la serie de televisión Life goes on y a su protagonista; aun así, también ésta reafirma el sentido, que aparece como incuestionado, de corki como referencia a alguien tonto.
Introducción
Life Goes On (Braverman, Goodwin, Nankin, Rosenthal, 1989-1993) fue una serie de televisión estadounidense emitida entre 1989 y 1993. La misma se centraba en las vivencias de Corky, un adolescente con síndrome de Down, mostrándose en cada capítulo la forma de relacionarse del joven y la discriminación de la que era víctima por su condición (IMDb, 2022).
En Argentina fue titulada Corky, la fuerza del cariño, y fue estrenada en Telefe el 14 de marzo de 1993. La serie tuvo aceptación por parte de la audiencia y permaneció en el denominado prime time de la televisión durante algún tiempo.
Paralelamente se dio un fenómeno en las culturas juveniles escolares, donde la palabra corki comenzó a ser utilizada como adjetivo calificativo. Fue de un momento a otro que pasó de nombre propio a adjetivo. Se volvió rápidamente y durante mucho tiempo un insulto entre niñes y adolescentes de esa época.
Muchas de esas personas seguramente no se hubieran mostrado hostiles ni maltratando a un chico con síndrome de Down, sin embargo, no tenían problema en usar el apodo corki, ya que no hacía referencia a alguien real, se sabía que era un personaje ficticio de la tele.
Paralelamente existía una bajada de línea concreta para quienes usaban la palabra mogólico, porque discriminaba, estigmatizaba, y eso era sabido muy bien. Sin embargo, no recuerdo que frecuentemente se haya sancionado, o enseñado, o que se haya intervenido de alguna manera cuando se usaba corki como adjetivo (excepto quizás por la molestia o queja que podía despertar en quien lo recibía).
Entonces si en esos tempranos años noventa, mogólico era una palabra censurada, corki posibilitaba burlar la censura de mayores y educadores y restituir así la referencia al Síndrome de Down como estigmatizante, burlador, diferente.
La hipótesis que recorre este breve ensayo es que la genealogía de corki como adjetivo subsume la ideología de la normalidad, la concepción de la alteridad como deficiente, el estigma que recae sobre algunos cuerpos más que en otros y el problema de la violencia simbólica en la escuela.
Se utilizará la escritura corki cuando se trate del adjetivo y Corky cuando se trate del nombre propio.
La normalidad
Almeida y Rosato et. al. (2009) proponen pensar a la discapacidad como una producción social, lo cual supone discutir que la discapacidad esté dada en el cuerpo o que sea natural y evidente, o que pueda dejar de reconocerse a simple vista. Las autoras proponen pensar a la normalidad social (base de la producción de discapacidad) en términos de ideología de la normalidad.
Esta noción de normalidad esconde su carácter social e histórico y su contenido ideológico, instalándose como natural y evidente, borrando así las huellas de los procesos históricos concretos de su producción. En este marco ideológico, la discapacidad es una anormalidad, generando el par de opuestos normal/discapacitado. Estas categorías delimitan zonas sociales signadas por la exclusión, a su vez necesaria para circunscribir la esfera de los incluidos.
La exclusión no refiere a quedar afuera de la sociedad, sino a la imposibilidad de acceder a prácticas sociales o a circular por diferenciados circuitos institucionales (exclusión incluyente). A su vez los sujetos no son considerados responsables de su condición, pero sí de hacer todo lo posible por recuperar la salud en orden a funcionar lo más normalmente posible y a acomodarse subjetivamente a su condición de discapacitado.
La ideología de la normalidad es una ficción, es una mirada estructural y social de oposición binaria normal/anormal. A su vez que invención, se impone como natural. Su genealogía permanece oculta para la mirada incauta. Esta misma lógica ideológica de la normalidad es la que permite que el nombre de un sujeto se vuelva objeto de nominación peyorativa, una burla que insulta, tan solo porque la imagen asociada a ese significante no condice con los parámetros socialmente aceptados como normales.
Lo otro
Carlos Skliar (1999) propone que la alteridad deficiente es un ejemplo de la voracidad con que el mundo sin soluciones inventa y excluye a algunos sujetos.
En línea con la ideología de la normalidad, la invención de la alteridad deficiente ubica a lo otro, lo anormal, como confirmación de los valores hegemónicos.
El normal depende del anormal para su satisfacción, tranquilidad y singularidad, nos dice Veiga-Neto (2001).
Es en esta lógica, y en una sociedad post dictadura militar, con un sesgo fuertemente neoliberal a la vez que progresista, que la serie Corky, la fuerza del cariño impacta en una cultura con aspiraciones inclusivas, pero con prácticas de exclusión y segregación cotidianas.
Lo inquietante es esa subversión discursiva donde un referente de la inclusión se transforma en una práctica de nominación peyorativa. La bajada de línea que el producto televisivo pretendía (¿lo pretendía?) se subvierte en una forma de pasar la censura adulta y revivir a la representación social de los sujetos con síndrome de Down como figura burlona, otrora la referencia de mogólico como análogo a tarado, o estúpido, que no hace más, tanto aquella caída en desuso como la nueva que encontraron los jóvenes de esa época, de reafirmar la pretendida superioridad hegemónica de quien es normal por sobre quien es considerado anormal.
Estigma
Erving Goffman (2006), referente de la sociología, introdujo en 1963 el concepto de estigma social, y dentro de un conjunto más amplio, recortó el concepto de cuerdismo como un estigma asociado a un diagnóstico médico de trastorno mental. Si bien la discapacidad intelectual no se considera un trastorno mental, para el imaginario popular hay una indiferenciación.
El estigma para Goffman, atenta con lo que se erige como una identidad normal en ese encuentro con otros que estigmatizan. Esa estigmatización conlleva la deshumanización del otro señalado convirtiéndolo en una caricatura estereotipada.
Es esa misma mirada la que deshumaniza a Corky, que, si bien es un personaje de ficción, remite a un colectivo específico, el de la discapacidad intelectual; corki al convertirse en adjetivo pierde su humanidad para convertirse en una caricatura burlona, en un estereotipo de lo que es ser tonto, torpe, o no entender algo.
Esa misma deshumanización que toma a la figura de Corky para utilizarla como insulto, es la misma que no repara en la sensibilidad de quien pertenece al colectivo de personas con discapacidad (PCD) intelectual. Y no me refiero exclusivamente a las PCD, sino también a sus familiares, amigos, profesionales del campo, etc.
El velo
Siguiendo a Marcelo Silberkasten (2014) podemos sostener que la discapacidad es en función de un Otro social, es una marca identitaria que forma parte de los discursos que sostienen las subjetividades.
La discapacidad promueve la angustia de castración (Fainblum, 2004), remite a lo monstruoso, a veces a lo innominable. Representa la falta, que por estructura atraviesa a todo sujeto hablante, mostrándola, evidenciándola. Afecta también al narcisismo trasvasante (Silberkasten, 2014).
Y el problema nunca es la falta, porque la falta es estructural, el problema siempre ha sido que se hace con eso que falta. También podemos saber que en lo Real nada falta, la falta siempre es imaginaria (tomando los tres registros lacanianos: real, simbólico e imaginario). Lo que sucede es que en la problemática de la discapacidad lo real aparece en forma tan brutal que muchas veces no lleva a una reflexión acerca de por qué nos representamos las cosas de esta manera (Silberkasten, 2014).
La construcción de la discapacidad es imaginaria, es discapacidad en tanto construcción, advenimiento en los discursos; pero también es imaginaria, en tanto no es real ni simbólica. No accedemos a ver “los hilos” detrás del montaje sin que corramos el velo.
El velo como función (Lacan, 2008) remite a eso que se oculta, que desaparece a la vez que aparece, es una función de alternancia a la vez que signo de una ausencia. Lo que se ve pero que no se ve.
Hay un velo (¿o varios?) que recubre la construcción social de la discapacidad, un borramiento que no borra, que solo oculta. Esencialmente porque en el discurso social contemporáneo la discriminación está especialmente mal vista (Silberkasten, 2014).
La escuela
El fenómeno de corki como adjetivo se debe analizar en el escenario donde mayormente vio su nacimiento: la escuela.
Carina Kaplan (2016) recupera el concepto de violencia simbólica de Bourdieu ubicando que la Escuela como Institución genera una violencia que se da en un entramado relacional y que no tiene que ver con la esencia de los individuos.
Existe en la escuela un malestar constante que proviene del riesgo de quedar estigmatizado y separado, en donde el binomio parece ser humillar o ser humillado.
Malestar también que porta un velo, malestar por momentos invisibilizado, aunque evidente, estructural y constante, que lleva a que les niñes muchas veces nominen de forma violenta a otres. Este fue el caso de corki como adjetivo.
Creatividad al servicio de la violencia, corki como adjetivo se convirtió en un neologismo generacional con la finalidad de humillar al tiempo que evadía los controles adultos de lo políticamente correcto.
Es en ese profundo y constante malestar institucional que la figura de Corky es tomado por el estigma que portan los rasgos de ese cuerpo en un “insulto” novedoso.
Conclusiones
Difícilmente se escuchará en las aulas o recreos de hoy día que un niñe llame corki a otre. Es más, muchas personas adultas, otrora niñes que oyeron y reprodujeron la palabra corki en los años noventa, hoy no tienen recuerdo que esta palabra fue expropiada del nombre del personaje principal de la serie Life goes on.
Sin embargo, esto no se debe a que la sociedad ya no estigmatice, no discrimine o no excluya. Simplemente encuentra nuevos nombres para hacerlo.
O viejos. Hace no más de unas semanas una joven con discapacidad intelectual moderada se refería a sus compañeres de un taller al que asiste como “unos mogólicos”. Vale aclarar que la joven en cuestión desconocía que la palabra mogólico remitía a una forma de llamar peyorativamente a las personas con síndrome de Down.
Como una cruel paradoja, si corki había venido a relevar a mogólico como insulto entre personas sin discapacidad, ahora volvía a escuchar la palabra mogólico después de muchísimo tiempo como una nominación dentro del colectivo de discapacidad mismo.
La genealogía de corki como adjetivo no es más que un ejemplo de la genealogía de tantos significantes que circulan en los discursos sociales (los de antes, lo de ahora) sobre los cuales recae ese velo que cubre parcialmente, a veces más, a veces menos, su calidad de construcción.
Construcciones imaginarias sobre lo que la sociedad “ve” en la discapacidad. Construcciones sociales, ficciones que encierran una lógica binaria, que sostienen una hegemonía de lo “normal”.
Construcciones que circulan en el entramado relacional reproduciendo una violencia simbólica que somete, que produce y reproduce un malestar que encierra a las personas en una dialéctica humillar/ser humillado.
Es en esa dialéctica que la violencia simbólica se sirve del estigma social que recae sobre Corky a la vez que recubre tal expropiación con un velo.
Corky es un nombre propio que al ser deshumanizado se convierte en alteridad deficiente, en lo “otro”, en lo monstruoso, en lo diferente que reafirma lo hegemónico.
Referencias
1) ALMEIDA, M.E., Y ROSATO, A., et al. (2009). “El papel de la ideología de la normalidad en la producción de discapacidad”. Ciencia, Docencia y Tecnología, 2009, XX, 39, 87-105.
2) BRAVERMAN, M., GOODWIN, R.W., NANKIN, M., ROSENTHAL, R. (Productores ejecutivos). (1989-1993). Life Goes On [Serie de T.V.]. Toots Productions. Warner Bros. Television.
3) DICCIONARIO ARGENTINO (2022, 12 de noviembre). Corki.
https://www.diccionarioargentino.com/term/Corki
4) FAINBLUM, A. (2004). Discapacidad. Una perspectiva clínica desde el psicoanálisis. Buenos Aires, Tekné, 2004.
5) GOFFMAN, E. (1963). Estigma. La identidad deteriorada. Buenos Aires, Amorrortu, 2006.
6) IMDB (2022, 9 de julio). Life Goes On. https://www.imdb.com/title/tt0096635/
7) KAPLAN, C. (2016). “Cuidado y otredad en la convivencia escolar: una alternativa a la ley del talión”. Pensamiento Psicológico, 2016, I, 14, 119-30.
8) LACAN, J. (1954). La relación de objeto. Buenos Aires, Paidós, 2008.
9) SILBERKASTEN, M. (2014). La construcción imaginaria de la discapacidad. Buenos Aires, Topia Editorial, 2014.
10) SKLIAR, C. (1999). “La invención y la exclusión de la alteridad deficiente a partir de los significados de la normalidad”. Educação & Realidade, Porto Alegre, 1999, XXIII, 12-28.
11) VEIGA-NETO, A. (2001). “Incluir para excluir”. En J. Larrosa y C. Skliar (Eds.) Habitantes de Babel. Políticas y poéticas de la diferencia. Buenos Aires, Laertes, 2001.
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