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Sobre rieles

25/12/2015- Por Carolina Colletta - Realizar Consulta

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Los procesos de integración escolar, sostenidos en las actuales políticas de inclusión educativa, proponen una tarea que puede enmarcarse en una dimensión universal. Sin embargo, la integración de los niños en las escuelas, vista de cerca, es el trabajo cotidiano, detallado y artesanal con cada niño, que nada tiene de universal. El acompañamiento es con cada uno y para esto no hay recetas ni expertos. Carolina Colletta comparte con nosotros este encuentro particular: el camino recorrido, los objetos que se recortan para ese camino, las vías que se abren, y las marchas y contramarchas de todo andar.

 

 

                  

 

 

Presentación

Al comenzar mi integración sólo sabía que Emi es un niño de 9 años de edad, con un diagnóstico de retraso mental leve y que su vida e interés se basaban en los trenes.

Se encuentra cursando 3 grado y realiza jornada reducida, de 8 a 11 hrs.

En nuestro primer encuentro no hubo nada de contacto ni interacción. No pude establecer un dialogo, ni interactuar en su juego, que era con un tren que había llevado. Solo hice algunas preguntas y propuestas, antes las cuales él respondía siempre con un SI leve y tenue pero la mayoría de las veces era un rotundo y fuerte NO.

Comenzó mi trabajo en el colegio: las primeras semanas fueron de observación y de contención, tratando de generar un vínculo con él, conocer a la docente, los horarios de clases, las actividades, como funcionaba la institución, y tratar de entender cómo se las arreglaba él dentro de ese contexto, qué lo angustia, qué lo altera, qué le gusta, qué lo dispersa o bien poder saber  qué necesita y qué es lo que mi lugar y presencia pueden ofrecerle.

En cuanto a lo pedagógico, pude notar que lograba estar atento las dos primeras horas de clase, trabajaba sin inconvenientes en tanto y en cuanto su rutina se sostuviera. Las horas siguientes, él solo quería dormir, o simplemente irse del colegio.

Había logrado un vínculo amigable, con su docente y con la Maestra Integradora que lo acompaña desde principio de año dos veces a la semana.

Con sus compañeros se mantenía totalmente distante, se sentaba solo, en uno de los primeros bancos, frente al pizarrón y copiaba textualmente las producciones de la docente.

Durante los recreos siempre se encontraba solo caminando por el patio o bien sentado en un rincón.

Uno de los primeros obstáculos que encontré, fue la dificultad que presentaba ante cualquier cambio de rutina. Frente a estas situaciones respondía con mucha angustia, llantos, gritos, enojos. Angustia que lo invadía de manera repentina y era descargada a través del enojo, grito, golpes.

 

Sólo una hora más…

Llegó la segunda semana de trabajo, el horario de concurrencia en el colegio comenzó a extenderse  hasta las 12 horas.

Una sola hora más, un cambio sencillo para mí, no así tan simple para él.

Emi no puede sostener esta situación, se angustia y pretende “destrozar” el colegio, sale corriendo del aula, y quiere irse. Trato de calmarlo, contenerlo y junto al equipo pedagógico de la escuela, lo llevamos a un aula pequeña (el gabinete) y nos quedamos ahí junto a él. Llora y grita, repite continuamente que odia el colegio, porque a él lo que le gusta es viajar en tren y subte.

 

 

               

 

Sus recursos…

En un momento determinado comienza a escribir en un pizarrón números al azar, 15 – 30 – 10 – 20 – 21 – 09 -08-11, y así sucesivamente hasta el número 31.

Mientras los escribía, algunos números eran tachados, otros NO.

Escribía, tachaba, lloraba, gritaba, decía que odia el colegio ya que lo único que le gusta es viajar en tren y subte…

Esta situación, de escribir y tachar, logró que su angustia y enojo de a poco disminuyeran y pudimos luego sentarnos a pintar y dibujar en una hoja.

Mientras él pintaba yo observaba el pizarrón, y en mi cabeza rondaban las siguientes preguntas…

¿Por qué escribir números y tacharlos? ¿Por qué algunos sí y otros no? ¿Qué significado tendría esto para él?

Pude darme cuenta que lo que había realizado no era escribir números, sino días. Escribía los días del mes (31) sin ningún orden visible o secuencia cronológica, tachando de lunes a viernes y dejando sin tachar los fines de semana, momento en el cual él sale a pasear en tren y subte con su familia.

Esta situación hizo que su angustia, su enojo, vaya desapareciendo y logró sentarse a pintar un dibujo hasta la hora que debía retirarse del colegio. Emi me demostró ahí sus días, su tiempo y su rutina.

Tome esta escena, y cada vez que él se angustia por algún motivo y comienza a decir que odia el colegio y que se quiere ir, le ofrezco mi cuaderno de notas para que juntos escribamos los días y los tachemos.

Emi acepta, y lo hace y luego puede seguir la jornada sin angustia y concentrado.

Con el correr de los meses, esta situación va mermando, cada vez escribe menos números…hasta que solo pone el día en el que está y lo tacha continuando luego con la actividad sin inconvenientes.

 

Las condiciones de posibilidad

En una de mis supervisiones, comencé a preguntarme cómo podía hacer para que sostenga el trabajo hasta las 12 hs., hora donde salía del cole. Una estrategia fue llevarle un dibujo, poniéndole las materias y las actividades que tendría en ese día.

Obviamente pensé en un tren.

Yo lo llevaba vacío y sin pintar, y juntos decíamos en vos alta que actividad le tocaba cada día y a qué hora. Lo completaba yo y luego él lo pintaba. ¡Le encantó!

Empecé escribiendo a primera hora, y le daba el tren para pintar en momentos donde se angustiaba o ya no quería trabajar en clase.

Emi no puede dejar una actividad incompleta, por tanto si le daba el tren en la hora de música y llegaba el recreo u otra materia, no hacía otra cosa hasta no terminar de pintar el tren. Con la llegada de la primavera y viendo que muestra entusiasmo por esta época del año, me planteé cambiarle el tren  por una flor. Se lo comenté, unos días antes de implementarlo y acepto.

Comencé con una flor grande, para que el pinte y le gustó y cada vez la voy haciendo más pequeña, por tanto ocupa menos tiempo en pintar para luego prestar atención a la clase.

Ahora bien, ¡ya teníamos un paso más! Días completos  con las actividades diarias y él trabajaba durante toda la jornada escolar.

 

Respuestas para lo imprevisto…

Emi respondía perfecto a los días con rutina cumplida pero seguía invadiéndolo su angustia frente a cualquier cambio cotidiano, como por ejemplo, si faltaba alguna docente. Ante estos contratiempos lo que intenté hacer fue encontrar alguna respuesta antes de que aparezca la pregunta, averiguar de ante mano si vienen las docentes o no, y saber por qué,  para comentarle que ocurrirá.

Al principio igualmente se angustiaba, pero cada vez fue menor la angustia.

Contar con ciertas respuestas genera alivio en él, muchas veces vamos juntos a la directora o bien a su docente titular para preguntarle si vienen o no el resto de las docentes de materias especiales.

Pasado los meses Emi comenzó a hacer propio lo que se le dice y ya él mismo se  anticipa a los posibles cambios.

 

Error y juego…

Emi no soportaba el error, ni propio ni ajeno. No quería equivocarse al copiar, se angustiaba si pasaba, no quería borrar, y comenzaba a enojarse y a querer destrozar el colegio. Destrozar, romper, pegar, golpear, revolear, eran palabras y a veces conductas que repetía frente al error, ya sea suyo o ajeno. Hasta que un día observé que en el horario de computación, jugando a un juego de… ¿adivinen? Vagones de trenes ¡Si señor! Dónde tenían números que debía ubicar, comenzaba a ubicarlos mal, y los números bajaban… y él se reía diciendo: ¡Uhhh los números se caen! Ahí aproveché a poner en palabras, “¡UHH te equivocas y es muy gracioso!” Los números se caen.

A través del juego Emi acepta el error, entonces le presenté un juego en el que debía hacer lo que yo decía no lo que yo hacía.

Por ejemplo: Me toco la nariz, me toco el ojo, me toco la boca… y en este momento yo me toco el pelo, pero él debía tocarse la boca. Se equivoca, le marco el error, y juntos reímos…

Ingresamos en un nuevo mundo, el mundo de la mirada, del otro, de la palabra de la escucha de la acción… y del error.

De a poco, Emi se equivoca y ríe, borra y corrige, hasta se equivoca a propósito para reírse.

 

Los trenes, un mundo posible

Fueron pasando las semanas y pude observar que él no solo tenía interés por los trenes, sino que es un experto: se sabe todo de los trenes, modelos, estaciones, colores tamaños, velocidades y todo lo que refiera a ellos.

Emi es un tren, su cuerpo es un tren, su vida es un tren, siempre por la misma vía, pocos desvíos, siempre sobre rieles, evitando los imprevistos.

En los recreos, suele caminar por todo el patio cerrado, donde en el suelo se encuentran las líneas de la cancha de futbol, y de básquet. Varias líneas…  Camina siguiendo esas líneas continuamente.

En el marco de un recreo, donde hay niños corriendo por todos lados, chicos que van y vienen, que aparecen de repente… una escena muy inconstante y variable.

Al principio, si alguien aparecía o se encontraba delante de su camino él con un empujón, golpe o cuerpo, lo corría del lugar para así hacerse paso y seguir su recorrido.

Los primeros días, era acercarme y decirle, NO Emi, no hace falta empujar, ¡eso no se hace! Podes lastimarlos, ¿qué pasa si empujas o pegas? ¡No hace falta pegar!… pero esto no generaba ningún efecto en él.

Un día me acerqué, y le dije: “Emi ¡los trenes no chocan! ¡Si un tren choca después no funciona! ¡Se rompe! ¿Sabes que hacen los trenes? ¡Hacen cambio de vías para evitarlo! ¡¿Mirá lo hacemos?!”

Él sonrió, empecé a caminar junto a él por sobre la línea buscando que algún otro chico este frente nosotros, en ese momento lo tomo de los hombros y lo hice girar, diciendo ¡BIEN! ¡Cambiamos de vía!”

Enseguida comenzó a realizar esa rutina, al principio siempre con mi acompañamiento, camina por el patio y si alguien se encuentra frente a su camino, recorrido, el solo gira y lo esquiva sin necesidad de golpe o empujón.

Así, durante todo el acompañamiento, los trenes fueron mis aliados, mi herramienta.

Hoy no solo puede estar caminando por todo el patio en los recreos, ya no empuja, no pega, no choca, a nadie que se le cruce sino que también incorporo a sus compañeros.

Toma a sus compañeros del brazo, o del hombro y los lleva a caminar por todo el patio, obviamente siendo él la locomotora que lleva a los vagones de una estación a otra.

Hoy se sienta con compañeros, participa en clase, juega en los recreos.

Participa en salidas escolares, y pudo participar en un acto educativo.

Este trabajo fue un trabajo en conjunto con la institución, con la docente, con la maestra integradora, con mi equipo. Ya que fuimos adaptando contenidos a la forma de pensar de Emi, ejemplo de esto es que para que pueda participar en clase, la docente por ejemplo, para un trabajo de “rimas” trajo en enorme tren en cartulina donde los alumnos escribían rimas y las pegaban en los vagones. Así, Emi pudo escribir la suya.

Un tren, al que todos pudimos subir.

 

Nota: el material desarrollado, respeta la lógica del caso, pero porta las transformaciones necesarias para sostener la discrecionalidad y reserva correspondientes a cada abordaje clínico.

  


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